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La ordenanza del bautismo
Hemos establecido la necesidad del Sacerdocio Aarónico para predicar el evangelio de arrepentimiento y administrar, a quienes se arrepientan, la ordenanza del bautismo por inmersión para la remisión de sus pecados. Consideraremos en seguida el relato de José Smith, cuando él y Oliverio Cowdery se bautizaron el uno al otro bajo la dirección de Juan el Bautista, para luego compararlo con las enseñanzas de aquella época y con las Sagradas Escrituras.
El bautismo de José Smith y Oliverio Cowdery
Hagamos referencia una vez más a la propia historia de José Smith, en la que nos informa que mientras él y Oliverio Cowdery se hallaban ocupados en la traducción del Libro de Mormón, salieron al bosque para preguntar al Señor con respecto al bautismo para la remisión de los pecados, del cual hallaron que se hacía mención en las planchas. Como respuesta a sus oraciones, descendió un mensajero celestial en una nube de luz y, después de haber puesto sus manos sobre la cabeza de ellos, les confirió el Sacerdocio de Aarón y les mandó que se bautizaran. Instruyó a José que bautizara a Oliverio, y que en seguida éste bautizara a José. El mensajero de referencia dijo que se llamaba Juan, el mismo que es conocido como Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, y que obraba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan.
Se han escrito muchísimos libros sobre el tema del bautismo. ¿Quiénes se han de bautizar: los adultos o los niños? ¿Cuál es el objeto del bautismo? ¿Cuál es la forma correcta de bautizar: por inmersión, aspersión o infusión? Sin embargo, tras esta importante y gloriosa experiencia, José Smith y Oliverio Cowdery aprendieron más acerca de estos asuntos mediante las instrucciones de Juan el Bautista —enviado para preparar el camino del Señor y tener el privilegio de bautizar al Hijo de Dios— que si hubieran leído todos los libros que jamás se han escrito sobre el tema del bautismo.
De conformidad con el mandamiento de Juan el Bautista, y bajo su dirección, estos dos jóvenes se bautizaron el uno al otro por inmersión para la remisión de sus pecados el día 15 de mayo de 1829, probablemente en el río Susquehanna en la parte occidental del estado de Nueva York. Esto debería de hacer cesar toda controversia concerniente al asunto de cómo se debe efectuar el bautismo y el propósito divino que encierra.
En abril de 1830, mes en que fue organizada la Iglesia, José Smith recibió una revelación sobre la organización y el gobierno de ella:
Nadie puede ser recibido en la iglesia de Cristo a no ser que haya llegado a la edad de responsabilidad ante Dios, y sea capaz de arrepentirse.
El bautismo se debe administrar de la siguiente manera a todos los que se arrepientan:
El que es llamado de Dios y tiene autoridad de Jesucristo para bautizar entrará en el agua con la persona que se haya presentado para el bautismo, y dirá, llamándolo o llamándola por su nombre: Habiendo sido comisionado por Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Entonces lo o la sumergirá en el agua, y saldrán otra vez del agua. (D. y C. 20:71–74.)
Los niños pequeños no deben ser bautizados
Esta revelación nos hace saber, primero, que ningún hombre puede ser recibido en la Iglesia de Jesucristo excepto que haya llegado a la edad de responsabilidad delante de Dios y esté capacitado para el arrepentimiento. Esto desde luego excluye a los infantes y niños pequeños, porque todavía no han llegado a una edad de responsabilidad delante de Dios, ni tienen la capacidad para arrepentirse.
En una revelación dada por medio de José Smith en noviembre de 1831, el Señor aclaró este asunto algo más:
Y además, si hay padres que tienen hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado 8erd sobre la cabeza de los padres.
Porque ésta será una ley para los habitantes de Sión, o en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado.
Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos. (D. y C. 68:25–27.)
De modo que el Señor fijó la edad de responsabilidad, y mandó que sean bautizados los niños al llegar a los ocho años de edad, después de haberlos instruido sus padres de acuerdo con el mandamiento.
El profeta Mormón escribió a su hijo Moroni sobre el asunto, en las siguientes palabras:
Y ahora, hijo mío, te hablaré concerniente a lo que me aflige en extremo, porque me aflige que aparezcan controversias entre vosotros.
Porque, si he sabido la verdad, ha habido disputas entre vosotros concernientes al bautismo de vuestros niños pequeños.
Hijo mío, quisiera que trabajaras diligentemente para extirpar de entre vosotros este tosco error; porque para tal propósito he escrito esta epístola.
Porque inmediatamente después que hube sabido estas cosas de vosotros, pregunté al Señor concerniente al asunto. Y la palabra del Señor vino a mí por el poder del Espíritu Santo, diciendo:
Escucha las palabras de Cristo, tu Redentor, tu Señor y tu Dios: He aquí, vine al mundo no para llamar a los justos al arrepentimiento, sino a los pecadores; los sanos no necesitan de médico sino los que están enfermos; por tanto, los niños pequeños son sanos, porque son incapaces de cometer pecado; por tanto, la maldición de Adán les es quitada en mí, de modo que no tiene poder sobre ellos; y la ley de la circuncisión se ha abrogado en mí.
Y de esta manera me manifestó el Espíritu Santo la palabra de Dios; por tanto, amado hijo mío, sé que es una solemne burla a los ojos de Dios que bauticéis a los niños pequeños.
He aquí, te digo que esto enseñarás: El arrepentimiento y el bautismo a tos que son responsables y capaces de cometer pecado; sí, enseña a los padres que deben arrepentirse y ser bautizados, y humillarse como sus niños pequeños, y se salvarán todos ellos con sus pequeñitos.
Y sus niños pequeños no necesitan el arrepentimiento, ni tampoco el bautismo. He aquí, el bautismo es para arrepentimiento a fin de cumplir los mandamientos para la remisión de pecados.
Mas los niños pequeños viven en Cristo, aun desde la fundación del mundo; de no ser así, Dios es un Dios parcial, y también un Dios variable que hace acepción de personas; porque ¡cuántos son los pequeñitos que han muerto sin el bautismo!
De modo que silos niños pequeños no pudieran salvarse sin ser bautizados, éstos habrían ido a un infierno sin fin.
He aquí, te digo que el que supone que los niños pequeños tienen necesidad del bautismo se halla en la hiel de la amargura y en las cadenas de la iniquidad, porque no tiene fe, ni esperanza, ni caridad; por tanto, si perece mientras tenga tal pensamiento, tendrá que ir al infierno.
Porque terrible es la iniquidad de suponer que Dios salva a un niño a causa del bautismo, mientras que otro debe perecer porque no tuvo bautismo.
¡Ay de aquellos que perviertan de esta manera las vías del Señor!, porque perecerán salvo que se arrepientan. He aquí, hablo con arrojo, porque tengo autoridad de Dios; y no temo lo que el hombre pueda hacer, porque el amor perfecto desecha todo temor.
Y me siento lleno de caridad, que es amor eterno; por tanto, todos los niños son iguales ante mí; por tanto, amo a los pequeñitos con un amor perfecto; y son todos iguales y participan de la salvación.
Porque yo sé que Dios no es un Dios parcial, ni un ser variable; sino que es inmutable de eternidad en eternidad.
Los niños pequeños no pueden arrepentirse; por consiguiente es una terrible iniquidad negarles las misericordias puras de Dios, porque todos viven en él por motivo de su misericordia.
Y el que dice que los niños necesitan el bautismo niega las misericordias de Cristo y menosprecia su expiación y el poder de su redención. (Moroni 8:4–20; énfasis agregada.)
Realmente es extraño que tantas iglesias hayan estado y están practicando el principio del bautismo de los niños pequeños, cuando en ninguna parte se halla registrado que en la Iglesia primitiva de Jesucristo se efectuaron estos bautismos o se dieron instrucciones de que así se hiciera. Es obvio que estas instrucciones tendrían que haberse dado a los padres de los niños, ya que éstos no podían obrar por sí mismos.
En una revelación dada por medio de José Smith el Profeta, y refiriéndose a este asunto, el Señor dijo:
Pero he aquí, os digo que los niños pequeños son redimidos desde la fundación del mundo, mediante mi Unigénito;
por tanto, no pueden pecar, porque no le es dado el poder a Satanás para tentar a los niños pequeños, sino hasta cuando empiezan a ser responsables ante mí. (D. y C. 29:46–47.)
La falacia del bautismo de infantes
El concepto erróneo de la necesidad de bautizar a los niños pequeños indudablemente se debe a que las iglesias de la actualidad enseñan que los niñitos son responsables del pecado original de Adán y Eva o los pecados de sus padres. Este concepto no puede ser cierto, pues como ya hemos indicado en las revelaciones que el Señor dio por medio del profeta José Smith, Jesús murió para expiar esos pecados con los que nada tenemos que ver:
“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22.)
Jesucristo redimió a todos de la caída; pagó el precio; se ofreció como rescate; expié el pecado de Adán, y así nosotros solamente tendremos que responder por nuestros propios pecados. Uno de nuestros Artículos de Fe dice:
“Creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán.”
El apóstol Juan entendía esta doctrina:
“Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.” (1 Juan 2:12.)
Los niños han de ser bendecidos
Se podrá preguntar: Si los niños no han de ser bautizados antes de llegar a la edad de responsabilidad (ocho años), ¿qué, pues, se debe de hacer por ellos?
El Señor contestó esta pregunta en una revelación que recibió José Smith el Profeta en abril de 1830:
Todo miembro de la iglesia de Cristo que tenga hijos deberá traerlos a los élderes de la iglesia, quienes les impondrán las manos en el nombre de Jesucristo y los bendecirán en su nombre. (D. y C. 20:70.)
Existe una conformidad perfecta entre lo anterior y las enseñanzas y prácticas de Jesús mientras ejercía su ministerio entre los hombres:
Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban.
Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.
De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía. (Marcos 10:13–16.)
Esto claramente da a entender que los discípulos de Jesús creían que los niños pequeños no eran dignos de la atención personal de su Maestro, así como deben opinar muchos ministros religiosos de la actualidad al exigir que las criaturas sean bautizadas. Jesús “se indignó” con sus discípulos. En igual forma está descontento con los así llamados bautismos de niños pequeños que se están efectuando hoy. Nos dio el ejemplo; permitió que le fueran llevados a El los niños pequeños; los tomó en sus brazos, puso las manos sobre ellos y los bendijo. Tal es el modelo y mandamiento que ha dado a su Iglesia de esta dispensación. Como anteriormente hemos indicado, José Smith no recibió esta información de la Biblia ni de ningún otro libro escrito sobre el tema, sino por las revelaciones del Señor.
El bautismo por inmersión para la remisión de pecados
Ya hemos mostrado que José Smith y Oliverio Cowdery se bautizaron por inmersión para la remisión de sus pecados, de acuerdo con las instrucciones de Juan el Bautista, y también que en una revelación dada a José Smith, el Señor declaró cómo habría de efectuarse el bautismo, dando aun las palabras que ha de usar el que oficia en la ordenanza. (D. y C. 20:72-74.)
Ahora compararemos el modelo dado, así como el objeto del bautismo, según los presentó Juan el Bautista en esta dispensación, con lo que se enseñó y se practicó en la Iglesia primitiva. El propio Jesús dio el ejemplo “para cumplir toda justicia”:
Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él.
Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.
Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.
Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mateo 3:13–17.)
Se necesitaría forzar considerablemente la imaginación para suponer que Jesús iría a Juan en el río Jordán, y descendería al río sólo para que le derramara o rociara un poco de agua sobre la cabeza.
El pasaje citado dice que “después que fue bautizado, subió luego del agua”. No podría haber subido del agua si primeramente no hubiese estado en el agua; y no habría entrado en el río solamente para ser rociado. Entró en el agua para ser sumergido o bautizado. Sobre todo, ¿qué significado tiene la palabra bautizar? Viene de la palabra griega bapto o baptizo, que quiere decir bañar o sumergir en un líquido. Al hablar sobre el principio del bautismo, tanto Jesús como sus apóstoles fácilmente pudieron haberse referido al hecho de rociar o derramar un poco de agua, si esto hubiese sido satisfactorio; pero no lo hicieron. Para la ordenanza del bautismo no bastaba un poco de agua, antes era necesario ir a un paraje donde hubiera “muchas aguas”:
“Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados.” (Juan 3:23.)
Juan pudo haber hallado en cualquier parte agua suficiente para rociar. Pudo haber ido a los que deseaban bautizarse, mas éstos venían a los sitios que él escogía “porque había allí muchas aguas”, y así podía verdaderamente bautizarlos o sumergirlos.
El apóstol Pablo declaró que hay “un Señor, una fe, un bautismo”. (Efesios 4:5.)
Si no hay más que un bautismo, demos, pues, contestación a la pregunta que Jesús hizo a los sacerdotes:
El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis?
Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. (Mateo 21:25–26.)
En vista de que el bautismo de Juan era del cielo, todos los hombres deben de estar dispuestos a aceptarlo. Juan bautizaba por inmersión para la remisión de los pecados:
Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados.
Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. (Marcos 1:4–5.)
¿Podría relatarse con mayor claridad? “Eran bautizados por él en el río Jordán.” No hay más que un bautismo, el de Juan; y se efectuaba en el río, no cerca del río.
El arrepentimiento debe preceder al bautismo
La remisión de los pecados viene únicamente por el bautismo, cuando uno verdaderamente se ha arrepentido de sus pecados, y que el bautismo sin arrepentimiento no constituye un medio por el cual se puede “huir de la ira venidera”.
Y él (Juan) fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados. (Lucas 3:3.)
Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. (Lucas 3:7–8.)
El apóstol Pedro ofreció esta misma promesa del perdón de los pecados por medio del arrepentimiento y del bautismo a aquellos a quienes predicó en el día de Pentecostés:
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (Hechos 2:37–39.)
¡Qué promesa tan gloriosa! ¿Habrá algún investigador sincero de la verdad que no esté dispuesto a abrir su alma y aceptar para sí y sus seres queridos una invitación como la que aquí ofrece Pedro? Además de saber lo que hemos de hacer cuando buscamos las bendiciones y dones de Dios, también conviene saber dónde se hallan los hombres que poseen su Santo Sacerdocio que los autoriza, tras la debida ordenación, para oficiar en su nombre. La razón por la que nosotros no estamos confusos en estos asuntos es que se revelaron a José Smith mediante la restauración del evangelio. Empleamos la Biblia para mostrar que estas verdades reveladas concuerdan con sus enseñanzas.
Se requiere el bautismo para salvarse
Después de su resurrección, Jesús habló así a sus once Apóstoles:
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será 8alvo; mas el que no creyere, será condenado. (Marcos 16:15–16.)
Esto no es sino una confirmación de lo que el Salvador dijo a Nicodemo antes de su crucifixión. De modo que cuando declaró sobre la cruz: “Consumado es” (Juan 19:30), no quiso decir con ello, como algunos afirman, que los que envió a ejercer su ministerio para la salvación de sus hijos iban a discontinuar la predicación de su evangelio:
Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios…
Respondió Nicodemo, y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto?
Respondió Jesús, y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? (Juan 3:1–5, 9–10.)
El bautismo es un segundo nacimiento
Si uno no puede ver el reino de Dios ni entrar en él sin nacer de nuevo, es importante que entendamos perfectamente a qué se estaba refiriendo el Salvador.
En vista de su indicación de que este segundo nacimiento debe ser “de agua y del Espíritu”, es obvio que estaba aludiendo al bautismo en el agua así como a la recepción del Espíritu Santo después de este bautismo, porque en verdad este segundo nacimiento y el primero son sumamente parecidos. Cuando uno nace en esta vida, su cuerpo sale del agua, el espíritu entra en él y literalmente nace del agua y del Espíritu. De no ser así, ¿en qué forma podría volver a nacer del agua y del Espíritu?
Pablo dijo lo siguiente de este renacimiento:
¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;
sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Romanos 6:3–6.)
Esto parece estar bien explicado. Cuando “somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo” (la metáfora por supuesto deja de ser cierta si tan sólo rocían o derraman un poco de agua sobre nosotros), nacemos otra vez del agua al salir de esta sepultura líquida, y por habernos sido remitidos nuestros pecados, “andamos en novedad de vida”. Solamente cuando nacemos otra vez, podemos andar en esta novedad de vida o vida nueva. “Nuestro viejo hombre” pecador es crucificado con El, según este simbolismo, y nacemos de nuevo, a semejanza de su resurrección.
El bautismo de Cornelio
El caso de Cornelio de Cesárea, hombre devoto que temía a Dios y oraba a El constantemente (véase Hechos 10:1-4), nos sirve de ejemplo.
Si un ángel de Dios se apareciera a uno de nosotros en la actualidad con igual mensaje, la mayor parte de los maestros religiosos no pensarían que sería necesario bautizarnos. Mas no fue así con el Señor, que envió a un ángel para decirle a Cornelio que mandase llamar a Simón Pedro y “él te dirá lo que es necesario que hagas” (Hechos 10:5-6).
El Señor entonces le mostró a Pedro una visión de un vaso o lienzo que descendía del cielo, en el cual había toda suerte de animales y aves y reptiles. Pedro tenía hambre, y oyó una voz que le dijo:
Levántate, Pedro, mata y come.
Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás.
Volvió ¿a voz hacia él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. (Hechos 10:13–15.)
Se hizo así porque Cornelio fue el primero de los gentiles en aceptar la palabra de Dios. Después de haberse relatado el uno al otro los acontecimientos que los habían hecho conocerse, Pedro les predicó a Cristo y el bautismo de Juan. Aceptaron su mensaje; el Espíritu Santo descendió sobre ellos; hablaron en lenguas y glorificaron a Dios. Entonces Pedro declaró:
¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?
Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús… (Hechos 10:47–48.)
Por este ejemplo aprendemos que no importa cuán justo sea el que investiga la verdad, el Señor lo dirigirá a uno de sus siervos que posea el sacerdocio, a fin de que pueda bautizarlo e instruirlo.
Lo mismo sucedió en cuanto a Saulo (Pablo), de quien ya hemos tratado. No obstante que el Salvador le habló mientras iba a Damasco, aún así le mandó que entrara en la ciudad, donde el Señor le indicó a Ananías, uno de sus siervos, lo que había de hacer. Este primero le restauró la vista a Pablo por medio de la imposición de manos y luego lo bautizó. Posteriormente, fue ordenado y entró en el ministerio. (Véase Hechos 9; 13:1-3.)
Confírmase el bautismo de Juan en estos últimos días
Estos son exactamente los mismos pasos que el Señor dio respecto de José Smith y Oliverio Cowdery cuando fueron al bosque a preguntar sobre el bautismo por inmersión para la remisión de pecados. La única diferencia consistió en que no había sobre la tierra nadie que tuviera el Sacerdocio de Dios, con la autoridad para administrar la ordenanza del bautismo. Por consiguiente, el Señor envió a Juan el Bautista, ya para entonces un ser resucitado, el cual les confirió el Sacerdocio de Aarón, en el que estaban comprendidas las llaves (el poder y la autoridad) del bautismo por inmersión para la remisión de pecados. Hecho esto, Juan les mandó que se bautizaran el uno al otro.
Una vez más decimos que José Smith y Oliverio Cowdery no lograron esta información por leer la Biblia, sino de las revelaciones que del Señor recibieron, así como de su propia experiencia al obedecer las instrucciones divinas.
Hemos ahora considerado los principales puntos de interés comprendidos en la visita de Juan el Bautista a José Smith y Oliverio Cowdery el 15 de mayo de 1829. Juan les informó que el Sacerdocio de Aarón poseía las llaves, o el derecho y privilegio del “ministerio de ángeles”, la verdad de lo cual quedará comprobada al examinar otras visitas de mensajeros celestiales relacionadas con el restablecimiento sobre esta tierra de las llaves y autoridades necesarias para efectuar una completa “restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.” (Hechos 3:21.)
























