Una obra maravillosa y un prodigio

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La restauración de
la autoridad del sacerdocio


La visita de Juan el Bautista

Sigue en orden cronológico la visita de un mensajero celestial, Juan el Bautista, quien, bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, apareció a José Smith y Oliverio Cowdery y les confirió el Sacerdocio Aaróni­co. Citamos la propia relación de José Smith de esta celestial visita y ordenación:

Dos días después de la llegada del señor Cowdery (siendo el día 7 de abril), empecé a traducir el Libro de Mormón, y él comenzó a escribir por mí.

El mes siguiente (mayo de 1829), encontrándonos todavía en la obra de la traducción, nos retiramos al bosque un cierto día para orar y preguntar al Señor acerca del bautismo para la remisión de tos pecados, del cual vimos que se hablaba en la traducción de las planchas. Mientras en esto nos hallábamos, orando e implorando al Señor, descendió un mensajero del cielo en una nube de luz y, habiendo puesto sus manos sobre nosotros, nos ordenó, diciendo:

Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en justicia.

Declaró que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más adelante; y nos mandó que fuéramos a bautizarnos, instruyéndonos que yo bautizara a Oliverio Cowdery, y que después me bautizara él a mí.

Por consiguiente, fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a mí —después de lo cual puse mis manos sobre su cabeza y le conferí el Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me confirió el mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado.

El mensajero que en esta ocasión nos visitó y nos confirió este sacerdocio dijo que se llamaba Juan, el mismo que es conocido como Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, y que obraba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, sacerdocio que nos sería conferido, dijo él, en el momento oportuno; y que yo sería llamado el primer Elder de la Iglesia, y él (Oliverio Cowdery) el segundo. Fue el día quince de mayo de 1829 cuando se nos ordenó por mano de este mensajero, y nos bautizamos. (P. de G. P., José Smith—Historia 6772.)

Esta visita de Juan el Bautista nos enseña las siguientes verdades importantes:

  1. Que uno debe recibir el sacerdocio necesario de alguien que tenga la autoridad, antes de poder admi­nistrar las ordenanzas del evangelio.
  2. Que el Sacerdocio Aarónico tiene las llaves de:

(a) el ministerio de ángeles;
(b) el evangelio de arrepentimiento;
(e) el bautismo por inmersión para la remisión de pecados.

  1. Que este sacerdocio “nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en justicia”.
  2. Que aun cuando el Sacerdocio Aarónico constituye la autoridad divina de Dios, sus funciones son limitadas; no tiene “el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo”; que al conferir a José Smith y Oliverio Cowdery este sacerdocio, Juan el Bautista ofició bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, los cuales tenían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, que más tarde les sería conferido.

La restauración del Sacerdocio de Melquisedec

Por consiguiente, a fin de que pudiese haber una “restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:21), fue menester restituir estos dos sacerdocios a los hombres en la tierra.

No mucho después de este glorioso acontecimiento, y de acuerdo con la promesa de Juan el Bautista, Pedro, Santiago y Juan, apóstoles del Señor Jesucristo, confirieron a José Smith y Oliverio Cowdery el Sacerdocio de Melquisedec, incluso el Santo Apostolado, que les dio la autoridad necesaria para organizar la Iglesia o el reino de Dios sobre la tierra en esta dispensación. Consiguientemente, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días se organizó con seis miembros el 6 de abril de 1830 en Fayette, distrito de Séneca, Nueva York.

El Sacerdocio de Aarón y el de Melquisedec

Para entender debidamente el evangelio de Jesucristo y la Iglesia que El estableció en la tierra, es sumamente preciso tener algún conocimiento del Sacerdocio Aarónico o Levítico, a veces llamado el Sacerdocio Menor (véase D. y C. 107:14.), así como del Sacerdocio de Melquisedec, junto con las funciones y administraciones de cada uno de ellos.

Se puede preguntar: “¿De acuerdo con cuál de los órdenes del sacerdocio pretenden obrar las iglesias cristianas hoy día, el de Aarón o el de Melquisedec?” No se espera que ninguna de ellas pueda dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. La única razón por la cual estamos en posición de hacer la debida aclaración es porque Juan el Bautista trajo de nuevo a esta tierra el Sacerdocio Aarónico o Levítico, y lo confirió a José Smith y Oliverio Cowdery. Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan trajeron el Sacerdocio de Melquisedec en igual manera. De modo que, habiendo desaparecido toda duda y mal entendimiento, ahora podemos entender las Escrituras que hablan de este importante asunto. ¿Puede haber cosa más importante que entender el significado y propósito del sacerdocio de Dios y cómo se obtiene, ya que en él están comprendidas las llaves y los derechos de oficiar en su nombre y administrar a sus hijos las ordenanzas salvadoras del evangelio de Jesucristo? ¿Cómo puede alguno suponer que sin la autoridad de este sacerdocio puede existir en la tierra una Iglesia de Jesucristo autorizada?

Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad había aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón?

Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley.

Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio

Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec

Mas éste por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. (Hebreos 7:1112, 14, 17, 24.)

Esta explicación debe aclarar el hecho de que la ley, o el ayo (véase Gálatas 3:24), que tenía como fin llevar al pueblo a Cristo, se administraba mediante el Sacerdocio Levítico o Aarónico. Sin embargo, según las palabras de Pablo, no se puede lograr la perfección únicamente por medio de este sacerdocio. Fue necesario, por tanto, que el Señor enviase otro sacerdote según el orden de Melquisedec. De modo que, habiéndose cambiado el sacerdocio, “necesario es que haya también cambio de la ley”. Jesucristo, pues, trajo la plenitud de su evangelio para reemplazar la ley de Moisés.

Limitaciones del Sacerdocio Aarónico

Juan el Bautista entendía esto claramente, porque su ministerio correspondía a la autoridad del Sacerdocio Aarónico, al cual pertenecen las llaves de la administración de la ordenanza del bautismo por inmersión para la remisión de pecados. Cuando fue enviado a preparar “el camino del Señor” (véase Mateo 3:3), no pretendió conferir el Espíritu Santo por la imposición de manos, antes enseñé que uno más poderoso que él “os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. (Mateo 3:11.)

Fue precisamente lo que él explicó a José Smith y Oliverio Cowdery cuando les confirió el Sacerdocio Aarónico y los comisioné para que se bautizaran el uno al otro por inmersión para la remisión de sus pecados.

Les declaró que este Sacerdocio Aarónico “no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el Espíritu Santo” (véase José Smith—Historia 70), pero que les sería conferido más tarde.

La naturaleza del Sacerdocio de Melquisedec

En una revelación sobre el sacerdocio, dada por medio del profeta José Smith el 28 de marzo de 1835, el Señor declaró:

En la iglesia hay dos sacerdocios, a saber, el de Melquisedec y el Aarónico, que incluye el Levítico.

La razón por la cual el primero se llama el Sacerdocio de Melquisedec es que Melquisedec fue tan gran sumo sacerdote.

Antes de su época se llamaba el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios.

Mas por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo, para evitar la demasiado frecuente repetición de su nombre, la iglesia en los días antiguos dio a ese sacerdocio el nombre de Melquisedec, o sea el Sacerdocio de Melquisedec.

Todas las otras autoridades u oficios de la iglesia son dependencias de este sacerdocio.

Pero hay dos divisiones o cabezas principales; una es el Sacerdocio de Melquisedec, y la otra es el Sacerdocio Aarónico o Levítico. (D. y C. 107:16.)

También el apóstol Pablo comprendía esta alta dignidad de Melquisedec como Sumo Sacerdote, y se expresó de esta manera:

Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo,

a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz;

sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. (Hebreos 7:13.)

Este último versículo ha sido mal interpretado en extremo, pues algunos suponen que Pablo quiso decir que Melquisedec no tuvo padres ni descendencia, y que es sin principio de días o fin de vida. Sin embargo, en una revelación sobre e1 sacerdocio, recibida por medio del profeta José Smith el 22 de septiembre de 1832, el Señor aclaró que es el sacerdocio el que no tiene principio de días o fin de años, no Melquisedec:

Y este sacerdocio continúa en la iglesia de Dios en todas las generaciones, y es sin principio de días o fin de años. (D. y C. 84:17.)

 No hay autoridad sin llamamiento y ordenación

Ya que hemos establecido la necesidad de la autoridad del sacerdocio, consideremos la evidencia que hay en las Escrituras sobre el asunto de que los hombres deben recibir el sacerdocio por ordenación a fin de oficiar en las cosas de Dios; es decir, ni pueden asumir esta autoridad ni recibirla de uno que no la posee. Por tal motivo fue necesario que Juan el Bautista restituyera el Sacerdocio Aarónico, o Levítico, y que Pedro, Santiago y Juan trajesen de nuevo el Sacerdocio de Melquisedec para conferirlos a José Smith y Oliverio Cowdery:

Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por tos pecados;.

Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado de Dios, como lo fue Aarón.

Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.

Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. (Hebreos 5:1, 46.)

¿Se puede expresar algo con mayor claridad? “Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere.” ¿Cómo, pues, puede un hombre ser sumo sacerdote o pontífice, si no es constituido como tal?

“Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado de Dios como lo fue Aarón.” ¿Cómo fue llamado Aarón? El Señor habló a Moisés y le dijo:

Harás llegar delante de ti a Aarón tu hermano, y a sus hijos consigo, de entre los hijos de Israel, para que sean mis sacerdotes.

Y con ellos (los vestidos sagrados) vestirás a Aarón tu hermano, y a sus hijos con él: y los ungirás, y los consagrarás y los santificarás, para que sean mis sacerdotes. (Exodo 28:1,41.)

De modo que Aarón no se llamó o se constituyó a sí mismo.

“Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote” sino que fue escogido y nombrado sumo sacerdote para siempre por su Padre, y después de haber sido llamado y nombrado en esta forma, llamó a otros:

Entonces Jesús les dijo otra vez (a los apóstoles): Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío

A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos y a quienes se los retuviereis, les son retenidos. (Juan 20:21, 28.)

Y estableció doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar,

y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios. (Mar. 3:1415.)

Los apóstoles de Jesús no se ordenaron o se establecieron a sí mismos, sino que Jesús los llamó, los ordenó y los envió a ejercer su ministerio, así como el Padre lo había enviado a El.

La vocación y ordenación de Pablo

El llamamiento o vocación de Saulo (más tarde conocido como Pablo: Hechos 13:9) al ministerio, incluso su subsiguiente ordenación, ofrece un ejemplo gráfico del orden divino en estos asuntos, pues el modelo fue dado por la voz de Jesús:

Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;

y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.

El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en ¿a ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. (Hechos 9:36.)

Aun cuando Jesús le habló en persona, no por eso se sintió Saulo autorizado para emprender el ministerio y administrar las ordenanzas del evangelio. Fue necesario que recobrara la vista por la imposición de las manos de Ananías, y fuera bautizado por él. A pesar de que el Señor declaró a Ananías que Saulo le era un vaso escogido para llevar su nombre ante los gentiles, reyes y los hijos de Israel, fue menester ordenarlo a fin de que pudiese ejercer este ministerio en una época posterior, después que hubiera declarado a los discípulos y a otros lo que había visto y oído.

Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simóny Saulo.

Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.

Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. (Hechos 13:13.)

Suponemos que hay muchos en el mundo actual­mente que se considerarían plenamente escogidos y ordenados si vieran y oyeran lo que Pablo vio y oyó cuando iba a Damasco. Mas no fue así con él; ni con José Smith. Fue necesario que los ordenara alguien que estaba autorizado. Y así debe ser con todos los hombres que quieren dedicarse al ministerio autorizadamente.

José Smith aprendió esta gran verdad, no por leer la Biblia, sino por medio de las visitas de Juan el Bautista y de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. De ahí nuestra afirmación contenida en el quinto Artículo de Fe de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, escrito por el profeta José Smith:

Creemos que el hombre debe ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas.

 La Iglesia de Jesucristo tiene un “real sacerdocio”

Hablando a los miembros de la Iglesia de su día, el apóstol Pedro dijo:

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2:9.)

De esto y de las revelaciones del Señor dadas al profeta José Smith en el curso de la restauración del sacerdocio sobre la tierra en esta dispensación, se desprende que el Señor ha dispuesto que todo miembro varón de la Iglesia, si vive dignamente, puede recibir el sacerdocio y llegar a ser, por lo mismo, una fuerza activa en el establecimiento de la Iglesia y reino de Dios en la tierra, parte de ese “real sacerdocio” a que Pedro se refirió, a fin de que todos puedan unánimes anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Estos hombres no reciben más preparación especial para el ministerio sino la que se dio a los apóstoles de la antigüedad, pero mediante el servicio que prestan y el don del Espíritu Santo, desarrollan los dones y talentos que Dios les ha otorgado. Pablo comprendió esto cuando dijo:

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no son muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles;

sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;

y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,

a fin de que nadie se jacte en su presencia. (1 Corintios 1:2629.)

Además de tener estos oficiales locales, la Iglesia de esta dispensación ha enviado a la misión decenas de miles de misioneros desde que fue organizada, todos de la categoría referida por el Apóstol. Esta gran hueste de misioneros representa un ministerio sin paga igual que el del sacerdocio en los días de Cristo y sus Apóstoles.

Hoy día, más de un millón de hombres poseen el sacerdocio Aarónico y de Melquisedec. ¿En qué otra parte del mundo puede hallarse semejante “real sacerdocio”, como Pedro llamó la Iglesia de su época?

Fue esta práctica de conferir el sacerdocio y llamar al ministerio a cuantos fueran dignos y desearan servir lo que impulsó a Jesús a decir, cuando envió a los setenta de dos en dos “delante de él, a toda ciudad y lugar adonde él había de ir”:

La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. (Luc. 10:2.)

 Oficios del sacerdocio

Es tan grande la obra, que el Señor ha establecido muchos líderes y oficiales en su Iglesia y muchas divisiones en el Sacerdocio de Aarón y en el de Melquisedec, a fin de que haya un lugar que corresponda a la capacidad de cada individuo.

En el Sacerdocio Aarónico existen las siguientes divisiones: Diáconos, maestros y presbíteros. Hay obispos, cuando son descendientes directos de Aarón; de lo contrario, son escogidos de entre los sumos sacerdotes del Sacerdocio de Melquisedec.

Este sacerdocio comprende las siguientes divisiones y oficios: Elderes o ancianos, setentas, sumos sacerdotes, patriarcas o evangelistas, apóstoles y profetas.

En el Nuevo Testamento se hace mención de todos estos oficios en relación con la Iglesia primitiva de Cristo. Sin embargo, en la actualidad son muy pocos los que existen en las ramas del cristianismo moderno. Opinamos que si esta organización completa fuese ofrecida a las iglesias del día, no sabrían qué hacer con todos ellos. No entenderían la diferencia entre el llamamiento de un élder y un sumo sacerdote, diácono, maestro o presbítero, ni las diferencias de sus ministerios respectivos. Ni sabrían cuántos de cada oficio serían menester para formar un quórum, o cómo se habría de organizar y gobernar dicho quórum. Tampoco nosotros lo sabríamos si tuviésemos que depender únicamente de la Biblia para obtener esta información. No llega a tal grado nuestra dependencia, porque hemos recibido todo este conocimiento por medio de las revelaciones del Señor relacionadas con la restauración del sacerdocio en esta dispensación por conducto del profeta José Smith. (Véase D. y C., secciones 13, 20, 84, 107 y 121.)

La organización de la Iglesia debe ser completa

Pablo entendía claramente la importancia de tener una organización completa cuando dijo:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,

a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,

hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;

para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error. (Efesios 4:1114.)

Ciertamente parece que el mundo cristiano ha sido llevado “por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error.” ¿Quién se atreve a decir que no es porque han quitado los oficios que Dios puso en la Iglesia para llevarlos a la unidad de la fe? ¿Qué otra cosa podría esperarse?

El futuro destino de la Iglesia de Jesucristo

Aunque el número de sus miembros es pequeño, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días está llamando la atención. Para empezar, la mayor parte de sus miembros varones, mayores de doce años de edad, poseen algún oficio del sacerdocio. Cuando se verifican en Salt Lake City y otras partes del mundo las conferencias de la Iglesia, sólo con los miembros del sacerdocio se llenan por completo el gran Tabernáculo y la Sala de Asambleas en la Manzana del Templo y otros edificios de la Iglesia por todo el mundo durante la reunión general del sacerdocio. Con excepción de unos pocos que dedican su tiempo entero al servicio de la Iglesia, y a quienes sólo se asignan gastos de subsistencia, todos estos hombres obran en la Iglesia sin salario. Los educadores más eminentes, los hombres de negocios más eficaces, los hombres de ciencia mejor preparados y más expertos, los agricultores, contratistas y mecánicos, y aun el simple obrero —cada uno de ellos está a disposición de la Iglesia; y en cualquier momento se le puede pedir que dedique sus servicios e instrucciones al servicio de la Iglesia y sus semejantes, y, como sucede en la mayoría de los casos, sin pensar siquiera en que se le ha de pagar. Se considera un honor poder servir a los intereses de la Iglesia. Los hombres de negocio que han alcanzado mayor éxito, los que tienen alguna profesión, los hombres del campo, a todos se les pueden pedir que dejen sus negocios, su profesión, sus tierras y sus familias para salir a algún país extranjero, pagando sus propios gastos durante algunos años en la gran causa misional de la Iglesia. Deben ser como los santos en los tiempos de Pedro que le conmovieron a decir:

“Un sacerdocio real” y a añadir “Un pueblo peculiar” (1 Pedro 2:9), porque en este respecto somos un pueblo muy peculiar. Cuando se viaja por las comunidades de los Santos de los Ultimos Días, no es extraño que al detenerse uno para conversar con un agricultor que anda trabajando en el campo descubra que es obispo, o presidente de su estaca, o por lo menos élder, setenta o sumo sacerdote. Con toda probabilidad resultaría la misma cosa si uno se pusiera a conversar con el banquero, el administrador de correos, el dueño o dependiente de un establecimiento, el obrero en el taller o fábrica o el peluquero que lo atiende a uno en su sillón.

Por tanto, los problemas obreros no hallan un terreno tan fértil entre nosotros como entre otros grupos, porque ¿cómo pueden nuestros miembros juntarse cada semana en sus reuniones de sacerdocio, donde todos son hermanos, y al mismo tiempo participar en algún movimiento que perjudique los intereses de sus prójimos? Para un verdadero Santo de los Ultimos Días, el Sacerdocio de Dios es la unión o sindicato más grande del mundo. ¿Podemos imaginarnos el día en que este reino de Dios se extenderá por todo el mundo, como lo declara Daniel (véase Daniel 2:44), y todos los hombres en todas partes, unidos por los vínculos del Santo Sacerdocio, dedicarán sus fuerzas y talentos al bienestar de sus semejantes y el establecimiento del reino de Dios en la tierra?

Si no hubiera sido por la restauración del Sacerdocio Aarónico por Juan el Bautista, y del Sacerdocio de Melquisedec por Pedro, Santiago y Juan, nunca habríamos sabido estas grandes verdades. Empleamos la Biblia para mostrar que las cosas reveladas están de acuerdo con su contenido y nos ayudan a entenderlas.

En los capítulos subsiguientes se hablará más acerca de las responsabilidades y actividades del sacerdocio.

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