Queremos Ver a Jesús

Conferencia General Abril 1968

Queremos Ver a Jesús

Élder Sterling W. Sill
Asistente en el Consejo de los Doce Apóstoles


Hermanos y hermanas, quisiera recordarles una de las grandes escenas de las santas escrituras: la entrada triunfal del Señor en Jerusalén. Después de una larga ausencia, Jesús y sus discípulos se dirigían hacia el templo para los últimos tres días del ministerio público del Señor. Al acercarse a la histórica ciudad, lloró por la maldad de su pueblo.

La fiesta de la Pascua estaba cerca, y al acercarse a la ciudad, otros viajeros que también iban a Jerusalén se unieron a su grupo en la encrucijada. Pronto se formó una procesión imponente, con Jesús como figura central, montado sobre un pollino, en cumplimiento de una antigua profecía. Al entrar en la Ciudad Santa, la gente colocaba ramas de palmera en su camino, alfombrando su trayecto como si fuera el paso de un rey. En ese momento, Él era su rey, y las voces de la multitud resonaban en armonía, diciendo: “Hosanna al Hijo de David: Bendito es [el Rey de Israel] que viene en el nombre del Señor.” (Mateo 21:9).

Esta escena pintoresca podría simbolizar otra venida futura, ya que las escrituras proyectan nuestras mentes hacia ese momento en el que, acompañado de ángeles santos, aparecerá en fuego ardiente para limpiar la tierra del pecado e inaugurar la era milenaria de paz, durante la cual reinará personalmente como Rey de reyes.

Queremos Ver a Jesús
Entre los que asistían a esa Pascua había ciertos griegos que deseaban encontrarse con el Maestro. Al hacer su solicitud a través de Felipe, dijeron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” (Juan 12:21). En estas cinco palabras expresaron un deseo de gran significado para todas las épocas. ¿Qué podría ser más útil en nuestros días —llenos de milagros, ateísmo y crimen— que todos tengan un testimonio inquebrantable y una inspiradora relación personal con el Gobernante divino de esta tierra?

Desde aquel lejano día han pasado diecinueve siglos. Hoy, el juicio del tiempo ilumina la vida de Cristo, permitiéndonos verla con mayor claridad. Sabemos ahora que Él es mucho más que un profeta de Nazaret; es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, el Autor de la vida, el Redentor de los hombres y el dador de todas las cosas buenas. Al absorber el espíritu de su vida, comprender sus doctrinas y seguir su ejemplo, esta antigua petición griega de ver a Jesús puede cumplirse para nuestro propio beneficio. Ciertamente, esta solicitud debería representar el deseo universal de todas las personas, pues así como el sol es el centro del sistema solar, el Redentor es el centro de nuestras vidas. Sin el sol, nuestro sistema solar se dispersaría, y sin Dios los mayores valores de nuestra vida se perderían. Como dijo el apóstol Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).

Esta es la Vida Eterna
Los profetas han anticipado su venida desde el principio de los tiempos. Mientras Jesús nacía, los sabios del oriente preguntaban: “¿Dónde está [el] Rey de los judíos, que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y venimos a adorarle.” (Mateo 2:2). Y eso es lo que los hombres sabios han estado preguntando y haciendo desde entonces. El Maestro mismo dijo: “… esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3).

Después de escuchar la predicación del evangelio en Pentecostés, la gente se conmovió profundamente; y, deseando el mejor modo de vida que se les había recomendado, clamaron a los apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Y Pedro respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2:37-38).

Jesús Encontrado de Diferentes Maneras
Las personas han encontrado a Jesús de diferentes maneras. Los griegos lo encontraron a través de Felipe; los sabios del oriente fueron guiados a Belén por su estrella; Pedro fue llevado a Jesús por su hermano Andrés; y Pablo lo encontró a través de un milagro en el camino a Damasco. Jesús dio su propia fórmula para encontrarlo cuando dijo: “El que quiera hacer su voluntad, conocerá de la doctrina.” (Juan 7:17). Y también dijo: “… buscadme diligentemente y me hallaréis.” (D. y C. 88:63). Sin embargo, la mayor tragedia de nuestro mundo sigue siendo el hecho de que muchos nunca alcanzan este objetivo tan importante. Y sin embargo, solo el que no busca no encuentra.

Emerson señaló las consecuencias de fracasar en esta búsqueda importante cuando dijo: “Al borde de un océano de vida y verdad estamos muriendo miserablemente. A veces estamos más lejos cuando estamos más cerca.” Con frecuencia esto es cierto. Piensa cuán cerca estuvieron aquellos que vivieron contemporáneamente con Jesús: caminaron junto a Él, oyeron su voz, presenciaron sus milagros; y, sin embargo, estaban tan lejos que dijeron: “¡Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mateo 27:25). Y así ha sido, y así puede ser con nosotros. Estamos tan cerca y, sin embargo, podemos estar tan lejos. Estamos al borde de una vida eterna, y cada uno debe dar los pasos que lo llevarán hacia ella.

Un Pozo de Agua Viva
Jesús nos dio la mejor forma de lograr esto cuando, en el último día de la fiesta de la Pascua, se levantó y clamó: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí… de su interior correrán ríos de agua viva.” (Juan 7:37-38). Nuestro éxito eterno no es como verter agua en una cisterna; más bien, es como abrir una fuente viva dentro de nosotros mismos. A través del profeta Jeremías, el Señor dijo: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas que no retienen agua.” (Jeremías 2:13). Y Jesús amplió esta idea diciendo: “… a aquel que guarda mis mandamientos le daré los misterios de mi reino, y el mismo será en él un pozo de agua viva que brotará para vida eterna.” (D. y C. 63:23). ¡Qué tremenda posibilidad para nosotros!

Mientras Jesús pasaba por Samaria camino a Jerusalén, se detuvo a descansar junto al pozo de Jacob, cerca de la antigua ciudad de Siquem, y le pidió agua a una mujer de Sicar. Le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. Pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Juan 4:10,14).

La Mayor Riqueza
El agua es el elemento universal y símbolo de la vida. Jesús la usó para describir un testimonio personal de su divinidad. El agua pura también será uno de los elementos de la regeneración de la tierra en preparación para su milenio. El Señor dijo: “Y en el… suelo estéril ya no habrá una tierra sedienta.” (D. y C. 133:29). Sin embargo, los mayores tesoros no provienen del agua que brota en los desiertos.

La mayor riqueza llega cuando adquirimos un testimonio personal de la misión divina del Salvador del mundo y una firme determinación de hacer nuestras vidas productivas en piedad. El Dr. Henry C. Link dijo una vez que nada organiza tanto la vida humana como vivir según un conjunto de principios sólidos, y los principios más sólidos son los del evangelio de Jesucristo. El agua también es símbolo de pureza, y Jesús indicó que, después de limpiarnos con el agua y el jabón del arrepentimiento, debemos bautizarnos para que nuestros pecados sean lavados mediante su sacrificio expiatorio.

La Oscura Noche de la Apostasía

Cinco días después de que los griegos buscaran encontrarse con Jesús, Él fue crucificado. En los años siguientes, sus apóstoles fueron asesinados, sus doctrinas fueron alteradas, y la larga y oscura noche de la apostasía se instaló sobre el mundo. Al predecir este evento, el Señor utilizó nuevamente la metáfora del agua para describir la escasez de su palabra. A través del profeta Amós, dijo: “He aquí, vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. Y andarán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente, discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán.” Y el Señor añadió: “En aquel día los… desfallecerán de sed.” (Amós 8:11-13).

El Evangelio Será Predicado
Dios siempre provee el remedio antes de la plaga. El martes antes de su crucifixión, el Señor se sentó en el Monte de los Olivos y predijo las guerras y tribulaciones que precederían inmediatamente a su gloriosa segunda venida. Él mismo hizo una solemne promesa: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.” (Mateo 24:14).

A comienzos de la primavera de 1820, en el estado de Nueva York y en cumplimiento de esta promesa, Dios el Padre y su Hijo Jesucristo reaparecieron en la tierra para restaurar la creencia en el Dios del Génesis, el Dios del Calvario y el Dios de los últimos días. Las fuentes eternas fueron reabiertas; la revelación divina fue nuevamente establecida desde los cielos. Y el evangelio de Jesucristo fue restaurado en una plenitud nunca antes conocida. La sed espiritual universal está siendo saciada para todos aquellos que buscan a su Redentor con sinceridad. Por orden divina, el mundo ha recibido tres grandes volúmenes de nuevas escrituras, que detallan esos principios esenciales de los cuales dependen la exaltación y la felicidad eterna. En cada punto fundamental de doctrina, tenemos nuevamente un “Así dice el Señor” con autoridad (Éxodo 4:22). También contamos con el testimonio de nuevos testigos que, junto a los antiguos, testifican que Dios vive, que el evangelio es verdadero y que muchos de los grandes eventos mencionados en las escrituras están cerca de cumplirse.

Testimonio de un Profeta Moderno
En nuestros días, otro profeta ha conocido a Dios cara a cara, al igual que Moisés (Deuteronomio 34:10), y nos ha dado su testimonio firme: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que damos de él: ¡que él vive! Porque lo vimos, aun a la diestra de Dios; y oímos la voz que daba testimonio de que él es el Unigénito del Padre, Que por él, y mediante él, y de él, los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas de Dios.” (D. y C. 76:22-24).

La mayor oportunidad de nuestras vidas se encuentra en seguir el espíritu de esta antigua solicitud griega: “Señor, quisiéramos ver a Jesús” (Juan 12:21), y, como consecuencia de una búsqueda fiel y sincera, podemos obtener un testimonio personal de su divinidad en nuestros corazones.

Poderes Espirituales Invisibles
Los viajeros modernos que visitan la antigua ciudad de Siquem, cerca del pozo de Jacob, cuentan que hay ríos de agua que fluyen bajo las calles. Durante el día no se pueden oír, pero cuando cae la noche y la actividad de las calles se detiene, en el silencio, se puede escuchar el suave murmullo de estos ríos subterráneos.

Dios ha dotado nuestra tierra de grandes reservorios y ríos ocultos que pueden traerse a la superficie para hacer nuestra tierra productiva y hermosa. Asimismo, existen grandes poderes espirituales invisibles que pueden revitalizar nuestro espíritu y embellecer nuestra vida. En la obediencia silenciosa de nuestra fe y amor por la rectitud, Dios puede tocar estas capacidades ocultas implantadas en las profundidades de nuestras almas, liberando una gran fortaleza espiritual para purificar nuestras vidas y llevarnos a la exaltación eterna en su presencia.

Como alguien ha dicho: “Lo que el agua fresca, burbujeante y pura es para el bienestar de la rosa, así es el espíritu de Cristo para mi vida.” Que podamos beber libremente de esas aguas vivas que ya están brotando para vida eterna, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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