Más que de oídas

Conferencia General Abril 1968

Más que de oídas

por el Élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce Apóstoles


Hermanos y hermanas, me regocijo en el privilegio de asistir a esta gran conferencia con ustedes, de escuchar los testimonios de mis hermanos y recibir el consejo y la guía que han dado. Ojalá que todos los hijos de nuestro Padre en todo el mundo no solo escucharan, sino que también obedecieran estos consejos y enseñanzas; entonces este sería un mundo mejor para vivir. En su presencia esta mañana, quiero expresar mi amor por mi Padre Celestial, por su Hijo Jesucristo y por Su gran sacrificio expiatorio, así como el honor que tengo de ser uno de Sus testigos en la tierra. También les agradezco a ustedes, Santos de los Últimos Días, por su amor y bondad hacia mí.

Conocer a Dios más que de oídas
Se cuenta la historia de un nuevo ministro que se mudó a la comunidad donde vivía Thomas Carlisle. Fue a la oficina de Carlisle y le hizo esta pregunta: “¿Qué necesitan más que nada las personas de esta comunidad?” A lo que Carlisle respondió: “Necesitan un hombre que conozca a Dios más que de oídas”.

He reflexionado mucho sobre esto. Creo que lo que el mundo necesita hoy, más que nada, es conocer a Dios más allá de oídas, entender por qué Él creó esta tierra, por qué estamos aquí, adónde vamos y cómo llegar allí, para que realmente comprendamos el propósito de la vida. He llegado a sentir que una de las mayores necesidades, incluso dentro de esta Iglesia, es tener un testimonio fuerte y el poder de la convicción. Al leer las santas escrituras, me parece claro que nosotros, sus hijos, mediante la obediencia, podemos conocer a Dios más que de oídas. Jesús dijo:

“Mi doctrina no es mía, sino del que me envió. Si alguno quiere hacer la voluntad de él, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mí mismo” (Juan 7:16-17).

Esta es una promesa para todos, y sigue siendo tan válida hoy como cuando Jesús la pronunció: si hacemos la voluntad del Padre, podemos saber más que de oídas que Su mensaje es de Dios, el Padre Eterno. Recordarán que Él también dijo:

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Esta es una promesa de que podemos conocer a Dios, o al menos implica que podemos conocerlo más allá de lo que otros dicen.

Hablamos de lo que sabemos
Recuerden que cuando Nicodemo vino a Jesús de noche, afirmó que sabía que Él era un profeta enviado por Dios, pues nadie podía hacer las obras que hacía si Dios no estaba con Él (Juan 3:1-2). Luego de que Jesús le explicó a Nicodemo el mensaje del bautismo—tomar sobre sí el nombre de Cristo—Nicodemo no pudo entenderlo, y Jesús le dijo: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” y añadió: “De cierto, de cierto te digo que hablamos lo que sabemos, y testificamos lo que hemos visto; y no recibís nuestro testimonio” (Juan 3:10-11). Todo verdadero siervo de Dios que es enviado en Su nombre para administrar las santas ordenanzas del evangelio habla de lo que sabe y testifica de lo que ha visto, tal como lo han hecho nuestros hermanos en esta conferencia durante los últimos dos días.

Esa es la fortaleza de esta Iglesia. Hace años, cuando nuestros misioneros eran severamente perseguidos en Inglaterra, el gobierno inglés envió un representante a Utah para estudiar a nuestro pueblo. Querían saber qué hacía que la Iglesia siguiera enviando misioneros a pesar de la persecución. Después de pasar un tiempo entre nosotros, esa persona regresó a su tierra natal y dijo que el “secreto oscuro” del mormonismo era que cada miembro sabía que tenía la verdad. ¿No es eso lo que deberíamos tener? ¿No es eso precisamente lo que Jesús prometió—que si hacemos la voluntad del Padre, “conocerán si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mí mismo” (Juan 7:17)?

La verdad eterna de Dios
Hace algunos años, un grupo de ministros iba de paso por Salt Lake City rumbo a Los Ángeles para asistir a una convención ministerial. Se detuvieron en Salt Lake City y querían hacer preguntas sobre nuestras creencias. Se organizaron para que se reunieran con uno de los Doce en la sala de conferencias del Edificio de Oficinas de la Iglesia. Después de responder a sus preguntas, ese miembro de los Doce dio su solemne testimonio de que sabía que Jesús era el Cristo, que José Smith fue Su profeta y que el Libro de Mormón era verdadero; él lo sabía más que de oídas. Luego, al concluir su testimonio, se dirigió a los ministros y les preguntó: “¿Cuál de ustedes puede testificar que sabe que tiene la verdad?” Tras una breve pausa, el líder del grupo dijo: “Bueno, esperamos estar en lo correcto.”

Cuando fui misionero en Holanda, en la ciudad de Utrecht, había un seminario donde jóvenes se preparaban para el ministerio. A menudo venían a nuestras reuniones y luego se quedaban a discutir principios religiosos con nosotros. No tengo tiempo para entrar en detalles, pero una noche le hice ver a uno de esos jóvenes que no estaban enseñando los principios del evangelio del Señor Jesucristo, y él me preguntó: “¿Cree que el Señor nos hará responsables por enseñar cosas que sabemos que no están completamente de acuerdo con las escrituras?”

Le respondí que prefería dejar que el apóstol Pablo contestara esa pregunta, pues Pablo dijo: “Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8). Hermanos y hermanas, tenemos la verdad eterna de Dios, y le agradezco por ello.

La experiencia del apóstol Pablo
Ahora, me gustaría recordarles la experiencia del apóstol Pablo. Recordarán cómo él perseguía a los santos, y luego, cuando iba camino a Damasco con el mismo propósito, apareció una luz más brillante que el sol del mediodía, y todos los que estaban con él cayeron al suelo. Una voz del cielo le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? dura cosa te es dar coces contra el aguijón.” Y Saulo respondió: “¿Quién eres, Señor?” “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 26:14-15).

Luego seguimos el gran ministerio de Pablo, tal como lo describió el Salvador. Fue perseguido como ninguno de sus hermanos; fue azotado y apedreado. Más tarde compareció encadenado ante el gobernador Festo y el rey Agripa, quienes deseaban escuchar su testimonio.

Allí, Pablo relató su maravillosa experiencia, pues sabía más que de oídas que Jesús era el Cristo. Al finalizar su testimonio, Festo dijo: “Pablo, las muchas letras te vuelven loco,” a lo que Pablo respondió: “No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.” Entonces Agripa comentó: “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26:24-25, 28). Y recordarán que Pablo respondió: “Quisiera Dios que, por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos como yo soy, excepto estas cadenas” (Hechos 26:29).

La historia de José Smith
Hay otra gran historia que todo el mundo debería conocer, comparable a la del apóstol Pablo, y es la historia de José Smith, quien en su juventud vio la confusión en su comunidad y no sabía a cuál iglesia unirse. Entonces leyó las palabras de Santiago:

“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1:5)

José comprendió que si alguien necesitaba sabiduría, ese era él, y se fue al bosque a orar. Al igual que esa gloriosa luz que brilló sobre Pablo, más brillante que el sol del mediodía, José experimentó cómo los poderes de la oscuridad se cernían sobre él hasta el punto de sentir que su vida estaba en peligro de ser destruida. En ese momento, una luz apareció ante él, más brillante que el sol. Dios estaba repitiendo una experiencia similar a la de Pablo para dar inicio a esta, la dispensación de la plenitud de los tiempos. En esa luz, José vio a dos gloriosos mensajeros, el Padre y su Hijo. Jesús le dijo que no debía unirse a ninguna de las iglesias, porque todas enseñaban como doctrinas mandamientos de hombres (José Smith—Historia 1:16-20). Más tarde, José testificó que se sentía como Pablo en la antigüedad (José Smith—Historia 1:24). No podía entender por qué la gente lo perseguía por decir la verdad. Como saben, estuvo en prisión unas treinta veces y finalmente selló su testimonio con su sangre. Dijo que sabía que había tenido una visión; sabía que Dios lo sabía, y no se atrevía a negarlo, pues hacerlo ofendería a Dios y caería bajo Su condenación (José Smith—Historia 1:25).

Un testimonio que vale más que todo lo demás
Quiero dirigirme a todos aquellos que escuchan mi voz hoy y que no son miembros de esta Iglesia ni conocen la veracidad de este testimonio más allá de oídas: les prometo, como uno de sus apóstoles en esta dispensación, que si estudian este mensaje y piden a Dios, el Padre Eterno (Moroni 10:4), Él les manifestará la verdad de esto, y será para ustedes más valioso que todo lo demás en este mundo.

Hace unos años, estuve en Washington, D.C., en una conferencia con más de 2,000 personas presentes. Escuchamos al presidente de estaca, un multimillonario, quien se levantó ante el público y les dijo que lo más grande que poseía en este mundo era su testimonio de que esta obra es verdadera y de que José Smith fue un profeta de Dios. Luego, llamamos a otro orador, quizás presente hoy entre nosotros, quien era el director de una organización gubernamental en Washington, y él dio el mismo testimonio.

Después, llamamos al presidente de una gran universidad, quien también dio el mismo testimonio. Luego, invitamos a una nueva conversa, una joven madre con dos hijos. Ella contó que, cuando los misioneros llegaron a su hogar, le leyeron la promesa en el Libro de Mormón de que si ella lo leía y pedía a Dios, el Padre Eterno (Moroni 10:4), en el nombre de Cristo, Él le manifestaría la verdad de ese libro por el poder del Espíritu Santo. Dijo que se arrodilló, le pidió a Dios si el libro era verdadero y, al leerlo, su alma entera se iluminó.

Después, llamamos a un misionero retornado que acababa de pasar tres años en el campo misional, costeando sus propios gastos o con ayuda de su familia. Hablé con él antes de la reunión y le pregunté: “¿Sientes que el tiempo que pasaste en la misión fue una pérdida, que debiste haberte quedado en casa estudiando y preparándote para casarte?” Él respondió: “Oh, obispo, si los hermanos quieren hacerme feliz, que me suban a un avión mañana por la mañana y me envíen de regreso a la Argentina.”

Disposición para testificar
Entonces me dirigí a esa gran audiencia de más de 2,000 personas y les pregunté: “¿Cuál de ustedes, si se le pidiera, podría ocupar este púlpito y testificar que sabe, sin ninguna duda, que esta obra es divina, que es la obra de Dios, el Padre Eterno, que Jesús es el Cristo y que José Smith fue Su profeta?” Por lo que pude observar, no hubo una sola mano que no se levantara.

Si hiciera esa misma pregunta aquí hoy, entre los 10,000 presentes, no habría una sola mano que no se levantara para dar testimonio de que Dios les ha manifestado la verdad de esta obra más allá de lo que se escucha de los demás, tal como cuando Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”

“Y ellos dijeron: unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.

“…Mas vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

Y Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

Entonces Jesús dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:13-17).

Por ese mismo poder, sabemos más que de oídas que esta obra es divina, y ese es mi testimonio para ustedes en este día, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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