Una Casa de Gloria


Capítulo 19

El valor de las almas


Temprano en la Restauración, el Señor nos dijo: “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). Nada testifica más acerca de la verdad de este pronunciamiento que la obra que se hace en los templos, tanto para los vivos como para los muertos. Cuando Brigham Young pensó acerca del valor de las almas como se muestra en el plan del Señor para la redención de los muertos, dijo que desearía tener “una voz como diez mil terremotos, para que todo el mundo pudiera oír y conocer el entrañable amor del Señor” (Discourses of Brigham Young, pág. 626). Cuando participamos en esta obra, llegamos a entender también cuán grande es la preocupación del Señor y llegamos a compartir Su compasión con el alma de cada persona.

Dios NO SE HA OLVIDADO DE ELLOS

Mientras nos preparábamos como familia para hacer un recorrido por el Este de los Estados Unidos y por diferentes sitios de interés en la historia de la Iglesia y del país, aprendimos todo lo que pudimos acerca de nuestros antepasados norteamericanos. Planeábamos visitar lugares de donde vinieron ellos y queríamos que la experiencia fuese tan positiva como fuera posible. Planeábamos visitar [el estado de] Virginia, y puesto que tanto yo como mi esposa teníamos raíces familiares allí, pasamos bastante tiempo tratando de aprender todos los detalles que pudimos sobre la vida de nuestros antepasados.

Cuando encontramos sus testamentos, descubrimos que muchos de ellos habían sido propietarios de esclavos. La mayoría de sus testamentos contenían frases tales como: “Yo doy mi muchachito negro Pompey a mi hijo John y a sus herederos por siempre”. Esa frase nos impresionó profundamente y por medio del Espíritu sentimos el deseo de hacer algo por aquellos esclavos. No podíamos libertarlos de la esclavitud terrenal del pasado, pero sentimos un profundo deseo de liberarlos de una esclavitud espiritual.

Les permitimos a nuestros hijos que nos ayudaran a preparar sus nombres para remitirlos al templo, y nos prometieron que ellos se bautizarían y se confirmarían por esas personas cuando los nombres estuviesen listos. Cuando fuimos al templo para ser bautizados por ellos, un obrero extraordinario del templo enseñó a mis hijos algo que jamás podré olvidar. Creo que sus palabras fueron inspiradas, porque contenían una sabiduría y una belleza que podía venir solamente de una fuente superior. La experiencia fue muy iluminadora porque él no sabía por quién íbamos a bautizarnos.

Aquel obrero del templo dijo: “Muchas de estas personas por quienes ustedes se van a bautizar vivieron vidas rigurosas y amargas. Estoy seguro de que muchos murieron pensando que Dios los había olvidado. Pero ustedes les mostrarán hoy que Él no los ha olvidado, que Él nunca olvida a ninguno de Sus hijos. Por primera vez en muchos, muchos años, sus nombres serán mencionados de nuevo, aquí en la casa del Señor, y ellos conocerán de Su eterno amor por ellos. Y ustedes les mostrarán también su propio amor por ellos”. He meditado a menudo en sus palabras y he pensado en todas las ordenanzas que serían hechas por Pompey, Lucy, Sal, Mingo, Sookey, el viejo Tom, y por todos los otros esclavos antes de que la obra sea “aceptable” para el Señor. Sus nombres serían mencionados muchas, muchas veces en la casa del Señor cuando cada ordenanza crítica fuese hecha. Por cada uno de ellos se llevarán a cabo durante horas la obra de las ordenanzas. Ellos conocerían su valor ante los ojos de Dios y los de sus hermanos y hermanas.

“ESTOY CON MI GENTE”

Mi esposa y yo hemos podido recibir la investidura por muchos de estos queridos negros. Con uno en particular me sentí muy de cerca. Sentí su ansiedad y gratitud a través de cada etapa de la investídura. Cuando entramos en el Salón Celestial, sentí que él me susurraba en mi alma: “¡Ahora, finalmente, estoy con mi gente!”

Entendí lo que quiso decir. No existen razas ni nacionalidades en el templo. Existe solamente el pueblo del Señor; todos somos hijos del mismo Padre, todos somos hermanos y hermanas del mismo Cristo y de cada uno de nosotros; todos tenemos un gran valor para el Padre Celestial. Este entendimiento hace que nuestra ofrenda sea aún mas “aceptable”. Cuán hermoso es escuchar a hermanos de Samoa pronunciar los nombres de inmigrantes alemanes, o escuchar a hermanas de Cambodia tratando de pronunciar nombres de hermanos de Finlandia. El presidente Gordon B. Hinckley nos enseñó: “Si hay una obra en el mundo que realmente demuestre la universalidad del amor de Dios, es la labor abnegada que se efectúa en estas santas casas” (véase Liahona, enero de 1986, pág. 44).

SALVADORES EN EL MONTE DE SIÓN

La fuente bautismal descansa firmemente sobre los fuertes lomos de doce bueyes. Éstos representan las doce tribus de Israel, a las cuales pertenecemos. Es muy apropiado que la fuente esté colocada de esta manera. Las ordenanzas salvadoras para el mundo descansan sobre espaldas fortalecidas por las bendiciones de la Restauración. Su peso no va a ser quitado hasta que cada hijo de Dios sea hallado. Con nuestra cabeza en dirección a cada uno de los puntos cardinales, deseamos e invitamos a todos a recibir las ordenanzas que revelan el poder santificador de la Expiación.

Cuando un amigo mío y su esposa estaban listos para salir de su casa para asistir a una sesión del templo en la noche, su hijito de tan solamente cinco años de edad los detuvo y les preguntó: “¿A dónde van?” Ellos le respondieron: “Al templo”. “Bueno, cuando estén allí, díganle hola a mi buen amigo Jesús”, les dijo. “No creo que le veremos allí, hijo” le respondió su mamá. “¡Oh!, yo creo que lo van a ver si hacen un esfuerzo por verlo”, replicó el pequeño.

Se nos ha prometido que en el templo, “todos los de corazón puro que allí entren verán a Dios” (D. y C. 97:16). Hay muchas maneras de ver; algunas de las más profundas no requieren nuestros ojos físicos. ¿Podríamos ver o entender más claramente a Jesús que cuando sentimos el peso de la salvación de nuestros hermanos y hermanas, su valor eterno, compartimos juntos con Él Su gran obra vicaria, y llegamos a ser “salvadores…en el monte de Sión”? (Abdías 1:21). Brigham Young dijo: “Tenemos una obra que hacer y es tan importante en su esfera como la obra del Señor lo fue en la Suya. Nuestros padres no se pueden perfeccionar sin nosotros… Ellos han hecho su obra y ahora duermen. Somos llamados ahora para hacer nuestra parte” (Discourses of Brigham Young, pág. 623). En cierto sentido, cuando estamos actuando como “salvadores en el monte de Sión”, vemos con los ojos del Salvador. Vemos mucho más claramente como Él ve a todos los hijos de Su Padre y en esa visión vemos a Jesús con más plenitud..

EL PESO DE LA GLORIA

Una de las visiones más grandes que C.S. Lewis recibió por su estudio de las Escrituras fue la convicción de que nuestro destino es llegar a ser como Dios, lo cual testifica de nuestro tremendo valor. Cuando tomamos un nombre para hacer las ordenanzas del templo, sería maravilloso si siempre estuviéramos conscientes del valor de ese nombre desde una perspectiva eterna.

Lewis describió el valor de las almas con estas palabras: “La carga, o peso de la gloria de mi vecino debería ser llevada diariamente en mi espalda, una carga tan pesada que solamente la humildad podría llevarla y que en una espalda orgullosa le sería de quebranto. Es un asunto serio el vivir en una sociedad de posibles dioses y diosas, y recordar que aun la persona más torpe y menos interesante con quien usted lograra hablar, puede un día llegar a ser una criatura, la cual, si pudiese verla ahora, usted estaría decididamente tentado a adorar… Deberíamos conducir todas nuestras relaciones con los demás, todas nuestras amistades, todo nuestro amor, todos nuestros juegos y todas nuestra política, a la luz de estas posibilidades abrumadoras, con asombro y con la debida circunspección por ellas. No existen personas ordinarias. Usted no ha hablado nunca con un ser meramente mortal. Las naciones, las culturas, las artes y las civilizaciones son mortales, y su existencia es para nosotros como la vida de un mosquito. Pero aquellos con quienes nos reímos, trabajamos, nos casamos, somos presuntuosos o les explotamos, son seres inmortales. Después de los mismos sacramentos bendecidos, su vecino es el objeto más santo que sus sentidos puedan percibir” (de “The Weight of Glory”, un sermón dado en la Iglesia St. Mary the Virgin, en Oxford).

Si un alma vale el sacrificio expiatorio del Salvador, como lo enseña la sección 18 de Doctrina y Convenios, si vale “todo el mundo”, como lo enseñó Jesús (Mateo 16:26-29), entonces vale con toda certeza las horas de nuestro tiempo que invirtamos en buscar la informa-ción que sea necesaria para presentar los nombres de estas personas al templo y hacer por ellas las ordenanzas salvadoras. Como lo enseñó Jesús: “Si acontece que trabajáis todos vuestros días …y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre! Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:15-16; énfasis añadido).