Capítulo 18
Promesas a los hijos
Cuando leemos la profecía de Malaquías concerniente al regreso de Elias, pensamos usualmente en nosotros como los hijos cuyos corazones se volverán a nuestros antepasados. Pero también somos padres y madres con hijos y con nietos. ¿Acaso el templo no vuelve también nuestro corazón a ellos? Nuestra dedicación al templo y a nuestro sellamiento en el templo trae bendiciones sobre nuestra posteridad. Deseamos que las hermosas promesas y bendiciones del templo sean plantadas en el corazón de nuestros hijos. Estas promesas tienen que ver con alcanzar el estado de dioses y con nuestro progreso eterno. Así le fue explicado a Abraham: “Si puedes contar el número de las arenas, así será el número de tus descendientes” (Abraham 3:14).
Joseph F. Smith se refirió a las bendiciones para los hijos en su gran visión sobre la redención de los muertos: “El profeta Elias había de plantar en el corazón de los hijos las promesas hechas a sus padres, presagiando la gran obra que se efectuaría en los templos del Señor en la dispensación del cumplimiento de los tiempos para la redención de los muertos, y para sellar los hijos a sus padres” (D. y C. 138:47-48; énfasis añadido). Notemos que tanto nuestros antepasados como nuestros hijos se incluyen en la misión de Elias.
Las palabras de Elias a José Smith y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland recalcan también las bendiciones sobre nuestros hijos al igual que sobre nuestros antepasados. Elias les dijo “que en nosotros y en nuestra descendencia serían bendecidas todas las generaciones después de nosotros” (D. y C. 110:12). Estas bendiciones tienen mucho que ver con nuestro matrimonio en el templo y con los poderes y promesas que fluyen a nuestros hijos por cuanto han “nacido en el convenio” o han sido sellados a nosotros.
LAS PROMESAS DE UN MATRIMONIO ETERNO
Es apropiado que la máxima ordenanza de la Restauración, la del matrimonio en el templo, fuera escrita en la sección 132, una de las últimas revelaciones dadas al profeta José Smith. El élder Widtsoe, citado anteriormente, dijo que “casi todas las últimas palabras habladas por Dios al Profeta tratan sobre el mismo tema [el regreso prometido de Elias]”. En esa revelación se abarca el significado final y en toda su plenitud “las promesas hechas a los padres”.
En esa revelación, el Señor llama al matrimonio eterno “la ley de mi santo sacerdocio” y explica luego su relación con las promesas hechas a Abraham: “Abraham recibió promesas en cuanto a su posteridad y a la del fruto de sus lomos-de cuyos lomos eres tú, mi siervo José— promesas que habrían de continuar mientras estuviesen en el mundo; y en cuanto a Abraham y su posteridad, habrían de continuar fuera del mundo; tanto en el mundo como fuera del mundo, continuarían tan innumerables como las estrellas; o si te pusieras a contar las arenas de las playas del mar, no podrías numerarlas.
“Esta promesa es para ti también, pues eres de Abraham, y a él se le hizo la promesa; y por esta ley [el matrimonio eterno o la ‘ley de mi Santo Sacerdocio’] se realiza la continuación de las obras de mi Padre, en las cuales se glorifica a sí mismo.
“Ve, pues, y haz las obras de Abraham; entra en mi ley, y serás salvo.
“Mas si no entras en mi ley, no puedes recibir la promesa que mi Padre hizo a Abraham” (D. y C. 132:28-33; énfasis añadido).
La promesa que podemos plantar en el corazón de nuestros hijos es la de alcanzar el estado de dioses a través de las ordenanzas santificadoras del templo, particularmente la del matrimonio eterno. El corazón de nuestros hijos puede “volverse” a esas promesas y tener fe en su veracidad. Podemos enseñarles a “hacer las obras de Abraham” de modo que puedan recibir la promesa de un progreso eterno o de alcanzar el estado de dioses que le fue hecha a Abraham. Su “posteridad” será también tan innumerable como las estrellas del cielo o como las arenas del mar.
En nuestras capillas ordenamos y apartamos a personas para posiciones de autoridad y de liderazgo. Podemos llamar a un hombre como presidente de estaca o como obispo, pero solamente en el templo podemos hacer familias eternas, las cuales nos conducen a ser como dioses. No todos nuestros hijos llegarán a ser obispos, presidentes de estaca o líderes de organizaciones auxiliares, pero sin embargo todos ellos pueden llegar a ser dioses y continuar la obra del Padre glorificándose ellos mismos conforme lo glorifican a Él. Brigham Young trató de ayudarnos a captar el poder y la hermosura de esta doctrina cuando dijo: “La humanidad está formada de elementos diseñados para durar por toda la eternidad; nunca tuvo un principio y nunca puede tener un fin… La humanidad ha sido reunida, organizada y capacitada para recibir conocimiento e inteligencia, para ser galardonada en gloria, para llegar a ser ángeles, dioses— seres que tendrán control sobre los elementos y poder por su palabra para ordenar la creación y la redención de mundos, o para hacer que soles sean extintos con su aliento y desorganizar mundos, lanzándolos de vuelta a su estado caótico. Esto es para lo que ustedes y yo hemos sido creados” (Journal of Discourses 3:356).
¿Qué promesa más grande o más noble podríamos plantar en el corazón de un hijo? ¿Qué aspiración, objetivo o dignidad mayor podría usted enseñarle a un hijo o hija como una guía para su vida, que la promesa de que él o ella podría llegar a ser como nuestro Padre Celestial? Si esta promesa se planta en el corazón de nuestros hijos, les habremos dado una fuente poderosa de fortaleza para resistir las tentaciones de Satanás y de las cosas vanas del mundo. Ellos querrán estar preparados para entrar al templo y asegurarse estas bendiciones para ellos mismos y para sus antepasados.
Juan el Amado conocía el poder de estas ideas y las usó para animar a los antiguos Santos: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro” (1 Juan 3:1-3; énfasis añadido).
EL PESO DE LAS ESCRITURAS
Podemos entender ahora por qué José Smith tuvo que decir: “Esta doctrina presenta como una luz clara la sabiduría y la misericordia de Dios al preparar una ordenanza para la salvación de los muertos. …Esta doctrina es peso de las Escrituras. Aquellos Santos que la descuidan en representación de sus parientes fallecidos, lo hacen a riesgo de su propia salvación” (History of the Church 4:426; énfasis añadido). Un estudio cuidadoso de las revelaciones y de la historia de la Iglesia nos muestra que “la principal preocupación del profeta José Smith en la restauración del Evangelio en estos últimos días, fue la fundación, construcción y terminación de templos” (Temple Worship, pág. 53).
Podemos comprender también por qué Brigham Young dijo: “Somos llamados, como se les ha dicho, para redimir las naciones de la tierra. Los padres no se pueden perfeccionar sin nosotros; y nosotros no nos podemos perfeccionar sin los padres. Debe existir esta cadena en el santo sacerdocio; debe ser unida desde la última generación que viva en la tierra hasta nuestro Padre Adán, para traer a todos los que pueden ser salvos y ponerlos donde puedan recibir salvación y una gloria en algún reino. Este sacerdocio tiene que hacerlo; este sacerdocio es para tal propósito” (Discourses of Brigham Young, pág. 623; énfasis añadido). Las Escrituras. La revelación. La Restauración. El sacerdocio. Los convenios. Estas grandes palabras claves de los últimos días están entrelazadas más estrechamente con los templos que ningún otro tema del Evangelio. ¿No es acaso igualmente importante y crítico para nuestra propia salvación que plantemos estas promesas sagradas del templo en el corazón de nuestros hijos?
























