Los Artículos de Fe

Capítulo 2
Dios y la santa trinidad

Articulo 1.— Creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.

La Existencia de Dios.—En vista de que la fe en Dios constituye la base de la creencia y práctica religiosas, y ya que el conocimiento de los atributos y carácter de Dios es esencial para el ejercicio inteligente de la fe en él, este tema exige el primer lugar en nuestro estudio de las doctrinas de la Iglesia.

La existencia de Dios difícilmente sirve de tema para debates racionales; ni tampoco pide pruebas de las débiles demostraciones de la lógica del hombre, porque la familia humana admite el hecho casi sin controversia, y la sensación de estar sujeto a un poder supremo es un atributo innato del género humano. Las antiguas escrituras no se dedican a una demostración elemental de la existencia de Dios, ni a ataques contra las sofisterías del ateísmo; y por este hecho podemos suponer que los errores de la duda se desarrollaron en algún período posterior. Este asentimiento universal del género humano, respecto de la existencia de Dios, es cuando menos muy corroborativo. Existe dentro de la naturaleza humana una pasión filial que asciende al cielo. Toda nación, toda tribu, todo individuo anhela algún objeto que reverenciar. Es natural que el hombre adore; su alma no se siente satisfecha sino hasta que encuentra una divinidad. Cuando, debido a la transgresión, los hombres cayeron en tinieblas respecto del Dios verdadero y viviente, se buscaron otras divinidades, y así nacieron las abominaciones de la idolatría. Y sin embargo, aun las más repugnantes de estas prácticas testifican de la existencia de un Dios, demostrando la pasión hereditaria del hombre hacia la adoración.

La evidencia sobre la cual el género humano basa su convicción tocante a la existencia de un Ser Supremo(Apéndice 11:1, 2, 3) se puede clasificar, a fin de facilitar su consideración, dentro de las tres divisiones siguientes:

1. La evidencia de la historia y la tradición.
2. La evidencia que ofrece el ejercicio de la razón humana.
3. La evidencia conclusiva de la revelación directa de Dios.

1. Historia y Tradición.— La historia escrita por el hombre, así como la tradición auténtica, transmitida de generación en generación antes de cualquier crónica escrita que hoy existe, dan evidencia de la realidad de Dios y de las íntimas y personales relaciones de Dios con el hombre durante las primeras épocas de la existencia humana. Uno de los documentos más antiguos que se conocen, la Santa Biblia, dice que Dios es el Creador de todas las cosas, (Gén. 1 Moisés, 2; Abrahán, 41) y declara además que él se reveló a nuestros primeros padres terrenales así como a muchos otros santos personajes en los primeros días del mundo. Adán y Eva oyeron su voz (Gén. 3:8; P. de G.P., Moisés 4 :14) en el Jardín, y aún después de su transgresión siguieron invocando a Dios y ofreciéndole sacrificios. Es patente, pues, que del Jardín llevaron consigo un conocimiento personal de Dios. Después de su expulsión “oyeron que les hablaba la voz del Señor en dirección del Jardín de Edén”, aunque no lo vieron; y les dió mandamientos que ellos obedecieron. Un ángel entonces visitó a Adán, y el Espíritu Santo inspiró a este hombre y dió testimonio del Padre y del Hijo. (Moisés 5:6-9)

Caín y Abel supieron de Dios tanto por las enseñanzas de sus padres como por manifestaciones personales. Después de ser aceptada la ofrenda de Abel y rechazada la de Caín, de lo que resultó el crimen fratricida de éste, el Señor habló con Caín, y él le respondió.(Gén. 4:9-16; Moisés 5:22-26, 34-40). Por consiguiente, Caín debe haber llevado un conocimiento personal de Dios a la tierra a donde fué a vivir. (Gén. 4:16; Moisés 5:41) Adán vivió novecientos treinta años, y le nacieron muchos hijos. Les enseñó a temer a Dios, y muchos de ellos recibieron manifestaciones directas. Set, Enós, Cainán, Mahaleel, Jared, Enoc, Matusalén y Lamec, el padre de Noé, cada uno de los cuales fué descendiente de Adán y representante de una generación diferente, vivieron durante la vida de Adán. Noé nació apenas 126 años después de la muerte de Adán, además de lo cual vivió casi seiscientos años con su padre Laméc; quien indudablemente le enseñó las tradiciones relativas a las manifestaciones personales de Dios que él había oído de los labios de Adán, Por conducto de Noé y su familia se transmitió el conocimiento de Dios por tradición directa después del diluvio; y además de esto, Noé se comunicó directamente con Dios, (Gén. 6:13; 7:1-4; 8:15-17; 9:1-17) y vivió para instruir a diez generaciones de sus descendientes. Siguió Abrahán, quien también gozó de comunicación personal con Dios, (Gén.12; Abrahán 1:16-19; 2:6-11,19, 22-24; 3:3-10, 12-21, 23) y después de él, Isaac y Jacob o Israel, entre cuyos descendientes el Señor, por conducto de Moisés, efectuó grandes maravillas. De manera que, aun cuando no hubiesen existido escritos de ninguna clase, la tradición habría preservado y transmitido el conocimiento de Dios.

Pero aun si con el tiempo hubiese perdido su brillo el relato de las primeras comunicaciones personales entre el hombre y Dios, disminuyéndose su efecto consiguiente, no haría sino ceder el lugar a otras tradiciones fundadas en posteriores manifestaciones de la personalidad divina. El Señor se dió a conocer a Moisés no tan solamente detrás de la cortina de fuego y la cubierta de nubes, (Exo. 3:4; 19:18; Núm. 12:5) sino en una manifestación cara a cara, en la que el hombre vió aun “la apariencia” de su Dios.(Núm.12:8; Moisés 1:1,2,11,31) Israel ha preservado por todas las generaciones esta narración de comunicación directa entre Dios y Moisés, en parte de la cual se concedió que el pueblo participara (Exo. 19:9, 11, 17-20) hasta donde su fe y pureza lo permitió. De Israel se han extendido por todo el mundo las tradiciones de la existencia de Dios; y tanto así que encontramos huellas de este conocimiento antiguo aun en las mitologías pervertidas de las naciones paganas.

2. La Razón Humana, cuya operación se basa en las observaciones de la naturaleza, enérgicamente declara la existencia de Dios. La mente, imbuida ya en las verdades históricas de la existencia divina y su íntima relación con el hombre, hallará evidencia confirmatoria en la naturaleza por todos lados; y aun aquel que rechaza el testimonio de lo pasado, y pretende demostrar que su propio dictamen es superior a la creencia común de las edades, es atraído por la enorme variedad de evidencias a favor del sistema que existe en la naturaleza. Impresionan al observador el orden y sistema manifestados en la creación; nota él la sucesión regular del día y la noche que provee períodos alternativos de trabajo y reposo para hombres, animales y plantas: el orden regular de las temporadas, cada cual con sus épocas más largas de actividad y recuperación; la dependencia mutua de animales y plantas; la circulación del agua—del mar a las nubes y de las nubes otra vez a la tierra—con su efecto benéfico. Al proceder el hombre a un examen más detallado de las cosas, descubre que por el estudio y la investigación científica estas pruebas se multiplican muchas veces. Puede aprender tocante a las leyes por medio de las cuales la tierra y los mundos que la rodean son gobernados en sus órbitas; mediante las cuales los satélites permanecen sujetos a los planetas, y los planetas a los soles; puede contemplar las maravillas de la anatomía vegetal y animal, y el sobresaliente mecanismo de su propio cuerpo; y aumentando a cada paso estas impresiones sobre su razón, su asombro en cuanto a quién dispondría todo aquello se convierte en adoración hacia el Creador, cuya presencia y poder se proclaman tan enérgicamente, y el observador se vuelve adorador.

En toda la naturaleza está presente la evidencia de causa y efecto; por todos lados se ve la demostración de medios que se han adaptado para un fin. Pero tales adaptaciones, dice un cuidadoso escritor, “indican un plan que tiende a cierto fin, y un plan es muestra de una inteligencia, e inteligencia es el atributo de una mente, y la mente inteligente que fundó el grandioso universo es Dios.” Admitir la existencia de un diseñador en la evidencia del orden, decir que debe haber un autor en un mundo de plan inteligente, creer en un adaptador cuando la vida del hombre depende directamente de las más perfectas adaptaciones concebibles, no es sino aceptar verdades patentes. De modo que la carga de la prueba en cuanto a que Dios no existe descansa sobre aquel que pone en duda la solemne verdad de que Dios vive. “Toda casa es edificada de alguno: mas el que crió todas las cosas es Dios.” (Heb. 3:4) No obstante la claridad de las verdades expresadas, hay entre los hombres unos que profesan dudar de la evidencia de la razón y negar al autor de su propio ser. ¿No parece extraño que aquí y allí haya alguno que en la ingeniosidad demostrada por la hormiga en la construcción de su casa, en la arquitectura del panal de miel y en los incontables ejemplos de instinto ordenado entre las más pequeñas de las cosas vivientes, vea una demostración de inteligencia que puede servirle al hombre para aprender y ganar sabiduría, y con todo eso pueda dudar de que está obrando una inteligencia en la creación de los mundos y en la construcción del universo. (Apéndice 11:4)

La parte consciente del hombre le habla de su propia existencia; su observación comprueba la existencia de otros de su especie y de órdenes sin número de seres organizados. De esto sacamos en consecuencia que siempre debe haber existido algo, porque si hubiera habido un tiempo en que no existía nada, un período en que nada había, la existencia jamás podría haber principiado, porque de la nada, nada se deriva. La existencia eterna de algo, pues, es un hecho irrefutable; y la pregunta que exige respuesta es, ¿qué es ese algo eterno: esa existencia que es sin principio y sin fin? Materia y energía son realidades eternas; pero la materia de por sí no es ni vital ni activa; ni es la fuerza, de suyo, inteligente; sin embargo, la vitalidad y la actividad caracterizan las cosas vivientes, y los efectos de la inteligencia están universalmente presentes. La naturaleza no es Dios, y confundir el uno con el otro sería como decir que el edificio es el arquitecto, el paño es el sastre, el mármol el escultor y el objeto el poder que lo hizo. El sistema de la naturaleza es la manifestación de un orden que evidencia una inteligencia directora; y esa inteligencia es de carácter eterno, siendo coetáneas ella y la misma existencia. La naturaleza misma es una declaración de un Ser superior cuya voluntad y propósito ella manifiesta en sus aspectos variados. Más allá de los límites de la naturaleza, y superior a ella, se encuentra el Dios de la naturaleza.

Aun cuando la existencia es eterna—y por consiguiente, el ser nunca tuvo principio ni jamás tendrá fin— todo grado de organización, en un sentido relativo, debe haber tenido un principio, y para toda fase de existencia manifestada en cada una de las innumerables órdenes de cosas creadas hubo un principio así como habrá un fin; aunque cada fin o consumación en la naturaleza no es sino otro principio. De manera que la ingeniosidad del hombre ha inventado teorías para ilustrar, si no pana explicar, una sucesión posible de acontecimientos por medio de los cuales la tierra ha progresado de una condición de caos hasta su actual estado habitable; pero según estas hipótesis, este globo fué en un tiempo una esfera estéril sobre la cual ninguna de las innumerables formas de vida que hoy la ocupan pudo haber existido. Por consiguiente, el que teoriza tiene que admitir el comienzo de la vida sobre la tierra, y este comienzo sólo se explica suponiéndose algún acto creador, generación espontánea o contribución de afuera de la tierra. Si admite que se trajo la vida a la tierra de alguna otra esfera más antigua, no hace sino ensanchar los límites de su investigación sobre el principio de la vida; porque con explicar el origen de un rosal en nuestro propio jardín, diciendo que se transplantó un vástago de algún rosal que crecía en otra parte, no se contesta la pregunta concerniente al origen de las rosas. La ciencia por necesidad supone que en este planeta tuvieron su principio los fenómenos vitales, y admite una duración finita de la tierra en su curso actual de cambios progresivos; y como sucede con la tierra, así también con los cuerpos celestiales en general. Do modo que la eternidad de la existencia no constituye más positiva indicación, en lo que respecta a un Director eterno, que la interminable sucesión de cambios, cuyas etapas individuales tienen tanto un principio como un fin. El origen de las cosas creadas, el principio de un universo organizado, si se basa en la suposición de un cambio espontáneo en la materia o una operación fortuita y accidental de sus propiedades, es completamente inexplicable.

La razón humana, tan propensa a equivocarse en asuntos de menos importancia, tal vez de por sí no conducirá a su poseedor a un conocimiento convincente de Dios; sin embargo, el ejercicio de ella lo ayudará en su investigación, fortaleciendo y confirmando su instinto heredado hacia su Creador. (Apéndice 11:5, Sal. 14:1) “Dijo el necio en su corazón: No hay Dios.” (Sal. 107:17) En este pasaje, así como se usa en otras partes de la Escritura, el necio (Prov. 1:7; 10:21; 14:9) es un hombre inicuo, uno que ha perdido el derecho a su sabiduría por cometer lo malo, trayendo con ello obscuridad a su mente en lugar de luz, e ignorancia en vez de conocimiento. Siguiendo este curso, la mente se vuelve depravada e incapaz de percibir los razonamientos más tenues de la naturaleza. El que voluntariamente peca cierra sus oídos a la voz de la intuición y a la de la razón en cosas sagradas; y pierde el privilegio de comunicarse con su Creador, haciéndose indigno, por tanto, del medio más potente de alcanzar un conocimiento personal de Dios.

3. La Revelación le da al hombre su conocimiento más seguro de Dios. Abundan en las Escrituras las ocasiones en que el Señor, o expresamente Jehová, se manifestó a sus profetas tanto en los días antiguos como en los posteriores. Ya hemos observado que se reveló a sí mismo a Adán y a otros patriarcas antediluvianos—base de las muchas tradiciones relativas a la personalidad y existencia de Dios—después a Noé, Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés. Uno de los ejemplos que se mencionan brevemente en Génesis es el de Enoc, el padre de Matusalén. Leemos que él caminó con Dios, (Gén. 5:18-24; Heb.11:5; Jud.14) y además, que el Señor se manifestó con particular claridad a este profeta justo, (Moisés 6, 7) revelándole lo que había de acontecer hasta el tiempo señalado del ministerio de Cristo en la carne, el plan de salvación mediante el sacrificio del Hijo Unigénito, y lo que habría de acontecer hasta el juicio final.

Respecto de Moisés, leemos que oyó la voz de Dios que le hablaba desde en medio de la zarza que ardía, en el Monte de Horeb, diciendo: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.” (Exo. 8 :6) Dios se apareció a Moisés y a la congregación de Israel en una nube sobre el Sinaí al aterrador compás de truenos y relámpagos: “Así dirás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto que he hablado desde el cielo con vosotros.» (Exo. 20 :18-22) De una manifestación posterior se nos dice: “Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno.” (Exo. 24:9,10)

Más adelante, en los días de Josué y de los Jueces, y durante la época del gobierno de los reyes, el Señor manifestó su presencia y su poder a Israel. Isaías vió al Señor sobre un trono en medio de glorioso séquito, y exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isa. 6:1-5)

En un período subsiguiente, cuando Cristo salía de las aguas del bautismo, se oyó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento”;(Mat.3:16, 17; Mar. 1:11 y la ocasión en que se verificó la transfiguración del Señor, la misma voz repitió esta solemne y gloriosa confesión (Mat. 17 :1-5; Luc. 9 :35). Mientras Esteban padecía el martirio a manos de sus crueles y fanáticos compatriotas, los cielos se abrieron y “vió la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios”(Hech. 7:54-60)

En el Libro de Mormón abundan los ejemplos de comunicación entre Dios y su pueblo, mayormente por medio de visiones y visitaciones de ángeles, pero también por manifestación directa de la divina presencia. Leemos, pues, que un grupo de personas salió de la Torre de Babel y viajó al hemisferio occidental bajo la dirección de uno a quien la historia señala como el hermano de Jared. Preparándose para el viaje sobre el océano, este hombre rogó al Señor que tocase con su dedo ciertas piedras para hacerlas luminosas a fin de que los viajeros pudieran tener luz en las naves.

Respondiendo a esta petición, el Señor extendió su mano y tocó las piedras, revelando su dedo, el cual este individuo con asombro vió que era semejante al de un ser humano. Entonces el Señor, complacido con la fe de este hombre, se hizo visible y le mostró al hermano de Jared que el hombre fué literalmente hecho a imagen del Creador. (Eter 38) Cristo, después de su resurrección y ascención, se reveló a los nefitas que habitaban el continente del oeste. A estas ovejas del rebaño occidental él testificó de la comisión que había recibido del Padre. Les mostró las heridas en sus manos, pies y costado, y de varias maneras ejerció su ministerio a favor de las multitudes creyentes. (3 Nefi 11-28)

En la dispensación actual Dios se ha revelado a su pueblo. Mediante su fe y sinceridad de propósito, José Smith, todavía en su juventud, logró para sí una manifestación de la presencia de Dios, concediéndosele el privilegio de ver tanto al Padre Eterno como a Jesucristo el Hijo. Su testimonio de la existencia de Dios no depende ni de la tradición ni de la deducción estudiada; él declara al mundo que los dos, el Padre y Cristo, el Hijo, viven porque ha visto sus personas y ha oído sus voces. Aparte de la manifestación citada, José Smith y su consiervo, Sídney Rigdon, afirman que el 16 de febrero de 1832 vieron al Hijo de Dios y conversaron con él en visión celestial. Describiendo esta manifestación, dicen así: “Mientras meditábamos estas cosas, el Señor tocó los ojos de nuestros entendimientos, y fueron abiertos; y la gloria del Señor brilló alrededor. Y vimos la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, y recibimos de su plenitud; y vimos a los santos ángeles, y a aquellos que son santificados delante de su trono, adorando a Dios y al Cordero, a quien adoran para siempre jamás. Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este testimonio, el último de todos, es el que nosotros damos de él: ¡Que vive! Porque lo vimos, aun a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre —que por él, y mediante él, y de él los mundos son y fueron creados, y los habitantes de ellos son engendrados hijos e hijas para Dios.”(D. y C. 76:19-24)

El 3 de abril de 1836, en el templo de Kírtland, Estado de Ohio, el Señor de nuevo se manifestó a José Smith y a Oliverio Cówdery, quienes refiriéndose a la ocasión dicen: “Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había una obra pavimentada de oro puro del color del ámbar. Sus ojos eran como una llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor del sol, y su voz era como el sonido de muchas aguas, aun la voz de Jehová que decía: Soy el principio y el fin; soy el que vive, el que fué muerto; soy vuestro abogado con el Padre.” (D. y C. 110:2-4)

La Trinidad. — Tres personajes que constituyen el gran consejo que preside el universo se han manifestado al hombre: (1) Dios el Eterno Padre; (2) su Hijo Jesucristo; (3) el Espíritu Santo. Los anales aceptados de las relaciones de la Divinidad para con el hombre demuestran que estos tres son individuos distintos, físicamente separados el uno del otro. Al tiempo del bautismo del Salvador, Juan percibió la señal del Espíritu Santo; delante de él vió en un cuerpo de carne al Cristo, a quien había administrado la santa ordenanza; y oyó la voz del Padre.(Mat. 3:16, 17; Mar. 1:9-11; Luc. 3:21, 22) Los tres Personajes de la Trinidad estaban allí presentes, manifestándose cada uno de un modo diferente, y cada cual distinto del otro. Más tarde el Salvador prometió a sus discípulos que el Consolador, (Juan 14:26; 15:26) quien es el Espíritu Santo, les sería enviado de su Padre; aquí de nuevo se especifican separadamente los tres miembros de la Trinidad. Al tiempo de su martirio, Esteban fué bendecido con visiones celestiales, y vió a Jesús a la diestra de Dios.(Hech. 7:55, 56) José Smith, invocando al Señor con ferviente oración, vió al Padre y al Hijo en medio de una luz que opacaba la brillantez del sol; y uno de éstos dijo, indicando al otro: “¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!” Cada uno de los miembros de la Trinidad se llama Dios.(1 Cor. 8:6; Juan 1:1-14; Mat. 4:10; 1Tim. 3:16; 1Juan 5:7; Mosíah 15:1, 2) Juntos constituyen la Trinidad.

Unidad de la Trinidad.—La Trinidad es un tipo de unidad en los atributos, poderes y propósitos de sus miembros. Mientras estuvo en la tierra,(Juan 10:30, 38; 17:11, 22) y al manifestarse a sus siervos nefitas,(3Nefi 11:27, 36; 28:10; Alma 11:44; Mormón 7:7) Jesús repetidas veces testificó de la unidad que existía entre él y el Padre, y entre ellos dos y el Espíritu Santo. No puede razonablemente interpretarse lo anterior en el sentido de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno en substancia y persona, ni que los nombres representan el mismo individuo en diferentes aspectos. Bastará una sola referencia para demostrar el error de tal concepto: Poco antes de ser entregado, Cristo rogó que sus discípulos, los Doce, y otros convertidos fuesen preservados en la unidad, (Juan 17) “para que todos sean una cosa”, como el Padre y el Hijo son uno. No podemos suponer que Cristo pedía que sus discípulos perdieran su individualidad y se convirtieran en una persona, aun cuando fuera posible un cambio tan directamente opuesto a la naturaleza. Cristo deseaba que todos fueran uno de corazón, espíritu y propósito, porque tal es la unidad que existe entre su Padre y él, y entre ellos y el Espíritu Santo.

Esta unidad es un tipo de perfección; la voluntad de cualquiera de los miembros de la Trinidad es la voluntad de los otros; viendo cada uno de ellos con el ojo de la perfección, ven y entienden igual. En cualquier condición determinada, cada uno obraría de la misma manera, guiado por los mismos principios de inequívoca justicia y equidad. La unidad de la Trinidad, de la cual las Escrituras tan abundantemente testifican, no da a entender ninguna unión mística de sustancia, ni ninguna contranatural, y consiguientemente imposible, fusión de personalidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo son tan distintos en sus personas e individualidades como lo son cualesquier tres personas en el estado mortal. No obstante, su unidad de propósito y obra es tal que sus edictos son uno, y su voluntad es la voluntad de Dios. Aun en apariencia corporal, el Padre y el Hijo son iguales; así pues, cuando Felipe importunaba a Cristo que les mostrara al Padre, él le dijo: “¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo: mas el Padre que está en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí.”(Juan 14:9-11; Heb. 1:3)

Personalidad de Cada Uno de los Miembros de la Trinidad.— De la evidencia que ya se ha presentado, se aclara que el Padre es un ser personal, de forma determinada, con partes corporales y pasiones espirituales. Jesucristo, quien estuvo con el Padre (Juan 17:5) en el espíritu antes de venir a morar en la carne, y por quien se hicieron los mundos, (Juan 1:3; Heb. 1:2; Ef. 3:9; Col. 1:26) vivió entre los hombres como hombre, con todas las características físicas de un ser humano; después de su resurrección, se apareció en la misma forma; (Juan 20:14,15,19,20,26,27; 21:1-14; Mat. 28:9; Luc. 24:15-31, 36-44) con esa forma ascendió a los cielos; (Hech.1:9-11) y con esa forma se ha manifestado a los nefitas y a los profetas modernos. Se nos afirma que Cristo fué la imagen expresa de su Padre,(Heb. 1:3; Col.1:15; 2 Cor. 4:4) a cuya imagen el hombre también ha sido creado.(Gén.1:26, 27; Sant. 3:8,9) Sabemos, por tanto, que el Padre, así como el Hijo son en forma y estatura hombres perfectos: cada uno de ellos posee un cuerpo tangible, infinitamente puro y perfecto, y acompañado de gloria indescriptible; mas con todo, un cuerpo de carne y huesos.(D. y C. 130 :22)

El Espíritu Santo, llamado también Espíritu, y Espíritu del Señor,(1 Nefi 4:6; 11:1-12; Mosíah 13:5; Mar.1:10; Juan 1:32; Hech. 2:4; 8:29; 10:19; Rom. 8:10, 26; 1Tes. 5:19) Espíritu de Dios,(Mat. 3:16; 12:28; 1Nefi 13:12,13) Consolador (Juan 14:16,26;16:7) y Espíritu de Verdad,(Juan 15:26; 16:13). no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino es un personaje de espíritu;(D. y C. 130:22) no obstante, sabemos que el Espíritu se ha manifestado en la forma de un hombre.(1 Nefi 11:11). Por medio de las funciones del Espíritu, el Padre y el Hijo pueden comunicarse con el género humano;(Neh. 9:30; Isa, 42:1; Hech.10:19; Alma 12:3; D. y C.105:36; 97:1) por medio de él se transmite el conocimiento, (Juan 16:13; 1 Nefi 10:19; D. y C. 35:13; 50:10) y por él se llevan a cabo los propósitos de la Trinidad. (Gén.1:2; Job 26:13; Sal. 104:30; D. y C. 29:31) El Espíritu Santo es el que testifica del Padre y del Hijo, (Juan 15:26; Hech. 5:32; 20:23; 1Cor. 2:11; 12:3; 3Nefi 11:32) declarándole al hombre los atributos de ellos, dando testimonio de los otros personajes de la Trinidad.(capítulo 8 de esta obra)

Algunos de los Atributos Divinos: Dios es Omnipresente.—No hay parte de la creación, por muy remota que sea, que Dios no pueda penetrar; por medio del Espíritu, la Trinidad mantiene comunicación directa con todas las cosas a todo tiempo. Se ha dicho, pues, que Dios está presente en todas partes; pero esto no quiere decir que cualquiera de los miembros de la Trinidad puede en persona estar presente físicamente en más de un lugar a la vez. Los sentidos de cada uno de los de la Trinidad son de poder infinito; su mente es de capacidad ilimitada; sus facultades para trasladarse de un lugar a otro son infinitas; sin embargo, es evidente que su persona no puede estar más que en un solo lugar a la misma vez. Al admitir la personalidad de Dios, nos vemos obligados a aceptar el hecho de su materialidad; en verdad, no puede existir un “ser inmaterial”— frase sin sentido con la que algunos han tratado de designar la condición de Dios—porque la expresión misma es una contradicción de palabras. Sí Dios tiene forma, dicha forma forzosamente debe ser de proporciones determinadas y, por tanto, de extensión limitada en cuanto a espacio. Es imposible que él ocupe más de un espacio de tales limitaciones al mismo tiempo; y por tanto, no causa sorpresa leer en las Escrituras que se traslada de un lugar a otro. Así pues, refiriéndonos al relato de la torre de Babel, leemos: “Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre.”(Gén. 11:5) Asimismo, Dios se apareció a Abrahán, y habiéndose declarado ser “el Dios Todopoderoso”, conversó con el patriarca e hizo convenio con él; y entonces leemos: “Y acabó de hablar con él, y subió Dios de con Abraham.”(Gén, 17:1, 22)

Dios es Omnisciente.— El ha organizado la materia y dirigido la energía. Es, por consiguiente, el Creador de todas las cosas creadas; y “conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras” (Hech. 15:18; Moisés 1:6, 35, 37; 1Nefi 9:6). Su poder y su sabiduría son igualmente incomprensibles para el hombre, porque son infinitos. Siendo él mismo eterno y perfecto, su conocimiento no puede ser sino infinito. Para comprenderse él, un ser infinito, debe poseer una mente infinita. Por conducto de ángeles y siervos ministrantes mantiene comunicación continua con todas partes de la creación, y puede visitar personalmente conforme a lo que él determine.

Dios es Omnipotente.— Llámasele apropiadamente el Todopoderoso. El hombre puede percibir pruebas de la omnipotencia divina por todos lados: en las fuerzas que rigen los elementos de la tierra y dirigen los orbes del cielo en sus cursos señalados. Lo que su sabiduría indica que es preciso hacer, Dios puede hacerlo y lo hace. Los medios de que él se vale para obrar quizá no serán en sí mismos de capacidad infinita, pero los dirige un poder infinito. Poder para hacer todo cuanto él determine: esto expresa un concepto racional de su omnipotencia.

Dios es bondadoso, benevolente y amoroso, tierno, considerado y longánime, tolerando pacientemente las flaquezas de sus hijos. Es justo y misericordioso en el juicio;(Deut. 4:31; 2 Cr.30:9; Exo.20:6; 34:6; Neh.9:17, 31; Sal. 116:5; 103:8; 86:15; Jer. 32:18 sin embargo, con estos atributos más finos combina la firmeza cuando se trata de reparar agravios.(Exo. 20:5; Deut. 7:21; 10:17; Sal. 7:11) Es celoso (Exo. 20:5; 34:14; Deut. 4:24; 6:14, 15; Jos. 24:19, 20) de su propio poder y de la reverencia que se le tributa; es decir, siente celo por los principios de verdad y pureza que en ningún otro lugar se ejemplifican más noblemente que en sus atributos personales. Este Ser es el autor de nuestra existencia, aquel que como a Padre se nos permite allegarnos.(Apéndice 11:11) Nuestra fe aumentará en él al paso que de él aprendamos.

Idolatría y Ateísmo.— A juzgar por la abundante evidencia de la existencia de Dios, de quien la familia humana comúnmente posee un concepto, parece haber poco fundamento para que el hombre racionalmente pueda afirmar y sostener el no creer en Dios; y en vista de las muchas pruebas de la benigna naturaleza de los atributos divinos, poca debería ser la inclinación a desviarse en pos de falsos e indignos objetos de adoración. Sin embargo, la historia de la raza humana muestra que el teísmo, que es la doctrina de la creencia en Dios y la aceptación de él, tiene como enemigos muchas variedades de ateísmo ;(Apéndice 11:6) y que el hombre propende a desmentir su pretensión de ser una criatura racional, y a ofrecer su adoración en santuarios idólatras. El ateísmo es probablemente producto de épocas posteriores, mientras que la idolatría se estableció como uno de los primeros pecados de la raza humana. Aun durante el éxodo de Israel de Egipto, Dios juzgó oportuno mandar por estatuto: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”; (Exo. 20:3) y sin embargo, mientras escribía estas palabras sobre las tablas de piedra, su pueblo se estaba contaminando ante el becerro de oro que se había fabricado conforme al modelo de un ídolo egipcio.

El hombre está dotado de un instinto de adoración; ansia y ha de encontrar algo que adorar. Cuando cayó en la obscuridad de la transgresión persistente y se olvidó del autor de su ser y del Dios de sus padres, se buscó otras divinidades. Algunos llegaron a ver en el sol el prototipo de lo supremo, y se postraron suplicantes ante ese luminar. Otros escogieron las manifestaciones terrestres para adorarlas; se maravillaron del milagro del fuego y adoraron la llama. Unos vieron, o pensaron ver, el emblema de lo puro y lo bueno en el agua, y rindieron sus devociones a la orilla de ríos y arroyos. Otros, asombrados por la majestuosidad de las encumbradas montañas hasta el grado de hacer brotar en ellos la reverencia, se llegaron a estos templos naturales para adorar el altar en lugar de aquél por cuyo poder se había levantado. Otros aún, más firmemente imbuidos en una reverencia hacia lo emblemático, quisieron fabricar para sí objetos artificiales de adoración. Se hicieron imágenes, labrando toscas figuras de los troncos de los árboles y esculpiendo formas extrañas en piedra, y ante ellas se postraron. (Apéndice 11:7)

En algunas de sus fases las prácticas idólatras llegaron a asociarse con ritos de horribles crueldades, como se ve en la costumbre de sacrificar niños a Moloc, y al río Ganges entre los hindúes; así como en la matanza de seres humanos bajo la tiranía druídica. Los dioses que el género humano se ha levantado son inhumanos, despiadados, crueles. (Apéndice 11:8, 10)

Ateísmo es negar la existencia de Dios; en forma más moderada puede consistir en menospreciarlo. Pero el ateo declarado, igual que sus prójimos creyentes, está sujeto a la pasión universal del hombre por la adoración. Aunque se niega a reconocer al Dios verdadero y viviente, deifica consciente o inconscientemente cierta ley, cierto principio, cierto atributo del alma humana, o quizá alguna creación material; y a esto recurre en busca de una semejanza del consuelo que el creyente encuentra en rica abundancia mediante la oración dirigida a su Padre y Dios. Dúdase de la existencia de un ateo cabal, uno que con la sinceridad de una convicción arraigada niega en su corazón la existencia de un poder inteligente y supremo.

La noción de un Dios es un rasgo inherente del alma humana. El filósofo reconoce la necesidad de esto en sus teorías sobre el ser. Tendrá recelo de admitir abiertamente un Dios personal, sin embargo, supone la existencia de un poder gobernante, de un gran incógnito, de lo inconocible, lo que no se puede limitar, lo inconsciente. Oh hombre instruido aunque no sabio, ¿por qué rechazas los privilegios que te extiende el Ser omnipotente y omnisciente a quien debes tu vida, cuyo nombre, sin embargo, no quieres confesar? No hay ser mortal que, contemplando sus perfecciones y poder, no se acerque a él con asombro y reverencia. Considerándolo solamente como Creador y Dios, nos sentimos abatidos al pensar en él; mas él nos ha dado el derecho de allegarnos a él como sus hijos y llamarlo Padre. En los momentos más solemnes de su vida, aun el ateo siente un anhelo en el alma hacia un Padre espiritual, tan naturalmente como sus afectos humanos se vuelven hacia el padre que le dió vida mortal. El ateísmo de hoy, después de todo, no es sino una especie de paganismo.

Conceptos Sectarios de la Trinidad.— La doctrina congruente, sencilla y auténtica respecto del carácter y atributos de Dios, cual Cristo y los apóstoles la enseñaron, retrocedió conforme cesó la revelación y descendió sobre el mundo la obscuridad que acompañó la falta de la autoridad divina, después de ser quitados de la tierra los apóstoles y el Sacerdocio. En su lugar aparecieron numerosas teorías y dogmas de los hombres, de las cuales muchas son completamente incomprensibles por su misticismo y falta de correspondencia.

En el año 325, el emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea, procurando, por medio de este cuerpo, obtener una declaración de fe cristiana que pudiera recibirse como autorizada y fuera el medio de arrestar la disensión cada día mayor que provenía del prevaleciente desacuerdo en cuanto a la naturaleza de Dios y otros asuntos teológicos. El Concilio condenó algunas de las teorías de ese tiempo, entre ellas la de Arrio, quien sostenía que el Hijo fué creado por el Padre, y por tanto no podía ser coeterno con él. Dicho Concilio promulgó lo que se conoce como el Credo de Nicea, y con el tiempo lo siguió el Credo o Símbolo de Atanasio, respecto del cual han surgido controversias en cuanto a quién sería su autor.(La gran apostacia cap. 7) Este credo reza así: “Adoramos a un Dios en Trinidad y Trinidad en Unidad, ni confundiendo las personas, ni dividiendo la substancia; porque hay una persona del Padre, otra del Hijo y otra del Espíritu Santo; pero la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo toda es una, la gloria igual, la majestad coeterna. Como el Padre, tal el Hijo y tal el Espíritu Santo; el Padre increado, el Hijo increado, y el Espíritu Santo increado; el Padre incomprensible, el Hijo incomprensible y el Espíritu Santo incomprensible; el Padre eterno, el Hijo eterno y el Espíritu Santo eterno. Y, sin embargo, no hay tres eternos, sino un eterno; como tampoco hay tres increados, ni tres incomprensibles, sino un increado y un incomprensible. En igual manera el Padre es todopoderoso, el Hijo todopoderoso y el Espíritu Santo todopoderoso; y sin embargo, no hay tres todopoderosos, sino un todopoderoso. Así el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, sin embargo, no hay tres Dioses sino un Dios.”

Sería difícil concebir mayor número de contradicciones y falta de concordancia expresadas en tan pocas palabras.

La Iglesia de Inglaterra enseña en la actualidad el siguiente concepto ortodoxo de Dios: “No hay sino un Dios viviente y verdadero, sempiterno, sin cuerpo, partes o pasiones; de infinito poder, sabiduría y bondad.” La inmaterialidad de Dios, que estas declaraciones de fe sectaria afirman, se opone directamente a las Escrituras; y las revelaciones de la persona y atributos de Dios, cual se ha mostrado por los pasajes ya citados, la refutan por completo.

Nosotros afirmamos que negar la materialidad de la persona de Dios es negar a Dios; porque una cosa sin partes carece de cuerpo, y un cuerpo inmaterial no puede existir. (Apéndice II:9) La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días proclama que el Dios incomprensible, falto de “cuerpo, partes o pasiones”, es algo imposible de existir; y sostiene su creencia en el Dios viviente y verdadero de las Escrituras y las revelaciones, y a él rinde homenaje. _

REFERENCIAS

Dios es un Personaje.— Nótese que no siempre se indica aquí la distinción entre el Padre Eterno o Elohim, y el Hijo quien es Jehová o Jesucristo. En algunas versiones castellanas Jehová se traduce Señor, del latín “Dominus”; en otras se usa el nombre Jehová, tomado del original hebreo Yahweh. La combinación Señor Dios o Jehová Dios indica las personas de Elohim y Jehová, o sea el Padre y el Hijo. Véase “Jesús el Cristo”, capítulo 4.

El hombre a imagen de Dios— Gén. 1:26, 27; 5:1.

  • A imagen de Dios es hecho el hombre; y de allí la atrocidad del homicidio—Gén. 9:6.
  • Los hombres formados a la semejanza de Dios—Sant. 3:9. Cristo, el cual es la imagen de Dios—2 Cor. 4:4; Col. 1:15; Fil. 2:6.
  • El Hijo es la misma imagen de la persona del Padre—Heb. 1:3. Jesús dijo: El que me ve, ve al que me envió—Juan 12:45. Jesús dijo a Felipe: El que me ha visto, ha visto al Padre— Juan 14:9.
  • Cristo tomaría sobre sí la forma de hombre según la cual el hombre fué creado en el principio, a semej anza de Dios — Mosíah 7:27.
  • El hombre fué creado a imagen de Dios—Alma 18:34.
  • Jesucristo, antes de encarnar, se mostró al hermano de Jared, diciendo: ¿Ves cómo has sido creado a mi propia imagen? —Ether 3:15.
  • El hombre fué creado según la imagen y semejanza de Dios— D. y C. 20:18.
  • El Padre y el Hijo tienen cada cual un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre—D. y C. 130:22.
  • Moisés, a semejanza del Unigénito—Moisés 1:6.
  • El hombre hecho a imagen de Dios y del Unigénito—Moisés 2:27.
  • Dios creó al hombre a imagen de su propio cuerpo—Moisés 6:9.
  • Varón y hembra formados a imagen de los Dioses—Abrahán 4:27.
  • Y hablaba Jehová (el Señor) a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero—Exo. 33:11; véase también Núm. 12:8; Deut. 34:10.
  • Moisés, Aarón y otros, junto con los setenta ancianos, vieron al Dios de Israel.—Exo. 24:10.
  • Moisés vió a Dios cara a cara y habló con él—Moisés 1:2, 11.
  • José Smith vió al Padre y al Hijo—P. de G. P. pág. 46.
  • José Smith y Sídney Rigdon vieron al Hijo a la diestra de Dios— D. y C. 76:23.
  • José Smith y Oliverio Cówdery vieron al Señor en el templo de Kírtland—D. y C. 110:2.
  • Dios es un Ser de Partes y Pasiones
  • Jehová (el Señor) habló a Moisés cara a cara—véanse los pasajes ya mencionados. Y boca a boca—Núm. 12:8; véase también Moisés, caps. 1-5.
  • Adán y Eva oyeron la voz del Señor—Gén. 3:8; oyóla Caín— Gén. 4:9; Moisés, Aarón y María—Núm. 12:4; la multitud de los israelitas—Deut. 5:22.
  • Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso—Exo. 20:5.
  • Jehová (el Señor) cuyo nombre es celoso, Dios celoso es—Exo. 34:14; véase también Deut. 4:24; Jos. 24:19.
  • Jehová es un Dios celoso; su furor puede irritarse—Deut. 6:15.
  • El furor de Jehová se encendió contra Israel—Jue. 2:14; 3:8; véase también 2 R. 13:3; Isa. 30:27.
  • Jehová provocado a ira—Jer. 7:19, 20; véase también 1 R. 22:53.
  • La ira de Dios se manifiesta contra la iniquidad—Rom. 1:18; véase también Apo. 15:1, 7; D. y C. 1:9.
  • Vi que la ira de Dios se derramó—1 Nefi 14:15.
  • Estas son cosas que aborrezco, dice Jehová-—Zac. 8:17.
  • La tierna misericordia del Señor abriga a todos—1 Nefi 1:20.
  • La misericordia del Padre hacia los gentiles—3 Nefi 16:9.
  • Jehová (el Señor) usa de misericordia—Exo. 20:6.
  • Se dice que Jehová es misericordioso, clemente, sufrido, grande en benignidad y bondad; que perdona, pero de ningún modo justifica, al malvado—Exo. 34:6, 7.
  • Dios misericordioso es Jehová tu Dios—Deut. 4:31; véase también 7:9.
  • Dios es propicio, clemente, misericordioso, tardo para la ira, de mucha benignidad—Neh. 9:17; véase también Sal. 116:5; Sant. 5:11.
  • Jehová (el Señor) amó a Israel—Deut. 7:8; véase también 10:15, 18; Sal. 69:16; Os. 11:1.
  • El mismo Padre os ama—Juan 16:27; véase también 1 Juan 3:1.
  • Dios es amor—1 Juan 4:8-11, 16, 19.
  • Envuelto para siempre por el amor del Señor—2 Nefi 1:15.
  • La bondad de Dios; su sabiduría, paciencia, etc.—Mosíah 4:6.
  • En Dios abundan la misericordia, justicia, gracia, verdad, paz— D. y C. 84:102.
  • ¿Hay para Dios alguna cosa difícil?—-Gén. 18:14.
  • Incomprensibles son los juicios de Dios, sus caminos inescrutables—Rom. 11:33.
  • Jehová, el Dios de los Dioses, sabe—Jos. 22:22.
  • Jehová (el Señor) por su sabiduría fundó la tierra—Prov. 3:19.
  • Conocidas son del Señor todas sus obras—Hech. 15:18; véase también Sal. 139; Prov. 5:21.
  • La gloria de Dios es la inteligencia.—D. y C. 93:36.
  • Todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe—2 Nefi 2:24.
  • Para Dios todas las cosas son posibles—Mat. 19:26; véase Job 42:2; Jer. 32:17.
  • El Señor gobierna y comprende todas las cosas—D. y C. 88:40, 41.

La Santa Trinidad—Tres Personajes

  • El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo señalados individualmente —Luc. 3:22; véase también Mat. 3:16, 17; Juan 1:32, 33; 15:26; Hech. 2:33; 1 Ped. 1:2.
  • El bautismo se debe administrar en los nombres de los Tres— Mat. 28:19; 3 Nefi 11:25; D. y C. 20:73.
  • El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—3 Nefi 11:27; 36.
  • El Espíritu Santo da testimonio del Padre y del Hijo—3 Nefi 28:11; D. y C. 20:27.
  • Padre, Hijo y Espíritu Santo—D. y C. 20:28.
  • Lar-comisión para bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—D. y C. 68:8.

Idolatría

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