Conferencia General Abril 1968
Sé Verdadero y
Fiel a Cada Convenio
Presidente Joseph Fielding Smith
Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles
y Consejero en la Primera Presidencia
Mis queridos hermanos y hermanas, es un placer tener el privilegio de estar aquí con ustedes en esta conferencia.
Como Santos de los Últimos Días, tenemos muchas obligaciones que cumplir. Me pregunto si, a veces, no nos volvemos un poco descuidados, despreocupados o negligentes y no prestamos la debida atención a las cosas sencillas que forman parte del evangelio.
Razones para Orar
¿Nos detenemos alguna vez a reflexionar sobre por qué el Señor nos ha pedido que oremos? ¿Nos pidió que oráramos simplemente porque desea que nos inclinemos y le adoremos? No lo creo. Él es nuestro Padre Celestial, y se nos ha mandado adorarle y orar en el nombre de su Hijo Amado, Jesucristo. Sin embargo, el Señor puede continuar sin nuestras oraciones; su obra avanzará de todas formas, ya oremos o no, porque Él conoce el fin desde el principio. Ha habido muchos mundos que ya han pasado por experiencias similares a la nuestra, con hijos e hijas que han recibido los mismos privilegios, oportunidades de servicio y mandamientos que nosotros.
La oración es algo que nosotros necesitamos, no algo que el Señor requiera. Él sabe perfectamente cómo llevar a cabo sus asuntos sin nuestra ayuda. Nuestras oraciones no son para decirle cómo dirigir su obra. Si tenemos esa idea, estamos equivocados. Nuestras oraciones son para nosotros, para fortalecernos, darnos valor y aumentar nuestra fe en Él. La oración humilla el alma, amplía nuestra comprensión y agiliza nuestra mente. Nos acerca a nuestro Padre Celestial, y necesitamos su ayuda, sin duda. Necesitamos la guía de su Espíritu Santo y entender los principios que nos llevarán de regreso a su presencia. Por estas razones, oramos: para que Él nos ayude a vivir de tal manera que conozcamos su verdad, caminemos en su luz y, mediante nuestra fidelidad y obediencia, podamos regresar a su presencia.
Separación después de la Resurrección
Si somos verdaderos y fieles a cada convenio y a cada principio de verdad que Él nos ha dado, entonces, después de la resurrección, regresaremos a su presencia y seremos como Él; tendremos cuerpos que brillarán como el sol. Si somos fieles y veraces mientras estamos aquí, seremos sus hijos e hijas.
No obstante, el Señor realizará una gran separación después de la resurrección, y muchos, en realidad la mayoría de los habitantes de esta tierra, no serán llamados hijos e hijas de Dios, sino que irán al próximo mundo como siervos. En ese maravilloso Sermón del Monte, el Señor dijo:
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella.
Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14)
Don de la Vida Eterna
La vida eterna es el gran don reservado para todos aquellos que están dispuestos a guardar los mandamientos del Señor. Todos recibirán la resurrección, pero ¿es eso la vida eterna? No, en palabras de nuestro Padre Celestial. A eso lo llamamos inmortalidad: el derecho a vivir para siempre. Pero el Señor ha puesto su propia interpretación sobre la vida eterna, la cual es tener el mismo tipo de vida que Él posee, siendo coronados con las mismas bendiciones, glorias y privilegios. Para llegar a ser hijos e hijas de Dios, debemos guardar todos los convenios del evangelio y ser fieles hasta el fin de nuestras vidas. Entonces heredaremos como coherederos con Jesucristo (Romanos 8:17). No se trata de que Él descienda de su trono para que nosotros ascendamos, sino de recibir las mismas bendiciones, privilegios y oportunidades de progreso que Él posee, para que, en la eternidad, podamos llegar a ser como Él, con nuestros propios reinos y tronos.
Libertad para Obedecer
Si alguno de ustedes prefiere, cuando esté al otro lado, ser siervo e ir al reino terrestre, tendrá ese privilegio. No necesita guardar otros mandamientos ni pagar diezmos; ni siquiera necesita bautizarse para la remisión de sus pecados si desea esos reinos. Pero, si quiere ir a la presencia de Dios, habitar en el reino celestial y ver las glorias de la exaltación, entonces debe vivir de toda palabra que procede de la boca de Dios (Mateo 4:4). Necesitamos orar para mantenernos humildes, acercarnos a nuestro Padre Celestial y estar en comunión más cercana con Él. Debemos aprender a ser veraces, obedientes y sinceros, dispuestos a obedecer cada mandamiento que el Señor nos ha dado.
Hábitos Fácilmente Formados
Cuando alguien confiesa que le resulta difícil guardar los mandamientos del Señor, está admitiendo tristemente que es un transgresor de la ley del evangelio. Los hábitos son fáciles de formar, tanto buenos como malos. Claro, no es fácil decir la verdad si alguien ha sido un mentiroso constante, ni ser honesto si se ha acostumbrado a la deshonestidad. Para una persona que nunca ha orado, orar le será difícil.
Por otro lado, cuando alguien siempre ha sido veraz, le resulta difícil mentir. Si siempre ha sido honesto, un acto deshonesto perturbará su conciencia hasta que se arrepienta. Aquella persona que tiene el espíritu de oración se deleita en orar y se acerca al Señor con la seguridad de que sus peticiones serán escuchadas. Pagar el diezmo no es difícil para quien está completamente convertido al evangelio y paga fielmente la décima parte de lo que recibe. El Señor nos ha dado una gran verdad: su yugo es fácil y su carga es ligera (Mateo 11:30), ¡si amamos hacer su voluntad! El Señor ha dicho:
“Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza, para que podáis estar sin culpa ante Dios en el último día.” (D. y C. 4:2)
Si todos servimos así, tendremos mucho que hacer. El Padre no pide nada inconsistente con la razón, sino aquello en armonía con su ley, y que Él mismo sigue. ¿Podemos imaginar a nuestro Padre Eterno y a nuestro Salvador sin hacer nada?
Trabajo para el Beneficio del Hombre
La gran obra del Padre y del Hijo no es solo para ellos, sino para el beneficio de la humanidad. Cuando una persona se une a la Iglesia, lo hace en base a la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, aceptando todo lo relacionado con el evangelio. Estos requisitos se exigen a todos aquellos que buscan arrepentirse y obtener un lugar en el reino de Dios. Si alguien intenta entrar por otro camino, es considerado un ladrón y salteador (Juan 10:1). ¿Por qué? Porque intenta obtener la vida eterna de manera fraudulenta, buscando la exaltación con “moneda falsa”, lo cual no es posible.
Importancia del Servicio
La obediencia a las ordenanzas del evangelio es requerida de todos, y nadie puede entrar en el reino sin cumplir la ley que el Señor ha dado. Nuestro Salvador vino al mundo para enseñarnos a amarnos unos a otros, y así como esa gran lección se manifestó a través de su inmenso sufrimiento y sacrificio para que nosotros pudiéramos vivir, ¿no deberíamos expresar nuestro amor por nuestros semejantes mediante el servicio? ¿No deberíamos demostrar nuestro agradecimiento por el servicio infinito que nos brindó, sirviendo en su causa?
La persona que solo realiza aquellas cosas en la Iglesia que conciernen exclusivamente a su vida personal nunca alcanzará la exaltación. Por ejemplo, quien se limita a orar, pagar diezmos y ofrendas, y cumplir los deberes ordinarios relacionados con su vida personal, sin más, nunca logrará la meta de la perfección.
Debemos brindar servicio en beneficio de los demás. Es necesario extender la mano a los desafortunados, a quienes no han escuchado la verdad y viven en tinieblas espirituales, a los necesitados y a los oprimidos. ¿Estamos fallando en esto? Recordemos las palabras del poeta Will L. Thompson, quien reflexiona sobre el llamado de ser salvadores en el Monte Sión. El poema comienza así:
“¿He hecho algún bien en el mundo hoy?
¿He ayudado a alguien necesitado?
¿He animado al triste,
y dado alegría a alguien?
Si no, en verdad he fallado.”
(Himnos, 58)
Espero y ruego que ninguno de nosotros falle en nuestro servicio a nuestro Padre Celestial. Que el Señor continúe bendiciéndonos a todos y guiándonos en el camino de la verdad y la rectitud. Humildemente lo ruego, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

























