Conferencia General de Octubre 1961
Testimonio y Disciplina en la Obra de Cristo
por el Élder Gordon B. Hinckley
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Mis amados líderes, queridos hermanos y hermanas, no sería ni apropiado ni deseable que hablara extensamente. Solo deseo compartir brevemente con ustedes algunos de los sentimientos de mi corazón.
La hermana Romney me dijo ayer por la tarde que sabía que yo sería sostenido debido a la apariencia de mis ojos cuando habló conmigo por la mañana. Confieso que he llorado y orado.
Creo sentir algo del peso de esta responsabilidad de ser testigo del Señor Jesucristo ante un mundo que se resiste a aceptarlo. «Me asombro del amor que Jesús me ofrece». Me siento sobrecogido por la confianza del Profeta del Señor en mí y por el amor expresado de estos, mis hermanos, junto a quienes me siento como un pigmeo. Oro por fortaleza; oro por ayuda; y oro por la fe y la voluntad de ser obediente. Creo que necesito—y siento que todos necesitamos—disciplina, si esta gran obra ha de avanzar como está ordenado que lo haga.
Hace tres años y medio, cuando estuve aquí, expresé mi aprecio por el nombre que llevo [Bryant S. Hinckley, su padre], un nombre que viene de antepasados fieles que dieron mucho y recibieron poco para que yo pudiera recibir mucho dando poco.
Esta mañana me conmovió escuchar al coro cantar ese gran himno, «Coronadlo Señor de Todo». La unidad, la armonía y la disciplina de este coro siempre me impresionan. Ahora, mis hermanos y hermanas, Dios ha escrito la partitura que debemos interpretar. Nuestro profeta es nuestro director. Con esfuerzo y con armonía, podemos conmover al mundo y «coronarlo Señor de todo», si tenemos la voluntad de disciplinarnos con esa moderación que proviene de un verdadero testimonio.
Quiero decir que esta causa es verdadera o es falsa. O bien este es el reino de Dios, o es un engaño y una ilusión. O José habló con el Padre y el Hijo, o no lo hizo. Si no lo hizo, estamos incurriendo en blasfemia. Si lo hizo, tenemos un deber del que ninguno de nosotros puede huir: declarar al mundo la realidad viviente del Dios del universo, el Padre de todos nosotros, y de su Hijo, el Señor Jesucristo, el Salvador del mundo, nuestro Redentor, el Autor de nuestra salvación, el Príncipe de Paz.
Les doy mi testimonio de que esto es verdadero. No es falso. Nuestros detractores pueden debatir sobre teología, pero no pueden refutar este testimonio que ha llegado por el poder del Espíritu Santo a mi corazón y al de ustedes, y que solemnemente declaro en este día mientras expreso mi gratitud por sus manos y corazones que me sostienen, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

























