Conferencia General Octubre 1966
Obediencia: la Primera Ley del Cielo

por el Élder S. Dilworth Young
Del Primer Concilio de los Setenta
Hace muchos años, el presidente Charles W. Penrose, de la Primera Presidencia, asistió a una reunión sacramental en el Barrio Richards en Salt Lake City. Justo antes de que comenzara la reunión, el presidente Penrose caminó por el pasillo hacia el púlpito, acompañado por el obispo. Aproximadamente a mitad de camino, se detuvo, se volvió hacia el obispo y le preguntó: “¿Quién puso ese cartel allí?” “Ese cartel” era una pancarta que estaba colocada al frente del púlpito y que decía:
“El orden es la primera ley del cielo”
El obispo no sabía, pero supuso que el cartel había sido instalado por una de las organizaciones auxiliares. No se dijo nada más. La marcha por el pasillo continuó y la reunión comenzó debidamente.
“Obediencia, la primera ley del cielo”
No sé de qué tema pensaba hablar el presidente Penrose cuando llegó a la capilla, pero cuando se levantó para hablar, dijo que el orden no es la primera ley del cielo, sino que la obediencia lo es. Pasó los siguientes 45 minutos reuniendo ejemplos y escrituras para probar su tesis. El punto principal que me impresionó, siendo yo un niño en ese momento, fue que mediante la obediencia puede establecerse el orden y que sin obediencia no habrá orden, sino caos.
Todos estamos familiarizados con la revelación dada a Abraham acerca del propósito del Señor Dios:
“Y había uno entre ellos que era semejante a Dios, y dijo a los que estaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales, y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar;
“Y los probaremos para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” (Abraham 3:24-25).
Obediencia, principio del Evangelio
Hemos aprendido que para obedecer al Señor debemos obedecer a sus siervos. Cada oficial que preside debe ser obedecido en justicia, en el ámbito de su presidencia. Así, está claro que obedecemos al Presidente de la Iglesia, al presidente de estaca, al obispo del barrio y al presidente de quórum, cada uno en su ámbito de servicio. Y finalmente, olvidada por muchos como un requisito del cielo, está la necesidad de obedecer a nuestros padres.
Muchos de nuestros hijos no se dan cuenta de que la obediencia a los padres es un principio del evangelio.
Los jóvenes sienten cierta responsabilidad de obedecer la ley del diezmo y de cumplir con la ley del ayuno. Saben que deben asistir a la Escuela Dominical, a MIA o a la Primaria. Se sienten culpables si no asisten a la reunión sacramental, y generalmente entienden lo suficiente como para saber que quebrantar la ley de castidad es quebrantar la ley de Dios. Pero muchos de nuestros hijos no consideran la desobediencia a sus padres como quebrantar la ley, de la misma manera que romper la ley del diezmo. La falta de esto no necesariamente recae en los niños. Los niños saben lo que se les enseña, y si no se les enseña a comprender y obedecer esta primera ley del cielo, no se puede esperar que la obedezcan.
Hay una escritura clara que trata esta relación:
Mandato divino a los padres
“… en cuanto a los padres que tienen hijos en Sión, o en cualquiera de sus estacas que estén organizadas, que no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, y del bautismo y el don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuando tengan ocho años de edad, el pecado recaiga sobre la cabeza de los padres” (D. y C. 68:25).
Aunque esta revelación no menciona específicamente todo lo que se debe enseñar a los hijos, ciertamente está claro que los padres deben enseñar si los hijos van a obedecer la enseñanza.
Obediencia a los padres
Las noches de hogar y la convivencia diaria con los hijos proporcionan el salón de clases para la enseñanza. Mientras son pequeños, los niños deben ser enseñados a obedecer a sus padres y maestros. Cuando llegan a la adolescencia, debe entenderse que con la adquisición de una nueva libertad (crecer es un proceso de volverse progresivamente libre) viene la nueva responsabilidad de obedecer las leyes sobre las cuales se basa esa libertad. La ley es clara en que los hijos obedezcan a sus padres en justicia hasta que alcancen su madurez legal. Esto no es algo que los padres deban imponer; es más bien una obligación que los hijos deben obedecer voluntariamente. Los hijos deben aprender a obedecer a sus padres con el mismo espíritu con el que pagan el diezmo, asisten a la reunión sacramental o guardan el ayuno una vez al mes.
Ley de Dios
Es una ley de Dios.
Nuestros primeros padres dieron el ejemplo. Después de dejar el jardín con Eva, Adán escuchó la voz del Señor cerca de Edén, que le mandó ofrecer un sacrificio. La voz no dio explicaciones, sino que simplemente enunció el mandato. Adán y Eva obedecieron (Moisés 5:4-5).
Pasó mucho tiempo, durante el cual obedecieron explícitamente, antes de que un ángel viniera y preguntara a Adán por qué ofrecía sacrificios. Su respuesta fue breve pero veraz.
“No lo sé, salvo que el Señor me lo mandó” (Moisés 5:6).
En esa respuesta está el ejemplo que deben seguir todos los hijos. Si los padres dicen a los hijos que deben llegar de una fiesta a medianoche, o que no pueden tener el auto, o que no se deben usar ropa tan ajustada, o que los vestidos son demasiado cortos, o que la mesada de este mes no se puede aumentar, o que el césped debe cortarse el sábado, la respuesta de los hijos debe ser “obedeceremos”. El Señor no dio una razón a Adán. Los hijos no deben esperar razones de los padres, aunque la mayoría de los padres están encantados de explicarlas.
Me asombra el cuidado meticuloso con el que el Señor conduce sus asuntos en obediencia a las leyes que él mismo establece:
Recuerden la noche del 21 de septiembre de 1823, cuando José Smith fue visitado tres veces por Moroni, y cómo al día siguiente, sintiéndose enfermo, fue enviado a casa a descansar. Cruzó la cerca y se desmayó. Al recuperar la conciencia, allí estaba nuevamente Moroni, quien le dijo que fuera a su padre y le contara todo lo que había sucedido. ¿Por qué? Por muchas razones, una de las cuales era que le había dicho a José que fuera a la Colina de Cumorah. José no podía, en justicia, salir de esa granja sin el permiso de su padre. Esa era la ley. En general, se aplicaba. Así que para dejar la granja y dirigirse a la colina, José tuvo que obtener la aprobación de su padre. Al finalizar su relato de lo sucedido, el padre le dijo que esto era de Dios y que obedeciera (José Smith—Historia 1:48-50).
No recuerdo ni una sola vez en que José pidiera permiso a su padre para realizar algún acto después de cumplir los 21 años. Hasta ese momento fue completamente obediente.
Así es con ustedes y conmigo y con nuestros hijos. Que nosotros, los padres, estemos comprometidos en la tarea de criar hijos, enseñándoles la ley de la obediencia a los padres.
Obedecer la ley de Dios
Que los hijos aprendan esta ley de Dios como un mandamiento a ser obedecido. Enseñémosles también que esta es la gran restauración del evangelio prometida por los antiguos profetas. Enseñémosles que la obediencia a sus padres y a aquellos que presiden sobre ellos, desde el líder de quórum hasta el presidente de la Iglesia, es la base de su éxito futuro en este mundo y de su exaltación en el mundo venidero.
Estos son los últimos días. Este es el último tiempo. A través del presidente McKay, como profeta, vidente y revelador, podemos escuchar la palabra inspirada del Señor Dios si tan solo escuchamos y obedecemos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























