Conferencia General Octubre de 1964
Orden y Diligencia
por el Élder Franklin D. Richards
Asistente del Consejo de los Doce Apóstoles
Mis queridos hermanos y hermanas, me presento hoy ante ustedes con un corazón humilde y me regocijo con ustedes en el espíritu y el desarrollo de esta gran conferencia. Recientemente regresé de una asignación en las estacas y misiones de Samoa, Fiji, Nueva Zelanda y Australia, y les traigo los saludos y el amor de los Santos y misioneros en estas maravillosas áreas.
El Profeta Nos Guía
Estoy agradecido por el privilegio que he tenido de reunirme con el pueblo del Pacífico Sur y de darles testimonio, como lo hago hoy ante ustedes, de que Dios vive y está atento a todos sus hijos; que Jesús es el Cristo, nuestro Redentor y Salvador, el Unigénito del Padre en la carne; que José Smith fue un profeta, comisionado para ser el instrumento mediante el cual se ha restaurado la plenitud del evangelio y la autoridad para actuar en nombre de Dios en esta dispensación. Siempre me regocijo en dar testimonio de que hoy somos guiados por un gran profeta, nuestro amado presidente David O. McKay; y que el Señor lo bendiga y lo fortalezca.
La obra del Señor está progresando en las áreas del Pacífico Sur a un ritmo acelerado. Encontré el mismo maravilloso espíritu y los mismos desafíos que enfrenta la gente y la Iglesia en otras partes. Podemos estar agradecidos de que a lo largo de los siglos Dios ha aconsejado a su pueblo y les ha ayudado a resolver sus problemas.
Orden y Diligencia
Es interesante notar que al aconsejar a su pueblo a través de sus profetas, Dios ha usado con frecuencia dos palabras: orden y diligencia.
El rey Benjamín, al concluir un gran discurso a su pueblo, dijo: “Y mirad que todas estas cosas se hagan con sabiduría y orden; porque no es necesario que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten… es conveniente que sea diligente, para que así pueda ganar el premio; por tanto, todas las cosas han de hacerse en orden” (Mosíah 4:27).
En esta dispensación, a través del profeta José Smith, el Señor nos ha dicho que su “casa es casa de orden… y no casa de confusión” (D. y C. 132:8) y que cada hombre debe aprender su deber y “actuar en el oficio al cual fuere designado, con toda diligencia” (D. y C. 107:99).
Cuando se nos llama a aceptar una asignación en la Iglesia que es una parte importante de la edificación del reino de Dios, muchas personas se preguntan cómo podrán dedicar el tiempo y la atención necesarios para cumplirla adecuadamente y al mismo tiempo atender sus obligaciones familiares.
Hoy hay tantas cosas que hacer, tantas cosas que nos presionan. En este entorno, las palabras orden y diligencia son claves para el éxito y la felicidad, independientemente de la actividad en la que estemos involucrados.
Al reunirme con líderes de estaca y misión y otras personas, frecuentemente les pregunto cuáles son sus mayores necesidades. Casi invariablemente responden que entre sus mayores necesidades está “una mejor organización de su tiempo y trabajo”, o en efecto, más orden y diligencia.
Y no es raro que muchos pregunten: “¿Cómo se desarrollan las cualidades de orden y diligencia?” El presidente McKay nos ha dado un buen consejo al respecto. Dijo: “No estén tan ocupados como para no meditar, y cuando llegue la respuesta, tengan el valor de ejecutarla”.
El orden comienza con la meditación; y la meditación incluye pensar, analizar, orar, ayunar si es necesario y siempre planificar. Meditar requiere apartar tiempo regularmente para considerar las cosas que creemos que debemos hacer. Muchas veces descubrimos que tenemos más que hacer de lo que podemos lograr en el tiempo disponible.
Para desarrollar un patrón ordenado, debemos considerar las cosas que enfrentamos, analizar su importancia y enumerarlas en el orden de su importancia. Una vez que se seleccionan las cosas de mayor importancia, desarrollamos un plan para lograr estos asuntos más importantes.
La planificación implica un análisis adicional y el desarrollo de formas efectivas que ahorrarán tiempo y simplificarán el proceso involucrado. La oración es siempre deseable al planificar el uso efectivo del tiempo.
Muchos tienden a hacer las cosas fáciles y a prestar atención a aquellas cosas que parecen ser las más urgentes, independientemente de si son las más importantes o no, pero a través de la meditación, la oración y la planificación, podemos seleccionar lo que podríamos llamar las primeras cosas a hacer y encontrar formas efectivas de realizarlas.
Las Primeras Cosas
Sin duda, las dos cosas más importantes que debemos hacer en esta vida son proveer para nuestras familias y ayudar en la edificación del reino de Dios. Al seleccionar las primeras cosas y ponerlas en posiciones preferentes y al elaborar un plan para realizarlas, estamos desarrollando hábitos de orden que harán posible servir en la Iglesia y cuidar adecuadamente de nuestras familias.
En la edificación del reino de Dios, el Señor ha dicho que primero debemos aprender nuestro deber (ver D. y C. 107:99). Nos ha aconsejado buscar en los mejores libros palabras de sabiduría y buscar conocimiento mediante el estudio y también mediante la fe (ver D. y C. 88:118). El estudio debe considerarse entre las cosas de primera importancia. Al organizar nuestro tiempo y trabajo, debemos asignar tiempo regularmente para el estudio personal y también para el estudio con nuestras familias.
En cualquier esfuerzo exitoso, aprendemos nuestro deber al tener un claro entendimiento de nuestras responsabilidades. Moisés, al hablar con su pueblo, les dijo: “Y escribirás sobre las piedras todas las palabras de esta ley, en forma muy clara” (Deuteronomio 27:8). De esta manera, Israel podría aprender sus deberes. Las instrucciones de los líderes deben ser, como dijo Moisés, claras, para que los afectados puedan aprender fácilmente sus deberes. La claridad generalmente incorpora la simplicidad. Las cosas simples son fáciles de entender. El evangelio es simple y fue enseñado por el Salvador de una manera sencilla y hermosa. La simplificación trae mejor comprensión y proporciona más tiempo al eliminar lo innecesario.
Debemos reservar tiempo para estar con nuestras familias y hacer cosas juntos. Al planificar el uso de su tiempo, les aconsejo que pasen el mayor tiempo posible regularmente con sus familias, digamos al menos dos noches por semana. Como padres, nuestra obligación con nuestras familias no solo incluye asegurarnos de que estén alimentadas, vestidas y educadas, sino también de que sus necesidades espirituales estén cubiertas. Ciertamente, una buena parte de esto debe hacerse personalmente, como tener una noche de hogar semanal, tomar vacaciones juntos y asistir a la reunión sacramental en familia.
Diligencia
Al seleccionar las primeras cosas a hacer y planificar la manera de hacerlas primero, hemos dado un paso importante hacia su cumplimiento. Aquí es donde la diligencia desempeña un papel importante. Cuando el Señor nos aconseja cumplir nuestras asignaciones con toda diligencia, lo hace sin importar si es conveniente o no.
El profeta José Smith dijo que “una religión que no requiere el sacrificio de todas las cosas terrenales nunca tiene el poder suficiente para producir la fe necesaria para vida y salvación” (Lecturas sobre la Fe).
Cumplir nuestras asignaciones con diligencia frecuentemente requiere sacrificio de nuestro tiempo, talentos y recursos, pero sabemos que el sacrificio trae las bendiciones de los cielos. Tenemos derecho a las bendiciones que están predicadas sobre la obediencia a este principio de sacrificio. El Señor ha dicho: “Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis” (D. y C. 82:10).
Ser diligente en nuestro trabajo también significa ser efectivo y no solo estar ocupado. El Señor reconoció esta diferencia entre solo estar ocupado y ser efectivo cuando, en 1831, los élderes viajaban río abajo en canoas por el río Misuri. El Señor dijo en ese momento: “… no es menester que todos los élderes de esta congregación vayan de prisa sobre las aguas, mientras los habitantes a ambos lados perecen en la incredulidad” (D. y C. 61:3). Así como no era necesario que todos los élderes se movieran rápidamente por las aguas, también para nosotros no es necesario hacer muchas cosas no esenciales que nos mantienen ocupados pero resultan en poco o ningún beneficio real para nadie.
Ser diligente también requiere fe en el Señor Jesucristo y en nosotros mismos, y decidir ser ordenados y diligentes es una parte importante de tener fe en nosotros mismos. Aunque nuestras asignaciones parezcan difíciles, al desarrollar nuestra fe y perseverar, somos capaces de alcanzar nuestros objetivos justos.
El presidente Heber J. Grant citaba frecuentemente a Emerson: “Aquello que persistimos en hacer se vuelve más fácil de hacer, no porque la naturaleza de la cosa haya cambiado, sino porque nuestro poder para hacerla ha aumentado”.
Ser diligente requiere aprender a perseverar, sí, a perseverar hasta el fin. Pero podríamos preguntarnos, ¿hasta el fin de qué? ¿Podemos perseverar hasta el fin del día con la misma dedicación y entusiasmo que teníamos al principio del día, aun enfrentando frustraciones y problemas? Cada año tiene 365 días, y cada día tiene veinticuatro horas, cada uno de los cuales requiere perseverar hasta el final. Sin embargo, recordemos lo que dijo el rey Benjamín: “… no es necesario que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten” (Mosíah 4:27). Sin duda se refería a la fuerza mental, física, financiera o espiritual, o a todas ellas combinadas.
Explorar Campos Amplios; Cultivar los Pequeños
En todas las fases de mi experiencia personal he encontrado prudente explorar campos amplios, pero cultivar los pequeños. Al explorar campos amplios, uno efectúa un plan maestro que luego desarrolla en etapas ordenadas. Esta es una manera sólida de construir y evitar muchas decepciones que pueden resultar de excederse a uno mismo. Explorar campos amplios y cultivar los pequeños implica los principios de orden y diligencia y da como resultado crecimiento y desarrollo. Estos son principios básicos de la progresión eterna.
A medida que aumentamos nuestra efectividad personal, aumentamos nuestra efectividad en nuestras asignaciones en la Iglesia, y una de las grandes necesidades hoy en día en la edificación del reino de Dios es tener líderes efectivos. El Salvador nos dijo que “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mateo 7:21). Noten las palabras “hace la voluntad de mi Padre”.
Finalmente, cito de nuevo las palabras del rey Benjamín: “… es conveniente que sea diligente, para que así pueda ganar el premio; por tanto, todas las cosas han de hacerse en orden” (Mosíah 4:27).
Doy testimonio, y sé que el testimonio que doy es verdadero, de que a través del orden y la diligencia podemos trabajar en la Iglesia, cuidar adecuadamente de nuestras familias y ganar el premio de la vida eterna, de la paz, la felicidad y el éxito mediante el progreso eterno.
Que hoy resolvamos aplicar estos principios básicos de orden y diligencia en nuestras vidas y ganar el premio más valioso de todos: la vida eterna. Es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

























