Sabiduría Divina y Elevación Espiritual en los Últimos Días

Sabiduría Divina y Elevación Espiritual en los Últimos Días

por el élder George Q. Cannon, el 19 de marzo de 1865
Volumen 11, discurso 16, páginas 98-100


Se han hecho hoy varias excelentes observaciones en nuestra presencia por parte de los hermanos que han hablado, y el Espíritu de Dios que los ha acompañado ha dado testimonio de su veracidad en nuestros corazones. Los élderes testifican de la verdad de los principios que hemos abrazado, y hablar de ellos es el deleite más grande que podemos experimentar. No hay nada más placentero para la mente humana, cuando está bien constituida, que escuchar las palabras de vida y salvación pronunciadas bajo la inspiración del Espíritu Santo; son más dulces que la miel más dulce y más satisfactorias que el mejor y más nutritivo alimento, porque llenan nuestro espíritu de gozo y felicidad, y nos sentimos beneficiados, renovados y fortalecidos por ellas, y así ocupamos una relación más cercana con nuestro Padre y Dios que antes de escuchar su palabra. Estos son mis sentimientos hoy, y siempre lo han sido cada vez que he asistido a una reunión donde ha prevalecido el Espíritu de Dios.

Hoy se hizo un comentario que despertó algunas reflexiones en mi mente con respecto a nosotros como pueblo. El orador dijo que se nos llamaba iletrados y sin educación, y que se nos despreciaba por nuestra ignorancia, debido a la clase social de la cual la mayoría de nosotros hemos sido reunidos. Sin duda, este es el sentimiento que se tiene en muchas partes con respecto a los Santos de los Últimos Días. Este comentario me trajo a la mente varias reflexiones sobre la posición que ocupó Jesús, ese mismo Jesús que, en la actualidad, es reconocido por todos los cristianos, al menos, como el ser más grande que jamás haya pisado el escabel del Todopoderoso. Pensé en su humilde posición, en su nacimiento modesto y oscuro, y en el entorno en el que fue criado; cómo debió haber sido despreciado por aquellos que lo conocían cuando oyeron las declaraciones que hizo respecto a su relación con Dios, nuestro Padre en el cielo, y cuando vieron a los hombres que él había designado para proclamar el Evangelio de salvación al pueblo, así como a aquellos que estaban asociados con él. Pero ahora, como ya he mencionado, no hay duda en la mente de quienes profesan ser cristianos de que este mismo Jesús es el Hijo de Dios, el Creador del mundo; que por él y a través de él todas las cosas fueron y son creadas, y que a él le debemos la salvación que todos hemos recibido y que finalmente recibiremos cuando alcancemos la plenitud de la gloria que se nos ha prometido. No siempre aquellos que son llamados de las clases más humildes son los más iletrados en el verdadero sentido de la palabra; al menos, no es el caso con nosotros como pueblo, ni con ningún otro pueblo que haya sido llamado al conocimiento del Evangelio, o sobre quienes se haya conferido el poder de administrar las leyes de la salvación.

Reflexiono con gran placer sobre las perspectivas que tenemos por delante, sobre la historia pasada de nuestro pueblo y sobre la sabiduría que Dios ha dado a sus siervos y a este pueblo para establecer su verdad y proclamarla a los habitantes de la tierra, para cumplir sus propósitos en la edificación del reino que por tanto tiempo ha prometido que establecería en los últimos tiempos y que nunca más sería derribado. Cuando vemos cómo Dios escogió a su siervo José y lo sacó de la oscuridad y de en medio de la ignorancia, y le otorgó la sabiduría de la eternidad, cómo lo preparó en el conocimiento necesario, tanto temporal como espiritual, para capacitarlo para organizar a este gran pueblo—lo llamo un gran pueblo, no por nuestro número, sino por nuestras perspectivas, nuestro poder y nuestra organización—, le dio la sabiduría necesaria para organizar su reino sobre principios permanentes, para que creciera como una semilla plantada en buena tierra, pequeña al principio, pero germinando y creciendo hasta convertirse en un gran y poderoso árbol. Fue mediante la sabiduría que Dios dio a José Smith que él pudo organizar el reino de Dios en la tierra a partir de los elementos en conflicto y discordia de Babilonia, sobre principios que harán que crezca hasta que se extienda por toda la tierra. Dios no solo dio esta sabiduría a su profeta José, sino que también la ha dado a su profeta Brigham, a quien ha dotado de poder y sabiduría para continuar con su obra donde José la dejó cuando pasó más allá del velo, y llevarla adelante hasta el punto de que, ante los ojos de todos los hombres observadores y pensantes, es la mayor maravilla de la época actual.

Es una maravilla que, cuando todas las naciones de la tierra están llenas de contención, lucha y desunión, cuando están envueltas en mortales conflictos unas contra otras, cuando no tienen el poder de unirse, haya habido un hombre en medio de las naciones con una influencia tan dominante que ha logrado reunir a personas de cada nación, credo e iglesia, hablando una gran variedad de idiomas—hombres y mujeres formados bajo diferentes influencias, circunstancias y costumbres. Es asombroso verlos reunidos como lo está este pueblo hoy, verlos unidos y viviendo en paz, verlos gobernados por el más leve susurro de aquel a quien Dios ha designado para presidir, ver cada obstáculo removido del camino del progreso continuo del reino de Dios; y no solo esto, sino ver esa sabiduría manifestándose en todas las ramificaciones de ese reino, ver cómo llena los corazones de aquellos que ocupan los diversos oficios en la Iglesia—ver a Obispos, Consejeros de Obispos, Presidentes y Consejeros de Presidentes, Apóstoles, Sumos Sacerdotes, Setentas, Élderes, Sacerdotes, Maestros y Diáconos desempeñando las funciones asignadas a ellos; aunque esa misma sabiduría los llena en menor grado, aun así, ese espíritu y ese poder están aumentando en ellos, lo que da la promesa de que la organización a la que están vinculados se volverá grande, poderosa y abrumadora en medio de la tierra.

Se nos llama sin educación, iletrados, pero hay una sabiduría que se está desarrollando en medio de este pueblo, y están siendo instruidos en aquellos principios que los harán grandes y poderosos ante Dios y los hombres. Podemos ver esto ahora, pero, con el ojo de la fe, podemos ver mucho más en el futuro, cuando las naciones buscarán esa sabiduría que solo está en posesión de este pueblo—una sabiduría que los salvará de las calamidades y los males que se avecinan sobre ellos. No está lejos. No pasará mucho tiempo antes de que los hombres busquen ser enseñados por este pueblo en los principios que pertenecen a este mundo y al venidero. Aunque ahora pretendan despreciarlos, ese conocimiento, sin embargo, solo se encuentra en medio de este pueblo. Ellos comprenden los principios que salvarán a los hombres—no solo a los hombres individualmente, sino también a las naciones y comunidades, de los males que los amenazan aquí y en el más allá. Los hemos obtenido de la misma manera en que fueron obtenidos por Jesucristo, por Pedro y por aquellos asociados con él; los hemos recibido mediante el conocimiento, la luz y la inteligencia del cielo, concedidos a los hombres en respuesta a la oración y a la fe ejercida debidamente. Hay algo muy placentero y consolador en la reflexión de que hombres y mujeres, sin importar cuán ignorantes sean, si llegan a conocer los principios del Evangelio, se volverán sabios para la salvación, serán elevados y desarrollados, y continuarán aumentando en todo lo que es grande y deseable ante Dios y los hombres. Vemos cómo se cumple esta promesa que el Evangelio nos ofrece.

Hablamos de la gloria que nos espera, y bien podemos hablar de ella, porque, hasta cierto punto, hemos tenido un anticipo en la tierra de esas promesas, cuya plenitud disfrutaremos en aquel mundo hacia el cual todos nos apresuramos. Podemos ver los efectos del Evangelio en la mente del pueblo y en nuestra propia mente; vemos al pueblo desarrollarse moralmente en todo lo que lo hará poderoso ante Dios. Sé que el Señor, con un propósito sabio, ha llamado a los espíritus más nobles que tenía a su alrededor para que vinieran en esta dispensación. Los llamó para que vinieran en circunstancias humildes, a fin de que pudieran recibir la experiencia necesaria para ser probados y examinados en todas las cosas, para que pudieran descender por debajo de todas las cosas y, gradualmente, comenzar a ascender por encima de todas las cosas; hubo un propósito sabio en esto, y lo vemos llevándose a cabo en la actualidad.

Me deleito mucho en estas cosas; es un gran placer reflexionar sobre esta obra, porque, se mire desde donde se mire, desde cualquier punto de vista, hay algo atractivo y hermoso en ella. Todos podemos disfrutar de esto, no hay defecto ni falla en el sistema; no hay nada en él que, aun si tuviéramos el poder, pudiéramos mejorar o hacer mejor. Esto es un gran consuelo para nosotros; no es obra del hombre, ni una fábula ingeniosamente inventada por el hombre. No se ha hecho para adaptarse a nuestros gustos y opiniones particulares, sino que es eterna; ha existido siempre, y está en armonía con nuestro ser y con las leyes de nuestro ser, porque el plan de salvación proviene de la misma fuente eterna de la que nosotros provenimos, y todo lo que nos concierne y a este sistema está en perfecta armonía. No hay conflicto alguno entre las leyes perfectas de nuestra naturaleza y las leyes de Dios reveladas en el Evangelio. Es esto lo que lo hace tan hermoso, lo que hace que tenga un efecto tan elevador sobre nosotros; y debemos vivir en conformidad con él para ser finalmente exaltados en la presencia de nuestro Padre y Dios; lo cual, que Dios nos conceda, sea nuestro feliz destino, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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