Los Artículos de Fe

Introducción a los Artículos de Fe


Los Artículos de Fe

Ya se han escrito comentarios extensos y profundos sobre estas trece joyas doctrinales. En 1899, el apóstol James E. Talmage escribió el libro Un estudio de los Artículos de Fe. Poco antes de su muerte en 1985, el apóstol Bruce R. McConkie escribió Un nuevo testigo de los Artículos de Fe, el cual, al igual que el libro de Talmage, trató la doctrina de cada artículo con gran detalle. ¿Qué más podríamos añadir nosotros? Ciertamente, el estudiante del evangelio tiene más que suficiente material explicativo sobre este tema. De hecho, estos trece versículos pueden ser los más examinados de todas las comunicaciones personales de José Smith. Han sido estudiados, memorizados, puestos en música y canonizados.

Aunque los comentarios apostólicos podrían copiarse aquí para el lector, el volumen de material podría resultar prohibitivo. Nuestra intención es ofrecer un enfoque ligeramente diferente al de un tratamiento puramente doctrinal. ¿Y si analizáramos los Artículos de Fe en su contexto histórico? ¿Y si los examináramos como uno de los primeros ejemplos del Profeta interactuando con los medios de comunicación? Presentar nuestras creencias a otros, especialmente a los medios, es una habilidad crucial que depende del momento histórico. Los periódicos de la época de José Smith se interesaban en asuntos distintos a los de los medios de comunicación actuales. Las ideas religiosas predominantes han ido cambiando con el tiempo.

Antecedentes históricos

A José Smith siempre se le hacían preguntas sobre el mormonismo. Investigadores y reporteros viajaban grandes distancias para entrevistar al hombre que afirmaba ser un profeta moderno. La mayoría de estas personas no eran buscadoras de la verdad, sino buscadoras de una historia. Las preguntas y entrevistas eran incesantes y con el tiempo se volvieron agotadoras para el Profeta. Él sentía que estaba “repitiendo lo mismo mil veces, una y otra vez” (Historia de la Iglesia, 3:28–30).

Los periódicos de la época estaban llenos de historias acerca de la nueva y extraña religión. La mayoría de estos artículos eran negativos y difamatorios. El Profeta encargó a otros que respondieran a estas falsedades y, en ocasiones, él mismo se tomó el tiempo para responderlas. De una manera u otra, el Profeta siempre estaba respondiendo a los medios de comunicación. Los Artículos de Fe provienen de la famosa “Carta a Wentworth”, la respuesta del Profeta al editor de periódico John Wentworth.

José Smith

1 de marzo de 1842.—A solicitud del señor John Wentworth, editor y propietario del Chicago Democrat, he escrito el siguiente bosquejo del surgimiento, progreso, persecución y fe de los Santos de los Últimos Días, de los cuales tengo el honor, bajo Dios, de ser el fundador. El señor Wentworth dice que desea proporcionar este documento al señor Bastow, un amigo suyo que está escribiendo la historia de New Hampshire. Como el señor Bastow ha tomado las medidas adecuadas para obtener información correcta, todo lo que le pediré es que publique el relato completo, sin adornos y sin tergiversaciones (Historia de la Iglesia, 4:536–541).

El Profeta escribió entonces una historia completa del surgimiento de la Iglesia, que incluía su historia personal, el rápido crecimiento de la Iglesia, las persecuciones sufridas, el esfuerzo misional mundial y, finalmente, los trece Artículos de Fe.

Nuestros Artículos de Fe canonizados no son la única ocasión en que el Profeta se tomó el tiempo para responder preguntas. En mayo de 1838, se dedicó a escribir las preguntas más comunes y a darles respuesta. En esencia, fue su respuesta a los medios de comunicación en 1838:

Las respuestas del Profeta a varias preguntas.

José Smith

Martes, 8.—Pasé el día con el élder Rigdon visitando al élder Cahoon en el lugar que había elegido para su residencia, y atendiendo algunos de nuestros asuntos privados y personales; también por la tarde respondí las preguntas que con frecuencia se me habían hecho durante mi penúltimo viaje de Kirtland a Misuri, tal como fueron impresas en el Elders’ Journal, tomo I, número 2, páginas 28 y 29, a saber:

Primera.—“¿Cree usted en la Biblia?”

Si lo hacemos, somos el único pueblo bajo el cielo que lo hace, pues no hay ninguna de las sectas religiosas de la actualidad que crea en ella.

Segunda.—“¿En qué se diferencian ustedes de otras sectas?”

En que creemos en la Biblia, mientras que todas las demás sectas profesan creer en sus interpretaciones de la Biblia y en sus credos.

Tercera.—“¿Serán condenados todos, excepto los mormones?”

Sí, y una gran parte de ellos también, a menos que se arrepientan y practiquen la rectitud.

Cuarta.—“¿Cómo y dónde obtuvo usted el Libro de Mormón?”

Moroni, quien depositó las planchas en un cerro en Manchester, condado de Ontario, Nueva York, después de haber muerto y resucitado, se me apareció y me dijo dónde se encontraban, y me dio instrucciones de cómo obtenerlas. Las obtuve, junto con el Urim y Tumim, mediante los cuales traduje las planchas; y así vino el Libro de Mormón.

Quinta.—“¿Cree usted que José Smith, hijo, sea un profeta?”

Sí, y todo otro hombre que tenga el testimonio de Jesús. Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía. —Apocalipsis 19:10.

Sexta.—“¿Creen los mormones en tener todas las cosas en común?”

No.

Séptima.—“¿Creen los mormones en tener más de una esposa?”

No, no al mismo tiempo. Pero creen que si su compañera muere, tienen derecho a volver a casarse. Sin embargo, desaprobamos la costumbre, que ha ganado terreno en el mundo y que se ha practicado entre nosotros para nuestra gran mortificación, de casarse cinco o seis semanas, o incluso dos o tres meses, después de la muerte de su compañera. Creemos que se debe mostrar el debido respeto a la memoria de los muertos y a los sentimientos tanto de los amigos como de los hijos.

Octava.—“¿Pueden ellos [los mormones] resucitar a los muertos?”

No, ni puede hacerlo ningún otro pueblo que viva ahora o que haya vivido alguna vez. Pero Dios puede resucitar a los muertos, usando al hombre como instrumento.

Novena.—“¿Qué señales da José Smith de su misión divina?”

Las señales que Dios se complace en permitirle dar, conforme a lo que Su sabiduría considere mejor, a fin de que Él pueda juzgar al mundo de acuerdo con Su propio plan.

Décima.—“¿No era José Smith un buscador de tesoros?”

Sí, pero nunca fue un trabajo muy rentable para él, pues solo ganaba catorce dólares al mes.

Undécima.—“¿No robó José Smith a su esposa?”

Pregúntenle a ella; era mayor de edad y puede responder por sí misma.

Duodécima.—“¿Tienen que entregar su dinero las personas cuando se unen a su Iglesia?”

No se requiere nada más que contribuir con su parte proporcional a los gastos de la Iglesia y ayudar a los pobres.

Decimotercera.—“¿Son los mormones abolicionistas?”

No, a menos que liberar a las personas del sacerdocio falso y a los sacerdotes del poder de Satanás deba considerarse abolición. Pero no creemos en liberar a los negros.

Decimocuarta.—“¿No incitan ellos a los indios a la guerra y a cometer depredaciones?”

No, y quienes difundieron esa historia sabían que era falsa cuando la pusieron en circulación. Estos y otros informes similares son impuestos al pueblo por los sacerdotes, y esta es la única razón por la que alguna vez pensamos en responderlos.

Decimoquinta.—“¿Bautizan los mormones en el nombre de ‘Joe’ Smith?”

No; pero aun si lo hicieran, sería tan válido como el bautismo administrado por los sacerdotes sectarios.

Decimosexta.—“Si la doctrina mormona es verdadera, ¿qué ha sido de todos los que murieron desde los días de los Apóstoles?”

Todos aquellos que no han tenido la oportunidad de oír el Evangelio y de ser ministrados por un hombre inspirado en la carne, deben recibirla después, antes de que puedan ser finalmente juzgados.

Decimoséptima.—“¿No profesa ‘Joe’ Smith ser Jesucristo?”

No; pero profesa ser Su hermano, como todos los demás Santos lo han hecho y lo hacen ahora: Mateo 12:49–50: “Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos; porque cualquiera que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”.

Decimoctava.—“¿Hay algo en la Biblia que nos autorice a creer en revelación en la actualidad?”

¿Hay algo que no nos autorice a creerlo? Si lo hay, hasta ahora no hemos podido encontrarlo.

Decimonovena.—“¿No está completo el canon de las Escrituras?”

Si lo está, entonces hay una gran deficiencia en el libro, o de otro modo lo habría dicho.

Vigésima.—“¿Cuáles son los principios fundamentales de su religión?”

Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los Apóstoles y Profetas acerca de Jesucristo: que murió, fue sepultado y resucitó al tercer día, y ascendió al cielo; y todas las demás cosas que pertenecen a nuestra religión son solo apéndices de esto. Pero junto con ello, creemos en el don del Espíritu Santo, el poder de la fe, el disfrute de los dones espirituales conforme a la voluntad de Dios, la restauración de la casa de Israel y el triunfo final de la verdad.

Publiqué las respuestas anteriores para ahorrarme la molestia de repetir lo mismo mil veces, una y otra vez. (Historia de la Iglesia, 3:28–30)

Responder a los medios de comunicación hoy

“Los miembros de la Iglesia tienen una oportunidad sin precedentes de ser una fuerza para el bien al ayudar a aclarar conceptos erróneos acerca de lo que no somos y al aumentar la comprensión de los demás sobre quiénes somos y qué creemos.

“A medida que las personas aprenden más acerca de las creencias de los Santos de los Últimos Días, pueden ver algunas diferencias claras y, al mismo tiempo, encontrar puntos de coincidencia inesperados sobre los cuales edificar mejores relaciones.”

Recursos en línea

“La Iglesia ha creado recursos en línea que pueden ser útiles para que los miembros los compartan con quienes tengan preguntas.”

  • Mormon.org
  • Mormon.org/Jesus-Christ
  • Mormonnewsroom.lds.org
  • LDS.org
  • Liahona.LDS.org

Sugerencias útiles

“Presuma lo mejor
“Puede resultar intimidante cuando alguien hace preguntas profundas sobre nuestra fe. Sin embargo, en la mayoría de los casos, las personas simplemente sienten curiosidad. No se ponga a la defensiva.”

“Escuche con atención
“El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, ha enseñado que el don del discernimiento funciona mejor cuando escuchamos. Para comprender realmente la pregunta y la intención, haga preguntas aclaratorias y esté preparado para escuchar tanto como para hablar.”

“Respete la agencia
“Todas las personas poseen la agencia moral otorgada por Dios. Por lo tanto, podemos invitar o incluso persuadir, pero no debemos presionar ni coaccionar.”

“Evite la jerga de la Iglesia
“Evite la terminología o jerga de los Santos de los Últimos Días que puede sonar extraña, como ‘barrio’, ‘noche de hogar’ o ‘Palabra de Sabiduría’. Si utiliza estos términos, explíquelos sin esperar a que le pregunten.”

“Use el nombre completo de la Iglesia
“Siempre que sea posible, utilice el nombre completo de la Iglesia al menos una vez y desde el inicio de la conversación. Hay poder en el nombre de la Iglesia, así que explíquelo. Dice mucho acerca de quiénes somos.”
(“Answering Questions About Our Faith”, Michael Otterson, director gerente del Departamento de Asuntos Públicos de la Iglesia)


M. Russell Ballard

Recientemente vi una investigación sobre cómo otras personas perciben a los miembros de la Iglesia. Desde hace mucho tiempo me ha interesado este tema porque he tenido cierta participación en la obra misional en mis asignaciones en la Iglesia. Saber cómo nos ven los demás es una parte importante para comprender la mejor manera de explicarnos. Este estudio en particular hizo una observación interesante: sugería que los miembros de nuestra Iglesia a veces pueden parecer muy defensivos ante quienes no son miembros. Un encuestado incluso llegó a decir que, cuando los mormones explican sus creencias, su lenguaje sugiere que están esperando críticas.

No era la primera vez que escuchaba una observación de ese tipo. Pero cuanto más he reflexionado al respecto, más la entiendo. Si no tenemos cuidado, podemos transmitir un sentido de actitud defensiva en nuestras comunicaciones con los demás…

Una de las razones por las que este tema es relevante hoy es porque la Iglesia se está fortaleciendo. En los Estados Unidos, ahora somos la cuarta iglesia más grande. Los Santos de los Últimos Días están en todas partes, en comunidades de costa a costa y de norte a sur. Aunque nuestros números pueden estar más concentrados en el oeste, cada vez es más común que las personas del país conozcan personalmente a un Santo de los Últimos Días. Además, muchos miembros de la Iglesia han alcanzado prominencia social. Un artículo reciente de la revista Time sobre la Iglesia destacó este hecho e incluyó varias fotografías de Santos de los Últimos Días destacados.

Esta prominencia por sí sola garantiza que se hablará cada vez más de la Iglesia y que los Santos de los Últimos Días se encontrarán con mayor frecuencia participando en conversaciones sobre el Evangelio. Por eso he elegido este tema. Es necesario ser honestos, abiertos, francos, accesibles, respetuosos de las opiniones ajenas y completamente no defensivos respecto de las propias. (Discurso de graduación de BYU, 13 de agosto de 2009)


Artículo 1

Creemos en Dios el Padre Eterno, y en Su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.


Este artículo declara nuestra creencia con respecto a la naturaleza de Dios. A primera vista parecería un tema sencillo, pero la verdadera naturaleza de Dios ha sido tan eficazmente oscurecida por Satanás que llegó a confundir incluso a los más grandes teólogos de la época de José Smith. Al poner las cosas en su debido lugar, las revelaciones del Profeta han quitado el misterio de la Trinidad del cristianismo:
“El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos tan tangible como el del hombre; el Hijo también; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino que es un personaje de espíritu” (D. y C. 130:22).

Un principio fundamental de la fe mormona es que debe basarse en la verdadera naturaleza de Dios.

José Smith

“Son necesarias tres cosas para que cualquier ser racional e inteligente pueda ejercer fe en Dios para vida y salvación. Primero, la idea de que Él realmente existe. Segundo, una idea correcta de Su carácter, perfecciones y atributos. Tercero, un conocimiento real de que el curso de vida que está siguiendo es conforme a Su voluntad”. (Lectures on Faith, lección 3, versículos 2–5, pág. 32)

Repetimos el segundo concepto: que el hombre debe ejercer fe en Dios con “una idea correcta de Su carácter, perfecciones y atributos”. Los Santos de los Últimos Días ponen gran énfasis en la idea de que el hombre debe esforzarse por llegar a ser como Dios. Sin embargo, es bastante difícil llegar a ser como Dios si no se tiene idea alguna de cómo es Él. ¿Cuáles son Sus características? ¿Tiene un cuerpo, o es una fuerza difusa y nebulosa para el bien esparcida por todo el universo? ¿Con qué principios gobierna? ¿Es misericordioso o punitivo? ¿Está interesado y activamente involucrado en los asuntos del hombre, o se limita a observarlos desde la distancia?

Estas ideas son cruciales. Es necesario conocer las cualidades de Dios, la naturaleza de Su persona, los principios de Su gobierno, etc. De lo contrario, ¿cómo podríamos esforzarnos por llegar a ser como Él? Esto recuerda a quienes, con ligereza, dicen: “¿Qué haría Jesús?”, sin haber estudiado a Jesús lo suficiente como para tener alguna idea de lo que Él haría. ¿Cómo podemos procurar ser como Dios si no sabemos cómo es Dios? Debemos comprender a Dios para adorarlo. El ejercicio de la fe es más poderoso para el hombre que sabe a quién está adorando.

La verdad suele ser sencilla. Los pseudo-intelectuales no toleran la simplicidad. ¿Cómo impresionar a otros con la destreza intelectual si no hay nada complicado en el principio? Así que Satanás, sacerdotes y eruditos hicieron más compleja la idea y la naturaleza de Dios. Como lo expresa un teólogo moderno:
“Las Personas no son separadas y distintas exactamente del mismo modo que lo son las personas humanas. Están unidas en un vínculo misterioso de tal manera que las tres juntas comprenden la plenitud de la Deidad, y cualquiera de las tres es también la plenitud de la Deidad”.

Este misterio que desafía la mente resulta excesivo para algunos:
“Debido a que esta… enseñanza es tan misteriosa y, por lo tanto, está más allá de la capacidad de los seres humanos para comprenderla plenamente, algunos estudiantes de la Biblia reaccionan diciendo que es confusa, ilógica y antibíblica”.

Credo Atanasiano (ca. siglo VIII)

“Adoramos a un solo Dios en Trinidad, y a la Trinidad en unidad, sin confundir las personas ni dividir la sustancia. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo. Pero la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una sola, igual la gloria, igual la majestad. Tal como es el Padre, así es el Hijo, y así es el Espíritu Santo. El Padre es increado, el Hijo es increado, el Espíritu Santo es increado. El Padre es infinito, el Hijo es infinito, el Espíritu Santo es infinito. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el Espíritu Santo es eterno. Y sin embargo, no son tres seres eternos, sino un solo Ser eterno. Asimismo, no son tres seres increados ni tres seres infinitos, sino un solo Ser increado y un solo Ser infinito. De igual manera, el Padre es omnipotente, el Hijo es omnipotente y el Espíritu Santo es omnipotente. Y sin embargo, no son tres seres omnipotentes, sino un solo Ser omnipotente. Así, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Y sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios…”.

Confesión de Fe de Westminster (1646 d.C.)

“Hay un solo Dios vivo y verdadero, el cual es infinito en ser y perfección, espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, partes ni pasiones… En la unidad de la Deidad hay tres Personas, de una misma sustancia, poder y eternidad: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo…”.

Los concilios de expertos religiosos definieron la naturaleza de Dios para todo el cristianismo. Sus credos nos dicen qué creer. Representan la obra combinada de grandes eruditos y sacerdotes. Podemos imaginarnos grandes salones llenos de hombres finamente ataviados que, desde una posición condescendiente, definen la naturaleza de Dios para el hombre común.

En la primavera de 1820, un muchacho común, Joseph Smith, tuvo una experiencia en una Arboleda Sagrada que le enseñó más acerca de la verdadera naturaleza de Dios y de Jesucristo que lo que miles de eruditos lograron en miles de años.

En un instante de revelación real, los credos del cristianismo se derrumban y se desvanecen como la paja llevada por el viento. ¡Un solo testigo ocular vale más que un arca de Noé llena de eruditos, sacerdotes, lingüistas y expertos! José había visto realmente a Dios. Él sabía. Él oyó. Él sintió. Él vio. En esta epifanía suprema, José disipa la oscuridad de las edades. Él es quien puede decirnos cuál es la naturaleza del Dios al que adoramos.

José Smith

“Todo lo que deseo es obtener la verdad sencilla, desnuda, y la verdad completa.

Muchos hombres dicen que hay un solo Dios; que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. Yo digo que, de cualquier modo, ese es un Dios extraño: ¡tres en uno y uno en tres! Es una organización curiosa. ‘Padre, no ruego por el mundo, sino por los que me diste’. ‘Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros’. Según el sectarismo, todos han de ser apiñados en un solo Dios. Sería el Dios más grande de todo el mundo. Sería un Dios maravillosamente grande: sería un gigante o un monstruo”.
(Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 372)

José Smith

“Pedro y Esteban testifican que vieron al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios. Cualquier persona que haya visto los cielos abiertos sabe que hay tres personajes en los cielos que poseen las llaves del poder, y uno de ellos preside sobre todos”.
(Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312)

José Smith

“Dios mismo fue una vez como nosotros somos ahora, y es un Hombre exaltado y se sienta entronizado en esos cielos allá arriba… Si lo vieran hoy, lo verían como un hombre en forma, como ustedes en todo aspecto: imagen, figura y forma; porque Adán fue creado precisamente a la manera, imagen y semejanza de Dios, y recibió instrucción de Él, y caminó, habló y conversó con Él, tal como un hombre habla y se comunica con otro”.
(Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 345)


Artículo 2

Creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán.


Contexto histórico

En la época de José Smith, ¿qué creían las personas acerca de la doctrina del pecado original y la Caída de Adán?

The New England Primer fue un libro de texto utilizado por estudiantes en Nueva Inglaterra y en otros asentamientos ingleses de Norteamérica. Fue impreso por primera vez en Boston en 1690 por Benjamin Harris, quien había publicado un volumen similar en Londres. Se utilizó en las escuelas hasta bien entrado el siglo XIX. Se vendieron más de cinco millones de ejemplares del libro…

The New England Primer seguía la tradición de combinar el estudio del alfabeto con la lectura de la Biblia. Introducía cada letra del alfabeto mediante una frase religiosa y luego ilustraba la frase con un grabado en madera. El manual también contenía un catecismo de preguntas y respuestas religiosas. Se hacía hincapié en el temor al pecado, el castigo de Dios y el hecho de que todas las personas tendrían que enfrentar la muerte.

Aquí hay algunos ejemplos de rimas del alfabeto que enseñaban valores morales además de la lectura:

A — En la Caída de Adán
Todos pecamos.

B — Para enmendar tu vida
A este libro atiende.

C — El gato suele jugar
Y después matar.

“Los niños aprendían a leer usando The New England Primer con sus ABC teológicos, desde la A, ‘En la Caída de Adán, todos pecamos’, hasta la Z, ‘Zaqueo subió al árbol para ver a su Señor’.

“La letra U, por ejemplo, se recordaba con: ‘La hermosa esposa de Urías hizo que David buscara su vida’. El manual fue tan popular que Benjamín Franklin lo imprimía todavía casi un siglo después”.

La frase “En la Caída de Adán, todos pecamos” parece culpar a Adán por los pecados de su posteridad. Esta idea habría estado profundamente arraigada en la mente de los habitantes de Nueva Inglaterra en la época de José Smith. Formaba parte de su educación. La doctrina del pecado original es más compleja que ese breve pareado, pero lo importante es que la instrucción religiosa en Estados Unidos enfatizaba la culpabilidad de todos a causa del pecado de uno solo.

No todas las iglesias de la época culpaban a Adán de todo pecado. La idea llegó a ser controvertida. Aunque los teólogos del momento rechazaban el “pecado original”, es posible que el hombre común no lo hiciera.

“La doctrina predominante en Nueva Inglaterra ha sido que los hombres no son culpables del pecado de Adán, y que la depravación no es parte de la sustancia del alma ni una cualidad inherente o física, sino que es totalmente voluntaria y consiste en la transgresión de la ley en circunstancias que constituyen responsabilidad y merecimiento de castigo”.
—Dr. Beecher, Controversy with the editor of the Christian Examiner in the Spirit of the Pilgrims, 1828, citado en The Biblical Repertory.

Doctrina del pecado original

“El pecado original es, según una doctrina teológica cristiana, el estado de pecado de la humanidad como resultado de la Caída del Hombre. Esta condición ha sido caracterizada de muchas maneras, que van desde algo tan insignificante como una leve deficiencia o una inclinación hacia el pecado sin culpa colectiva, a la que se hace referencia como una ‘naturaleza pecaminosa’, hasta algo tan drástico como la depravación total o la culpabilidad automática de todos los seres humanos mediante una culpa colectiva”.

Los extremos de la doctrina del pecado original sostienen que el hombre nace en pecado y es inherentemente malo, haciendo a Adán responsable de la “depravación total” del hombre mediante una “culpabilidad automática”.

“Desde aproximadamente el siglo IV, la doctrina católica ha sostenido que, debido a que los niños heredan la Caída de Adán, nacen por lo tanto en pecado. Esta creencia se basa principalmente en una interpretación errónea de dos versículos de Romanos, que dicen:
‘Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron… Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos’ (Rom. 5:12, 19; cursivas añadidas).

“Estos versículos fueron interpretados erróneamente por Agustín y otros como si significaran que toda la humanidad pecó en Adán y que, por lo tanto, los niños nacen en pecado original. Esto dio lugar al desarrollo de la práctica del bautismo de infantes, ya que se consideraba que los bebés eran legalmente pecadores por herencia”. (Robert J. Matthews, A Bible! A Bible!, Salt Lake City: Bookcraft, 1990, pág. 255)

“Martin Luther (1483–1546) afirmó que los seres humanos heredan la culpa adámica y se encuentran en un estado de pecado desde el momento de la concepción…

“También se enseña entre nosotros que, desde la Caída de Adán, todos los hombres que nacen según el curso de la naturaleza son concebidos y nacen en pecado. Es decir, todos los hombres están llenos de malos deseos e inclinaciones desde el vientre de sus madres y son incapaces por naturaleza de tener un verdadero temor de Dios y una fe verdadera en Dios…”

“John Calvin definió el pecado original en sus Institutos de la Religión Cristiana de la siguiente manera:

‘El pecado original, por lo tanto, parece ser una depravación y corrupción hereditaria de nuestra naturaleza, difundida en todas las partes del alma, que primero nos hace merecedores de la ira de Dios y luego produce en nosotros aquellas obras que la Escritura llama “obras de la carne” (Gál. 5:19)’”.

Consecuencias de la Caída

Primero, la transgresión de Adán introdujo la muerte en el mundo. Dios tenía un plan para remediar esto: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22). Irónicamente, la transgresión de Adán también trajo la vida al mundo. Si no hubiera sido por la Caída de Adán, ninguno de nosotros habría nacido. Todos estaríamos en los cielos esperando la oportunidad de tomar sobre nosotros tabernáculos de carne.

La Biblia no enseña esta doctrina. Se encuentra únicamente en el Libro de Mormón:
“Si Adán no hubiera transgredido, no habría caído, sino que habría permanecido en el jardín de Edén… y no habrían tenido hijos” (2 Nefi 2:22–23).

Esta sencilla joya de verdad acerca de la Caída lo cambia todo en la manera en que los Santos de los Últimos Días ven al padre Adán. Nos alegramos de que Adán haya caído. Eso nos dio la oportunidad de experimentar la mortalidad. No lo culpamos; lo honramos.

Segundo, la transgresión de Adán introdujo el pecado en el mundo. Dios también tenía un plan para remediar esto. En lugar de decir que la Caída de Adán trajo el pecado sobre todos nosotros, deberíamos decir que la Caída de Adán trajo la oportunidad de pecar para todos. La Caída proporciona la oportunidad de ser probados en la mortalidad, lo cual incluye la posibilidad de pecar (2 Nefi 2:22–23). La Caída expone a los mortales a las tentaciones de Satanás (Moisés 6:49) y da al hombre la agencia para escoger entre el bien y el mal (2 Nefi 2:27).

¿Qué significa esto para nosotros? ¿Podemos poner la culpa de nuestros pecados sobre la cabeza de Adán? ¿Es culpa suya cada vez que pecamos? ¡Por supuesto que no! ¿Qué clase de versión distorsionada de la justicia culparía a Adán por nuestros pecados? Tal vez sería cómodo culpar a alguien más, pero un plan así destruiría la justicia de Dios, y sabemos que la justicia de Dios no puede ser destruida o Dios dejaría de ser Dios (Alma 42:13).

F. Burton Howard

“Excusar la mala conducta culpando a otros es, en el mejor de los casos, presuntuoso y, en lo que respecta a las cosas espirituales, tiene una falla fatal, pues ‘creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán’. Esto no solo significa que no seremos castigados por lo que hizo Adán en el Jardín, sino también que no podemos excusar nuestra propia conducta señalando con el dedo a Adán o a cualquier otra persona. El verdadero peligro de no aceptar la responsabilidad de nuestras propias acciones es que, a menos que lo hagamos, quizá nunca entremos siquiera en la senda estrecha y angosta. La mala conducta que no requiere arrepentimiento puede resultar placentera al principio, pero no lo será por mucho tiempo, y nunca nos conducirá a la vida eterna”.
(Conference Report, abril de 1991, pág. 13)

Conclusión

En resumen, volvemos al pareado de The New England Primer: “En la Caída de Adán, todos pecamos”. Aunque el pecado vino después de la Caída, no podemos culpar a Adán por nuestros pecados. Quizá deberíamos revisarlo para que diga: “A causa de la Caída de Adán, Satanás nos tienta a todos”.

El hombre no es inherentemente malo. No nace en pecado, sino que posee una naturaleza dual, estando sujeto tanto a fuerzas del bien como del mal. Y cada persona debe ser responsable de cómo responde a esas fuerzas.


Artículo 3

Creemos que, por medio de la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio.


Todos pueden ser salvos

Ese es nuestro mensaje gozoso: que todos los hombres y mujeres pueden ser salvos. Los mormones no desean, como algunos nos acusan, ser los únicos en el cielo. Queremos que todos estén allí. Nos esforzamos para que todos los hombres sean dignos de recibir la mayor recompensa que la justicia divina permita.

“El Señor… a todos invita a venir a él y a participar de su bondad; y a ninguno niega que venga a él, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los gentiles; y todos son iguales ante Dios, tanto judíos como gentiles” (2 Nefi 26:33).

“Que cualquier pueblo crea que es el único en el cual Dios está interesado o al que ayuda, o que tengamos un mérito especial debido a nuestro color, raza, país o creencias —es decir, que seamos inherentemente superiores y amados por Dios sin consideración a la vida que llevamos— es una de las grandes falacias y barreras para la paz. Esta falacia existe tanto en el mito ya desacreditado de una raza aria de superhombres, como cuando aparece disfrazada de manera más sutil en nuestra propia conciencia. No debemos ser culpables de semejante falacia”.
(Franklin S. Harris Jr., The Book of Mormon: Messages and Evidences, pág. 20)

James E. Faust

“Espero que todos podamos superar cualquier diferencia de cultura [y] raza… En mi experiencia, ninguna raza ni clase parece superior a otra en espiritualidad y fidelidad… La paz espiritual no se encuentra en la raza, la cultura ni la nacionalidad, sino más bien mediante nuestro compromiso con Dios y con los convenios y las ordenanzas del Evangelio”.
(Ensign, mayo de 1995, págs. 61, 63)

LeGrand Richards

“¿No sería maravilloso que todo el mundo pudiera ver y salir de las tinieblas, como dijo Pedro, a su luz admirable, y que nosotros tengamos eso para ofrecer, e invitemos a todos los hombres en todas partes a escuchar nuestro mensaje? Y siempre digo que no hay un hombre honrado ni una mujer honrada en este mundo que realmente ame al Señor que no se uniría a esta Iglesia si supiera lo que es”. (Conference Report, abril de 1962, segundo día, sesión matutina, pág. 44)

¿Qué significa ser salvo?

Creemos en un cielo con tres grados: celestial, terrestre y telestial (D. y C. 76; 1 Corintios 15:40). En cierto sentido, todos los que heredan uno de estos tres reinos son “salvos”. Si definimos la salvación como ser librados de la muerte física y espiritual, entonces todos, excepto los hijos de perdición, son salvos.

El alma más humilde del reino telestial es salva de la muerte física mediante la resurrección; y también es salva de la muerte espiritual —la separación de la presencia de Dios— gracias a la influencia del tercer miembro de la Trinidad, el Espíritu Santo (D. y C. 76:86). Por otro lado, los hijos de perdición, aunque son salvos de la muerte física mediante la resurrección universal, no son salvos de la muerte espiritual. De ahí la escritura:
“Estos son… los únicos que no serán redimidos en el debido tiempo del Señor” (D. y C. 76:36, 38).

“Y este es el evangelio, las buenas nuevas, de las cuales dio testimonio la voz de los cielos:
Que vino al mundo, sí, Jesucristo, para ser crucificado por el mundo, y para llevar los pecados del mundo, y para santificar al mundo y limpiarlo de toda injusticia;
A fin de que por medio de él todos los que el Padre hubiera puesto en su poder y hecho por él pudieran ser salvos” (D. y C. 76:40–42).

Para ser justos, la salvación en el reino telestial no es de lo que Joseph Smith está hablando en el tercer Artículo de Fe. Él se refiere a ser salvos “en el reino de Dios”, es decir, en el reino celestial. Esta es una distinción importante.

Además, exaltación y salvación no son lo mismo. La exaltación se refiere al grado más alto de gloria dentro del reino celestial:
“Y para obtener el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [lo que significa el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio]; y si no lo hace, no puede obtenerlo” (D. y C. 131:2–3).

El matrimonio en el templo es la ordenanza que capacita a una persona para la exaltación. Sin él, una persona puede ser salva, pero no puede ser exaltada.

En la teología SUD, es correcto hablar de la salvación en términos de cualquiera de los tres reinos de gloria. Sin embargo, con mayor frecuencia el término se refiere a una recompensa celestial. En ocasiones, incluso se utiliza para referirse al grado más alto del reino celestial. Si usamos el término salvación de tantas maneras distintas, quizá otros cristianos hagan lo mismo.

¿Qué significa ser salvo?

Eso depende de a quién se le pregunte y de su comprensión del término salvación. Demasiadas conversaciones con nuestros amigos cristianos han sido innecesariamente confrontativas porque usamos el término salvación de manera diferente. Necesitamos partir de un terreno común al hablar de la salvación y de sus requisitos.

La mayoría de los cristianos piensan en la salvación en términos de ir al cielo. No tienen una visión compleja de cómo es el cielo, y suelen referirse al estado inmediato del alma después de la muerte. Lo que nosotros llamamos paraíso de los espíritus es, para ellos, el cielo cristiano. No imaginan un destino diferente después de la resurrección. No creen en tres grados de gloria en la resurrección. Su doctrina simplemente no llega hasta allí. No comprenden cómo Dios recompensará al hombre conforme a sus obras. La recompensa es cielo o infierno. Así de sencillo.

La falta de comunicación y los malentendidos han nublado muchas discusiones sobre este tema. Para los mormones, el término salvación generalmente significa ser salvo en el reino celestial. El hombre justo va al paraíso de los espíritus, espera la resurrección y luego es resucitado y juzgado conforme a sus obras, recibiendo una recompensa basada en su fe y en su obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio.

Gordon B. Hinckley

“No puedo expresar suficientemente mi gratitud por la Expiación efectuada por mi Salvador y mi Redentor. Mediante Su sacrificio, al culminar una vida de perfección —un sacrificio ofrecido con un dolor indecible— se rompieron las ligaduras de la muerte, y la resurrección de todos quedó asegurada. Más aún, las puertas de la gloria celestial se han abierto a todos los que acepten la verdad divina y obedezcan sus preceptos”. (“My Testimony”, Ensign, noviembre de 1993, pág. 52)

Salvación únicamente en el nombre de Cristo

No hay otro nombre por el cual el hombre pueda ser salvo, sino únicamente en y por medio del nombre y la Expiación de Jesucristo (Hechos 4:12; Mosíah 3:17; 5:8). Sin ánimo de ofender a budistas o hinduistas, rechazamos la idea de que todas las religiones produzcan el mismo resultado, es decir, que todos los caminos conduzcan a Roma. Esta doctrina a veces es impopular y puede incluso parecer arrogante, pero no deja de ser verdadera.

Estamos obligados por la palabra de Dios a enseñar que la salvación viene solo por medio de Cristo. Dios establece las reglas. Él nos creó. Él puede decidir los requisitos para la salvación. Entendemos que sin Cristo no habría salvación (2 Nefi 9:9). El primer requisito es reconocer a Jesucristo y Su Expiación. Con el tiempo, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo. Nuestra tarea es ayudar a otros a reconocer esa verdad y a confesar Su nombre antes de que sean compelidos a hacerlo por la justicia de Dios en el día postrero.

¿Son cristianos los mormones?

Dos de las críticas modernas más frecuentes contra la Iglesia son: 1) que los mormones no son cristianos, y 2) que creemos que los mormones son las únicas personas que serán salvas.

El tercer Artículo de Fe refuta ambas críticas al afirmar que creemos que es la redención salvadora de Cristo por la cual todos pueden ser salvos.

Una vez más, se trata de un asunto de terminología y semántica. ¿Quién decide qué es un cristiano? ¿No es cristiano aquel que cree en Jesucristo y lo sigue? ¿O debe la definición ser más complicada que eso? Algunos han intentado explicar por qué los mormones no son cristianos imponiendo su propia definición de cristianismo al mundo y luego tergiversando la doctrina mormona conforme a esa definición:

“La razón por la que el mormonismo no es cristiano es porque niega una o más de las doctrinas esenciales del cristianismo. Entre las doctrinas esenciales (que hay un solo Dios en toda la existencia; que Jesús es divino, Dios hecho carne; que el perdón de los pecados es solo por gracia [Ef. 2:8–9; Rom. 4:1–5]; y que Jesús resucitó corporalmente de los muertos [1 Juan 2:19; Lucas 24:39]; siendo el evangelio la muerte, sepultura y resurrección de Jesús [1 Cor. 15:1–4]), el mormonismo niega tres de ellas: cuántos dioses existen, quién es el Dios del cristianismo y Su obra de salvación…

“¿Por qué el mormonismo es una religión no cristiana? No es cristiana porque niega que exista un solo Dios, niega el verdadero evangelio, añade obras a la salvación, niega que Jesús sea el Creador increado, distorsiona la enseñanza bíblica de la Expiación y socava la autoridad y la confiabilidad de la Biblia”.

Jeffrey R. Holland

En el año 325 d. C., el emperador romano Constantino convocó el Concilio de Nicea para abordar, entre otras cosas, el creciente problema de la supuesta “trinidad en unidad” de Dios. Lo que surgió de las acaloradas contiendas entre clérigos, filósofos y dignatarios eclesiásticos llegó a conocerse (después de otros 125 años y tres concilios importantes más) como el Credo Niceno, con reformulaciones posteriores como el Credo Atanasiano. Estas diversas evoluciones e iteraciones de credos —y otras que vendrían a lo largo de los siglos— declararon que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran abstractos, absolutos, trascendentes, inmanentes, consustanciales, coeternos e incognoscibles; sin cuerpo, partes ni pasiones, y que habitaban fuera del espacio y del tiempo. En tales credos, los tres miembros son personas separadas, pero constituyen un solo ser, el tan citado “misterio de la Trinidad”. Son tres personas distintas, pero no tres Dioses, sino uno solo. Las tres personas son incomprensibles y, sin embargo, es un solo Dios el que resulta incomprensible.

Coincidimos con nuestros críticos al menos en ese punto: que tal formulación de la divinidad es verdaderamente incomprensible. Con una definición tan confusa de Dios impuesta a la Iglesia, no es de extrañar que un monje del siglo IV exclamara: “¡Ay de mí! Me han quitado a mi Dios… y no sé a quién adorar ni a quién dirigirme”. ¿Cómo hemos de confiar, amar y adorar —por no decir esforzarnos por llegar a ser como— a alguien que es incomprensible e incognoscible? ¿Qué hay de la oración de Jesús a Su Padre Celestial cuando dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”?

No es nuestro propósito menospreciar la creencia de ninguna persona ni la doctrina de ninguna religión. Extendemos a todos el mismo respeto por su doctrina que pedimos para la nuestra. (Eso también es un artículo de nuestra fe.) Pero si alguien dice que no somos cristianos porque no sostenemos una visión de la Deidad propia del siglo IV o V, ¿qué diremos entonces de aquellos primeros santos cristianos, muchos de los cuales fueron testigos presenciales de Cristo viviente, y que tampoco sostenían tal visión?

…Ahora bien, a cualquiera que esté al alcance de mi voz y que se haya preguntado acerca de nuestra condición de cristianos, le doy este testimonio. Testifico que Jesucristo es el Hijo literal y viviente de nuestro Dios literal y viviente. Este Jesús es nuestro Salvador y Redentor, quien, bajo la dirección del Padre, fue el Creador de los cielos y de la tierra y de todas las cosas que en ellos hay. Testifico que nació de una madre virgen; que durante Su vida realizó poderosos milagros observados por legiones de Sus discípulos y también por Sus enemigos. Testifico que tuvo poder sobre la muerte porque era divino, pero que voluntariamente se sometió a la muerte por nosotros porque, por un período de tiempo, también fue mortal. Declaro que, en Su sumisión voluntaria a la muerte, tomó sobre Sí los pecados del mundo, pagando un precio infinito por todo dolor y enfermedad, toda aflicción y tristeza, desde Adán hasta el fin del mundo. Al hacerlo, conquistó físicamente el sepulcro y espiritualmente el infierno, y liberó a la familia humana. Testifico que resucitó literalmente del sepulcro y que, después de ascender a Su Padre para completar el proceso de esa Resurrección, se apareció repetidas veces a cientos de discípulos en el Viejo Mundo y en el Nuevo. Sé que Él es el Santo de Israel, el Mesías que un día vendrá de nuevo con gloria final para reinar en la tierra como Señor de señores y Rey de reyes. Sé que no hay otro nombre dado bajo el cielo por el cual el hombre pueda ser salvo, y que solo confiando plenamente en Sus méritos, Su misericordia y Su gracia eterna podemos obtener la vida eterna. (Ensign, noviembre de 2007, págs. 40–42)

Nefi lo expresó mejor:

“Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos conforme a nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).

Joseph Smith

“Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concerniente a Jesucristo: que murió, fue sepultado y resucitó al tercer día, y ascendió al cielo; y todas las demás cosas que pertenecen a nuestra religión son solo apéndices de ello”.
(Historia de la Iglesia, 3:30)

¿Somos salvos solo por la gracia?

¿Qué habría pasado si José Smith hubiera redactado de manera diferente el tercer Artículo de Fe? “Creemos que, por medio de la gracia de Cristo, todo el género humano puede salvarse mediante el ejercicio de la fe en Su nombre”. Esta idea es predominante en el cristianismo moderno. Es la doctrina de la “gracia solamente”, que afirma ser bíblica pero rechaza las enseñanzas de Santiago, capítulo 2.

El malentendido proviene de Efesios 2:8–9, donde se pierde el contexto del mensaje de Pablo. ¿Qué estaba tratando de enseñar? Intentaba enseñar a los judíos cristianos que no podían salvarse por sí mismos mediante la obediencia a la ley sin Cristo. La ley de Moisés no podía salvarlos. Los judíos sobreenfatizaban las obras y no comprendían la importancia de la fe. Pablo procuraba corregirlos. La doctrina moderna de la “gracia solamente” va al extremo opuesto.

Probablemente la parte más dañina de esta doctrina son las implicaciones que presenta. Si las obras no son necesarias, entonces la obediencia no es necesaria. Si creer en Cristo es todo lo que necesito para ser salvo, entonces creeré en Cristo y haré lo que quiera. ¡Qué terrible consecuencia de una doctrina falsa! El mensaje subliminal es: “Haz lo que quieras; solo cree en Cristo”. ¿Es realmente ese el mensaje que enseñaba Pablo? La lógica por sí sola basta para ver la falacia. Es una perfecta media verdad satánica. El diablo es más eficaz cuando logra que creas que eres religioso mientras en realidad haces lo que él quiere. El mensaje subyacente es:
“Comamos, bebamos y divirtámonos; no obstante, temamos a Dios… Dios nos azotará con unos pocos golpes y al final seremos salvos en el reino de Dios” (2 Nefi 28:8).

“…sabemos que es por la gracia que somos salvos, después de hacer cuanto esté a nuestro alcance”
(2 Nefi 25:23).

Obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio

“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).

La ordenanza del bautismo y la obediencia a la ley de Dios son requisitos para entrar en el reino de Dios. No se requieren ordenanzas para los otros reinos; solo para el reino celestial. Cada ordenanza del evangelio —desde el bautismo hasta el matrimonio— es específica del reino celestial. Todas las ordenanzas del templo son de naturaleza celestial. Si la meta de una persona es el reino terrestre o el telestial, entonces no necesita ordenanzas: no necesita ser bautizada, no necesita ser sellada a su cónyuge, a sus hijos o a sus padres, ni necesita recibir la investidura.

George Teasdale

Jesucristo dijo a Nicodemo que, a menos que naciera de nuevo, no podía ver el reino de Dios, y que, a menos que naciera del agua y del Espíritu, de ningún modo podría entrar en el reino de Dios. Y cuando Él, Jesús, fue a Juan para ser bautizado por él, y Juan se lo impedía, Él dijo: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”.

Hay dos principios: Cristo y el anticristo. El anticristo se opone a la doctrina de Cristo. El anticristo dice que las ordenanzas no son esenciales; Cristo dice que estas ordenanzas son esenciales. Él también dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, heredará el reino, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. De nuevo: “El que oye estas palabras mías y las hace, le compararé a un hombre que edificó su casa sobre la roca; y descendieron lluvias, y vinieron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca”; “pero el que oye estas palabras mías y no las hace, es semejante al hombre que edificó su casa sobre la arena…”. Esta es la diferencia entre el obediente y el desobediente.
(Conference Report, abril de 1899, segundo día, sesión matutina)

Boyd K. Packer

La buena conducta sin las ordenanzas del evangelio no redimirá ni exaltará a la humanidad; los convenios y las ordenanzas son esenciales.
(Let Not Your Heart Be Troubled, Salt Lake City: Bookcraft, 1991, pág. 86)

Bruce R. McConkie

Invitamos a todos los hombres, en todas partes, a venir a Cristo, a aceptarlo como el Hijo de Dios, y a obedecer las leyes que Él ha revelado, obteniendo así paz en esta vida y salvación eterna en la vida venidera. (Conference Report, octubre de 1964, sesión de la tarde, pág. 36)

Las Escrituras de los Últimos Días que explican las doctrinas de la Expiación

Me temo que los Santos de los Últimos Días no siempre aprecian cuán grande bendición han traído las Escrituras de los Últimos Días a nuestra comprensión del sacrificio expiatorio de Cristo. Ante todo, deberían agradecer que el Libro de Mormón aclare estos conceptos con claridad y sencillez. Nos enseña las consecuencias de la Caída y por qué necesitamos la salvación en primer lugar. Abre la puerta al dilema de cómo satisfacer tanto la misericordia como la justicia. Nos enseña cuál es nuestra responsabilidad individual y qué puede ser reconciliado mediante la Expiación.

“Por tanto, la redención viene por medio del Santo Mesías; porque Él es lleno de gracia y de verdad.
He aquí, Él se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer las demandas de la ley, a favor de todos aquellos que tengan un corazón quebrantado y un espíritu contrito; y a ningún otro se pueden satisfacer las demandas de la ley” (2 Nefi 2:6–7).

“Porque la expiación satisface las demandas de su justicia sobre todos aquellos a quienes no se les ha dado la ley, para que sean librados de ese terrible monstruo: la muerte y el infierno, y el diablo, y el lago de fuego y azufre, que es tormento interminable; y sean restituidos a ese Dios que les dio el aliento, el Santo de Israel” (2 Nefi 9:26).

“Porque he aquí, también su sangre expía los pecados de aquellos que han caído por la transgresión de Adán, que han muerto sin conocer la voluntad de Dios concerniente a ellos, o que han pecado por ignorancia” (Mosíah 3:11).

“Porque es necesario que se haga una expiación; pues conforme al gran plan del Dios Eterno, debe efectuarse una expiación, o de otro modo toda la humanidad inevitablemente perecería; sí, todos se han endurecido; sí, todos han caído y están perdidos, y deben perecer a menos que sea por medio de la expiación que es necesario que se haga.
Porque es necesario que haya un gran y postrer sacrificio; sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ninguna clase de ave; porque no será un sacrificio humano, sino que debe ser un sacrificio infinito y eterno…
Y he aquí, este es todo el significado de la ley, la cual apunta en todo sentido a ese gran y postrer sacrificio; y ese gran y postrer sacrificio será el Hijo de Dios, sí, infinito y eterno.
Y así Él traerá salvación a todos aquellos que crean en Su nombre; siendo este el propósito de este último sacrificio: producir las entrañas de misericordia que sobrepujan a la justicia, y proporcionar a los hombres los medios para que tengan fe para arrepentimiento.
Y así la misericordia puede satisfacer las demandas de la justicia y rodearlos con los brazos de seguridad, mientras que aquel que no ejerce fe para arrepentimiento queda expuesto a toda la ley de las demandas de la justicia; por lo tanto, solo a aquel que tiene fe para arrepentimiento se le lleva a efecto el gran y eterno plan de redención” (Alma 34:9–10, 14–16).

Por tanto, conforme a la justicia, el plan de redención no podía llevarse a cabo sino bajo las condiciones del arrepentimiento de los hombres en este estado de probación, sí, este estado preparatorio; porque si no fuera por estas condiciones, la misericordia no podría surtir efecto sin destruir la obra de la justicia. Ahora bien, la obra de la justicia no podía ser destruida; porque si así fuera, Dios dejaría de ser Dios.
Y así vemos que todo el género humano había caído y estaba bajo el dominio de la justicia; sí, de la justicia de Dios, que los consignaba para siempre a ser separados de Su presencia.
Y ahora, el plan de misericordia no podía llevarse a cabo a menos que se hiciera una expiación; por tanto, Dios mismo expía los pecados del mundo, para llevar a cabo el plan de misericordia, para satisfacer las demandas de la justicia, a fin de que Dios sea un Dios perfecto y justo, y también un Dios misericordioso. (Alma 42:13–15)

Porque así como la muerte ha pasado a todos los hombres, para cumplir el misericordioso plan del gran Creador, debe necesariamente haber un poder de resurrección, y la resurrección debe necesariamente venir al hombre a causa de la Caída; y la Caída vino a causa de la transgresión; y porque el hombre cayó, fue separado de la presencia del Señor.
Por tanto, debe necesariamente haber una expiación infinita; pues si no fuera una expiación infinita, esta corrupción no podría vestirse de incorrupción. De modo que el primer juicio que vino sobre el hombre habría permanecido por una duración interminable. Y de ser así, esta carne habría yacido para pudrirse y desmoronarse en su madre tierra, para no levantarse más.
¡Oh, la sabiduría de Dios, Su misericordia y Su gracia! Porque he aquí, si la carne no se levantara más, nuestros espíritus quedarían sujetos a aquel ángel que cayó de delante de la presencia del Dios Eterno y llegó a ser el diablo, para no levantarse más.
Y nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros vendríamos a ser diablos, ángeles de un diablo, para quedar excluidos de la presencia de nuestro Dios y permanecer con el padre de las mentiras, en miseria, como él mismo; sí, con aquel ser que engañó a nuestros primeros padres, que se disfraza casi como ángel de luz y que incita a los hijos de los hombres a combinaciones secretas de asesinato y a toda clase de obras secretas de tinieblas.
¡Oh, cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que prepara una vía para nuestra liberación del dominio de este espantoso monstruo; sí, ese monstruo, la muerte y el infierno, que yo llamo la muerte del cuerpo y también la muerte del espíritu!
Y a causa del camino de liberación de nuestro Dios, el Santo de Israel, esta muerte de la que he hablado, que es la temporal, entregará a sus muertos; esta muerte es el sepulcro.
Y esta muerte de la que he hablado, que es la muerte espiritual, entregará a sus muertos; esta muerte espiritual es el infierno; por tanto, la muerte y el infierno deben entregar a sus muertos, y el infierno debe entregar a sus espíritus cautivos, y el sepulcro debe entregar a sus cuerpos cautivos, y los cuerpos y los espíritus de los hombres serán restituidos el uno al otro; y esto es por el poder de la resurrección del Santo de Israel. (2 Nefi 9:6–12)

La resurrección… significa la reunión del alma con el cuerpo…
El alma será restituida al cuerpo, y el cuerpo al alma; sí, y cada miembro y coyuntura será restituido a su propio cuerpo; sí, ni aun un cabello de la cabeza se perderá; sino que todas las cosas serán restituidas a su forma propia y perfecta. (Alma 40:16–23)

Y Él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de toda clase; y esto para que se cumpla la palabra que dice que Él tomará sobre Sí los dolores y las enfermedades de Su pueblo.
Y tomará sobre Sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que atan a Su pueblo; y tomará sobre Sí sus enfermedades, para que Sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de saber, según la carne, cómo socorrer a Su pueblo conforme a sus enfermedades.
Ahora bien, el Espíritu conoce todas las cosas; sin embargo, el Hijo de Dios sufre según la carne, para tomar sobre Sí los pecados de Su pueblo, para borrar sus transgresiones conforme al poder de Su liberación…
(Alma 7:11–13)

Porque he aquí, Yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan si se arrepienten;
Mas si no se arrepienten, tendrán que padecer tal como Yo he padecido;
Lo cual hizo que Yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor, y sangrara por cada poro, y padeciera tanto en cuerpo como en espíritu; y quisiera no beber la amarga copa y desistir;
No obstante, gloria sea al Padre, y la bebí y terminé Mis preparativos para los hijos de los hombres. (D. y C. 19:16–19)

Escuchad a Aquel que es el Abogado ante el Padre, que está intercediendo vuestra causa ante Él,
Diciendo: Padre, mira los padecimientos y la muerte de Aquel que no cometió pecado, en quien te complaciste; mira la sangre de Tu Hijo que fue derramada, la sangre de Aquel que diste para que Tú mismo fueras glorificado;
Por tanto, Padre, perdona a estos Mis hermanos que creen en Mi nombre, para que vengan a Mí y tengan vida eterna. (D. y C. 45:3–5)


Artículo 4

Creemos que los primeros principios y ordenanzas del Evangelio son: primero, la fe en el Señor Jesucristo; segundo, el arrepentimiento; tercero, el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados; cuarto, la imposición de manos para el don del Espíritu Santo.

Cuanto menos sabe una persona acerca de la fe SUD, más probable es que pregunte sobre la poligamia, nuestra prohibición de fumar y beber, los misioneros, o los negros y el sacerdocio. A menudo, las primeras preguntas tienen que ver con temas que no constituyen doctrina central. A veces de manera inocente, a veces con mala intención, estas preguntas pierden el enfoque principal.

Con frecuencia cometemos el error de pensar que tenemos que responderlas. No es así. En lugar de ello, deberíamos responder a lo que deberían haber preguntado. Por ejemplo, uno puede decir: “Hubo una época en nuestra historia en la que se practicó la poligamia, pero eso fue hace mucho tiempo. En realidad, el enfoque de nuestra religión es Jesucristo: que debemos tener fe en Él, arrepentirnos de nuestros pecados y ser bautizados, tal como Él lo fue”. Pablo dijo que debíamos evitar “cuestiones necias e insensatas”, porque solo conducen a contiendas y disputas (2 Timoteo 2:23).

Cuando alguien pregunta sobre la masacre de Mountain Meadows, la poligamia, o los negros y el sacerdocio, por lo general estas preguntas provienen de la ignorancia, el prejuicio o la parcialidad. Tratar estos temas rara vez cambia la opinión de quienes los plantean. Al igual que las generaciones inicuas y adúlteras de dispensaciones anteriores, buscan pruebas y no verdad; buscan reprender y no creer. No debemos cometer el error de recorrer el camino que ellos quieren que recorramos.

Incluso los temas del Libro de Mormón, Joseph Smith y los profetas modernos ocupan un segundo plano frente a la doctrina de la fe, el arrepentimiento y el bautismo. Antes de empezar a construir la casa, debemos poner el fundamento. Si estamos pintando el cuadro de las creencias mormonas, debemos comenzar con la fe en Jesucristo. El grande y espacioso edificio puede carecer de fundamento, pero la Iglesia del Señor no (1 Nefi 8:26). Debemos colocar la piedra angular de Cristo; luego poner los ladrillos de la fe, el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo para mantener esa piedra angular firmemente en su lugar.

Ya en 1836, el profeta Joseph Smith aconsejó a los misioneros que “predicaran a Cristo y a Él crucificado; que no contendieran con otros a causa de su fe o de sus sistemas religiosos, sino que siguieran un curso constante” (Historia de la Iglesia, 2:431). Esto es particularmente importante al responder preguntas acerca de la Iglesia.

LeGrand Richards

“Cuando terminé mi primera misión en Ámsterdam, hace más de setenta y cinco años, fui invitado a la casa de una de las hermanas para hablar con su vecina. Cuando mi compañero y yo llegamos, la vecina estaba allí, pero también estaba su ministro. Tuvimos una pequeña diferencia de opinión sobre el sacerdocio, y allí mismo él me desafió a un debate en su iglesia el siguiente sábado por la noche.

“Cuando llegamos, la iglesia estaba llena; toda su gente estaba allí, y también toda nuestra gente. Cómo se enteraron los nuestros, no lo sé; ¡yo no les dije nada!

“El ministro se levantó y dijo: ‘Ahora bien, puesto que el señor Richards es un invitado en nuestra iglesia, le concederemos el privilegio de abrir este debate, y cada uno hablará durante veinte minutos. ¿Está de acuerdo con eso, señor Richards?’

“Yo respondí: ‘Con mucho gusto’. No se lo dije, pero habría dado la camisa que llevaba puesta por el privilegio de abrir ese debate, ¡y él me lo acababa de servir en bandeja de plata! No sabía si el Señor había tenido algo que ver con ello o no, ¡pero yo pensé que sí!

“Entonces me levanté y dije: ‘La última vez que hablé con mi amigo tuvimos una diferencia de opinión sobre el sacerdocio. Esta noche he venido preparado para tratar ese tema, pero no me propongo comenzar por allí. (Este era uno de mis puntos fuertes en la misión). Si van a construir una casa, no intentan ponerle el techo antes de tener el cimiento’. Ellos estuvieron de acuerdo, así que dije: ‘Me propongo poner el fundamento del evangelio de Jesucristo’, y escogí como texto el capítulo seis de Hebreos, donde Pablo dijo:

“Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios,
de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno” (Hebreos 6:1–2).

“Pasé rápidamente por la fe y el arrepentimiento —pensé que ellos creían en esas cosas— y hablé del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados hasta que todos estaban de acuerdo conmigo”.

“Luego llegó el turno de la imposición de manos para el don del Espíritu Santo, y eso no lo creían. Nunca encontré una iglesia, fuera de la nuestra, que creyera en ello; piensan que el Espíritu Santo viene como una brisa que sopla sobre la cabeza… Entonces les di algunas referencias más acerca de la imposición de manos para el don del Espíritu Santo y me senté.

“El ministro se levantó y habló durante veinte minutos, y no mencionó ni una sola palabra de lo que yo había dicho. Comenzó a hablar de la masacre de Mountain Meadows y de la ‘Biblia mormona’, y afirmó que José Smith había admitido que había cometido muchos errores; y luego, de la manera más cortés, dijo: ‘Ahora, si el señor Richards quiere ilustrarnos sobre estos asuntos, estoy seguro de que esta audiencia lo agradecerá mucho’.

“Yo ya estaba de pie… y dije: ‘En los días del Salvador, Sus enemigos trataron de engañarlo con astucia y artimañas. No supongo que haya alguien aquí esta noche que desee que recurramos a esas viejas tácticas’. Dije: ‘Si entiendo bien lo que es un debate, consiste en presentar argumentos y responder a los argumentos presentados. ¿Ha respondido este hombre a alguno de mis argumentos?’

“Todos dijeron: ‘No’.

“Entonces dije: ‘Muy bien, amigo mío, puede volver a usar sus veinte minutos’. No pudo hacerlo, y yo sabía que no podría.

“Finalmente, su esposa se levantó entre la audiencia y dijo: ‘Lo que el señor Richards le está pidiendo es justo. Usted debería responderle’.

“Pero no pudo hacerlo, y le dije a mi compañero: ‘Levántate y dame mi abrigo y mi sombrero’. Y dije: ‘Una oportunidad más. Estoy dispuesto a quedarme aquí hasta las diez de la mañana de mañana, cuando tenemos que estar en nuestra propia iglesia, siempre y cuando este debate pueda continuar sobre la base que usted mismo estableció. Si no, me voy a retirar, pediré a mi compañero que se retire y pediré a nuestros miembros que se retiren, y dejaremos que usted se explique con su gente por lo que ha ocurrido aquí esta noche’.

“Después de eso me lo encontré varias veces en la calle, pero bajaba la cabeza para no tener que hablar conmigo”. (“What the Gospel Teaches”, Ensign, mayo de 1982, págs. 30–31)

1. Fe

La fe significa creer en algo que es verdadero pero que no puede verse (Alma 32:21; Hebreos 11; Éter 12). En un contexto religioso, significa creer que Jesucristo es nuestro Salvador. Significa creer que Él es el Hijo de Dios aun cuando no lo hayamos visto en el cielo, de pie a la diestra de Dios. Significa creer que Jesús fue crucificado por los pecados del mundo, aun cuando no lo hayamos visto en la cruz. Significa creer que Su resurrección vence a la muerte, aun cuando no lo hayamos visto salir del sepulcro.

Ciertamente sería más fácil creer si pudiéramos ver todo esto y mucho más, pero entonces no sería fe, ¿verdad? Además, hay grandes bendiciones para quienes creen sin ver. A Tomás se le dijo:
“Tomás, porque me has visto, has creído; bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:29).

La fe es un principio de poder.

Joseph Smith

“Entendemos que el principio de poder que existía en el seno de Dios, por el cual fueron formados los mundos, era la fe; y que es a causa de este principio de poder existente en la Deidad que todas las cosas creadas existen; de modo que todas las cosas en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra existen a causa de la fe tal como existía en Él.

“Si no hubiera sido por el principio de la fe, los mundos jamás habrían sido formados, ni el hombre habría sido formado del polvo. Es el principio por el cual Jehová obra, y mediante el cual ejerce poder sobre todas las cosas, tanto temporales como eternas. Quiten este principio o atributo —porque es un atributo— de la Deidad, y Él dejaría de existir.

“¿Quién no puede ver que, si Dios formó los mundos por la fe, es por la fe que ejerce poder sobre ellos, y que la fe es el principio del poder? Y si es el principio del poder, ¿no debe serlo también en el hombre, así como en la Deidad? Este es el testimonio de todos los escritores sagrados y la lección que han procurado enseñar al hombre…

“La fe, entonces, es el primer gran principio rector que tiene poder, dominio y autoridad sobre todas las cosas”. (Lectures on Faith, 1:15–17, 24)

La fe es un principio de acción

James E. Talmage

“La fe implica tal confianza y convicción que impulsa a la acción… La creencia es, en cierto sentido, pasiva: un simple asentimiento o aceptación; la fe es activa y positiva, y comprende tal dependencia y confianza que conduce a las obras. La fe en Cristo incluye creer en Él, combinado con confiar en Él. No se puede tener fe sin creencia; sin embargo, se puede creer y aun así carecer de fe. La fe es creencia vivificada, vitalizada, una creencia viva”.
(Artículos de Fe, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1981, pág. 87)

George S. Romney

“La doctrina tal como la enseñan los Santos de los Últimos Días indica claramente que no solo es necesario creer y tener conocimiento, sino poner ese conocimiento en práctica. Más aún, la fe no es solo una creencia acompañada de acción, sino también una confianza en Dios; una creencia de tal naturaleza que podamos aceptar y hacer Su voluntad, con la seguridad de que Él cumplirá Sus promesas para con nosotros”. (Conference Report, abril de 1933, tercer día, sesión matutina, pág. 104)

2. Arrepentimiento

Arrepentirse significa cambiar: cambiar de lo malo a lo bueno, o de lo bueno a algo mejor. Significa apartarse de los caminos del mundo y volverse a los caminos de Dios. Es intercambiar lo carnal, sensual y diabólico por lo espiritual, lo santo y lo divino.

Este es nuestro mensaje. Se nos manda clamar “nada sino arrepentimiento a esta generación” (D. y C. 6:9). ¿Qué significa eso? Estamos pidiendo a las personas que cambien, lo cual va en contra de su naturaleza. A los seres humanos no les gusta cambiar; les agrada que les digan que lo están haciendo bien. Cuando los invitamos a arrepentirse, los invitamos a ir contra su naturaleza, a elevarse por encima del hombre natural, a hacer las cosas de otra manera, a guardar los mandamientos y a seguir a Dios. No es de extrañar que no siempre seamos bien recibidos. El arrepentimiento no es una idea popular.

David O. McKay

“El mensaje de estos jóvenes que van a todas partes del mundo, el mensaje de la Iglesia a todo el mundo es: Arrepiéntanse de aquellas cosas que contribuyen a la supremacía de los sentidos físicos sobre nuestro amor por la espiritualidad. ¡Por eso claman arrepentimiento! ¿Qué significa arrepentirse? Un cambio de vida, un cambio de pensamiento, un cambio de acción. Si has sido iracundo y lleno de odio, cambia ese odio y esa enemistad por amor y consideración. Si has engañado a un hermano, deja que tu conciencia te hiera y cambia eso, pídele perdón y no lo vuelvas a hacer jamás. Al cambiar así tu vida, alejándote de aquellas cosas que pertenecen al plano animal, te arrepientes de tus pecados. Si profanas a la Deidad, ¡no lo hagas nunca más! En lugar de profanar Su nombre, ¡adóralo! Y cuando ese sentimiento de cambio llega al alma, deseas nacer de nuevo, tener una vida nueva…

“Este cambio de vida, este arrepentimiento, es lo que el mundo necesita. Es un cambio de corazón. ¡Los hombres deben cambiar su manera de pensar! ¡Cambiar su manera de sentir!”
(Gospel Ideals, Salt Lake City: Improvement Era, 1953, pág. 328)

3. Bautismo

El bautismo es la primera ordenanza del evangelio. Dios requiere ordenanzas como manifestaciones externas de los convenios. Cuando somos bautizados, damos testimonio a todos —amigos y familiares, a Dios y a los ángeles, creyentes y no creyentes— de que hemos entrado en un convenio de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo. Es una demostración de nuestro compromiso. Una vez bautizados, estamos del lado del Señor. Los demás pueden esperar que nos comportemos como alguien que tiene “la determinación de servirle hasta el fin” (D. y C. 20:37).

Joseph Smith

“El bautismo es una señal para Dios, para los ángeles y para los cielos de que hacemos la voluntad de Dios; y no hay otro camino bajo los cielos que Dios haya ordenado para que el hombre venga a Él para ser salvo y entrar en el reino de Dios, sino la fe en Jesucristo, el arrepentimiento y el bautismo para la remisión de los pecados; y cualquier otro curso es en vano”. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 198)

El bautismo debe ser por inmersión

Un hombre cubierto de lodo no queda limpio cuando alguien le rocía agua en el rostro. Tampoco un espíritu es limpiado por un rociamiento simbólico. La ordenanza es un lavamiento, una limpieza y una santificación. El compromiso total requiere una inmersión total. Sin la inmersión, se pierde el simbolismo de nacer de nuevo.

El nacimiento está asociado con la sangre, el agua y el Espíritu. El agua del nacimiento es el líquido amniótico que rodea al bebé. El bautismo es un renacimiento mediante la sangre de Cristo, el agua del bautismo y el Espíritu del Espíritu Santo. En el bautismo, debemos ser sumergidos tan literalmente como un bebé lo está en el líquido amniótico en el vientre.

Joseph Fielding Smith

La manera del bautismo es por inmersión en el agua. El rociamiento o el derramamiento no se pusieron en práctica sino hasta dos o tres siglos después de Cristo, y tal práctica no fue universal sino hasta aproximadamente el siglo XIII d. C. Es necesario recurrir a la historia para encontrar estos detalles. El bautismo no puede realizarse por ningún otro medio que no sea la inmersión de todo el cuerpo en el agua, por las siguientes razones:

Es a semejanza de la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo, y de todos los demás que han recibido la resurrección.

El bautismo es también un nacimiento y se efectúa a semejanza del nacimiento de un niño a este mundo.

El bautismo no es solo una figura de la resurrección, sino que también es literalmente un trasplante o resurrección de una vida a otra: de la vida de pecado a la vida espiritual. (Doctrines of Salvation, 3 vols., editado por Bruce R. McConkie, Salt Lake City: Bookcraft, 1954–1956, 2:324)

El bautismo simboliza la remisión de los pecados

Orson Pratt

“¿Qué efecto —pregunta alguien— tiene el agua para lavar los pecados?” No tendría efecto alguno si Dios hubiera instituido otro medio; pero dado que no lo ha hecho, sino que ha mandado a los pecadores, primero, creer que Jesús es el Cristo; segundo, arrepentirse de sus pecados; y tercero, ser bautizados para la remisión de sus pecados en Su nombre, ese es el camino correcto. Y aunque el agua, independientemente de la sangre y la expiación de Cristo y del mandamiento de Dios, no tiene eficacia alguna para lavar los pecados, sin embargo tiene gran poder debido a estas cosas. (Journal of Discourses, 26 vols., Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886, 14:178–179)

“Mi bautismo fue verdaderamente una experiencia espiritual de principio a fin, y no solo para mí, sino para todos los que asistieron. Recuerdo que, al entrar en la pila bautismal, mi cuerpo se sentía eléctrico. Cuando salí del agua, los sentimientos que me invadieron fueron indescriptibles. Sabía que había sido limpiada. Me sentí tan pura como un bebé recién nacido al venir al mundo”. (Jennifer L. Thwaites, “Walking in Newness of Life”, Ensign, enero de 1999, pág. 48)

“Cuando salí del agua me sentí infinitamente pequeña, verdaderamente recién nacida, con la certeza de que mis pecados habían sido perdonados y de que estaba limpia. Y cuando fui confirmada, sentí que mi corazón se abría como un vaso puro para recibir al Espíritu Santo. Me llené de asombro, paz y humildad. Siempre estaré agradecida por esos misioneros, cuya llegada cambió toda mi vida”. (Erika Harder, “An Answer Like a Splash of Fire”, Ensign, diciembre de 1983, págs. 22–23)

“Hace varios años, en Alemania, fui testigo de la nueva vida que puede surgir como resultado de este poder. Los miembros de nuestra rama se regocijaban por la conversión de un joven padre cuya esposa ya era miembro. Cuando este joven salió de las aguas del bautismo, su expresión era radiante. Después dijo: ‘¡Estoy limpio! ¡Soy nuevo! ¡No puedo expresar el gozo que siento ahora mismo!’. Mediante su arrepentimiento y la ordenanza del sacerdocio del bautismo, había accedido al poder de la Expiación del Señor y había sido purificado”.
(Joy Saunders Lundberg, “The Priesthood: God’s Gift of Love”, Ensign, febrero de 1993, pág. 16)

4. La imposición de manos para el don del Espíritu Santo

Los dones más grandes provienen de Dios: del Padre, el don de la vida; del Hijo, el don de la Expiación; y del Espíritu Santo, el don del Espíritu. Estos son los dones más grandes del universo.

A causa de la Caída, Adán y Eva fueron expulsados de la presencia de Dios. A causa de la Caída, nosotros también estamos separados de Dios, una condición llamada muerte espiritual. El renacimiento espiritual mediante el don del Espíritu Santo vence esa separación; por medio de Su influencia, ya no estamos desterrados de Su presencia. Cuando sentimos el Espíritu, en realidad estamos en la presencia de Dios. Estamos verdaderamente en comunión con Dios, sometiéndonos a Su voluntad y siguiendo Su plan. Mediante este don, podemos llegar a ser uno con Dios (Juan 17:21).

Joseph Fielding Smith

Cuando Adán transgredió en el Jardín de Edén, murió la muerte espiritual, además de cambiar su naturaleza y traer sobre sí la mortalidad. La muerte espiritual es el destierro de la presencia de Dios, y Adán fue excluido de la presencia del Señor. Sin embargo, se le enviaron ángeles para enseñarle el plan de salvación. El período de probación terrenal fue prolongado para que pudiera arrepentirse y aceptar el plan que se le ofrecía. Mediante su arrepentimiento, bautismo y confirmación, fue llevado nuevamente a la presencia de Dios por medio del Espíritu Santo. Esta misma muerte espiritual sobreviene a todos los hombres no arrepentidos y no bautizados, y la única manera de ser llevados de la muerte espiritual a la vida espiritual es mediante la obediencia al Evangelio. (Church History and Modern Revelation, 4 vols., Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1946–1949, 1:133)

Ya no es necesario que los simples mortales luchen por saber qué deben hacer, porque “el Espíritu Santo… os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5). ¡Qué gran promesa! ¡Qué gran don! ¡Qué privilegio es sentir el Espíritu de Dios!

Diferencia entre la influencia del Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo

Cualquiera puede ser influenciado por el Espíritu Santo si está buscando la verdad, escuchando a los mensajeros de Dios o orando con sinceridad, pero no es su privilegio tenerlo siempre. Quienes disfrutan del don del Espíritu Santo pueden tener al Espíritu con ellos todo el tiempo. Para los bautizados, el Espíritu está presente salvo cuando ha sido ahuyentado. Para los no bautizados, el Espíritu está presente solo cuando ha sido invitado.

Dallin H. Oaks

La Luz de Cristo se da a todos los hombres y mujeres para que puedan distinguir entre el bien y el mal; las manifestaciones del Espíritu Santo se conceden para guiar a los buscadores sinceros hacia las verdades del Evangelio que los persuadan al arrepentimiento y al bautismo.

El don del Espíritu Santo es más amplio. El profeta Joseph Smith explicó: “Hay una diferencia entre el Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo. Cornelio recibió el Espíritu Santo antes de ser bautizado, lo cual fue el poder convincente de Dios para él de la verdad del Evangelio; pero no podía recibir el don del Espíritu Santo sino hasta después de ser bautizado. Si no hubiera tomado sobre sí esta señal u ordenanza, el Espíritu Santo que lo convenció de la verdad de Dios lo habría dejado” (Enseñanzas del Profeta José Smith, selección de Joseph Fielding Smith [1976], pág. 199; énfasis añadido).

El don del Espíritu Santo incluye el derecho a la compañía constante, para que podamos “tener siempre Su Espíritu para que esté con [nosotros]” (D. y C. 20:77).

Una miembro recién bautizada me contó lo que sintió cuando recibió ese don. Era una cristiana fiel que había dedicado su vida al servicio de los demás. Conocía y amaba al Señor, y había sentido las manifestaciones de Su Espíritu. Cuando recibió la luz adicional del Evangelio restaurado, fue bautizada y los élderes pusieron las manos sobre su cabeza y le dieron el don del Espíritu Santo. Ella recordó: “Sentí que la influencia del Espíritu Santo se posaba sobre mí con mayor intensidad de la que jamás había sentido. Era como un viejo amigo que me había guiado en el pasado, pero que ahora había venido para quedarse”.

Para los miembros fieles de la Iglesia de Jesucristo, la compañía del Espíritu Santo debería ser tan familiar que debemos tener cuidado de no darla por sentada. Por ejemplo, ese buen sentimiento que han experimentado durante los mensajes y la música de esta conferencia es un testimonio confirmador del Espíritu, disponible para los miembros fieles de manera continua. Un miembro me preguntó una vez por qué se sentía tan bien con los discursos y la música en una reunión sacramental, mientras que un invitado que había llevado ese día aparentemente no sentía lo mismo. Esta es solo una ilustración del contraste entre quien tiene el don del Espíritu Santo y está en sintonía con Sus impresiones, y quien no lo tiene, o no lo está. (“Always Have His Spirit”, Ensign, noviembre de 1996, pág. 60)

Debe conferirse por la imposición de manos

El modelo para conferir el don del Espíritu Santo fue dado por los apóstoles Pedro y Juan. Los conversos de Felipe habían sido bautizados, pero aún no habían recibido el Espíritu Santo. Así que “los apóstoles… enviaron a ellos a Pedro y a Juan… (porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos; solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús). Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:12–17).

Simón tuvo envidia de este gran poder: “Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero” (Hechos 8:19–20).

Orson F. Whitney

La imposición de manos es el método divinamente autorizado para administrar el bautismo del Espíritu… La imposición de manos para el don del Espíritu Santo fue una ordenanza en la Iglesia cristiana durante siglos. La ordenanza permaneció en la Iglesia mucho más tiempo del que permaneció el Espíritu Santo. Cipriano la menciona en el siglo III; Agustín, en el siglo IV. Sin embargo, gradualmente comenzó a descuidarse, hasta que finalmente algunas sectas la repudiaron, mientras que otras, conservando la “forma de piedad”, negaron “el poder de ella”.
(Gospel Themes, Salt Lake City: s. e., 1914, pág. 63)

Parte necesaria del bautismo

Joseph Smith

El bautismo de agua, sin el bautismo de fuego y del Espíritu Santo que lo acompañe, no sirve de nada; están necesariamente e inseparablemente unidos. Una persona debe nacer del agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 360)

Joseph Smith

Sería lo mismo bautizar un saco de arena que a un hombre, si no se hace con miras a la remisión de los pecados y a la recepción del Espíritu Santo. El bautismo por agua es solo medio bautismo y no sirve para nada sin la otra mitad, que es el bautismo del Espíritu Santo. (Historia de la Iglesia, 5:499)


Artículo 5

Creemos que un hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y por la imposición de manos, por aquellos que tienen autoridad, para predicar el Evangelio y administrar sus ordenanzas.


Básicamente, creemos que un ministro debe tener autoridad de Dios. En el cristianismo actual, esta idea parece haberse perdido. Supongamos que yo quisiera convertirme en oficial de policía. Me compro un uniforme, me coloco un arma y comienzo a arrestar personas y a poner multas de tránsito. Tarde o temprano, la gente se preguntará por mis credenciales. ¿Dónde está mi placa? ¿Estoy reconocido por el Estado como oficial? ¿Quién me dio autoridad para andar arrestando personas?

Pues bien, en el reino de Dios sucede lo mismo. No se puede andar afirmando que se tiene autoridad a menos que se esté debidamente autorizado. La autoridad no proviene de una escuela de teología. Jesucristo nunca asistió a una. Los apóstoles nunca obtuvieron un título universitario de cuatro años. Ese es el modo del mundo, no el del Señor.

En el modo del Señor, uno debe ser llamado por profecía, lo que significa por la inspiración del Espíritu Santo. Debe ser llamado por quienes son los oficiales reconocidos de la Iglesia. Y debe recibir su comisión mediante la imposición de manos.

Pablo recibió su llamamiento de esta manera. Los líderes de la Iglesia en Antioquía fueron inspirados por el Espíritu Santo para llamar a Pablo y a Bernabé a una misión:

“Ministrando éstos al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.
Ellos, enviados así por el Espíritu Santo, partieron…” (Hechos 13:2–4)

¡Eso es todo! Caso cerrado. Ese es el modo del Señor de llamar a Sus discípulos. Ese es el modelo para llamar y apartar a todos los oficiales de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

La siguiente pregunta es: ¿cómo obtuvieron su autoridad los oficiales de la Iglesia en Antioquía? La respuesta debe ser la misma manera. El asunto, entonces, es la autoridad de la Iglesia. ¿De dónde procede? Los Santos de los Últimos Días creen en una Restauración de la autoridad, no en una línea continua de sucesión desde los días de Cristo.

Orson F. Whitney

Hace muchos años, un hombre erudito, miembro de la Iglesia Católica Romana, vino a Utah y habló desde el púlpito del Tabernáculo de Salt Lake. Llegué a conocerlo bien, y conversamos con libertad y franqueza. Un gran erudito, con quizá una docena de idiomas en la punta de la lengua, parecía saberlo todo acerca de teología, derecho, literatura, ciencia y filosofía. Un día me dijo:

“Ustedes, los mormones, son todos unos ignorantes. Ni siquiera conocen la fuerza de su propia posición. Es tan fuerte que solo hay otra posición defendible en todo el mundo cristiano, y esa es la posición de la Iglesia Católica. El tema está entre el catolicismo y el mormonismo. Si nosotros estamos en lo correcto, ustedes están equivocados; si ustedes están en lo correcto, nosotros estamos equivocados; y no hay más alternativas. Los protestantes no tienen dónde apoyarse. Porque si nosotros estamos equivocados, ellos también lo están, ya que fueron parte de nosotros y salieron de nosotros; mientras que, si nosotros estamos en lo correcto, ellos son apóstatas a quienes cortamos hace mucho tiempo. Si tenemos la sucesión apostólica desde San Pedro, como afirmamos, no hay necesidad de José Smith ni del mormonismo; pero si no tenemos esa sucesión, entonces un hombre como José Smith fue necesario, y la postura del mormonismo es la única consistente. Es o la perpetuación del evangelio desde tiempos antiguos, o la restauración del evangelio en los últimos días”. (LeGrand Richards, A Marvelous Work and a Wonder, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1950, pág. 3)

Un hombre debe ser llamado por Dios

Nadie puede llamarse a sí mismo. No existe la autoelección ni la democracia de uno solo. Dios llama a quien Él quiere. Jesucristo recordó a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he ordenado” (Juan 15:16). Pablo no se nombró a sí mismo; también fue escogido por el Señor (Hechos 9). Al hablar del oficio de sumo sacerdote, se dijo: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Hebreos 5:4).

Esto parece suficientemente lógico; sin embargo, hay quienes han ignorado esta doctrina y se han tomado la honra a sí mismos. Han edificado iglesias y las han adornado. Se han establecido como una luz para el mundo y han pedido dinero a sus seguidores. El Libro de Mormón llama a esto sacerdocio falso (priestcraft):
“Porque he aquí, los sacerdocios falsos son cuando los hombres predican y se establecen a sí mismos como una luz para el mundo, para obtener ganancia y la alabanza del mundo; pero no buscan el bienestar de Sión” (2 Nefi 25:29).

David O. McKay

Aquí yace uno de los secretos de la fortaleza de esta gran obra de los últimos días. Su origen no consiste en los caprichos, los deseos ni las aspiraciones de los hombres, sino en el orden y la voluntad de Cristo mismo, el autor de nuestra salvación eterna. Si un hombre pudiera asumir el derecho de hablar en el nombre del Señor, otros hombres tendrían el mismo privilegio. Estos muchos hombres, todos presumiendo decir: “Así dice el Señor”, y sin embargo sin ver “ojo a ojo” en elementos importantes del reino de Dios, producirían inevitablemente confusión, y hombres y mujeres sinceros serían alejados, en vez de atraídos, a la Iglesia de Cristo, y finalmente sufrirían por no haber obedecido los principios de vida y salvación.

No obstante, la verdadera causa de su fracaso para aceptar estos principios eternos sería el hecho de que hombres no autorizados se arrogaron el derecho de oficiar en cosas pertenecientes a Dios. Aquí yace la explicación de la condición discordante que existe entre credos en conflicto en el llamado mundo cristiano actual. Hombres que no tienen derecho a hacerlo están oficiando en el nombre de Cristo. El resultado, por supuesto, es confusión. Cualquier otra cosa que pueda decirse del profeta Joseph Smith, debe reconocerse la fortaleza de su posición con respecto a la autoridad divina.
(Gospel Ideals: Selections from the Discourses of David O. McKay, Salt Lake City: Improvement Era, 1953, pág. 166)

Llamado por Dios, por profecía

Los oficiales de la Iglesia en Antioquía estaban ayunando y orando cuando fueron inspirados por el Espíritu Santo para llamar a Pablo y a Bernabé (Hechos 13:2–4). Ser llamado por Dios por profecía significa ser llamado por Dios mediante la inspiración del Espíritu Santo.

Los Santos de los Últimos Días están muy familiarizados con este proceso. Cuando un obispo extiende un llamamiento para servir, lo hace después de orar, a fin de obtener la voluntad de Dios. James E. Faust dijo:
“Obispos… mientras disfrutan del manto de obispo y sumo sacerdote presidente, tendrán dotaciones espirituales especiales de sabiduría, percepción e inspiración en cuanto al bienestar de su gente”. (“Power of the Priesthood”, Ensign, mayo de 1997, pág. 42)

Boyd K. Packer

Cuando existe la necesidad de que alguien sirva, los líderes lo analizan y oran al respecto, a menudo más de una vez. Buscan una confirmación del Espíritu, porque los llamamientos deben hacerse con oración y aceptarse con el mismo espíritu. (“Called to Serve”, Ensign, noviembre de 1997, pág. 7)

Gordon B. Hinckley

Contrasten el modo del Señor con el modo del mundo. El modo del Señor es silencioso; es un camino de paz; no hay ostentación ni costos monetarios. Está libre de egoísmo, vanidad o ambición. En el plan del Señor, quienes tienen la responsabilidad de seleccionar oficiales se rigen por una sola pregunta predominante: “¿A quién querría el Señor?”. Hay deliberación serena y reflexiva, y mucha oración para recibir la confirmación del Espíritu Santo de que la elección es correcta. (“God Is at the Helm”, Ensign, mayo de 1994, pág. 53)

Por la imposición de manos

La imposición de manos es una norma establecida por Dios al transferir autoridad, activar llaves del sacerdocio, conferir el don del Espíritu Santo o bendecir a los enfermos. Conecta al receptor con la autoridad de quien la administra. Es una manifestación física de una investidura espiritual. Conecta a los siervos de Dios con Dios mismo mediante una línea apropiada de autoridad.

“Muchas personas honorables, con motivos puros, han dedicado sus vidas al servicio de Cristo y de sus semejantes. Sabemos que serán abundantemente recompensadas en las eternidades por sus esfuerzos devotos y cristianos. Pero con respecto a la autoridad del sacerdocio y sus ordenanzas, ‘creemos que un hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y por la imposición de manos, por aquellos que tienen autoridad, para predicar el Evangelio y administrar sus ordenanzas’ (A de F 1:5; véase también D. y C. 42:11).

“La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no podría afirmar que es la verdadera Iglesia del Señor a menos que su propio reclamo de autoridad fuera coherente con estos principios. Nuestro testimonio es que la Iglesia cumple la norma escritural en todo sentido. José Smith fue literalmente llamado por Dios. Fue ordenado y autorizado mediante el ministerio de mensajeros celestiales. Juan el Bautista lo ordenó al Sacerdocio Aarónico, y los antiguos apóstoles Pedro, Santiago y Juan lo ordenaron al santo apostolado, confiriéndole las llaves para dirigir el reino: la autoridad para que los mortales presidan en la tierra en el nombre de Cristo como Sus representantes terrenales. Moisés, Elías y Elías el Profeta le confirieron llaves vitales (véase D. y C. 110:11–16).

“Estos poderes continúan en la Iglesia. Todos los que han sido ordenados al sacerdocio en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días lo han recibido mediante una cadena que los vincula con las ordenaciones de José Smith bajo las manos de los siervos celestiales de Dios. Las personas son llamadas mediante el espíritu de revelación por quienes poseen llaves del sacerdocio, y son ordenadas y apartadas por ellos. A su vez, llegan a ser los siervos autorizados del Señor, y sus obras son válidas y reconocidas por Dios”.
(Kent P. Jackson, “I Have a Question”, Ensign, febrero de 1995, págs. 62–63)

Por aquellos que tienen autoridad

Robert E. Wells

“Cualquier ordenanza efectuada sin esa autoridad es tan inválida como una firma falsificada en un préstamo. Muchos bautismos, confirmaciones y otras ordenanzas son realizadas por personas bien intencionadas, pero si esas personas carecen de la debida autoridad, no tienen ninguna promesa de que la ordenanza será válida en esta vida ni en la venidera. Muchos, tememos, se desilusionarán al llegar al otro lado y descubrir que las ordenanzas realizadas para ellos fueron inválidas y que la autoridad que quienes las efectuaron creían tener, no existía. La sinceridad o la fe por sí solas no son suficientes”. (The Mount and the Master, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1991, pág. 201)


Artículo 6

Creemos en la misma organización que existió en la Iglesia Primitiva; a saber, apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas, etc.


El Profeta toma prestado el lenguaje de Pablo:
“Y a unos dio apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:11).

Una verdadera restauración necesariamente debe restaurar la organización de la Iglesia, así como las ordenanzas, la autoridad y el evangelio verdadero. La “Iglesia Primitiva”, como la llama José Smith, es la Iglesia establecida por los apóstoles después de la Ascensión de Cristo. Con frecuencia hablamos de la Iglesia que Cristo organizó durante Su ministerio. ¿Es correcto decirlo así? Quizá debamos ser más cuidadosos y precisos al describir la organización de la primera Iglesia cristiana.

El Salvador mismo nunca organizó una iglesia en el sentido de tener una congregación específica dirigida por diversos oficiales. Nunca tuvo un edificio eclesiástico. Nunca llamó a un obispo para los santos de Capernaúm. No predicó desde un púlpito personal, sino que dio discursos en las calles, en el templo y en las sinagogas. Después de alimentar a los cinco mil, tenía una multitud lista para convertirse en Su iglesia, pero Él sabía que solo querían más alimento gratuito. En lugar de bautizarlos y organizarlos como una congregación de creyentes, el Maestro se fue y cruzó el mar de Galilea, caminando sobre él, para apartarse de ellos (Juan 6:15–27).

Si bien es cierto que llamó a Doce Apóstoles y a Setentas durante Su misión mortal, no se les pidió inicialmente que organizaran la Iglesia. Se les comisionó a hacer lo mismo que Él hacía: predicar el evangelio y sanar a los enfermos (Mateo 10:5–8). El ministerio mortal de Cristo fue predicar el evangelio, sanar a los enfermos y efectuar la Expiación. Los asuntos organizativos quedarían para los apóstoles después de Su partida. Para dirigir la Iglesia, los apóstoles necesitarían el Espíritu Santo, y recibieron ese don esencial el Día de Pentecostés (Hechos 2).

Sin duda, el Maestro instruyó a los apóstoles en asuntos organizativos durante los cuarenta días que pasó con ellos después de Su Ascensión (Hechos 1:2–3). Llegó el tiempo de predicar, bautizar y organizar. Reemplazaron a Judas Iscariote con Matías (Hechos 1:20–26), demostrando que el oficio de apóstol debía continuar. Recibían donaciones y ofrendas:
“Todos los que poseían heredades o casas las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4:34–35).
Recibir ofrendas de este modo es un ejemplo de organización temprana. Pero surge la pregunta: ¿es ese el trabajo de un apóstol —recibir limosnas y distribuirlas a los pobres—? (Hechos 6:1–4). Ese es el trabajo del obispo. La Iglesia era tan nueva que aún no se habían llamado obispos. Los oficios del sacerdocio se establecieron gradualmente, conforme surgía la necesidad.

Varias décadas después, la Iglesia Primitiva contaba con apóstoles, misioneros, obispos, élderes, maestros, diáconos, etc. Pablo declaró:
“Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros…” (1 Corintios 12:27–28).
Se requiere crecimiento real y revelación continua para refinar los oficios de una Iglesia joven. Así fue durante varias décadas; pero las dificultades no tardaron en aparecer.

John Lawrence von Mosheim

“Las iglesias cristianas apenas habían sido reunidas y organizadas, cuando aquí y allá se levantaron hombres que, no contentos con la sencillez y pureza de la religión que enseñaban los apóstoles, intentaron innovaciones y moldearon la religión conforme a sus propias ideas… y se inclinaron a combinar con el cristianismo opiniones, costumbres e instituciones judías.

“…Mientras vivía la mayor parte de los discípulos personales del Salvador, estos innovadores no tuvieron mucho éxito ni parecen haber contado con muchos seguidores. Pero gradualmente adquirieron mayor influencia; y antes de la muerte de todos aquellos a quienes Cristo había instruido personalmente, sentaron las bases de aquellas sectas que después perturbaron gravemente a la comunidad cristiana y dieron origen a tantas controversias”.
(Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 45)

Cuando la organización de la Iglesia fue restaurada en esta dispensación, también se empleó una implementación gradual. Los oficios del sacerdocio no se establecieron todos a la vez; no había suficientes miembros para cubrirlos.

“Algunos han supuesto que la organización completa de la Iglesia fue restaurada el 6 de abril de 1830. Sin embargo, no fue así. De los nueve oficios del sacerdocio, solo se explicaron los deberes de cuatro —élderes, sacerdotes, maestros y diáconos— en Doctrina y Convenios, sección 20, la revelación que dirigió la organización original de la Iglesia. Otros oficios —obispos, sumos sacerdotes, patriarcas, apóstoles y setentas— se añadieron durante los cinco años siguientes. En 1835, Doctrina y Convenios, sección 107, delineó la estructura y las funciones de los quórumes relacionados con estos oficios del sacerdocio. La primera estaca se estableció en Kirtland, Ohio, en 1834, pero los primeros barrios no se crearon sino hasta cinco años después, en Nauvoo, Illinois.

“Las organizaciones auxiliares surgieron aún más tarde. La mayoría se desarrolló durante el tiempo en que Brigham Young presidía la Iglesia. La primera Sociedad de Socorro se organizó en Nauvoo en 1842 con el propósito de cuidar a los necesitados y fortalecer la moral de la comunidad. Las Escuelas Dominicales de los Santos de los Últimos Días también se reunieron de manera irregular tanto en Kirtland como en Nauvoo. Richard Ballantyne organizó la primera Escuela Dominical en las Montañas Rocosas en 1849. Sin embargo, ni la Sociedad de Socorro ni la Escuela Dominical se establecieron formalmente en toda la Iglesia sino hasta la década de 1860”. (Richard O. Cowan, The Church in the Twentieth Century, Salt Lake City: Bookcraft, 1985, págs. 65–66)

Anthon H. Lund

Ahora bien, la Iglesia fue organizada [en 1830], pero no con todos los oficiales que tenemos hoy, por la sencilla razón de que no había suficientes miembros en la Iglesia para lograr una organización completa. Diez meses después de organizada la Iglesia, Edward Partridge fue ordenado obispo de la Iglesia, y en junio siguiente se ordenaron los primeros sumos sacerdotes. En diciembre de 1833, José Smith, padre, fue ordenado patriarca, y dos meses después se organizó el primer Consejo Superior. El quórum de los Doce Apóstoles se organizó el 14 de febrero de 1835, y dos semanas después se organizó un quórum de setentas. Todos los oficios del sacerdocio quedaron entonces establecidos y se ordenó a hombres para ocuparlos.
(Conference Report, abril de 1917, primer día—sesión matutina, pág. 14)

Apóstoles

¿Cuál fue el primer asunto administrativo después de que Cristo ministrara a Sus discípulos durante cuarenta días? Pedro comprendió de inmediato que el quórum de once apóstoles estaba incompleto. Como su primera responsabilidad administrativa, actuó de inmediato para restaurar el quórum conforme al modelo establecido por el Maestro (Hechos 1:15–26). Sus acciones al llenar esta vacante declaran a todo el cristianismo esta verdad universal: doce apóstoles ordenados son necesarios para dirigir la Iglesia de Cristo.

Mark E. Petersen declaró: “Había un gran significado en esta acción. Demostró más allá de toda duda el hecho de que era el plan y el propósito del Señor que el Quórum de los Doce continuara siendo un Quórum de Doce, y no un Quórum de Once, ni de Diez, ni de Nueve, hasta finalmente desaparecer… Dio ánimo a los santos. Les probó a ellos y a todos los hombres que la organización de la Iglesia, tal como fue establecida por el Salvador, debía continuar sin cambios mientras los hombres estuvieran dispuestos a oír y aceptar el evangelio verdadero”.
(“Which Church Is Right”, Latter-day Tracts [folletos], núm. 6)

“En los primeros años después de la resurrección de Jesús, los apóstoles añadieron miembros a su número conforme surgían vacantes. Parece que el primer asunto apostólico después de la ascensión de Jesús fue la selección de uno para ocupar el lugar de Judas (Hechos 1:21–26). Esta acción establece el principio —confirmado por la práctica actual de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— de que la sucesión apostólica debía continuar y que los apóstoles antiguos tenían la intención de reemplazar a los miembros de los Doce cada vez que uno muriera.

“Además de Matías, otros tres que sabemos llegaron a ser apóstoles después de la ascensión de Jesús: Santiago (Hechos 12:17; Gálatas 1:19), Bernabé (Hechos 14:14) y Pablo (Hechos 14:14). Estos tres fueron llamados temprano en la historia de la Iglesia, antes del año 50 d. C. Pero ni las Escrituras ni otras evidencias históricas nos dan indicación alguna del llamamiento de otros. Por lo tanto, parece razonable sugerir que hacia mediados del primer siglo cesaron los llamamientos de apóstoles y que el apostolado desapareció. Hasta donde sabemos, para la década de los 90 solo quedaba Juan. Cuando él dejó su ministerio público alrededor del año 100 d. C., el apostolado cesó y las llaves del reino fueron retiradas”.
(Kent P. Jackson, From Apostasy to Restoration, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1996, pág. 20)

Profetas

Una de las fuentes históricas más respetadas sobre la Iglesia del primer siglo es Mosheim’s Ecclesiastical History. Escrita por un historiador luterano del siglo XVIII, describe los distintos oficios de la Iglesia primitiva. En este caso, describe el oficio de profeta en una época en que el cristianismo ya no los reconocía:

“Como pocos de los primeros profesores del cristianismo eran hombres instruidos y capaces de enseñar a los rudos y desinformados en asuntos religiosos, fue necesario que Dios levantara en varias iglesias maestros extraordinarios, que pudieran hablar al pueblo sobre asuntos religiosos en sus asambleas públicas y dirigirse a ellos en el nombre de Dios. Tales eran las personas que en el Nuevo Testamento se llaman profetas”. (Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 34)

Quizá estos maestros extraordinarios poseían más una dotación espiritual que un oficio formal del sacerdocio. Los profetas debían tener testimonios firmes, “porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Apocalipsis 19:10). En nuestra época, podríamos pensar en un servicio similar prestado por Autoridades Generales, Representantes Regionales, presidencias de estaca, consejos superiores, obispados, sumos sacerdotes y hermanas con el mismo testimonio.

Pastores

Un pastor es un obispo.

“En este siglo [el primero] y en el siguiente, un obispo tenía a su cargo una sola iglesia, que por lo general podía reunirse en una casa particular… instruía al pueblo, dirigía todas las partes del culto público y atendía personalmente a los enfermos y necesitados; y lo que no podía realizar de ese modo lo confiaba al cuidado de los presbíteros (élderes), pero sin poder decidir ni sancionar nada sino mediante el voto de los presbíteros (élderes) y del pueblo”.
(Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 35)

“En estas asambleas públicas de los cristianos se leían las Santas Escrituras… luego seguía una exhortación al pueblo, ni elocuente ni larga, pero llena de fervor y amor… A continuación, las oraciones, que constituían una parte considerable del culto público… A estas seguían himnos… las oraciones de los cristianos eran seguidas por ofrendas de pan, vino y otras cosas… el pan y el vino… eran apartados y consagrados mediante una oración ofrecida solo por el ministro que presidía, respondiendo el pueblo ‘amén’. Los distribuidores de la santa cena eran los diáconos”. (Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 44)

Maestros

Los maestros en la Iglesia Primitiva habrían sido más semejantes a maestros de la Escuela Dominical que a los maestros del Sacerdocio Aarónico.

“Como era el propósito de nuestro Salvador reunir una Iglesia de entre todas las naciones, y una que continuara a través de todas las edades, la naturaleza del caso requería que primero designara maestros extraordinarios (los apóstoles), quienes debían ser Sus embajadores ante la humanidad y, en todas partes, reunir sociedades de cristianos; y luego que colocara en estas sociedades maestros ordinarios e intérpretes de Su voluntad, quienes repitieran y reforzaran las doctrinas enseñadas por los maestros extraordinarios, y mantuvieran al pueblo firme en su fe y práctica”.
(Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 32)

Evangelistas

El profeta Joseph Smith explicó el significado del término evangelista de la siguiente manera:

“Un evangelista es un patriarca, incluso el hombre de mayor edad de la sangre de José o de la simiente de Abraham. Dondequiera que la Iglesia de Cristo se establezca en la tierra, debe haber un patriarca para el beneficio de la posteridad de los santos, tal como ocurrió con Jacob al dar su bendición patriarcal a sus hijos”. (Enseñanzas del Profeta José Smith, seleccionadas y arregladas por Joseph Fielding Smith, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1976, pág. 151)

“El oficio de patriarca es, por lo tanto, necesario en la organización completa y perfecta de los llamamientos del Santo Sacerdocio en la Iglesia de Cristo”. (Improvement Era, septiembre de 1950, vol. LIII, núm. 9)

Bruce R. McConkie

“Habiendo perdido el verdadero conocimiento del sacerdocio y de sus oficios, y sin saber nada de las bendiciones patriarcales como parte necesaria de la administración de la Iglesia, las tradiciones falsas del mundo sectario han aplicado la designación evangelista a predicadores itinerantes, misioneros y avivadores. La teoría sectaria es que los evangelistas viajan para predicar el evangelio. Este uso del término está tan extendido que aun dentro de la Iglesia no es inapropiado hablar de la obra evangelizadora de los misioneros”. (Mormon Doctrine, 2.ª ed., Salt Lake City: Bookcraft, 1966, pág. 242)

Y así sucesivamente

Otros oficiales mencionados en las Escrituras y en las historias antiguas son los siguientes:

Élderes

“Los gobernantes de la Iglesia eran denominados a veces presbíteros o élderes, una designación tomada de los judíos, indicativa más bien de la sabiduría que de la edad de las personas… Eran hombres de gravedad y distinguidos por su reputación, influencia y santidad”.
(Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, págs. 33–34)

“En este siglo [el primero], el bautismo se administraba en lugares convenientes, no en las asambleas públicas, y mediante la inmersión completa de los candidatos en el agua… y la confirmación de esos bautismos… era administrada por los presbíteros (élderes)”. (Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 44)

Diáconos

“Que la Iglesia tuvo desde su misma fundación servidores públicos o diáconos, no puede ponerse en duda… Aquellos jóvenes que sacaron los cuerpos de Ananías y de su esposa eran, sin duda, los diáconos de la Iglesia en Jerusalén, quienes atendían a los apóstoles y ejecutaban sus mandatos (Hechos 5:6–10)… Los distribuidores de la santa cena eran los diáconos”. (Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, págs. 34, 44)

Sociedad de Socorro

“También había en muchas iglesias, y especialmente en las de Asia, servidoras públicas o diaconisas, que eran matronas respetables o viudas, designadas para cuidar de los pobres y desempeñar otros oficios”. (Mosheim’s Ecclesiastical History, Londres: M’Corquodale and Co., 6.ª ed., 1868, pág. 34)


Artículo 7

Creemos en el don de lenguas, profecía, revelación, visiones, sanidades, interpretación de lenguas, y así sucesivamente.


Para 1842, cuando el Profeta redactó los Artículos de Fe, la Edad de la Razón ya era cosa del pasado. La filosofía occidental había adoptado el racionalismo y el escepticismo. Ninguna de estas corrientes aceptaba con agrado las tradiciones religiosas de eventos sobrenaturales. Ciertamente, la religión era vista como el opio de las masas y los milagros como un mecanismo de adaptación del hombre para explicar lo inexplicable.

Defendiendo las ideas previas de John Locke, el filósofo escocés David Hume (1711–1776) argumentó que:

“Los milagros, por definición, son eventos singulares que difieren de las leyes establecidas de la naturaleza. Las leyes de la naturaleza se codifican como resultado de experiencias pasadas. Por lo tanto, un milagro es una violación de toda experiencia previa. Sin embargo, la probabilidad de que algo haya ocurrido en contradicción con toda experiencia pasada siempre debe juzgarse como menor que la probabilidad de que mis sentidos me hayan engañado o de que la persona que relata el acontecimiento milagroso esté mintiendo o equivocada”. (Wikipedia, David Hume)

Aunque Hume deja abierta la posibilidad de que los milagros puedan ocurrir y ser reportados, ofrece varios argumentos en contra de que esto haya sucedido alguna vez en la historia:

Las personas a menudo mienten, y tienen buenas razones para mentir acerca de la ocurrencia de milagros, ya sea porque creen que lo hacen en beneficio de su religión o por la fama que ello conlleva.

Por naturaleza, a la gente le gusta relatar milagros que ha oído sin preocuparse por su veracidad, y así los milagros se transmiten fácilmente aun cuando son falsos.

Hume observa que los milagros parecen ocurrir mayormente en naciones y épocas “ignorantes” y “bárbaras”, y que la razón por la cual no ocurren en sociedades “civilizadas” es que estas no se asombran ante lo que saben que son eventos naturales.

Los milagros de cada religión se oponen a los de todas las demás religiones; por lo tanto, aun si una proporción de todos los milagros reportados en el mundo cumpliera con el criterio de Hume para ser creídos, los milagros de cada religión hacen menos probables los de las otras.

A pesar de todo esto, Hume observa que la creencia en milagros es popular, y que:

“La multitud crédula recibe con avidez, sin examen alguno, todo aquello que apacigua la superstición y promueve el asombro”. (Wikipedia, David Hume)

Los argumentos de Hume contra los milagros también se aplicaron a la profecía, que igualmente parecía desafiar las leyes de la naturaleza. Inevitablemente, estas ideas impregnaron el pensamiento cristiano de la época. Aunque visiones, revelaciones, sanidades y lenguas pudieron haber ocurrido en tiempos del Nuevo Testamento, se asumía que tales manifestaciones milagrosas habían cesado.

Algunos cristianos modernos aún sostienen esta idea. Hugo McCord escribió:

“En una clase bíblica dominical por la mañana, yo estaba enfatizando que, desde que murió la última persona sobre la cual un apóstol había impuesto las manos, ya no ha habido milagros (Hechos 8:18). Un visitante, un joven bien vestido, se me acercó después de la clase, sorprendido. Me dijo que había pensado que las palabras: ‘Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos’ (Hebreos 13:8) demostraban que Jesús todavía hace milagros hoy, y que la esposa de su pastor era un ejemplo de una curación milagrosa del cáncer por medio de la oración. Le pedí su dirección y le estoy enviando una copia de este artículo”.

“Jesús sanó a muchos enfermos, pero la razón principal por la que realizó milagros (como calmar una tormenta, caminar sobre el agua, hallar una moneda en la boca de un pez, echar fuera demonios, resucitar muertos, multiplicar panes y peces, etc.) no fue para ser un ‘sanador divino’, sino ‘para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre’ (Juan 20:31). Sus milagros probaron que ‘nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él’ (Juan 3:2; 5:36; 10:25, 37–38).

“Pero hoy Jesús no está abriendo ojos ciegos ni convirtiendo agua en vino. Él todavía podría realizar esos milagros, aun desde el cielo, pues Él mismo es inmutable (‘el mismo ayer, hoy y por los siglos’), pero no necesita probar por segunda vez que es el Hijo de Dios, pues lo hizo de manera convincente mientras estuvo en la tierra…

“Solo a los apóstoles se les dio el poder de transmitir poder milagroso a otros (Hechos 8:18; 19:5; Romanos 1:11; 2 Timoteo 1:6). Se deduce, por lo tanto, que cuando murió la última persona sobre la cual un apóstol impuso las manos, todos los milagros cesaron (véase 1 Corintios 12:8–10; 13:8–10)”. (christianarticles.org)

Otro blog evangélico enseña:

“Hoy tenemos la revelación completa de la voluntad de Dios en las Escrituras (2 Timoteo 3:16–17). No necesitamos más revelación. El propósito de los dones de revelación directa ya se ha cumplido… El patrón claro es que Dios deja de hacer obras, incluso obras milagrosas, cuando su propósito ha sido cumplido. Todos los milagros ya han cumplido su propósito, de modo que el patrón de las obras pasadas de Dios debería convencernos de que Él las ha cesado todas…

“Ya sea por el bautismo del Espíritu Santo o por la imposición de manos de los apóstoles, nadie recibió jamás poderes milagrosos después de la resurrección de Jesús sin la participación directa y personal de un apóstol.

“Pero también hemos visto que hoy no hay nadie que cumpla los requisitos para ser apóstol:

  • Nadie hace las verdaderas señales de apóstol.
  • Nadie es guiado directamente por el Espíritu como lo fueron los apóstoles.
  • Nadie es testigo ocular personal del Cristo resucitado.
  • Nadie ha sido llamado directamente por Jesús para servir como apóstol.

“Así que los apóstoles siempre estaban involucrados cuando alguien recibía poderes milagrosos del Espíritu, pero hoy no hay apóstoles. Por lo tanto, no hay manera de que las personas reciban esos dones hoy. Los dones debieron haber cesado alrededor del tiempo en que todos los apóstoles fallecieron”.

Respuesta del Libro de Mormón

Habiendo visto nuestros días en visión, Moroni registró las enseñanzas de su padre Mormón sobre esta doctrina de la siguiente manera:

Por tanto, amados hermanos míos, ¿han cesado los milagros porque Cristo ha ascendido al cielo y se ha sentado a la diestra de Dios para reclamar del Padre sus derechos de misericordia que tiene sobre los hijos de los hombres?

Porque él ha satisfecho las demandas de la ley, y reclama a todos los que tienen fe en él; y los que tienen fe en él se asirán de toda cosa buena; por tanto, él aboga la causa de los hijos de los hombres, y mora eternamente en los cielos.

Y porque ha hecho esto, amados hermanos míos, ¿han cesado los milagros? He aquí, os digo: No; ni tampoco han cesado los ángeles de ministrar a los hijos de los hombres.

Porque he aquí, ellos están sujetos a él para ministrar conforme a la palabra de su mandato, manifestándose a los de fe firme y de mente constante en toda forma de rectitud…

Y ahora, amados hermanos míos, si es el caso que estas cosas son verdaderas de las cuales os he hablado, y Dios os las mostrará con poder y gran gloria en el postrer día que son verdaderas, y si son verdaderas, ¿ha cesado el día de los milagros?

¿O han cesado los ángeles de aparecerse a los hijos de los hombres? ¿O ha retirado él el poder del Espíritu Santo de ellos? ¿O lo hará mientras dure el tiempo, o mientras la tierra permanezca, o mientras haya un solo hombre sobre la faz de ella para ser salvo?

He aquí, os digo: No; porque es por la fe que se efectúan los milagros; y es por la fe que los ángeles aparecen y ministran a los hombres; por tanto, si estas cosas han cesado, ¡ay de los hijos de los hombres!, porque es por causa de la incredulidad, y todo es en vano.
(Moroni 7:27–37)

Marion G. Romney

Los dones mencionados en el Séptimo Artículo de Fe, citados arriba, son dones del Espíritu Santo. El disfrute de ellos siempre ha sido una característica distintiva de la Iglesia de Jesucristo. De hecho, sin el don de la revelación, que es uno de los dones del Espíritu Santo, no podría existir ninguna Iglesia de Jesucristo. Esto resulta evidente por el hecho obvio de que, para que Su Iglesia exista, debe haber una sociedad de personas que individualmente tengan testimonios de que Jesús es el Cristo.
(Conference Report, abril de 1956, sesión de la tarde, págs. 68–69)

M. Russell Ballard

Es nuestro testimonio al mundo que los dones espirituales que existieron con tan rica abundancia en la época de Cristo y de Sus santos Apóstoles están nuevamente activos y vigorosos en la vida de los hijos de Dios en la actualidad. Según el Salvador, estos dones espirituales “son dados para el beneficio de los que me aman y guardan todos mis mandamientos, y de los que procuran hacerlo; para que todos sean beneficiados” (D. y C. 46:9).

Tenemos misioneros por todo el mundo que han experimentado el don de lenguas para poder enseñar el evangelio en su plenitud a personas que hablan un idioma diferente. Tenemos profetas que reciben revelación de Dios —incluso visiones— para comunicar la voluntad del Padre a Sus hijos. Y tenemos milagros de sanidad efectuados por el poder de la fe y la autoridad del sacerdocio, “para que todos sean beneficiados”.

“Y todos estos dones proceden de Dios”, dijo el Señor a José Smith, “para el beneficio de los hijos de Dios” (D. y C. 46:26).

Hace varios años, me encontraba sentado en mi escritorio cuando de repente sentí que debía ir a un hospital cercano para ver a un vecino que había sido internado por un problema cardíaco. Al principio pensé que pasaría a verlo al salir del trabajo, ya que no había indicación de que su condición fuera grave. Pero la impresión espiritual fue fuerte: debía ir de inmediato. Para entonces, ya había aprendido a responder a los susurros del Espíritu Santo, así que fui, aunque no sabía exactamente por qué.

Cuando llegué al hospital, me dijeron que mi amigo había sufrido un ataque cardíaco grave. Aunque estaba solo en su habitación y parecía estar dormido, sentí que debía darle una bendición de salud y recuperación total. Así que puse mis manos sobre su cabeza y lo bendije por la autoridad del sacerdocio.

Después supe que los signos vitales de mi vecino comenzaron a cambiar poco después de que le di la bendición. En cinco días salió del hospital y, en el plazo de un mes, experimentó una recuperación extraordinaria.

“Han pasado ya ocho años”, me escribió recientemente mi amigo. “Hoy sigo trabajando de ocho a diez horas al día. Juego golf. Camino todos los días. Incluso practico esquí acuático. Y nunca olvido que, según todos los pronósticos, debería estar muerto. ¡Gracias por estos últimos ocho años! ¡Y gracias a Dios!”

¿Ha terminado la era de los milagros? De ninguna manera. Dios continúa haciendo cosas milagrosas entre Sus hijos por medio de los dones del Espíritu.
(Nuestra búsqueda de la felicidad, págs. 94–95)

Bruce R. McConkie

En lo que concierne a las cosas espirituales, en relación con todos los dones del Espíritu —la recepción de revelación, la obtención de testimonios y el ver visiones— en todo lo que pertenece a la rectitud y a la santidad y que se logra como resultado de la justicia personal, en todas estas cosas hombres y mujeres se hallan en una posición de absoluta igualdad ante el Señor. Él no hace acepción de personas ni de sexos, y bendice a aquellos hombres y mujeres que lo buscan, lo sirven y guardan Sus mandamientos.
(Ensign, enero de 1979, pág. 61)

Don de lenguas

El ejemplo escritural prototípico del don de lenguas ocurrió en el día de Pentecostés. Su manifestación más plena es cuando un hombre predica el evangelio con fluidez en un idioma que nunca ha estudiado:

Y cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.
Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.
Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí, ¿no son galileos todos estos que hablan?
¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?
Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia;
en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Libia cerca de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos;
cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
Y estaban todos atónitos… (Hechos 2:1–12)

Joseph Smith

Las lenguas fueron dadas con el propósito de predicar entre aquellos cuyo idioma no se entiende; como en el día de Pentecostés, etc.; y no es necesario que las lenguas se enseñen particularmente a la Iglesia, porque cualquier hombre que tenga el Espíritu Santo puede hablar de las cosas de Dios en su propia lengua tan bien como en otra; porque la fe no viene por señales, sino por el oír la palabra de Dios.
(History of the Church, tomo 3, pág. 379)

Heber C. Kimball

En septiembre de 1832, los hermanos Brigham y Joseph Young y yo fuimos a Kirtland, Ohio. Vimos al hermano Joseph Smith y tuvimos una experiencia gloriosa, durante la cual el hermano Brigham habló en lenguas, siendo esta la primera vez que José había escuchado ese don. El Profeta se levantó y testificó que provenía de Dios. Entonces el don reposó sobre él, y él mismo habló en lenguas. (Hyrum L. Andrus y Helen Mae Andrus, comps., They Knew the Prophet, pág. 36)

Joseph F. Smith

Creo en los dones del Espíritu Santo para los hombres, pero no deseo el don de lenguas, salvo cuando lo necesito. Una vez necesité el don de lenguas, y el Señor me lo concedió. Me encontraba en una tierra extranjera, enviado a predicar el evangelio a un pueblo cuyo idioma no comprendía. Entonces procuré con diligencia el don de lenguas, y por este don y por el estudio, a los cien días de haber llegado a aquellas islas podía hablar con la gente en su idioma como ahora les hablo a ustedes en mi lengua materna.

Este fue un don digno del evangelio. Tenía un propósito. Había en él algo que fortaleció mi fe, me animó y me ayudó en mi ministerio. Si tienen necesidad de este don de lenguas, búsquenlo y Dios los ayudará en ello. Pero no les aconsejo que tengan un deseo desmedido por el don de lenguas, porque si no son cuidadosos el diablo los engañará en ello. Él puede hablar por el don de lenguas tan bien como el Señor.
(Gospel Doctrine, compilado por John A. Widtsoe, pág. 201)

Don de profecía
Joseph Smith

(Domingo, 27 de marzo de 1836, con ocasión de la dedicación del Templo de Kirtland) Me reuní con los quórumes por la noche… y les di instrucciones en cuanto al espíritu de profecía, e invité a la congregación a hablar y a no temer profetizar cosas buenas acerca de los santos… No apaguéis el Espíritu, porque el primero que abra la boca recibirá el espíritu de profecía.

El hermano George A. Smith se levantó y comenzó a profetizar, cuando se oyó un ruido semejante al sonido de un viento recio que llenó el templo, y toda la congregación se levantó simultáneamente, siendo movida por un poder invisible; muchos comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar; otros vieron gloriosas visiones; y vi que el templo estaba lleno de ángeles, hecho que declaré a la congregación. La gente del vecindario acudió corriendo (al oír un sonido inusual en el interior y ver una luz brillante como una columna de fuego reposando sobre el templo), y quedaron asombrados de lo que estaba ocurriendo. Esto continuó hasta que se cerró la reunión a las once de la noche. (History of the Church, 2:428)

Harold B. Lee

Ningún grupo de personas posee un don tan ampliamente difundido como el don de profecía. Recordarán la definición que se halla en el libro de Apocalipsis. Juan citó al mensajero angelical que vino a él diciendo: “El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Apocalipsis 19:10).

…En otras palabras, cualquiera que disfrute del don por el cual Dios puede revelarse posee el espíritu de profecía, el poder de revelación y, en cierto sentido, es un profeta dentro del ámbito de responsabilidad y autoridad que se le ha conferido.

Los líderes tienen derecho a la revelación. Como presidentes de estaca, o cualquiera que sea su llamamiento, ustedes tienen derecho a recibir revelación y se espera que se preparen espiritualmente para recibir dirección e inspiración. Cuando hablamos de profecía, la profecía en la Iglesia y en el reino de Dios no está confinada a un solo hombre. Esta es una nación de profetas. Toda persona que tiene el Espíritu Santo tiene derecho a profetizar, al don de profecía, dentro del ámbito que se le ha designado y delineado mediante la imposición de manos para cada llamamiento al cual ha sido llamado.
(Las enseñanzas de Harold B. Lee, ed. Clyde J. Williams, pág. 419)

George Q. Cannon

El genio del reino con el cual estamos asociados es diseminar el conocimiento entre todas las filas del pueblo, y hacer de cada hombre un profeta y de cada mujer una profetisa, para que comprendan los planes y propósitos de Dios. Con este fin se nos ha enviado el evangelio, y aun el más humilde puede obtener su espíritu y testimonio.
(Journal of Discourses, 12:46)

Don de revelación
M. Russell Ballard

Entre los dones más maravillosos del Espíritu se encuentra el don de revelación. Como declaró el profeta del Antiguo Testamento Amós: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7).

Como alguien que ha tenido el privilegio de conocer y asociarse con los profetas vivientes de Dios, testifico humildemente que los cielos no están sellados. Aunque ha habido períodos en la historia de la tierra en los que, debido a la apostasía y la incredulidad, la Iglesia del Señor no estuvo presente sobre la tierra y, por lo tanto, la revelación por medio de profetas escogidos cesó por un tiempo, ese no es el caso en nuestros días. El evangelio de Jesucristo ha sido restaurado, y Dios continúa revelando Su voluntad por medio de hombres a quienes ha llamado para ser Sus representantes sobre la tierra.
(Nuestra búsqueda de la felicidad, pág. 96)

Joseph F. Smith

El don de revelación… no está limitado a las autoridades presidentes de la Iglesia; pertenece a cada miembro individual de la Iglesia. Es el derecho y el privilegio de todo hombre, mujer y niño que haya llegado a la edad de responsabilidad disfrutar del espíritu de revelación y poseer el espíritu de inspiración en el cumplimiento de sus deberes como miembros de la Iglesia.

Es el privilegio de cada miembro de la Iglesia recibir revelación para su propia guía, para la dirección de su vida y conducta; y por lo tanto afirmo… que no existe otra iglesia en el mundo, ni organización religiosa alguna, cuyos miembros sean tan universalmente espirituales en su vida y tan universalmente acreedores a los dones del Espíritu de Dios como los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Todos ustedes tienen derecho a la revelación. (Informe de la Conferencia, abril de 1912, págs. 4–5)

Bruce R. McConkie

Como miembros de la Iglesia y del reino de Dios sobre la tierra, disfrutamos de los dones del Espíritu—esas maravillas, glorias y milagros que un Dios bondadoso y benevolente siempre ha otorgado a Sus santos fieles.

El primero de estos dones enumerados en nuestra revelación moderna sobre los dones espirituales es el don del testimonio, el don de revelación, el don de conocer la verdad y la divinidad de la obra. Este don se describe en otras partes como el testimonio de Jesús, que es el espíritu de profecía. Este es mi don. Yo sé que esta obra es verdadera.

Tengo un conocimiento perfecto de que Jesucristo es el Hijo del Dios viviente y que fue crucificado por los pecados del mundo. Sé que José Smith es un profeta de Dios, por medio de cuya instrumentalidad se ha restaurado nuevamente en nuestros días la plenitud del evangelio eterno. Y sé que esta Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el reino de Dios sobre la tierra, y que tal como está constituida ahora, con el presidente Harold B. Lee a la cabeza, cuenta con la aprobación y el beneplácito del Señor, marcha en la línea de su deber y está preparando a un pueblo para la segunda venida del Hijo del Hombre.

Sé además que el Señor derrama hoy sobre Su pueblo los mismos dones gloriosos y maravillosos que disfrutaron los santos antiguos. A nosotros en este día nos concede el espíritu de profecía y de revelación, así como lo hizo con ellos en la antigüedad: “Te hablaré en tu mente y en tu corazón, por medio del Espíritu Santo, que vendrá sobre ti y que morará en tu corazón. Ahora bien, he aquí, este es el espíritu de revelación” (D. y C. 8:2–3).

Sé que hay revelación en la Iglesia porque yo he recibido revelación. Sé que Dios habla en nuestros días porque Él me ha hablado. (“Sé que vive mi Redentor”, Liahona, enero de 1973, pág. 36)

Don de visiones

“Cuando era niño, John Taylor tuvo una visión en la que vio a un ángel que sostenía una trompeta en sus labios y proclamaba un mensaje a las naciones. Aunque en ese momento no comprendió el significado de la visión, esta tuvo un impacto significativo en su vida”.
(Roger R. Keller, “Prepared for the Fulness”, Ensign, enero de 1993, pág. 24)

“El presidente Brigham Young no solía hablar públicamente de sus experiencias espirituales especiales, pero el 12 de octubre de 1856 su primer consejero, Heber C. Kimball, dijo a los Santos que el presidente Young había recibido ministraciones de Jesucristo, Miguel, Elías, Moisés y los antiguos apóstoles. Al acercarse el fin de su ministerio terrenal, el presidente Young dijo a los Santos el 18 de mayo de 1873: ‘He tenido muchas revelaciones; he visto y oído por mí mismo’”. (D. Michael Quinn, “Brigham Young: Man of the Spirit”, Ensign, agosto de 1977, pág. 36)

Spencer W. Kimball

Al leer detenidamente las numerosas experiencias de los líderes modernos y las revelaciones, sueños y visiones, resulta evidente que se comparan favorablemente con las de la antigüedad.

Las visiones de Wilford Woodruff y de José F. Smith ciertamente pueden compararse con las visiones de Pedro y Pablo. Las visiones y revelaciones del profeta José Smith en el Templo de Kirtland y en la Arboleda Sagrada en Nueva York fueron sobrecogedoras, semejantes a las manifestaciones a Pedro, Santiago y Juan en el Monte de la Transfiguración.

Ciertamente, si no hay variación en el Señor, si no hay sombra de cambio, y si, como Él dijo, es el mismo ayer, hoy y para siempre, entonces podemos esperar plenamente que las mismas revelaciones, visiones, sanidades y lenguas estén disponibles hoy como en cualquier otra época. (Informe de la Conferencia, octubre de 1966, sesión de la tarde, pág. 23)

Bruce R. McConkie

Debido a que Él no hace acepción de personas y elige honrar y bendecir a todos los que lo aman y lo sirven, el Señor derrama revelaciones y concede gloriosas visiones a todos aquellos que obedecen las leyes de las cuales depende la recepción de estos dones espirituales. Su otorgamiento no está limitado a profetas y apóstoles. Todos son iguales ante Dios en lo que respecta al derramamiento de Sus dones.

De hecho, una de las razones reveladas por las cuales el Señor inauguró la gran era de la Restauración en la que vivimos es para que “todo hombre pueda hablar en el nombre de Dios el Señor, aun el Salvador del mundo” (D. y C. 1:20). Y todo lo que cualquier élder diga cuando es movido por el Espíritu Santo es Escritura; es la voluntad, la mente, la palabra y la voz del Señor (véase D. y C. 68:1–4). (Ensign, agosto de 1976, pág. 7)

Don de sanidades

“La atención de muchos habitantes de Hawái se volvió al evangelio por las manifestaciones del don de sanidad. Una mujer que deseaba bautizarse pero que no había podido caminar erguida durante cinco años pidió una bendición a los élderes. George Q. Cannon registra que el élder Napela y otros élderes nativos ‘impusieron las manos sobre ella y le mandaron, en el nombre del Señor Jesucristo, que se levantara y caminara. Inmediatamente se puso de pie, caminó, y fue y se bautizó’”.

“En otra ocasión, el élder Napela fue llamado a acompañar a un grupo de élderes a la isla de Hawái para resolver algunas dificultades que habían surgido allí. Después de que los asuntos fueron atendidos, los misioneros, listos para regresar, fueron detenidos por varias semanas de lluvias torrenciales, comunes en esa región. Una mañana los hermanos pidieron al élder Napela que orara para que cesara la lluvia. Él lo hizo, y antes de que los élderes se levantaran de sus rodillas, los cielos comenzaron a despejarse. Ese mismo día emprendieron su viaje”. (Joseph H. Spurrier, “Jonathon Napela: Quiet Hero of Hawaii”, Ensign, agosto de 1978, págs. 50–51)

Todos estos dones provienen del Espíritu Santo. No son productos del sacerdocio, sino manifestaciones del poder del Espíritu. Por lo tanto, están disponibles —todos ellos— tanto para las hermanas como para los hermanos.

M. Russell Ballard

La bisabuela Ballard también utilizó el don espiritual de sanidad, tal como se le había prometido en su bendición patriarcal. Ella registró que en una ocasión, cuando su esposo yacía cerca de la muerte, oyó una voz que le indicaba que orara por él. Al sentirse tímida para hacerlo porque ya se le había administrado, dudó. Pero cuando la voz vino dos veces más, obedeció.

“El Espíritu del Espíritu Santo estaba conmigo y fui llena de una fortaleza divina”, escribió. “Cuando terminé, mi esposo se había quedado dormido y durmió tranquilamente”. También registró incidentes en los que su hijo Melvin y su hijo Henry fueron sanados por medio de su fe. (“Margaret McNeil Ballard’s Legacy of Faith”, Ensign, julio de 1989, pág. 19)

James A. Cullimore

Los relatos de sanidades milagrosas en la Iglesia son numerosos. Calientan el alma y fortalecen grandemente el testimonio de la divinidad de esta gran obra. Pero el Señor nos ha instruido que no debemos jactarnos de estas grandes bendiciones.

Él dijo: “Mas mandamiento les doy, que no se jacten de estas cosas, ni las hablen delante del mundo; porque estas cosas os son dadas para vuestro provecho y para salvación” (D. y C. 84:73).

No fue la intención que hagamos mercancía de los dones de Dios ni que proclamemos al mundo los resultados de estos maravillosos dones. Se nos dan para nuestra salvación, para fortalecer nuestro testimonio y el de otros, conforme damos testimonio humilde de ellos en nuestras reuniones, en silencio, por el Espíritu, pero no ante el mundo. (“Gifts of the Spirit”, Ensign, noviembre de 1974, pág. 28)

Don de interpretación de lenguas
Heber J. Grant

Yo era un niño jugando en el suelo durante una reunión de la Sociedad de Socorro (mi madre fue presidenta de la Sociedad de Socorro del decimotercer barrio durante treinta largos años y solo renunció porque su audición había fallado) cuando Eliza R. Snow bendijo, por el don de lenguas, a cada una de las presidentas que se encontraban en esa reunión, y Zina D. Young dio la interpretación.

Después de hacer esto, se volvió hacia el niño (yo) que jugaba en el suelo y me dio una bendición, y Zina D. Young dio la interpretación.

Mi madre a menudo me decía: “Heber, pórtate bien y algún día serás apóstol”.

Yo me reía y le decía que no tenía ambiciones en ese sentido. Decía: “Sácate eso de la cabeza… Yo quiero ser hombre de negocios”.

“No importa”, decía ella, “si te portas bien serás apóstol”.

Cuando fui llamado como apóstol, ella me preguntó si recordaba esa reunión. Le dije que sí.

“¿Recuerdas algo de lo que dijo la hermana Snow?”
Respondí: “No, no la entendí”.

“Claro que no”, dijo ella, “porque estaba hablando en una lengua desconocida”. (Informe de la Conferencia, abril de 1935, sesión de la mañana del primer día, pág. 12)

Harold B. Lee

Tengo en mi oficina un archivo que llamo “Milagros modernos”. Hace poco lo abrí y encontré un recorte del Deseret News fechado el 4 de octubre de 1959. Relataba una experiencia en Montevideo, Uruguay, donde mi esposa y yo estábamos visitando la Misión de Uruguay.

Hablando por medio de un intérprete, esa mañana dije: “Cuando damos nuestro testimonio no pensamos hacerlo con tantas palabras, sino que hablamos desde el corazón al declarar nuestra fe… Oro para que esta mañana yo pueda hablar por ese Espíritu, y que ustedes puedan escuchar por ese mismo Espíritu”.

Y mientras hablaba por medio del intérprete, al decir una frase o dos, por todo el auditorio la gente asentía y sonreía. No necesitaban intérprete. Pensé: “Qué extraño, estas personas entienden inglés aquí”. Pero para mi asombro, cuando terminó la reunión nadie entendía inglés.

Estaban escuchando por el Espíritu, y tenían un don que podríamos llamar el don de entender un idioma extraño que nunca habían aprendido, porque escuchaban por el Espíritu. Y el Espíritu acompañaba a quien hablaba por el Espíritu, y ambos eran edificados juntamente.
(Las enseñanzas de Harold B. Lee, ed. Clyde J. Williams, pág. 131)


Artículo 8

Creemos que la Biblia es la palabra de Dios, hasta donde esté traducida correctamente; también creemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios.


Los Santos de los Últimos Días aman la Biblia. Amamos al Salvador y amamos todo aquello que testifica de Él. Sin la Biblia estaríamos perdidos. No podríamos sobrevivir sin los relatos de Jesús. Nuestra comprensión de la autoridad apostólica proviene del libro de los Hechos y de las Epístolas. ¿Dónde estaríamos sin el sencillo pasaje de Santiago que dio inicio a toda la Restauración? (Santiago 1:5). Creemos que Dios creó el mundo tal como se registra en Génesis. Creemos en los milagros de Noé, Moisés y Abraham. Afirmamos entender Apocalipsis, Isaías y a los Profetas mejor que cualquier otra denominación cristiana. Amamos todo eso. Lo estudiamos todo. Lo atesoramos todo. A los más grandes eruditos bíblicos del mundo les decimos: “adelante”.

Irónicamente, este profundo amor por la Biblia es menospreciado por quienes no nos conocen. Asumen que, como tenemos nuestro propio libro de Escrituras en el Libro de Mormón, no honramos la Santa Biblia. No podrían estar más equivocados.

Honramos a los judíos como el pueblo del convenio del Señor. Honramos a los escribas, profetas y apóstoles que registraron la palabra de Dios. No queremos cometer el error de aceptar la Biblia y rechazar a los judíos. El Señor dijo:

“Muchos de los gentiles dirán: ¡Una Biblia! ¡Una Biblia! Tenemos una Biblia, y no puede haber más Biblia.
Pero así dice el Señor Dios: ¡Oh necios…! ¿Qué agradecimiento muestran a los judíos por la Biblia que reciben de ellos?…
¿Recuerdan los trabajos, las labores y los dolores de los judíos, y su diligencia ante mí para llevar la salvación a los gentiles?
No; sino que los habéis maldecido, los habéis odiado, y no habéis procurado rescatarlos”
(2 Nefi 29:3–5).

Creemos en todos los convenios y promesas del Señor contenidos en la Santa Biblia. Creemos que todas las profecías se cumplirán tal como fueron escritas por los santos profetas, hasta el más mínimo detalle: ni una jota ni una tilde pasarán sin cumplirse (Mateo 5:18).

Joseph Fielding Smith

La Santa Biblia ha ejercido una influencia para bien en el mundo mayor que cualquier otro libro jamás publicado. Ha sido impresa en más ediciones, traducida a más idiomas y leída por más personas que cualquier otro libro. Ninguna otra publicación ha sido examinada de manera tan severa y crítica. La razón de la gran influencia de la Biblia para bien es que es inspirada y contiene la palabra del Señor entregada a Sus profetas, quienes escribieron y hablaron conforme fueron movidos por el Espíritu Santo desde el principio del mundo.
(Doctrines of Salvation, 3:184)

Ezra Taft Benson

Amo la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Es una fuente de gran verdad. Nos enseña acerca de la vida y el ministerio del Maestro. De sus páginas aprendemos de la mano de Dios dirigiendo los asuntos de Su pueblo desde el comienzo mismo de la historia de la tierra. Sería difícil sobreestimar el impacto que la Biblia ha tenido en la historia del mundo. Sus páginas han bendecido la vida de generaciones. (The Teachings of Ezra Taft Benson, pág. 45)

La Versión Reina-Valera (King James Version) de la Biblia

La Versión del Rey Jacobo es una traducción inspirada. Aunque fue realizada por eruditos, no fue meramente un ejercicio académico. Los traductores comprendían la gravedad de su responsabilidad y la importancia de la tarea. Para ellos, la Biblia era “un tesoro inestimable, que excede todas las riquezas de la tierra” (Epístola Dedicatoria al Rey Jacobo).

“El proceso de traducción y revisión se llevó a cabo por medio de seis compañías (comités), dos en cada una de las sedes de Westminster, Oxford y Cambridge… El nivel de erudición de los hombres que integraban estas seis compañías es impresionante. A veces se asume que las personas del siglo XXI saben más que las personas poco ilustradas del siglo XVII, pero en muchos aspectos ocurre lo contrario. La población de la cual hoy pueden seleccionarse eruditos es mucho mayor que la del siglo XVII, pero sería difícil reunir ahora un grupo de más de cincuenta académicos con el dominio de idiomas y el conocimiento de otras disciplinas que caracterizaban a los traductores de la KJV”. (Gordon Campbell, Bible: The Story of the King James Version, págs. 47, 55)

Ellos buscaron la ayuda del cielo para esta tarea, y la recibieron. En su Prefacio a la primera edición (1611), escribieron al lector:

“¿Qué verdad (qué verdad salvadora) tenemos sin la palabra de Dios? ¿Y qué palabra de Dios tenemos sin las Escrituras? Se nos manda escudriñar las Escrituras… Ellas pueden hacernos sabios para la salvación (2 Timoteo 3:15).

Si somos ignorantes, nos instruirán; si estamos extraviados, nos harán volver al hogar; si estamos fuera de orden, nos reformarán; si estamos abatidos, nos consolarán; si estamos entorpecidos, nos avivarán; si estamos fríos, nos inflamarán… Toma y lee, toma y lee las Escrituras…

La traducción es la que abre la ventana para que entre la luz; la que rompe la cáscara para que podamos comer el núcleo; la que descorre el velo para que podamos mirar dentro del Lugar Santísimo…

Te encomendamos a Dios y al Espíritu de Su gracia, que es poderoso para edificar mucho más de lo que pedimos o entendemos. Él quita las escamas de nuestros ojos y los velos de nuestros corazones, abre nuestro entendimiento para que comprendamos Su palabra, ensancha nuestros corazones y aun corrige nuestros afectos, para que la amemos más que al oro y a la plata, sí, para que la amemos hasta el fin”.
(“Translator to the Reader”, The Holy Bible, King James Version, primera edición, Prefacio)

Bruce R. McConkie

La Santa Biblia —hasta el momento— es el libro más influyente jamás escrito en toda la historia del mundo. Tal como está constituida actualmente, contiene aquellas porciones de los escritos sagrados del judaísmo y del cristianismo que han llegado hasta nosotros con relativa pureza… La Versión del Rey Jacobo de la Biblia, tal como ha sido publicada en lengua inglesa, es probablemente la mejor Biblia que jamás haya sido preparada y preservada por los eruditos entre los hombres. (Robert Millet, en The King James Bible and the Restoration, ed. Kent P. Jackson, pág. 8)

Brigham Young

Tomen la Biblia tal como está escrita; y si está traducida incorrectamente y hay sobre la tierra algún erudito que profese ser cristiano y pueda traducirla mejor de lo que lo hicieron los traductores del Rey Jacobo, está obligado a hacerlo.

Si yo entendiera el griego y el hebreo como algunos profesan hacerlo, y supiera que la Biblia no está correctamente traducida, me sentiría obligado, por la ley de la justicia hacia los habitantes de la tierra, a traducir aquello que sea incorrecto y darlo tal como fue expresado en la antigüedad. ¿Es eso apropiado? Sí, estaría obligado a hacerlo. Pero pienso que está traducida tan correctamente como los eruditos pudieron lograrlo. (Discourses of Brigham Young, pág. 124)

“Hasta donde esté traducida correctamente”

Siempre que los Santos de los Últimos Días discrepan con sus vecinos cristianos acerca de un pasaje bíblico, suele ponerse en duda la corrección de la traducción. Sin embargo, la diversidad de interpretaciones de la Biblia habría ocurrido aun si la traducción fuera perfecta. José Smith calificó la validez de la Biblia como palabra de Dios con la frase “hasta donde esté traducida correctamente” porque conocía suficientemente bien la palabra de Dios como para reconocer cuándo había sido alterada. Es justo afirmar que él no creía que todos los errores provinieran exclusivamente de la traducción; más bien, usó esa expresión en un sentido amplio para incluir errores de transcripción, errores de transmisión, eliminaciones intencionales de pasajes y errores propios de la traducción. Él declaró: “Creo en la Biblia tal como salió de la pluma de los escritores originales. Traductores ignorantes, copistas descuidados o sacerdotes corruptos y malintencionados han cometido muchos errores”. (Teachings of the Prophet Joseph Smith, pág. 327)

Joseph Smith y la Biblia

“El hecho de que José Smith no creyera que la Biblia nos hubiera llegado en una condición perfecta no pareció disuadirlo de leerla, reflexionar sobre sus principios y doctrinas, memorizarla y citar o parafrasear decenas de pasajes en los sermones que predicó. No adoptó la actitud de: ‘Bueno, ya que la Biblia ha sido tan gravemente alterada y contiene tantos errores de copistas, mejor recurramos al Libro de Mormón o a Doctrina y Convenios como autoridad escritural’. Aunque el Profeta amó el Libro de Mormón durante toda su vida… rara vez leía de él o lo citaba en sus sermones. En cambio, sus mensajes a los Santos en Ohio, Misuri e Illinois están impregnados de pasajes bíblicos o de paráfrasis de ellos. Enseñó repetidamente a partir de la Biblia y recurrió al comentario más antiguo del mundo —el Espíritu Santo— para traer palabras antiguas a la luz en tiempos modernos”. (Robert Millet, en The King James Bible and the Restoration, ed. Kent P. Jackson, pág. 4)

Neal A. Maxwell

Ocasionalmente, algunos en la Iglesia permiten que la salvedad justificada acerca de la Biblia —“hasta donde esté traducida correctamente” (A de F 1:8)— disminuya su regocijo por el Nuevo Testamento. Sin embargo, la inexactitud de algunas traducciones no debe disminuir nuestro aprecio por el poderoso testimonio y la abundante historicidad del Nuevo Testamento.

Los Santos de los Últimos Días comparten gustosamente la Santa Biblia con todos los cristianos. Puesto que, lamentablemente, el Antiguo Testamento se lee muy poco en la cristiandad, lo que en la práctica terminamos compartiendo con otros cristianos son los cuatro Evangelios y las preciosas epístolas del Nuevo Testamento. Aun así, estas páginas son un verdadero tesoro que testifica de Jesucristo. (Ensign, diciembre de 1986, pág. 20)

Declaración de la Primera Presidencia sobre la Versión del Rey Jacobo de la Biblia

Desde los días del profeta José Smith, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha utilizado la Versión del Rey Jacobo de la Biblia para sus miembros de habla inglesa.

La Biblia, tal como ha sido transmitida a lo largo de los siglos, ha sufrido la pérdida de muchas partes claras y preciosas. “Creemos que la Biblia es la palabra de Dios, hasta donde esté traducida correctamente; también creemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios” (A de F 1:8).

Hoy existen muchas versiones de la Biblia. Desafortunadamente, no se dispone de manuscritos originales de ninguna parte de la Biblia con los cuales comparar y determinar la versión más exacta. Sin embargo, el Señor ha revelado claramente las doctrinas del evangelio en estos últimos días. La forma más confiable de medir la exactitud de cualquier pasaje bíblico no es mediante la comparación de distintos textos, sino mediante la comparación con el Libro de Mormón y las revelaciones modernas.

Aunque otras versiones de la Biblia pueden ser más fáciles de leer que la Versión del Rey Jacobo, en asuntos doctrinales la revelación de los últimos días respalda la Versión del Rey Jacobo por encima de otras traducciones al inglés. Todos los Presidentes de la Iglesia, comenzando con el profeta José Smith, han apoyado la Versión del Rey Jacobo alentando su uso continuo en la Iglesia. A la luz de todo lo anterior, esta es la Biblia en idioma inglés utilizada por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

La edición SUD de la Biblia (1979) contiene la Versión del Rey Jacobo, suplementada y aclarada mediante notas al pie, ayudas de estudio y referencias cruzadas al Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Estos cuatro libros constituyen las obras canónicas de la Iglesia. Alentamos a todos los miembros a tener sus propios ejemplares completos de las obras canónicas y a utilizarlos con espíritu de oración en el estudio personal y familiar regular, así como en las reuniones y asignaciones de la Iglesia.

Atentamente, vuestros hermanos:

Ezra Taft Benson
Gordon B. Hinckley
Thomas S. Monson

(“Noticias de la Iglesia”, Ensign, agosto de 1992, pág. 80)

Creemos también que el Libro de Mormón es la palabra de Dios

Los Santos de los Últimos Días creen que el Libro de Mormón es la palabra de Dios, tal como lo es la Biblia. Creemos que es Escritura, igual que la Biblia. Creemos que es tan importante para nuestra salvación como la Biblia. O es la palabra de Dios, o Dios nunca habló al hombre. Si no lo cree, entonces léalo y decídalo por usted mismo.

José Fielding Smith dijo que la Biblia ha “tenido una mayor influencia para el bien en el mundo que cualquier otro libro jamás publicado” (Doctrines of Salvation, 3:184). Pues bien, los Santos de los Últimos Días afirman que el Libro de Mormón tiene ese mismo poder para influir al mundo para bien.
¿Es eso posible? ¿Es esa afirmación ridícula? No lo es para los millones que han obtenido un testimonio de su verdad y su poder.

José Smith hizo la afirmación, aparentemente escandalosa, de que “un hombre se acercaría más a Dios al obedecer sus preceptos que con cualquier otro libro” (History of the Church, 4:461). ¡Es una afirmación notable, una declaración extraordinaria!

¿Qué piensan la mayoría de los cristianos del Libro de Mormón? Sus críticos más fervientes son, por lo general, quienes nunca lo han leído. Están seguros de que es un fraude, convencidos de que no puede ser verdadero. Aquellos críticos que sí lo han leído no parecen poder formular objeciones convincentes. Sus argumentos débiles resuenan en nuestros oídos “como metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Corintios 13:1), mientras que la verdad del libro es llevada profundamente a nuestros corazones por el poder del Espíritu.

José Fielding Smith escribió: “Ningún otro libro ha sido atacado tan aguda, amarga y persistentemente como el Libro de Mormón. Sin embargo, como el oro probado muchas veces en el horno, ha pasado incólume por todos los ataques. Toda arma levantada contra él ha perecido, y la sabiduría de los autosuficientes que lo han atacado ha quedado reducida a nada.”
(Doctrines of Salvation, 3:209)

El testimonio y la responsabilidad eterna Pero no juzgamos a los incrédulos; ese no es nuestro cometido. Testificamos, sin embargo, que los profetas antiguos los harán responsables por rechazar el Libro de Mormón.
¿Quiénes son esos profetas? Nefi, Jacob y Moroni. Los tres prometieron que su mensaje condenaría a los incrédulos ante el gran tribunal de Dios. Jacob preguntó: “¿Rechazaréis estas palabras? ¿Rechazaréis las palabras de los profetas…?” (Jacob 6:8) Nefi declaró: “Estas palabras os condenarán en el postrer día” (2 Nefi 33:14). Moroni testificó: “Me veréis ante el tribunal de Dios; y el Señor Dios os dirá… que lo que he escrito es verdadero” (Moroni 10:27–29).

Heber J. Grant

Se ha dicho que el Libro de Mormón tiene el fraude escrito en cada una de sus páginas. El Libro de Mormón está en absoluta armonía, de principio a fin, con las demás Escrituras sagradas. No hay una doctrina en él que no armonice con las enseñanzas de Jesucristo. No hay una sola expresión en el Libro de Mormón que pudiera herir, ni siquiera levemente, la sensibilidad de alguna persona. No hay nada en él que no sea para el beneficio y la elevación de la humanidad. En todo sentido es un verdadero testigo de Dios; sostiene a la Biblia y está en armonía con ella. Ningún grupo de hombres puede escribir un libro de seiscientas o setecientas páginas que sea un fraude y, al mismo tiempo, esté en completa armonía con las Escrituras dadas por los profetas de Dios y por Jesucristo y Sus apóstoles. (Gospel Standards, 27)

Jeffrey R. Holland

Quiero que quede absolutamente claro, cuando esté de pie ante el tribunal de Dios, que declaré al mundo… que el Libro de Mormón es verdadero. (Ensign, noviembre de 2009, pág. 90)

Harold B. Lee

En esta época en que la Biblia está siendo menospreciada por muchos que han mezclado las filosofías del mundo con las Escrituras para anular su verdadero significado, cuán afortunados somos de que nuestro Padre Celestial eterno, siempre preocupado por el bienestar espiritual de Sus hijos, nos haya dado un libro de Escrituras complementario, conocido como el Libro de Mormón, como defensa de las verdades de la Biblia que fueron escritas y habladas por los profetas conforme el Señor las dirigió. (The Teachings of Harold B. Lee, 158)

Stephen E. Robinson

En una época en la que la mayoría de los eruditos no Santos de los Últimos Días niegan la veracidad histórica de la Biblia, el Libro de Mormón demuestra que la Biblia es correcta, a veces con detalles sumamente precisos; que la imagen de Jesús, el Hijo divino de Dios, presentada en el Nuevo Testamento es históricamente exacta; y que el testimonio de Jesús dado por la Iglesia primitiva es verdadero. Por ejemplo, muchos eruditos atribuyen la mayor parte del Sermón del Monte a la Iglesia primitiva y niegan que el Jesús histórico haya pronunciado esas palabras tal como están registradas en Mateo. Sin embargo, el Libro de Mormón apoya claramente la afirmación de Mateo de que el Salvador dio ese sermón. (Ensign, febrero de 1988, pág. 13)


Artículo 9

Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que Él revela ahora, y creemos que aún revelará muchas cosas grandes e importantes pertenecientes al Reino de Dios.


Trasfondo histórico
Irónicamente, no hay doctrina más ofensiva para el cristianismo que la de la revelación moderna. Los amantes de la Biblia se ofenden profundamente cuando afirmamos que hay más Escrituras. Por supuesto, la Biblia no afirma que la revelación haya cesado. No afirma incluir toda la palabra de Dios, pero así va la interpretación. Algunos actúan como si el hombre pudiera cerrar los cielos, tapar la boca de Dios y levantar una barrera entre Dios y el hombre que no permita ni verdad, ni ángeles, ni visiones. Amós dijo: “Ciertamente Jehová el Señor no hará nada, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Si Dios no puede revelar nada, entonces no hará nada. ¡Qué presunción creer en una doctrina que pondría a Dios en una camisa de fuerza!

José Smith aprendió rápidamente cuán ofendidos se sentían los hombres ante la sugerencia de la revelación moderna cuando relató su Primera Visión a un predicador metodista:
“Me sorprendí grandemente de su comportamiento; no solo trató mi relato con ligereza, sino con gran desprecio, diciendo que todo era del diablo, que no existían tales cosas como visiones o revelaciones en estos días; que todas esas cosas habían cesado con los apóstoles y que nunca habría más de ellas” (JS–Hist. 1:21).

Esta idea todavía domina el cristianismo moderno:

“En todos los casos, el hombre, grupo o denominación que apoya la aceptación de nueva revelación está en un grave error doctrinal o es una secta. Es un hecho que toda secta, como los mormones, los testigos de Jehová, la Iglesia de Cristo, los adventistas del séptimo día, o religiones falsas como el islam, se basa en supuesta revelación moderna. Ningún individuo o iglesia que verdaderamente crea en la Biblia ofrece nueva revelación, sino que predica diligente y fielmente lo que Dios ha revelado en Su Palabra preservada, que son los sesenta y seis libros de la Biblia. Un rasgo inconfundible y reconocible de un falso predicador o iglesia es su aceptación de la revelación moderna. En todos los casos, la nueva revelación aleja a los hombres de la verdad de Dios y, por lo tanto, los conduce al error doctrinal y los aparta de Dios.”

“¿Hay NUEVA revelación hoy —que no se encuentre en la Biblia? ¿Existe tal cosa como revelación de Dios fuera de lo que Él ha revelado en la Biblia? La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo ‘¡NO!’

“No estoy hablando siquiera de revelación que contradiga la Biblia. Claramente, ESO nunca podría venir de Dios. Más específicamente, estoy hablando de NUEVA revelación —que, para algunos, podría parecer ausente de la Biblia, pero que no la contradice—. ¿Trae Dios tal revelación, manifestaciones o acontecimientos? Una vez más, la respuesta es NO.”

George Q. Cannon

En nuestro día existe el mismo espíritu de incredulidad que existía anteriormente. Jesús reprochó a los judíos por adornar los sepulcros de los profetas a quienes sus padres habían matado. Tenían en gran estima la memoria de los profetas muertos; al menos, así lo profesaban. Decían: “Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido partícipes con ellos en la sangre de los profetas”. Sin embargo, Jesús mismo, el Hijo de Dios, caminando entre ellos y realizando las poderosas obras que hizo, fue rechazado por ellos y finalmente crucificado. De esta manera testificaron que eran hijos de quienes habían matado a los profetas, y que estaban poseídos del mismo espíritu…

Pues bien, como he dicho, hay mucho de ese mismo espíritu en nuestro día. Se levantan magníficas estructuras en memoria de los hombres que una vez hablaron con Dios… San Pedro, San Pablo, San Marcos, San Lucas, San Andrés; y todos esos personajes santos fueron en su tiempo despreciados, ridiculizados, perseguidos, expulsados y finalmente asesinados. ¿Cuál fue su crimen? Afirmaron haber recibido revelación de Dios, ser Sus siervos y haber recibido autoridad para actuar en Su nombre; y por esto los hombres procuraron matarlos. Sin embargo, no habían pasado muchas generaciones cuando llegaron a ser honrados entre los hombres. Fueron exaltados y presentados como ejemplos. Se les atribuyó santidad. Se atribuyó poder milagroso a cualquier cosa que hubiera estado en su posesión. Los lugares de su martirio fueron considerados sagrados. Y todo lo que pudo hacerse, fue hecho por diferentes generaciones para mostrar que, si hubieran vivido contemporáneamente con ellos, no los habrían perseguido ni matado.

Así ocurre en esta tierra de América. Y, sin embargo, uno de los crímenes más grandes que casi puede cometer un hombre hoy en día, y uno que despertará el odio más feroz y provocará la persecución más violenta, es ir a las ciudades de esta tierra y declarar que Dios lo ha llamado a ser Su siervo, y que tiene autoridad de Dios para predicar Su Evangelio y administrar sus ordenanzas conforme al modelo antiguo. (Brian H. Stuy, ed., Collected Discourses, 5 vols. [Burbank, Calif., y Woodland Hills, Utah: B.H.S. Publishing, 1987–1992], vol. 2, 13 de diciembre de 1891)

Creemos todo lo que Dios ha revelado

Esta es la parte fácil. Cualquiera puede creer que Dios habló a los profetas siempre y cuando eso haya ocurrido en la antigüedad. Los profetas muertos y la revelación antigua parecen ser políticamente correctos y socialmente aceptables. Theodore A. Tuttle explicó:

“Es algo fácil creer en los profetas muertos. Muchas personas lo hacen. Por alguna razón misteriosa, hay un aura de credibilidad alrededor de ellos. No ocurre lo mismo con el profeta que vive entre nosotros, quien debe enfrentar los desafíos cotidianos de la vida”. (Ensign, julio de 1973, p. 18)

“Creemos todo lo que Dios ha revelado” significa que creemos en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. Creemos que la Biblia es históricamente exacta. Creemos que Adán y Eva fueron creados por Dios, que Noé construyó un arca, que la tierra fue cubierta por agua, que Moisés dividió el mar Rojo y que los muros de Jericó cayeron.

Creemos que Jesús nació de una virgen, que realizó milagros, echó fuera demonios y enseñó la palabra de Dios. Creemos que fue crucificado por los pecados del mundo y que resucitó del sepulcro como un ser perfecto y resucitado. Creemos en las epístolas de Pablo y en el Apocalipsis de Juan. Creemos en todo ello.

También creemos que Dios habló a otros profetas. Creemos que Dios se reveló a Adán, Enoc, Melquisedec y a otros en visiones abiertas que no están contenidas en la Biblia. Si tuviéramos todas esas revelaciones, creeríamos en ellas. Creemos que Dios ha hablado a muchas naciones y pueblos en diversas épocas:
“Yo mando a todos los hombres, tanto en el oriente como en el occidente, y en el norte y en el sur, y en las islas del mar, que escriban las palabras que les hablo… y también hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas las escribirán” (2 Nefi 29:11–12).
Si tuviéramos esos escritos y revelaciones, creeríamos en ellos.

Creemos… todo lo que Él revela ahora

Joseph F. Smith

También creemos en el principio de la revelación directa de Dios al hombre… El Evangelio no puede administrarse, ni la Iglesia de Dios puede continuar existiendo, sin ella. Cristo es la cabeza de Su Iglesia, y no el hombre, y la conexión solo puede mantenerse mediante el principio de la revelación directa y continua… En el momento en que este principio se corta, en ese mismo instante la Iglesia queda a la deriva, separada de su cabeza siempre viviente. En tal condición no puede continuar, sino que debe dejar de ser la Iglesia de Dios y, como un barco en el mar sin capitán, brújula ni timón, queda flotando a merced de las tormentas y las olas de las siempre conflictivas pasiones humanas, los intereses mundanos, el orgullo y la necedad, hasta finalmente naufragar en la costa del clericalismo y la superstición. (Gospel Doctrine, compilado por John A. Widtsoe [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1939], p. 104)

Hugh B. Brown

Declaramos que la línea de comunicación entre el cielo y la tierra está abierta y en funcionamiento, tal como lo estuvo en la antigüedad. Creemos que la revelación es continua y conveniente, y que se adapta a las circunstancias de la época en que se concede. (Conference Report, octubre de 1958, sesión de la tarde, p. 61)

Gordon B. Hinckley

Los cristianos en general, así como nuestros hermanos y hermanas judíos y musulmanes, veneran a los profetas de la antigüedad que hablaron palabras de revelación conforme eran movidos por el Espíritu Santo… Si hubo necesidad de revelación entonces, ¿no hay aún mayor necesidad de revelación en esta época altamente compleja y difícil en la que vivimos? Si Dios habló a Abraham en la antigüedad, ¿no hablará también a profetas en esta etapa del mundo? Creemos en la revelación moderna, y me presento ante ustedes para testificar, con humildad pero con certeza, que somos bendecidos con ella en la dirección de esta Iglesia en este día y tiempo. Dios no nos ha abandonado, ni lo hará si vivimos en obediencia a Sus mandamientos.
(Ensign, julio de 1998, p. 75)

Harold B. Lee

Me senté hace algún tiempo junto al editor principal de Reader’s Digest en un almuerzo, y me preguntó si la falta de revelación moderna y la disminución de la confianza en el Señor eran nuestro mayor problema hoy. Le respondí que eso no era un problema para nosotros. Sabemos que el Señor da revelación hoy. Estamos esperando que el Señor revele Su mente y Su voluntad. Los únicos que consideran que eso es un problema son los que no creen en la revelación. Ahí radica uno de los mayores problemas entre quienes critican, encuentran faltas y buscan excepciones. No confían en el Señor. No están dispuestos a escuchar la amonestación del Señor. (Ensign, enero de 1971, p. 9)

Creemos que aún revelará muchas cosas grandes e importantes

Joseph Smith profetizó que Dios “revelaría muchas cosas grandes e importantes pertenecientes al Reino de Dios”. Esta declaración se hizo en marzo de 1842. Desde entonces, se han recibido muchas revelaciones por medio de apóstoles, profetas y miembros de la Iglesia. Algunas de las revelaciones más significativas incluyen:

  • Doctrina y Convenios, secciones 127–132, 135–136
  • La doctrina del bautismo por los muertos y las ordenanzas vicarias
  • La organización de la Sociedad de Socorro
  • La ceremonia de la investidura (tal como la enseñó José Smith y la perfeccionó Brigham Young)
  • La ceremonia del matrimonio y el sellamiento de los hijos a sus padres
  • El lugar de asentamiento de los pioneros en el Valle del Lago Salado
  • La ubicación y la arquitectura del Templo de Salt Lake
  • La visión de José F. Smith del mundo de los espíritus (D. y C. 138)
  • El establecimiento y la posterior revocación del matrimonio plural
  • El Fondo Perpetuo de Emigración y el Fondo Perpetuo de Educación
  • Los programas de los Hombres Jóvenes y de las Mujeres Jóvenes de la Iglesia
  • El Programa de Bienestar de la Iglesia
  • La revelación que concedió el sacerdocio a todos los miembros varones

Creemos que la corriente de la revelación no se detendrá. Creemos que Dios no tiene razón alguna para dejar de comunicarse con Su pueblo y con Sus profetas. El flujo de la verdad no será interrumpido:

“Tan bien podría el hombre extender su débil brazo para detener el río Misuri en su curso decretado, o para hacerlo retroceder, como impedir al Todopoderoso derramar conocimiento del cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días” (D. y C. 121:33).

Las Escrituras nos hablan de algunas de las grandes verdades que aún han de revelarse:

  • El registro sellado del hermano de Jared (Éter 3:27; 4:4–8; 2 Nefi 27:6–11)
  • El registro de las diez tribus perdidas (2 Nefi 29:13)
  • Los actos secretos de los hombres en cada uno de los siete milenios de la existencia de la tierra (D. y C. 88:108–109)
  • Los registros de profetas a quienes se les ha mostrado “todas las cosas” y que las han escrito (1 Nefi 14:26)
  • La plenitud del registro de Juan el Bautista (D. y C. 93:6, 18)
  • Las profecías de Adán contenidas en el Libro de Enoc (D. y C. 107:56–57)

“Dios os dará conocimiento… que no ha sido revelado desde que el mundo fue hasta ahora…
Vendrá un tiempo en que nada será retenido, ya sea que haya un Dios o muchos dioses, serán manifestados.
Todos los tronos y dominios, principados y potestades, serán revelados y conferidos a todos los que hayan perseverado valerosamente por el evangelio de Jesucristo.
Y también, si hay límites establecidos para los cielos o para los mares, o para la tierra seca, o para el sol, la luna o las estrellas—
Todos los tiempos de sus revoluciones, todos los días señalados, meses y años, y todos los días de sus días, meses y años, y todas sus glorias, leyes y tiempos establecidos, serán revelados en los días de la dispensación del cumplimiento de los tiempos”
(D. y C. 121:26–31).

George Q. Cannon

El Señor aún no nos ha revelado todo lo que ha de revelarse. Hay muchos principios y verdades grandes y gloriosos relacionados con la exaltación en el reino celestial de Dios que todavía no estamos preparados para recibir… Desde el día en que Dios estableció esta Iglesia hasta el presente, la corriente de la revelación ha continuado fluyendo sin interrupción. Fluye pura para que bebamos de ella hasta saciarnos; y si no bebemos, es culpa nuestra.
(Gospel Truth [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1987], p. 258)

Joseph F. Smith

Hay muchas cosas que aún han de revelarse. Hay cosas que Dios dará a conocer a su debido tiempo y que ahora no entendemos. Por mi parte, ya hay tanto revelado como parece posible que yo comprenda. Si tan solo pudiera captar todo lo que Dios ha revelado, y entenderlo como debería y aplicarlo con rectitud en mi vida, creo que entonces estaría preparado para recibir algo más, si aún fuera digno de ello. (Conference Report, octubre de 1916, pp. 6–7)

Daniel H. Wells

Las revelaciones declaran que hay cosas que aún han de revelarse, las cuales han sido ocultadas desde la fundación del mundo. Yo, por mi parte, espero que el volumen de la revelación permanezca abierto, y que los siervos de Dios, en el futuro como en el pasado, nos lean del Libro de la Vida. El saber que no estaremos limitados a lo que ya se nos ha dado, sino que continuaremos creciendo y aumentando en el conocimiento de Dios y en toda cosa buena, es uno de los principios más preciados del evangelio de Jesucristo.

¡Cuán cierto es que, cuando se promulga cualquier principio nuevo, o alguna idea nueva acerca de un principio antiguo, el corazón humano parece levantarse en rebelión contra ello! Y los Santos no son la excepción en este aspecto; pues cuando el Señor se digna revelar algún nuevo principio relacionado con su bienestar y la edificación de Su reino en la tierra, muchos están listos, tanto en sentimientos como en prácticas, para levantarse y rebelarse contra él. ¿Qué sucede? ¿Estamos encerrados en una cáscara de nuez y tan limitados en nuestros sentimientos que no podemos recibir nuevas revelaciones e instrucciones de cuando en cuando, cuando provienen de la fuente correcta? No. Pienso que, para la gran mayoría de los Santos de los Últimos Días, puedo responder que no es así. Puede serlo con algunos individuos; pero, en general, los Santos se complacen en recibir instrucción, línea sobre línea, precepto sobre precepto, aquí un poco y allí un poco, conforme pueden recibirla y soportarla. Oí al presidente Young decir que le había dicho al profeta José que nunca le revelara un principio nuevo si pensaba que no podría recibirlo, si sería perjudicial para su fe o le haría apartarse de lo que ya había recibido. Dijo que prefería permanecer en la ignorancia antes que permitir que ello se convirtiera en un tropiezo para él. He visto a muchas personas ansiosas por la revelación y por el desarrollo de algún gran misterio relacionado con el reino de Dios. Yo nunca me he sentido así; he estado satisfecho con lo que el Señor se ha dignado revelar, y más que complacido si, cuando llegaba, era capaz de recibirlo y ponerlo en práctica. (Journal of Discourses, 13:351)


Artículo 10

Creemos en la congregación literal de Israel y en la restauración de las Diez Tribus; y que Sion (la Nueva Jerusalén) será establecida sobre el continente americano; que Cristo reinará personalmente sobre la tierra; y que la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca.


En el artículo de fe anterior, el Profeta explicó que creemos en la revelación moderna. El Artículo de Fe 10 es una extensión natural del 9. Si Dios no ha terminado de hablar a los hombres, entonces tampoco ha terminado de obrar con ellos. Es el inverso de la declaración de Amós: “Ciertamente Jehová el Señor no hará nada, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Tiene sentido que, si Dios aún habla a Sus siervos los profetas, entonces aún tiene más que hacer en favor de ellos. Dios no ha terminado de hablar; Dios no ha terminado de obrar.

De conformidad con la profecía bíblica, aún deben acontecer muchas cosas. Cada jota y cada tilde de las Escrituras debe cumplirse. Eso incluye todas las profecías de Jeremías acerca de la congregación de Israel. Incluye todas las profecías de Isaías respecto a la gloria del reinado de Cristo en el Milenio. Incluye todas las profecías de Ezequiel acerca de la obra del templo en el Milenio y la batalla de Gog y Magog. El Artículo de Fe 10 refuerza nuestra creencia muy literal en las profecías del Antiguo Testamento. Esperamos que se cumplan completa y precisamente.

Bruce R. McConkie

Las cosas de las que hablamos forman parte de un gran plan y programa del Señor. Él ha conocido el fin desde el principio. Ha ordenado y establecido el sistema que ahora está en operación. Ha esparcido a Su pueblo escogido entre todas las naciones de la tierra. Y ahora, por Su bondad y gracia en este, nuestro día, mediante la apertura de los cielos, mediante el ministerio de santos ángeles enviados de Su presencia, mediante Su propia voz que habla desde el cielo, mediante el derramamiento del Espíritu Santo—por todos estos medios—ha restaurado nuevamente la plenitud de Su evangelio eterno. Nos ha llamado de las tinieblas a la luz maravillosa de Cristo. Nos ha mandado edificar de nuevo a Sion. Nos ha mandado vencer al mundo. Nos ha mandado desechar toda cosa mala. Nos ha hecho Sus agentes y representantes. Nos ha comisionado para salir y hallar a las ovejas perdidas de Israel. Desea que las invitemos a congregarse con la Iglesia verdadera y con los santos de Dios.

Esta es una obra de gran magnitud e importancia. No hay otra obra como esta en todo el mundo. El evangelio del Señor Jesucristo es lo más grande que hay en el cielo o en la tierra.
(Ensign, mayo de 1977, p. 118)

Creemos en la congregación literal de Israel

Creemos en la congregación literal (física) de Israel. Dios dijo a Jacob: “La tierra que di a Abraham y a Isaac, a ti la daré, y a tu descendencia después de ti daré la tierra” (Génesis 35:12). Creemos que Dios no ha terminado de cumplir esta promesa hecha a Abraham, Isaac y Jacob. Creemos que sus descendientes aún habitarán todas las tierras que el Señor les prometió, pues a Jacob se le prometió que su descendencia la heredaría “por posesión perpetua” (Génesis 48:4; véase también Génesis 17:8).

Con el término congregación literal de Israel, nos referimos al traslado físico de los descendientes de Jacob a las tierras de su herencia. Creemos que habrá dos centros principales de congregación: la Jerusalén antigua y la Nueva Jerusalén. Antes de la Segunda Venida, la congregación literal se reanudará:

“Salid, pues, a la tierra de Sion… Por tanto, huyan a Sion los que estén entre los gentiles. Y los que sean de Judá huyan a Jerusalén, a los montes de la casa del Señor” (Doctrina y Convenios 133:9–13).

El remanente de la casa de José será congregado a la Nueva Jerusalén (Éter 13:8), y la casa de Judá será congregada a la Jerusalén antigua.

“Vienen días, dice Jehová, en que… los haré volver a su tierra, la cual di a sus padres. He aquí enviaré muchos pescadores, dice Jehová, y los pescarán; y después enviaré muchos cazadores, y los cazarán por todo monte, y por todo collado, y por las cavernas de los peñascos” (Jeremías 16:14–16).

“Y reuniré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán… Judá será salvo, e Israel habitará confiado” (Jeremías 23:3–6).

“Os tomaré uno de una ciudad, y dos de una familia, y os traeré a Sion; y os daré pastores conforme a mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia… En aquellos días la casa de Judá andará con la casa de Israel, y vendrán juntas de la tierra del norte a la tierra que di en heredad a vuestros padres” (Jeremías 3:14–18).

Si crees que la Biblia es la palabra de Dios, entonces deberías creer que Israel aún debe ser congregado. La congregación literal ya ha comenzado, pero todavía falta mucho por realizar. El Señor está enviando a Sus pescadores y cazadores en la forma de misioneros que proclaman las verdades del evangelio relacionadas con estas antiguas profecías. El Señor los está trayendo, uno por uno, y estableciendo pastores sobre ellos, pero aún no están completamente a salvo. Israel es una de las naciones más odiadas del mundo. Esto no durará; el Señor se asegurará de que no tengan nada que temer ni razón alguna para desmayar. Isaías dijo:

“Porque Jehová tendrá misericordia de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y los pondrá en su propia tierra… y dominarán sobre sus opresores. Y acontecerá en aquel día que Jehová te dará descanso de tu tristeza, de tu temor” (Isaías 14:1–3).

Así como creemos en la congregación literal (física) de Israel, también creemos en la congregación figurativa (espiritual) de Israel. Ser congregado espiritualmente significa convertirse al reino de Dios. Para quienes son de linaje gentil, significa unirse a la casa de Israel por adopción mediante la ordenanza del bautismo. En los primeros días de la Iglesia, la congregación física y la espiritual iban juntas. Cada vez que alguien se convertía, se le pedía que se congregara en Sion. De este modo, eran congregados tanto física como espiritualmente. A partir de la década de 1890, ya no se requirió que los santos emigraran a América, sino que edificaran Sion en sus propios países. Por ahora, Sion es donde los santos se congregan, donde los puros de corazón adoran.

Spencer W. Kimball

Ahora bien, la congregación de Israel consiste en unirse a la Iglesia verdadera y llegar al conocimiento del Dios verdadero. Por lo tanto, cualquier persona que haya aceptado el evangelio restaurado y que ahora procure adorar al Señor en su propio idioma y con los santos en las naciones donde vive, ha cumplido la ley de la congregación de Israel y es heredera de todas las bendiciones prometidas a los santos en estos últimos días.
(The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball [Salt Lake City: Bookcraft, 1982], p. 439)

Spencer W. Kimball

La congregación de Israel está ahora en progreso. Cientos de miles de personas han sido bautizadas en la Iglesia. Millones más se unirán a la Iglesia. Y así es como congregaremos a Israel: por medio de la obra misional.
(New Era, mayo de 1981, p. 46)

Creemos… en la restauración de las Diez Tribus

Parte de la congregación literal de Israel incluye la restauración de las Diez Tribus. La congregación debe involucrar más que solo a las tribus de Judá y Benjamín; las diez tribus “perdidas” deben ser restauradas a las tierras de su herencia. Después del rey Salomón, las doce tribus se dividieron en el reino de Judá (compuesto por Judá y Benjamín) y el reino de Israel (compuesto por las otras diez tribus). El reino de Israel, también llamado el reino de Efraín, fue llevado cautivo por los asirios alrededor del año 720 a.C. (2 Reyes 17). Las diez tribus fueron llevadas hacia el norte y quedaron “perdidas” para los historiadores religiosos.

Jeremías profetizó acerca de la restauración de las Diez Tribus de la siguiente manera: “Porque habrá un día en que clamarán los guardas en el monte de Efraín: Levantaos, y subamos a Sion, a Jehová nuestro Dios… He aquí yo los haré volver de la tierra del norte, y los reuniré de los confines de la tierra, y entre ellos al ciego y al cojo, a la mujer que está encinta y a la que dio a luz juntamente; en gran multitud volverán acá” (Jeremías 31:6, 8).

“Acontecerá en aquel tiempo que el Señor alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de Su pueblo… y levantará pendón a las naciones, y juntará a los desterrados de Israel… Y habrá camino para el remanente de Su pueblo que quedó de Asiria, de la manera que lo hubo para Israel el día que subió de la tierra de Egipto” (Isaías 11:11–16).

Cuando las Diez Tribus sean restauradas, tendrán sus propios profetas: “Y los que están en los países del norte vendrán en memoria delante del Señor; y sus profetas oirán Su voz, y ya no se detendrán; y herirán las rocas, y el hielo fluirá a su presencia. Y se preparará un camino en medio del gran abismo” (Doctrina y Convenios 133:26–27).

Cuando las Diez Tribus regresen, traerán sus propias Escrituras: “También hablaré a las otras tribus de la casa de Israel, a las cuales he llevado; y ellas lo escribirán… y los nefitas y los judíos tendrán las palabras de las tribus perdidas de Israel” (2 Nefi 29:12–13).

Sin embargo, no tendrán su propia obra del templo. Deberán recibir las ordenanzas del templo por medio de los Santos de los Últimos Días: “Y traerán sus ricos tesoros a los hijos de Efraín, Mis siervos. Y los límites de los collados eternos temblarán a su presencia. Y allí caerán y serán coronados de gloria, aun en Sion, por las manos de los siervos del Señor, es decir, los hijos de Efraín” (Doctrina y Convenios 133:30–32).

Joseph Fielding Smith

Las Diez Tribus fueron sacadas por la fuerza de la tierra que el Señor les dio. Muchas de ellas se mezclaron con los pueblos entre los cuales fueron esparcidas. Sin embargo, una gran parte partió en un solo cuerpo hacia el norte y desapareció del resto del mundo. A dónde fueron y dónde están, no lo sabemos. Que permanecen intactas debemos creerlo; de lo contrario, ¿cómo se cumplirían las Escrituras? Hay demasiadas profecías acerca de ellas y de su regreso como cuerpo para que ignoremos este hecho. (The Way to Perfection, p. 130)

George Q. Cannon

Está escrito que las Diez Tribus saldrán de la tierra del norte, y que vendrán aquí, a aquellos que poseen las llaves en esta dispensación, para recibir las bendiciones que ellas mismas no tienen. Aquí está Efraín, y Efraín posee las llaves. Las Diez Tribus están allí, pero la autoridad para poseer las llaves está aquí. Dios está llevando a cabo una obra poderosa entre las naciones de la tierra, en gran medida desconocida para nosotros. Poderosos agentes están actuando bajo Su dirección en todas las naciones, para llevar a cabo el cumplimiento de Sus designios… y aquí están las llaves mediante las cuales se cumplirán los propósitos de Dios. Todo lo que ha sido hablado por boca de los santos profetas se cumplirá. Se levantará un camino; las Diez Tribus regresarán, y vendrán a los hijos de Efraín para recibir sus bendiciones.
(Conference Report, octubre de 1897, sesión de la tarde)

Que Sion (la Nueva Jerusalén) será establecida sobre el continente americano

Todas las doctrinas enseñadas en los Artículos de Fe hasta este punto han sido bíblicas. La Biblia por sí sola es suficiente para que un misionero defienda cada doctrina tratada previamente. Pero ahora no. Decir que Sion estará en el continente americano es una doctrina exclusivamente mormona. En la Biblia, el centro del universo es Jerusalén. La revelación moderna y el Libro de Mormón nos enseñan que la obra de Dios abarca ambos hemisferios.

En lugar de suponer que Sion es sinónimo de Jerusalén en cada profecía del Antiguo Testamento, creemos que habrá dos grandes capitales en el Milenio: Jerusalén del Viejo Mundo y Sion del Nuevo Mundo. Esta es una visión revolucionaria de la profecía antigua. “De Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor” ya no es un simple paralelismo poético, sino una poderosa profecía de una capital religiosa americana (Isaías 2:3).

Algunos han llamado al mormonismo una religión estadounidense. Aunque creemos que el evangelio es para todo el mundo, es cierto que tenemos algunas afirmaciones interesantes acerca de América. Creemos que el Jardín de Edén estuvo en las Américas. Creemos que la ciudad de Enoc estuvo en las Américas. Creemos que Noé construyó su arca en las Américas. Creemos que Colón fue inspirado para descubrir las Américas. Creemos que los peregrinos fueron inspirados por Dios para venir a América. Creemos que la Constitución de los Estados Unidos es un documento inspirado. También creemos en una “Biblia americana”: el Libro de Mormón, el cual enseña que en el Milenio, Jerusalén y Sion son ciudades distintas.

De manera apropiada, esta doctrina procede de antiguos profetas americanos. Éter profetizó que la Nueva Jerusalén estaría en las Américas:

“Éter… verdaderamente les dijo… que después de que las aguas se retiraron de la faz de esta tierra, llegó a ser una tierra escogida sobre todas las demás tierras, una tierra escogida del Señor…
y que era el lugar de la Nueva Jerusalén, la cual descendería del cielo, y el santuario santo del Señor.
He aquí, Éter vio los días de Cristo, y habló acerca de una Nueva Jerusalén sobre esta tierra”
(Éter 13:2–3).

La ubicación exacta de la ciudad fue revelada a Joseph Smith. Sorprendentemente:
“Misuri… es la tierra de promesa, y el lugar para la ciudad de Sion… He aquí, el lugar que ahora se llama Independence es el lugar central” (Doctrina y Convenios 57:1–3).

Revelado en 1831, los primeros santos se llenaron de entusiasmo al conocer acerca de una Sion americana. Intentaron establecerla conforme al modelo del Señor, pero fracasaron y fueron expulsados de Misuri. El establecimiento de Sion en la tierra de Misuri sigue siendo firmemente creído y esperado por los Santos de los Últimos Días. Creemos que la ciudad y su templo serán edificados con una grandeza y significación que rivalizarán con la Jerusalén antigua. ¡Esa es una afirmación notable!

Mark E. Petersen

Así, en el debido tiempo del Señor, la ciudad aún se levantará en su gloria. En el debido tiempo del Señor, Su templo aún será edificado. A una nueva generación se le permitirá continuar la obra en lugar de aquellos que la comenzaron, pero que, “a causa de la transgresión”, no se les permitió proseguir. Los transgresores no pueden edificar la ciudad de Sion ni su templo, porque “Sion no puede edificarse a menos que sea conforme a los principios de la ley del reino celestial; de lo contrario, no puedo recibirla para Mí” (Doctrina y Convenios 105:5; cursivas añadidas).

Pero el condado de Jackson —en los Estados Unidos— sigue siendo el lugar para ello, y su desarrollo será parte del destino futuro de América.

Al escribir a N. E. Seaton, editor en Rochester, Nueva York, el 4 de enero de 1833, el profeta José dijo: “La ciudad de Sion de la que habló David, en el Salmo ciento dos, será edificada sobre la tierra de América. ‘Y los redimidos volverán, y vendrán a Sion con cánticos y gozo eterno sobre sus cabezas’ (Isaías 35:10); y entonces serán librados del azote desbordante que pasará por la tierra. Pero Judá obtendrá liberación en Jerusalén…” (History of the Church, 1:315; cursivas añadidas). (Mark E. Petersen, The Great Prologue [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1975], p. 110)

Que Cristo reinará personalmente sobre la tierra

Creemos que Cristo volverá nuevamente a la tierra. A diferencia de Su Primera Venida, creemos que Cristo no tolerará la iniquidad cuando regrese. Por el contrario, destruirá a los inicuos y desterrará a Satanás por mil años. Creemos que gobernará y reinará con rectitud como el Rey literal de toda la tierra. El cordero morará con el león, y los pueblos no aprenderán más la guerra, sino que convertirán sus espadas en rejas de arado. Reinará la paz, y Cristo gobernará desde Jerusalén y Sion.

Todos los profetas han anhelado esta dicha milenaria. Enoc preguntó: “¿Cuándo reposará la tierra?… Y aconteció que Enoc vio el día de la venida del Hijo del Hombre, en los postreros días, para morar sobre la tierra con rectitud por el espacio de mil años” (Moisés 7:58, 65). Juan vio que los justos “vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Apocalipsis 20:4). Joel dijo: “Jehová rugirá desde Sion, y dará Su voz desde Jerusalén… Y conoceréis que Yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en Sion, Mi santo monte; entonces Jerusalén será santa” (Joel 3:16–17).
“Porque un niño nos es nacido… y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de Su imperio y la paz no tendrán fin, sobre el trono de David” (Isaías 9:6–7).
“Y acontecerá que todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén subirán de año en año para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos” (Zacarías 14:16).

Joseph Smith

[El Milenio] es lo único que puede traer la “restauración de todas las cosas de que hablaron todos los santos profetas desde el principio del mundo”: “la dispensación del cumplimiento de los tiempos, cuando Dios reunirá todas las cosas en una”. Otros intentos de promover la paz y la felicidad universales en la familia humana han resultado abortivos; todo esfuerzo ha fracasado; todo plan y designio ha caído por tierra; se necesita la sabiduría de Dios, la inteligencia de Dios y el poder de Dios para lograrlo. El mundo ha tenido una prueba justa durante seis mil años; el Señor probará el séptimo milenio Él mismo. (History of the Church, 7 vols., 5:64–65)

Y que la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca

¿Cómo será la tierra durante el Milenio? Será un paraíso. Será como el Jardín de Edén. Creemos que la historia de la tierra incluye tres glorias diferentes. La menor de ellas, la telestial, se caracteriza tanto por lo bello como por lo estéril, incluyendo sequía, hambruna, malezas, espinos y cardos. Durante el Milenio, la iniquidad y la corrupción de lo telestial serán limpiadas de la tierra en preparación para una gloria mayor, la terrestre. Esta renovación traerá agua a los desiertos, cosechas al suelo, fruto a los árboles y uvas a la vid.
“Y en los desiertos estériles brotarán pozas de aguas vivas; y la tierra reseca no será más una tierra sedienta” (Doctrina y Convenios 133:29).

También llamada paradisíaca, esta gloria evoca el Jardín de Edén, cuando el cordero estaba seguro con el león y la tierra producía frutos y flores espontáneamente. ¡Imagínate lo divertido que será hacer cosquillas a los tigres, nadar con tiburones y luchar con caimanes! Toda enemistad desaparecerá del reino animal:
“Y el león comerá paja como el buey. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el niño destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora” (Isaías 11:7–8).

Durante este tiempo, habrá dos ciudades que deberán vivir conforme a una ley celestial en un mundo terrestre (lo cual no debería ser más difícil que vivir una ley celestial en un mundo telestial). Porque “Sion no puede edificarse a menos que sea conforme a los principios de la ley del reino celestial; de lo contrario, no puedo recibirla para Mí” (Doctrina y Convenios 105:5).

Sterling W. Sill

En el momento de la caída de Adán, se impuso una maldición sobre la tierra, y desde entonces ha existido en su estado caído o telestial. Durante casi seis mil años ha producido espinos, cardos y malezas nocivas, mientras que el crimen, la corrupción, la guerra y el pecado han prosperado sobre su faz. Pero en la Segunda Venida de Cristo, la tierra será limpiada por fuego. Entonces será renovada y recibirá su gloria paradisíaca al ser elevada al estado de una esfera terrestre. (Conference Report, abril de 1966, Primera sesión—Reunión de la mañana, p. 20)

Bruce R. McConkie

En la Segunda Venida de nuestro Señor, “la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca” (Décimo Artículo de Fe); es decir, volverá nuevamente al estado edénico y existirán condiciones milenarias. De esta restauración dijo Isaías:
“Porque Jehová consolará a Sion; consolará todas sus ruinas, y hará su desierto como Edén, y su soledad como huerto de Jehová; se hallará en ella gozo y alegría, acciones de gracias y voz de cántico” (Ezequiel 36:35). (Mormon Doctrine, 2.ª ed. [Salt Lake City: Bookcraft, 1966], p. 303)

Luego, al final del milenio, más el período breve señalado, este planeta cambiará otra vez. Una vez más habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, pero esta vez nuestro globo llegará a ser una esfera celestial, y nadie permanecerá sobre su superficie a menos que viva conforme a una ley celestial. (Doctrinal New Testament Commentary, 3 vols. [Salt Lake City: Bookcraft, 1965–1973], 3:587)


Artículo 11

Afirmamos el privilegio de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen.


Creemos en la libertad religiosa. ¿No es así? ¿No lo hace todo el mundo? ¿No es ese uno de los principios fundacionales de esta nación? ¿No dice la Primera Enmienda: “El Congreso no hará ninguna ley respecto al establecimiento de una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma”? Es la primera declaración de la Primera Enmienda de la Constitución, la primera Carta de Derechos.

No solo creemos en el principio; lo reclamamos como un derecho humano. Todos los Artículos de Fe son declaraciones de “Creemos”, excepto este. El lenguaje “Afirmamos” es más fuerte. Joseph Smith está diciendo: “Tenemos el derecho de practicar nuestra religión sin persecución, turbas ni encarcelamiento. Lo reclamamos como nuestro derecho como ciudadanos de los Estados Unidos de América”. Este derecho fue adoptado por el Primer Congreso de los Estados Unidos en 1789, pero para quienes persiguieron a los primeros mormones fue más teoría que práctica.

En la misma Carta de Wentworth que contiene los Artículos de Fe, José Smith relata las persecuciones inconstitucionales sufridas por los Santos de los Últimos Días:

El 6 de abril de 1830 se organizó por primera vez la “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”… Desde entonces la obra se extendió con asombrosa rapidez, y pronto se formaron iglesias en los estados de Nueva York, Pensilvania, Ohio, Indiana, Illinois y Misuri; en este último se estableció un asentamiento considerable en el condado de Jackson. Muchos se unieron a la Iglesia y crecíamos rápidamente; hicimos grandes compras de tierras, nuestras granjas abundaban en productos, y se disfrutaban la paz y la felicidad en nuestro círculo doméstico y en todo el vecindario. Pero como no podíamos asociarnos con nuestros vecinos (muchos de los cuales eran de los hombres más viles y habían huido de la sociedad civilizada hacia la frontera para escapar de la mano de la justicia) en sus orgías nocturnas, la profanación del día de reposo, las carreras de caballos y el juego, comenzaron primero a ridiculizarnos, luego a perseguirnos, y finalmente se reunió una turba organizada que quemó nuestras casas, emplumó y azotó a muchos de nuestros hermanos y, finalmente, en contra de la ley, la justicia y la humanidad, los expulsó de sus hogares; quienes, sin casa ni refugio, tuvieron que vagar por las frías praderas hasta que los niños dejaron rastros de sangre en la llanura. Esto ocurrió en el mes de noviembre, y no tenían otra cobertura que el dosel del cielo en esa estación inclemente del año; este proceder fue tolerado por el gobierno, y aunque teníamos escrituras legales de nuestras tierras y no habíamos violado ninguna ley, no pudimos obtener reparación alguna.

Había muchos enfermos que fueron expulsados inhumanamente de sus casas y tuvieron que soportar todos estos abusos y buscar hogares donde pudieran encontrarlos. El resultado fue que muchos, al ser privados de las comodidades de la vida y de los cuidados necesarios, murieron; muchos niños quedaron huérfanos, esposas quedaron viudas y esposos viudos; nuestras granjas fueron ocupadas por la turba, y muchos miles de cabezas de ganado, ovejas, caballos y cerdos fueron tomadas, y nuestros bienes domésticos, mercancías y la imprenta y los tipos fueron quebrados, tomados o destruidos de otra manera.

Muchos de nuestros hermanos se trasladaron al condado de Clay, donde permanecieron hasta 1836, por tres años; no hubo violencia, pero sí amenazas de violencia. Sin embargo, en el verano de 1836 esas amenazas comenzaron a tomar una forma más seria; se convocaron reuniones públicas, se aprobaron resoluciones, se amenazó con venganza y destrucción, y los acontecimientos volvieron a adquirir un carácter alarmante. El condado de Jackson fue un precedente suficiente, y como las autoridades de ese condado no intervinieron, se jactaban de que tampoco lo harían en este; lo cual, al acudir a las autoridades, comprobamos que era demasiado cierto, y después de muchas privaciones y pérdidas de propiedad, fuimos nuevamente expulsados de nuestros hogares.

Luego nos establecimos en los condados de Caldwell y Daviess, donde hicimos asentamientos grandes y extensos, pensando librarnos del poder de la opresión al establecernos en condados nuevos con muy pocos habitantes; pero tampoco se nos permitió vivir en paz. En 1838 fuimos nuevamente atacados por turbas; el gobernador Boggs emitió una orden de exterminio y, bajo la sanción de la ley, una banda organizada recorrió el país, nos robó ganado, ovejas, cerdos, etc.; muchos de los nuestros fueron asesinados a sangre fría, la castidad de nuestras mujeres fue violada, y se nos obligó a ceder nuestras propiedades a punta de espada. Después de soportar toda indignidad que una banda inhumana e impía de saqueadores pudiera imponernos, de doce a quince mil almas —hombres, mujeres y niños— fueron expulsadas de sus propios hogares y de tierras de las que tenían escrituras legales, sin casa, sin amigos y sin refugio (en lo más crudo del invierno), para vagar como exiliados sobre la tierra o buscar asilo en un clima más benigno y entre un pueblo menos bárbaro. Muchos enfermaron y murieron a causa del frío y las penurias; muchas esposas quedaron viudas y muchos niños, huérfanos y desamparados. Haría falta más tiempo del que aquí se me concede para describir la injusticia, los agravios, los asesinatos, el derramamiento de sangre, el robo, la miseria y el dolor causados por los procedimientos bárbaros, inhumanos y sin ley del estado de Misuri.

En la situación antes mencionada llegamos al estado de Illinois en 1839, donde hallamos un pueblo hospitalario y un hogar amistoso; un pueblo dispuesto a regirse por los principios de la ley y la humanidad. Hemos comenzado a edificar una ciudad llamada “Nauvoo”, en el condado de Hancock. Aquí sumamos de seis a ocho mil personas, además de grandes números en el condado circundante y en casi todos los condados del estado. Se nos ha concedido una carta municipal y una carta para una Legión, cuyas tropas ahora suman 1.500 hombres. También tenemos una carta para una Universidad, para una Sociedad Agrícola y Manufacturera; tenemos nuestras propias leyes y administradores, y poseemos todos los privilegios que disfrutan otros ciudadanos libres e ilustrados. (History of the Church, 4:538–540)

Los mormones solo querían adorar a “Dios Todopoderoso conforme a los dictados de [su] propia conciencia”; nada más. Escrito el 1 de marzo de 1842, el Profeta se sentía satisfecho de reclamar este derecho, declarando que “poseemos todos los privilegios que disfrutan otros ciudadanos libres e ilustrados”. José podía reclamarlo, pero no llegaría a disfrutarlo… al menos no por mucho tiempo.

Por la misma época, el élder Lewis Barney tuvo una experiencia en una pequeña rama a 90 millas al norte de Nauvoo. Reunidos para adorar conforme a sus derechos de la Primera Enmienda, la reunión fue interrumpida por una turba.

Avanzaron hacia la puerta llenos de furia, maldiciendo y profiriendo insultos contra el “viejo José Smith” y los mormones, blandiendo garrotes y cuchillos en el aire. Ante esto, la congregación se atemorizó; las mujeres y los niños lloraban y gritaban, y luego todos huyeron por la puerta trasera mientras la turba entraba por la delantera. Leyland dejó de predicar. James Carl se agachó en una esquina debajo del escritorio y Leyland hizo lo mismo. Esto dejó al hermano Tippits y a mí para enfrentar la situación. La casa se llenó de una turba enfurecida. Salté sobre uno de los bancos y dije:

“Caballeros, no se alteren. Soy ciudadano estadounidense y supongo que ustedes también lo son. Disfrutamos de la libertad, los derechos y los privilegios por los que nuestros padres lucharon en la Guerra de Independencia, y muchos de ellos dieron su vida para asegurarnos el privilegio que ahora gozamos: vivir en nuestras granjas y hogares sin ser molestados. Fui voluntario en la guerra de Black Hawk y arriesgué mi vida para llegar a este país, el Territorio de Iowa, librándolo de manos de los indios, aun esta tierra en la que ustedes tienen sus hogares. Mi padre también fue voluntario en la guerra de 1812 y arriesgó su vida por la protección de nuestras libertades. Mi abuelo fue comandante en los mares, dirigió una gran flota y combatió en una de las batallas más decisivas de la Guerra de Independencia. Como ciudadanos estadounidenses disfrutamos hoy de los frutos de sus sufrimientos y labores. Deseamos que ustedes también disfruten del privilegio de vivir en sus granjas sin ser molestados. No hemos venido aquí con malas intenciones. Creemos en la Biblia. Creemos en Dios el Padre, en el Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo. Hemos venido a visitar a la gente de aquí y a tener una pequeña reunión. Les pregunto amablemente si tienen alguna objeción a que tengamos una breve reunión de oración esta noche. Y, en cuanto a los mormones, nunca los molestaremos en el disfrute de sus hogares, derechos y privilegios. Después de nuestra reunión regresaremos a nuestras casas”.

Escucharon mis palabras con marcada atención. El capitán de la turba se subió a un banco y dijo:

“Eso no concuerda con las ideas que hemos oído acerca de los mormones. Creemos que son los más malvados, corruptos y miserables que existen sobre la tierra. Y en cuanto a que creen en la Biblia, están tan lejos de ella como el oriente del occidente. No queremos más reuniones mormonas en nuestro asentamiento”. (Lewis Barney, Autobiografía, Colecciones Especiales de BYU, Writings of Early Latter-day Saints, 21)

Resulta irónico que Estados Unidos fuera establecido como un estandarte de libertad religiosa y, sin embargo, llegara a convertirse en refugio de una de las formas más atroces de intolerancia religiosa. Esta ironía no pasó desapercibida para los primeros santos, muchos de los cuales descendían de veteranos de la Guerra de Independencia; algunos habían sido veteranos ellos mismos. El élder B. H. Roberts relata las atrocidades ocurridas en el condado de Daviess, Misuri, en 1838:

“Las escenas de violencia de las turbas eran casi diarias; se destruían propiedades; hombres eran atados y golpeados brutalmente; se cometían graves abusos contra mujeres; el ganado era abatido sin motivo; casas eran incendiadas sin piedad ante sus dueños; campos de grano eran destruidos. Pero esto no fue lo peor: mujeres y niños indefensos, así como ancianos sin protección, fueron asesinados brutalmente, entre ellos algunos que habían luchado en el ejército continental durante la Revolución Americana.

El élder John Taylor, al relatar estos hechos unos treinta años después, se refirió a uno de esos ancianos:

‘Mi mente vuelve a más de treinta años atrás’, dijo, ‘cuando en el estado de Misuri, el señor McBride, un venerable veterano de la Revolución, de cabello cano y andar vacilante, clamó a un “patriota” de Misuri: “Perdóname la vida; soy un soldado de la Revolución; luché por la libertad. ¿Vas a matarme? ¿Cuál es mi ofensa? Creo en Dios y en la revelación”. Aquel fanático, cegado por una fe mal dirigida, respondió con violencia y lo mató allí mismo, dejándolo sin vida en la tierra que antes había ayudado a redimir con su propia sangre: ¡un sacrificio ofrecido irónicamente en el altar de la libertad!’”. (B. H. Roberts, Life of John Taylor [Salt Lake City: George Q. Cannon & Sons, 1892], p. 62)

Dallin H. Oaks

La libertad religiosa es el más antiguo de los “derechos humanos” reconocidos internacionalmente, y ha proporcionado motivación, precedente y apoyo para el crecimiento de otras libertades, como la libertad de expresión, de prensa y de reunión. Para muchos de los Padres Fundadores, y para muchos estadounidenses hoy en día, la libertad religiosa es la libertad civil básica, porque la fe en Dios y en Sus enseñanzas, y la práctica activa de la religión, son las realidades rectoras más fundamentales de la vida. Así, para muchos ciudadanos, la libertad religiosa proporciona la razón por la cual se desean todas las demás libertades civiles.
(“Religion in Public Life”, Ensign, julio de 1990, p. 7)


Mark E. Petersen

Recuerden que deben ser fieles a la Constitución de los Estados Unidos… recuerden que no pueden predicar ese evangelio sin la libertad de expresión, ni pueden publicarlo sin la libertad de prensa, ni pueden congregarse sin la libertad de reunión, ni pueden adorar al Señor su Dios conforme a los dictados de su propia conciencia sin la libertad religiosa. (Conference Report, abril de 1946, sesión de la tarde, p. 172)


“…y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen”

M. Russell Ballard

Uno de los principios más apreciados de nuestra fe tiene que ver con honrar la diversidad religiosa. Como enseñó el primer presidente de nuestra Iglesia, José Smith:
“Afirmamos el privilegio de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen”.

Realmente creemos eso. Así como afirmamos el derecho de adorar como elijamos, creemos que ustedes tienen el derecho de adorar —o de no adorar— según lo consideren apropiado. Todas nuestras relaciones interpersonales deben edificarse sobre una base de respeto mutuo, confianza y aprecio. (Our Search for Happiness [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1993], p. 5)

Gordon B. Hinckley

Respetamos a todas las demás iglesias. No nos oponemos a otras iglesias. Respetamos a todos los hombres por todo el bien que hacen, y decimos a los de todas las iglesias: honramos el bien que hacen y los invitamos a venir y ver qué bien adicional podemos hacer por ustedes. Creemos que tenemos algunas cosas significativas que ofrecer y que no se encuentran en otras iglesias; pero, repito, respetamos a todos los hombres. Creemos en adorar a Dios conforme a los dictados de nuestra conciencia y conceder a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen. (Teachings of Gordon B. Hinckley [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1997], p. 667)

Joseph Fielding Smith

Estoy dispuesto a defender a cualquier hombre en el privilegio que le pertenece por su albedrío. Si desea adorar a un gato, a un perro, al sol o a la luna, a un cocodrilo o a un toro —los hombres han hecho todas esas cosas—, es su privilegio. Pero también es mi privilegio y mi derecho tratar de enseñarle a hacerlo mejor y a aceptar una adoración superior. Defenderé sus derechos y, al mismo tiempo, procuraré enseñarle para que pueda ver con mayor claridad y andar en la luz de la verdad. (Conference Report, octubre de 1936, Segundo día—Reunión de la mañana, p. 61)

Brigham Young

[En la Sion milenaria] Cuando las naciones vean juntas la gloria de Dios, el espíritu de sus sentimientos podrá expresarse en estas palabras: “No serviré”. En aquellos días, los metodistas y presbiterianos, encabezados por sus ministros, no podrán organizarse en turbas para expulsar, matar o despojar a los Santos de los Últimos Días; ni tampoco se permitirá que los Santos de los Últimos Días se levanten y digan: “Mataremos a ustedes, metodistas, presbiterianos, etc.”; ni se permitirá que ninguna de las distintas sectas de la cristiandad se persiga unas a otras.

¿Qué harán entonces? Oirán acerca de la sabiduría de Sion, y los reyes y potentados de las naciones subirán a Sion para inquirir sobre los caminos del Señor y buscar el gran conocimiento, la sabiduría y el entendimiento manifestados por medio de los Santos del Altísimo. Informarán al pueblo de Dios que pertenecen a tal o cual iglesia y que no desean cambiar su religión…

Preguntarán: “Si me arrodillo y confieso que Él es ese Salvador, el Cristo, para gloria del Padre, ¿me permitirán volver a casa y ser presbiteriano?”. “Sí”. “¿Y no me perseguirán?”. “Nunca”. “¿Me permitirán volver a casa y pertenecer a la Iglesia Griega?”. “Sí”. “¿Me permitirán ser un cuáquero, o un cuáquero shaker?”. “Claro que sí; pueden ser lo que deseen, pero recuerden que no deben perseguir a sus vecinos, sino ocuparse de sus propios asuntos y dejar en paz a los demás, y permitirles adorar al sol, a la luna, a un perro blanco o a cualquier otra cosa que elijan, recordando que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará. Cuando hayan rendido ese tributo al Altísimo, que los creó y los preserva, entonces podrán ir y adorar lo que deseen o hacer lo que quieran, siempre que no infrinjan los derechos de sus vecinos”. (Journal of Discourses, 26 vols. [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 2:317)


Artículo 12

Creemos en estar sujetos a reyes, presidentes, gobernantes y magistrados, en obedecer, honrar y sostener la ley.


Todo creyente en Dios reconoce un poder mayor que el del gobierno. ¿Quién tiene entonces la prioridad: Dios o el rey? Si las leyes de Dios entran en conflicto con las leyes del país, ¿qué debe hacerse? Es algo muy peligroso para una sociedad civilizada que los ciudadanos reclamen exenciones a la ley civil basándose en un mandato divino. Cualquiera podría reclamar cualquier cosa. Por ello se nos instruye a obedecer la ley.

Si no puedes estar sujeto a las leyes de los hombres, ¿cómo puedes estar sujeto a las leyes de Dios? Si no puedes obedecer una ley menor, ¿cómo podrás obedecer una mayor?
“Porque el que no puede obedecer la ley de un reino [terrenal] no puede obedecer una gloria celestial” (Doctrina y Convenios 88:22).
Es una prueba para ver si podemos aprender a sujetarnos a una autoridad superior. Es una especie de Obediencia 101. Si dominamos esa lección, podremos avanzar a una ley más alta; nunca diremos que Dios es injusto.

El Artículo de Fe 12 es el único artículo de fe que tiene sus propios “artículos de fe”. Se encuentran en la sección 134 de Doctrina y Convenios e incluyen doce declaraciones de “creemos” y tres de “no creemos”.

  • Creemos que los gobiernos fueron instituidos por Dios para beneficio del hombre; y que Él hace responsables a los hombres por sus actos en relación con ellos…
  • Creemos que [el gobierno debe preservar] el libre ejercicio de la conciencia, el derecho y control de la propiedad y la protección de la vida.
  • Creemos que [deben buscarse oficiales justos y] sostenerse por la voz del pueblo…
  • Creemos que la religión es instituida por Dios… pero no creemos que la ley humana tenga derecho a interferir prescribiendo reglas de adoración que aten la conciencia de los hombres, ni a dictar formas de devoción pública o privada; que el magistrado civil debe refrenar el crimen, pero nunca controlar la conciencia; castigar la culpa, pero nunca suprimir la libertad del alma.
  • Creemos que todos los hombres están obligados a sostener y apoyar a los gobiernos respectivos… y que la sedición y la rebelión son impropias…
  • Creemos que todo hombre debe ser honrado en su cargo… y que ante las leyes todos los hombres deben mostrar respeto y deferencia…
  • Creemos que los gobernantes, estados y gobiernos tienen el derecho y la obligación de promulgar leyes para la protección de todos los ciudadanos en el libre ejercicio de su creencia religiosa; pero no creemos que tengan derecho, con justicia, a privar a los ciudadanos de este privilegio ni a proscribirlos por sus opiniones…
  • Creemos que la comisión de delitos debe castigarse conforme a la naturaleza de la ofensa; y que… todos los hombres deben adelantarse y usar su capacidad para llevar a los infractores de las buenas leyes ante la justicia.
  • No creemos que sea justo mezclar la influencia religiosa con el gobierno civil…
  • Creemos que todas las sociedades religiosas tienen derecho a tratar con sus miembros por conducta desordenada, conforme a las reglas y reglamentos de dichas sociedades…
  • Creemos que los hombres deben apelar a la ley civil para la reparación de todos los agravios y perjuicios… pero creemos que todos los hombres están justificados en defenderse… cuando no puede hacerse una apelación inmediata a las leyes ni obtenerse alivio.
  • Creemos que es justo predicar el evangelio a las naciones de la tierra y advertir a los justos que se salven de la corrupción del mundo…
    (Doctrina y Convenios 134:1–12)

La sección 134 de Doctrina y Convenios fue escrita en 1835 en medio de sospechas sobre las motivaciones políticas de los mormones. Esa ignorancia y sospecha ha perdurado hasta nuestros días. En realidad, los Santos de los Últimos Días son buenos ciudadanos. Obedecen las leyes del país. Son patriotas. Pagan impuestos. Votan. Se postulan a cargos públicos. Participan en el proceso político.

Russell M. Nelson

Un santo es un ciudadano honorable, que reconoce que el mismo país que brinda oportunidades y protección merece apoyo, lo cual incluye el pago puntual de los impuestos y la participación personal en su proceso político legal (véase D. y C. 134:5). (“‘Así se llamará mi Iglesia’”, Ensign, mayo de 1990, p. 16)

Dallin H. Oaks

Es parte de nuestro deber cívico ser morales en nuestra conducta hacia todas las personas. No hay lugar, en una ciudadanía responsable, para la deshonestidad, el engaño ni la violación deliberada de la ley en ninguna de sus formas. Coincidimos con el autor de Proverbios en que “la justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones” (Proverbios 14:34). La rectitud personal de los ciudadanos fortalecerá a una nación más que la fuerza de sus armas.

Los ciudadanos también deben practicar la virtud cívica en su conducta hacia el gobierno. Deben estar siempre dispuestos a cumplir con los deberes de la ciudadanía. Esto incluye deberes obligatorios, como el servicio militar, y las numerosas acciones voluntarias que deben emprender si han de preservar el principio de un gobierno limitado mediante la autosuficiencia ciudadana. Por ejemplo, dado que los ciudadanos de los Estados Unidos valoran el derecho a un juicio por jurado, deben estar dispuestos a servir como jurados, aun en casos de temas desagradables. Los ciudadanos que favorecen la moralidad no pueden dejar la aplicación de las leyes morales en manos de jurados que se oponen a ellas.

La palabra que mejor describe el cumplimiento de los deberes de la virtud cívica es patriotismo. Los ciudadanos deben ser patriotas. Mi definición favorita de patriotismo es la de Adlai Stevenson:

“¿Qué entendemos por patriotismo en el contexto de nuestro tiempo?… Un patriotismo que antepone el país al interés personal; un patriotismo que no consiste en estallidos breves y frenéticos de emoción, sino en la dedicación serena y constante de toda una vida”.

Concluyo con una oración poética. Es conocida por todos en los Estados Unidos, porque los ciudadanos la cantan en uno de sus himnos más bellos. Expresa gratitud a Dios por la libertad y eleva una oración para que Él continúe bendiciéndolos con la luz sagrada de la libertad:

Dios de nuestros padres, a Ti,
Autor de la libertad,
A Ti cantamos;
Por largo tiempo brille nuestra tierra
Con la luz sagrada de la libertad.
Protégennos con Tu poder,
¡Gran Dios, nuestro Rey!

(“The Divinely Inspired Constitution”, Ensign, febrero de 1992, p. 74)


El papel de la Iglesia SUD en el proceso político

Un buen resumen de nuestro papel en la política se encuentra en mormontopics.org:

The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints alienta a sus miembros a participar en el proceso político dondequiera que vivan. La Iglesia desea que sus miembros estén bien informados, que voten y que contribuyan de otras maneras a los principios de la buena ciudadanía. En todas las naciones donde la Iglesia está establecida, mantiene neutralidad en asuntos de política partidista.

En política, la Iglesia Mormona NO:

  • Respaldar, promover u oponerse a partidos políticos, candidatos o plataformas.
  • Permitir que sus edificios, listas de miembros u otros recursos se utilicen con fines políticos partidistas.
  • Intentar dirigir a sus miembros respecto de a qué candidato o partido deben dar su voto. Esta política se aplica independientemente de que un candidato sea o no miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
  • Intentar dirigir o dictar a un líder gubernamental.

En política, la Iglesia Mormona SÍ:

  • Alentar a sus miembros a desempeñar un papel como ciudadanos responsables en sus comunidades, lo cual incluye informarse sobre los asuntos y votar en las elecciones.
  • Esperar que sus miembros participen en el proceso político de manera informada y cívica, respetando el hecho de que los miembros de la Iglesia provienen de diversos antecedentes y experiencias y pueden tener diferencias de opinión en asuntos políticos partidistas.
  • Solicitar a los candidatos a cargos públicos que no den a entender que su candidatura o plataformas cuentan con el respaldo de la Iglesia.
  • Reservarse el derecho, como institución, de abordar de manera no partidista aquellos asuntos que considere que tienen consecuencias comunitarias o morales significativas o que afecten directamente los intereses de la Iglesia.

La Iglesia ha emitido en múltiples ocasiones, antes de elecciones importantes, la siguiente declaración pública:

“Principios compatibles con el evangelio se encuentran en las plataformas de todos los principales partidos políticos. Si bien la Iglesia no respalda candidatos, plataformas ni partidos políticos, se exhorta a los miembros a participar plenamente en los asuntos políticos, gubernamentales y comunitarios”.