Diario de Discursos – Volumen 8
Privilegios y Bendiciones de Vivir en Rectitud
Bendiciones de los Santos
por el presidente Brigham Young, el 13 de junio de 1860
Volumen 8, discurso 21, páginas 91-92
Tengo tiempo para decir solo unas pocas palabras. Han pasado tres años y unos días desde la última vez que estuve aquí, y ustedes están familiarizados con las situaciones que hemos atravesado en ese corto tiempo.
Me regocija encontrarme y asociarme con los Santos. Es uno de los privilegios y bendiciones más grandes que puedo disfrutar en la faz de esta tierra, el reunirnos fuera del mundo impío con los Santos y estar lejos de la influencia contaminante del aliento de los impíos.
Es un gran consuelo disfrutar del privilegio de pasar día tras día, semana tras semana y mes tras mes sin escuchar que el nombre de Dios sea blasfemado. Aquí tenemos el privilegio de enviar el Evangelio hasta los confines de la tierra, de enseñar a nuestros hijos rectitud, de dar un ejemplo justo ante nuestros vecinos, de reunirnos, de orar unos con otros y por los demás, y de unir nuestras voces en alabanza a nuestro Dios. ¿No es esta una bendición? Es cierto que no estamos completamente libres de la maldad; estamos en un mundo de pecado e iniquidad. Todos los habitantes de la tierra se han desviado del camino de la verdad, y es nuestro deber guiar a nuestros hijos y amigos hacia nuestro Padre y Dios, a abandonar la maldad que hay en el mundo, y a promover la rectitud y los principios de la vida—la vida del cuerpo y de la mente—la existencia del espíritu y del cuerpo aquí y por toda la eternidad—para morar con nuestro Padre y nuestro Dios. La vida está ante nosotros.
Aquí están los Santos, y las palabras del Salvador se aplican a ellos: «El que vive y cree en mí, no morirá jamás». Él no dice que su cuerpo no se desmoronará hasta convertirse en polvo. Volverá a su madre tierra, para ser levantado inmortal—para ser traído a la luz, la gloria y la presencia de nuestro Padre y Dios, la cual no podemos soportar mientras estemos en este tabernáculo mortal. Este cuerpo debe ser purificado y preparado para morar en llamas eternas, porque es allí donde nuestro Padre y Dios habita en la perfección de la gloria, la luz y el poder.
¿No es una bendición tener escuelas en nuestra comunidad, donde nuestros maestros puedan enseñar a nuestros hijos principios correctos y brindarles una educación que será útil? ¿No es una bendición asociarse unos con otros y edificar el reino de Dios? ¿No es una bendición para ustedes, madres, criar Profetas y Apóstoles—hombres llenos de la gloria de Dios, que salgan y extiendan la obra de nuestro Dios?
¿Acaso no me doy cuenta, día y noche, de que tengo los buenos sentimientos, las oraciones y la fe de los Santos en la tierra? Sí lo hago. Déjenme disfrutar de la comunión con los ángeles, con Dios y con sus Santos, y estaré bien.
Tienen mis oraciones continuamente por el bienestar del reino de Dios en la tierra.
¡Que Dios los bendiga! Sé que sus bendiciones descansarán sobre ustedes si viven de manera que las merezcan. Amén.

























