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La misión del Espíritu Santo
Cuando Juan el Bautista confirió el Sacerdocio Aarónico a José Smith y Oliverio Cowdery el 15 de mayo de 1829, les explicó que este sacerdocio no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que esta autoridad les sería dada más tarde. Manifestó, además, que obraba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, quienes tenían las llaves (el poder y la autoridad) del Sacerdocio de Melquisedec, el cual —él les informó— les seria conferido en el debido tiempo. (P. de G. P., José Smith—Historia 70-72.)
En cumplimiento de la promesa de Juan, y a los “pocos días de la primera ordenación”, Pedro, Santiago y Juan, los antiguos Apóstoles del Señor Jesucristo, delegaron el Sacerdocio de Melquisedec a José Smith y Oliverio Cowdery en un sitio despoblado cerca de Fayette, distrito de Séneca, Nueva York. Entre otras cosas, este sacerdocio mayor les daba el poder prometido de imponer las manos a fin de “comunicar el don del Espíritu Santo”, tema que trataremos en seguida.
La imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo
Hasta donde sabemos, no había ninguna iglesia sobre la tierra que enseñara y practicara el principio de “imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo”, en la época en que Juan el Bautista informó a José Smith y Oliverio Cowdery que el Sacerdocio Aarónico carecía de esa potestad. No sólo les explicó Juan que era un principio del evangelio, sino que en otras revelaciones dadas al profeta José Smith, el Señor también confirmé la verdad de esta aserción.
En diciembre de 1830, el Señor dirigió estas palabras al profeta José Smith:
Pero ahora te doy el mandamiento de bautizar en agua, y recibirán el Espíritu Santo por la imposición de manos, como lo hacían los antiguos apóstoles. (D. y C. 35:6.)
El Señor, hablando por boca de José Smith el Profeta, dio una comisión semejante en marzo de 1831 a varios de los élderes de la Iglesia:
Por tanto, os doy el mandamiento de ir entre los de este pueblo y decirles, como mi apóstol de la antigüedad, cuyo nombre era Pedro:
Creed en el nombre del Señor Jesús, que estuvo en la tierra, y que ha de venir, el principio y el fin;
arrepentíos y sed bautizados en el nombre de Jesucristo, según el santo mandamiento, para la remisión de pecados;
y el que hiciere esto recibirá el don del Espíritu Santo, por la imposición de las manos de los élderes de la iglesia. (D. y C. 49:11–14.)
Desde el día en que se organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, se recibe como miembros a aquellos que se han bautizado por inmersión para la remisión de pecados y han recibido la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo. En la revelación que acabamos de citar, el Señor, por conducto del profeta José Smith, instruyó a los élderes de su Iglesia que salieran e instruyeran a la gente como Pedro lo había hecho en la antigüedad. Examinemos las Escrituras para determinar qué instrucciones daba este Apóstol al pueblo.
El día de Pentecostés hubo un derramamiento del Espíritu del Señor, y los que oían la predicación de Pedro
se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (Hechos 2:37–39.)
¿En qué difieren estas instrucciones de Pedro y las que Juan el Bautista dio a José Smith y Oliverio Cowdery; o las que subsiguientemente impartieron Pedro, Santiago y Juan; o las que contiene la revelación que el Señor comunicó a los élderes de la Iglesia por medio del profeta José Smith?
En esta relación bíblica del sermón de Pedro, lo único que falta, cuando promete que les será dado el don del Espíritu Santo, es decirles que lo recibirán por la imposición de manos. Esta omisión indudablemente fue una inadvertencia o brevedad en el informe de este acontecimiento, porque las Escrituras enseñan definitivamente que Pedro entendía que por la imposición de manos se recibía el Espíritu Santo. Esto se manifestó cuando Pedro participó en la ordenanza de “imponer las manos” para conferir el Espíritu Santo a los que Felipe había bautizado en Samaria:
Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.
Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía.
Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;
así que había gran gozo en aquella ciudad.
Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande:
A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios.
Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo.
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.
También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe: y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.
Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan;
los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo;
porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.
Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.
Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,
diciendo: Dad me también a mí este poder, para que cual quiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.
Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. (Hechos 8:5–20.)
¿De qué manera podría expresarse esta verdad con mayor claridad? ¿Cómo recibió la gente de Samaria la palabra de Dios? ¡Cuándo se les enseñé y bautizó! ¿Por qué les fueron enviados los apóstoles Pedro y Juan? Porque la gente aún no había recibido el Espíritu Santo. Solamente se habían bautizado en el nombre del Señor Jesús. ¿Por qué no les confirió Felipe el Espíritu Santo? Porque se supone que solamente estaba autorizado para ejercer las funciones del Sacerdocio Aarónico, como en el caso de Juan el Bautista, el cual explicó a José Smith y Oliverio Cowdery que el Sacerdocio Aarónico “no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo”.
Si los hombres pudieran tomar esta honra para sí mismos, Simón no habría ofrecido dinero a los apóstoles a cambio de este poder cuando vio que se confería el Espíritu Santo por la imposición de manos. ¿Por qué han abandonado este glorioso principio las iglesias cristianas de la actualidad? Porque no han entendido las Escrituras, y por hallarse sin revelación y el Sacerdocio de Dios, han tenido que depender de su propia interpretación de las Escrituras para poder guiarse.
Un pasaje mal entendido
El pasaje de las Escrituras que probablemente ha provocado más confusión en ese asunto es la afirmación que Jesús hizo a Nicodemo:
No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo.
El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. (Juan 3:7–8.)
Se ha interpretado este pasaje en el sentido de que el Espíritu Santo va y viene a su gusto sin que nosotros tengamos que ver con él o se haga necesario efectuar ceremonia alguna, como la imposición de manos. No hay justificación para darle este significado en vista de los muchos pasajes de las Escrituras, ya citados, que dicen lo contrario. Es cierto que no podemos ver cuándo el Espíritu viene o va, así como no podemos ver el viento, aunque oímos su sonido y sentimos su movimiento. Pero cuando nos es conferido el Espíritu Santo por la imposición de las manos de uno que tiene la autoridad, aunque no se percibe con la vista física, se pueden discernir sus efectos en la vida y comportamiento del que es digno de recibirlo.
Juan el Bautista entendía que el don del Espíritu Santo solamente se podía recibir por conducto de uno que estuviera comisionado para conferirlo:
Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado.
Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo. (Marcos 1:7–8.)
Si el Espíritu Santo desciende sobre los hombres según su voluntad, ¿qué necesidad había de que Jesús viniese después de Juan para bautizar con el Espíritu Santo?
Los Efesios reciben el Espíritu Santo por la imposición de manos
También Pablo entendía que el Espíritu Santo se confería por la imposición de manos:
Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando a ciertos discípulos,
les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído 8i hay Espíritu Santo.
Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.
Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.
Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. (Hechos 19:1–6.)
Lo anterior muestra que Pedro y Juan en Samaria, y Pablo en Efeso concordaban perfectamente en el entendimiento de que el Espíritu Santo debe conferirse por la imposición de manos. Pablo hace resaltar aún más esta ordenanza cuando dice:
Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios,
de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de tos muertos del juicio eterno. (Hebreos 6:1–2.)
Se verá que este fundamento va de acuerdo en todo sentido con el evangelio tal como se ha restaurado en estos últimos días y como lo enseñaron los Apóstoles de la antigüedad. ¿Cómo puede haber dudas? El Salvador mismo enseñó a los Apóstoles, así que no puede haber mal entendimiento. El Señor envió a algunos de ellos de nuevo a la tierra en esta dispensación para restablecer los mismos principios, el mismo fundamento y el mismo evangelio de Jesucristo en estos postreros días, por conducto del profeta José Smith, ¿Cómo, pues, será posible omitir esta parte tan importante del evangelio de Cristo, y aún así sostener que se tiene su evangelio? ¿Qué sucedería si a un edificio se le quitara parte de los cimientos? Los Apóstoles entendían con claridad que habría algunos que vendrían entre el pueblo para enseñar sus propias ideas y cambiar las doctrinas que les habían sido enseñadas. Se amonestó a la gente contra estos falsos maestros:
Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.
Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! (2 Juan 9–10.)
Personalidad y misión del Espíritu Santo
Habiendo examinado el principio de la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo, ahora parece propio que consideremos los dones y funciones del Espíritu Santo:
Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan 14:15–17, 26.)
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.
Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:7, 12–14.)
Estas afirmaciones del Salvador nos aclaran ciertas verdades fundamentales:
- Jesucristo, su Padre y el Espíritu Santo son tres seres distintos, y la unidad a que se refieren las Escrituras es solamente unidad de propósito y deseo. De lo contrario, ¿qué objeto tendría el que Jesús orase a su Padre y prometiera enviar otro Consolador? No puede haber otro a menos que haya uno. Jesús es uno de estos Consoladores y ciertamente El no iba a rogarse a sí mismo que El (mismo) fuese enviado como el “otro Consolador”.
- La persona del Espíritu Santo es un varón. Obsérvese con cuánta frecuencia Jesús se refiere al Espíritu Santo como “él” en los pasajes citados. Es un personaje de espíritu de sexo masculino, como lo fue Jesús antes de nacer de la virgen María. Reparemos en las propias palabras de Jesús:
Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.
Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. (Juan 17:4–5.)
“Antes que el mundo fuese” Jesús estaba con el Padre y compartía su gloria. No obstante, fue personaje de espíritu hasta que nació en el mundo. Fue mientras Jesús se hallaba en su estado espiritual que creó esta tierra bajo la dirección de su Padre. (Véase Juan 1:1-14.) En igual manera el Espíritu Santo, en su forma o cuerpo espiritual, tiene sus responsabilidades como el tercer miembro de la Trinidad, y esta comisión consiste en ser un Consolador. Aun cuando Jesús no explica por qué El y el Espíritu Santo no pueden permanecer en la tierra y vivir juntos, expone, sin embargo, este hecho:
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros…” (Juan 16:7.)
Cuando el Espíritu del Señor le mostró a Nefi el sueño que su padre había visto, Nefi le rogó que se lo interpretara:
Y sucedió que después que hube visto el árbol, le dije al Espíritu: Veo que me has mostrado el árbol que es más precioso que todos.
Y me preguntó: ¿Qué es toque tú deseas?
Y le dije: Deseo saber la interpretación de ello —pues le hablaba como habla el hombre; porque vi que tenía la forma de un hombre. No obstante, yo sabía que era el Espíritu del Señor; y él me hablaba como un hombre habla con otro. (1 Nefi 11:9–11.)
- La tercera verdad importante que aprendemos es ésta: El don del Espíritu Santo no viene al mundo, sino a aquellos a quienes se ha conferido este don mediante la imposición de las manos de los que tienen esta autoridad. (Véase “Ministerio limitado del Espíritu Santo sin la imposición de manos”, en este capítulo.)
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no te ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan 14:16–1 7.)
- Otra verdad importante que aprendemos es que la recepción del Espíritu Santo le permite a uno entender las verdades del Espíritu:
Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:12–14.)
La forma en que obra el Espíritu Santo
En vista de que el Espíritu Santo es un personaje de espíritu con forma de hombre (véase 1 Nefi 11:11), y por consiguiente su persona no puede estar sino en un lugar a la vez, suele preguntarse: ¿Cómo puede ser un Consolador para todos los que han recibido el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, cuando están esparcidos entre todas las naciones?
La siguiente ilustración tal vez ayudará a explicar cómo puede efectuarse esto: El sol se encuentra a millones de kilómetros de distancia de la tierra; es un astro de tamaño determinado; sin embargo, cuando sus rayos penetran nuestras ventanas, decimos: El sol ha entrado en mi cuarto. Una persona muy lejos de allí puede decir la misma cosa. Sin embargo, se ve desde luego que ninguno de los dos tiene razón, porque el sol todavía se halla en su lugar a miles de kilómetros de distancia. Sólo es la influencia que emana del sol lo que ha llegado a nuestro cuarto.
Parece incongruente suponer que cosa alguna hecha por Dios, no importa cuán maravillosa sea, pueda igualar en poder o influencia al Creador mismo. ¿Por qué, pues, ha de ser irrazonable o difícil entender que un poder, influencia y aun información espirituales, como los que Jesús prometió enviar por conducto del Espíritu Santo o Consolador, puedan emanar de El y recibirlos nosotros, aunque El en persona esté sumamente lejos?
Las difusiones por radio y televisión de nuestra edad moderna pueden ayudarnos a entender este fenómeno. La voz y la imagen de una persona pueden viajar por el aire y dar vuelta al mundo en la fracción de un segundo por el poder que Dios ha creado.
De modo que ¿cuáles no serán las posibilidades de la operación o ministerio del Espíritu Santo, que es el agente del que se vale Dios para comunicarse con aquellos que “ya no son del mundo”, mas a quienes recibieron la promesa del Espíritu Santo de uno que posee la autoridad de Dios?
La misión del Espíritu Santo
El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan 14:26.)
El dará testimonio acerca de mí. (Juan 15:26.)
os guiará a toda la verdad; …y os hará saber las cosas
que habrán de venir..
Tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:13–14.)
Convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. (Juan 16:8.)
Porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir. (Lucas 12:12.)
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo… (Hechos 1:8.)
El Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. (1 Corintios 2:10.)
Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. (1 Corintios 2:11.)
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (Romanos 8:16.)
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza… (Gálatas 5:22–23.)
Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;
tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. (Marcos 16:17–18.)
Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.
Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho.
Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;
a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.
A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo cada uno en particular como él quiere. (1 Corintios 12:4, 7–11.)
Todos estos dones y operaciones del Espíritu se hallan en la Iglesia verdadera, y desde el 6 de abril de 1830, fecha en que se organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, sus fieles miembros han disfrutado de ellos abundantemente.
Ministerio limitado del Espíritu Santo cuando no hubo la imposición de manos
De las revelaciones que el Señor dio a José Smith y Oliverio Cowdery en esta dispensación, así como de otros relatos que hallamos en las Escrituras, claramente se desprende que el don del Espíritu Santo se confiere solamente por la imposición de manos de aquellos que tienen la autoridad divina de Dios. No obstante, debe entenderse que el Espíritu Santo es el medio por el cual Dios y su Hijo Jesucristo se comunican con los hombres en la tierra, a menos que el mensaje sea de suficiente importancia para justificar el envío de mensajeros celestiales, o impartirlo mediante una visita personal, como ocurrió algunas veces con José Smith. De ahí, la promesa de Moroni, a la cual primeramente se hizo referencia, que todos los hombres a quienes llegue el Libro de Mormón, si le piden a Dios, el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, con un corazón sincero, con fe en Cristo, El les manifestará la verdad de aquellas cosas por el poder del Espíritu Santo. (Moroni 10:4.) De modo que e! Espíritu Santo les ilumina la mente y les permite conocer la verdad cuando tienen fe en Cristo y buscan sinceramente, a fin de poder aceptar y obedecer la verdad. Sin embargo, no se ha prometido que permanecerá como Consolador y compañero para éstos, salvo que acepten la verdad y rindan obediencia a sus requerimientos.
En el Sermón del Monte, Jesús dijo:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” (Mateo 5:6.)
El Señor lo expresó más claramente cuando visitó a los nefitas sobre el continente americano:
“Y bienaventurados todos los que padecen hambre y sed de justicia, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo.” (3 Nefi 12:6.)
Cuando los siervos del Señor son enviados a enseñar la verdad, el Espíritu Santo, en cumplimiento de estas promesas, les concede a los hombres y mujeres saber la verdad de sus enseñanzas, y los conduce a aceptarla cuando con todo el corazón buscan sinceramente la justicia. Así pues, el día de Pentecostés, cuando la multitud oyó la predicación de Pedro sobre el Cristo y a este crucificado, “se compungieron de corazón” a causa del Espíritu Santo y preguntaron a Pedro y a los otros apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37.)
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (Hechos 2:88.)
De modo que aun cuando habían recibido el Espíritu Santo para convencerlos de la verdad que predicaba Pedro, todavía no habían recibido el Espíritu Santo como don. El apóstol Pedro ofreció el Espíritu Santo a los que creyeran, y “se añadieron aquel día como tres mil personas” que se bautizaron en esa ocasión. (Hechos 2:41.)
El apóstol Pablo declaró:
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?
¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?…
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (Romanos 10:14–15, 17.)
¿Qué es lo que causa que los hombres tengan fe cuando buscan la justicia y escuchan la palabra de Dios por conducto de aquellos que les son enviados? Son las impresiones del Espíritu Santo. Todo élder de la Iglesia sabe cómo ha orado para que el Espíritu Santo descienda sobre aquellos a quienes predica la palabra de Dios en su obra como misionero, a fin de que lleguen a tener fe para creer y arrepentirse de sus pecados, y obtener la remisión de ellos por medio del bautismo para que puedan recibir el don del Espíritu Santo.
Al estudiar el tema del bautismo, examinamos el caso de Cornelio, el primero de los gentiles que pudo entrar en el redil de Cristo por medio del bautismo. Era un hombre justo “que hacia muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre”, por lo que un ángel de Dios vino a él y le dijo que mandara llamar a Pedro, uno de los siervos de Dios, el cual le diría lo que habría de hacer. El Señor entonces tuvo que preparar a Pedro para que estuviera dispuesto a administrar a Cornelio las ordenanzas del evangelio, mostrándole la visión de toda clase de animales y reptiles y aves del aire que bajaban del cielo en un vaso. Le fue mandado a Pedro que matara y comiera, a lo que éste contestó:
“Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás.” (Hechos 10:14-15.) Esta visión se manifestó a Pedro tres veces. Cuando Pedro y Cornelio se encontraron, se relataron el uno al otro lo que habían experimentado:
Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas,
sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.
Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó 8Obre todos los que oían el discurso.
Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.
Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.
Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?
Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús… (Hechos 10:34–35,44–48.)
La lectura de este capítulo pone de manifiesto que Pedro no quedó muy impresionado porque Cornelio había visto un ángel de Dios, ni porque era digno en todo sentido de recibir el bautismo, sino porque el Señor permitió que el Espíritu Santo descendiera sobre él. Esto fue lo que convenció a Pedro por completo de que él no podía llamar inmundo o común a lo que Dios había limpiado. Para una misión tan importante como ésta, parece estar ampliamente justificado que el Señor enviase al Espíritu Santo como su mensajero para convencer a Pedro de que este hombre y sus compañeros eran dignos de recibir el bautismo.
El Espíritu de Dios o el Espíritu de Cristo
Hemos considerado la misión y ministerio del Espíritu Santo como la tercera persona de la Trinidad. Hemos indicado que los hombres pueden recibir el don del Espíritu Santo sólo por obedecer los mandamientos de Dios y por la imposición de manos de aquellos que tienen la autoridad para administrar las ordenanzas del evangelio. Jesús claramente enseñó que el mundo no puede recibir el Espíritu Santo, al cual El llama “el Espíritu de verdad”:
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vo8otros. (Juan 14:16–17.)
También hemos hablado de las operaciones limitadas del Espíritu Santo, que parecen concretarse a los que buscan la justicia y a las ocasiones en que el Señor tiene algún mensaje especial que comunicar. En estos casos, sin embargo, el Espíritu Santo no viene para permanecer con el individuo, como sucede cuando uno recibe el don del Espíritu Santo por la imposición de manos.
Tal vez se preguntará: ¿No ha preparado el Señor algún medio para inspirar y dirigir a aquellos que no tienen el derecho de recibir el don del Espíritu Santo? Nosotros respondemos: Sí; el Señor ha dispuesto lo necesario. Según las palabras del apóstol Juan:
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.
Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:1–9, 14.)
Claro es, entonces, que Jesucristo creó todas las cosas y que “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”. De modo que ni uno solo de los hijos de nuestro Padre nace en tinieblas espirituales. En esto debe haber estado pensando el apóstol Pablo cuando dijo:
Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.
Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos,
mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos. (Romanos 2:18–15.)
Por consiguiente, se verá que aun donde no se ha dado ni entendido la ley, esta luz “que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” es el medio por el cual todos llevan “la ley escrita en sus corazones”, y su conciencia les da testimonio de lo que es bueno y lo que es malo.
Indudablemente a este espíritu se estaba refiriendo el profeta Joel cuando dijo:
Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.
Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.
Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo.
El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. (Joel 2:28–31.)
En una revelación dada al profeta José Smith el 22 de septiembre de 1832 en Kirtland, Ohio, el Señor habló de este espíritu en los siguientes términos:
Porque viviréis de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Porque la palabra del Señor es verdad, y lo que es verdad es luz, y lo que es luz es Espíritu, a saber, el Espíritu de Jesucristo.
Y el Espíritu da luz a todo hombre que viene al mundo; y el Espíritu ilumina a todo hombre en el mundo que escucha la voz del Espíritu. (D. y C. 84:44–46.)
Tres meses después de recibirse la revelación anterior, el Señor nos proveyó más luz sobre este mismo asunto en otra revelación dada a José Smith:
Quien ascendió a lo alto, como también descendió debajo de todo, porto que comprendió todas las cosas, a fin de que en todas las cosas y por en medio de todas las cosas él pudiera ser la luz de la verdad,
la cual verdad brilla. Esta es la luz de Cristo. Como también él está en el sol, y es la luz del sol, y el poder por el cual fue hecho.
Como también está en la luna, y es la luz de la luna y el poder por el cual fue hecha; como también la luz de las estrellas, y el poder por el cual fueron hechas.
Y la tierra también, y el poder de ella, sí, la tierra sobre la cual estáis.
Y la luz que brilla, que os alumbra, viene por medio de aquel que ilumina vuestros ojos, y es la misma luz que vivifica vuestro entendimiento,
la cual procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio,
la luz que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas, que es la ley por la cual se gobiernan todas las cosas, sí, el poder de Dios que se sienta sobre su trono, que existe en el seno de la eternidad, que esta en medio de todas las cosas. (D. y C. 88:6–13.)
Citando las enseñanzas de Mormón, su padre, el profeta Moroni dijo así:
Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que pueda distinguir el bien del mal; por tanto, os muestro la manera de juzgar; porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que podréis saber, con un conocimiento perfecto, que es de Dios. (Moroni 7:16.)
En un sermón pronunciado en el Tabernáculo de la Ciudad de Salt Lake el 16 de marzo de 1902, el presidente Joseph F. Smith habló de las operaciones del Espíritu de Dios y del Espíritu de Cristo, así como de la diferencia entre ellos y la operación o misión del Espíritu Santo:
Es por el poder de Dios que se hacen todas las cosas que se han creado. Es por el poder de Cristo que se gobiernan y conservan en su lugar todas las cosas gobernadas y colocadas en el universo. Es el poder que procede de la presencia del Hijo de Dios hasta todas las obras de sus manos que da luz, energía, entendimiento, conocimiento y un grado de inteligencia a todos los hijos de los hombres, estrictamente de acuerdo con las palabras del Libro de Job: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente ¿e hace que entienda.” Es esta inspiración de Dios, que se extiende a todas sus creaciones, lo que ilumina a los hijos de los hombres; y no es más ni menos que el Espíritu de Cristo que ilumina la mente, vivifica el entendimiento e impulsa a los hijos de los hombres a hacer lo que es bueno y evitar lo que es malo; es lo que vivifica la conciencia del hombre y le da inteligencia para distinguir el bien del mal, la luz de las tinieblas, lo justo de lo injusto.
Mas el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y el Hijo, que toma lo del Padre y lo manifiesta a los hombres, que testifica de Jesús el Cristo y del Dios Eterno, el Padre de Jesucristo, y da testimonio de la verdad —este Espíritu, esta Inteligencia no se da a todos los hombres sino hasta que se arrepienten de sus pecados y llegan a una condición digna delante del Señor. Entonces reciben el don del Espíritu Santo por la imposición de las manos de aquellos que tienen la autoridad de Dios para conferir sus bendiciones sobre la cabeza de los hijos de los hombres. El Espíritu al cual se hace referencia en lo que he leído es el mismo que no cesará de contender con los hijos de los hombres hasta que lleguen a poseer la luz e inteligencia mayores. Aunque un hombre corneta toda clase de pecados y blasfemias, si no ha recibido el testimonio del Espíritu Santo, puede ser perdonado si se arrepiente de sus pecados, se humilla delante del Señor y obedece con sinceridad los mandamientos de Dios. Corno esta escrito: “Toda alma que deseche sus pecados y venga a mí, invoque mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy” (D. y C. 93:1). Será perdonado y recibirá la luz mayor; entrará en un convenio solemne con Dios; hará pacto con el Omnipotente, por conducto del Hijo Unigénito, mediante el cual llega a ser un hijo de Dios, heredero de Dios y coheredero con Jesucristo. Entonces si peca contra la luz y conocimiento que ha recibido, la luz que había en él se volverá tinieblas, ¡y cuán densas serán esas tinieblas! Entonces, y sólo hasta entonces, cesará de contender con él este Espíritu de Cristo que ilumina a todo hombre que viene al mundo, y será abandonado a su propia destrucción.
A menudo se pregunta si hay diferencia alguna entre el Espíritu del Señor y el Espíritu Santo. Los términos con frecuencia se usan como sinónimos. Muchas veces decimos el Espíritu de Dios cuando queremos decir el Espíritu Santo y en igual manera decimos el Espíritu Santo cuando queremos decir el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es un personaje de la Trinidad, y no es el que ilumina a todo hombre que viene al mundo. El Espíritu de Dios que procede al mundo por medio de Cristo es el que ilumina a todo hombre que viene al mundo, que contiende con los hijos de los hombres, y continuará contendiendo con ellos hasta llevarlos al conocimiento de la verdad y la posesión de la mayor luz y testimonio del Espíritu Santo. Sin embargo, si un hombre recibe la luz mayor, y entonces peca contra ella, el Espíritu de Dios cesará de contender con él y el Espíritu Santo se apartará de él por completo. Entonces perseguirá la verdad; procurará entonces la sangre del inocente; no sentirá escrúpulos en cometer el crimen que sea, salvo el temor que 8ienta hacia el castigo de la ley sobre él como consecuencia del crimen. (Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, págs. 64–65.)
Nefi vio que el Espíritu de Dios descendió sobre un hombre, que entendemos era Colón, y lo condujo a esta tierra:
Y miré, y vi entre los gentiles a un hombre que estaba separado de la posteridad de mis hermanos por las muchas aguas; y vi que el Espíritu de Dios descendió y obró sobre él; y el hombre partió 8Obre las muchas aguas, sí, hasta donde estaban los descendientes de mis hermanos que se encontraban en la tierra prometida. (1 Nefi 18:12.)
Colón no había recibido la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero había llegado el tiempo, previsto por Nefi más de dos mil años antes, en que la tierra de América, escondida por Dios de los ojos de otras naciones (véase 2 Nefi 1:8), fuese preparada para recibir la restauración del evangelio de Jesucristo.
Una misión tan importante como ésta exigiría inspiración especial del Señor, como lo declara Nefi cuando dice que vio “que el Espíritu de Dios descendió y obró sobre él”. El presidente Joseph F. Smith, cuyas palabras acabamos de citar, dice que los términos Espíritu de Dios y Espíritu Santo “suelen usarse como sinónimos”. Por consiguiente, pudo haber sido el Espíritu de Dios o el Espíritu Santo el que “obré sobre” Colón.
Nefi también vio que el Espíritu de Dios obraba en otros de la misma manera:
Y aconteció que vi que el Espíritu de Dios que obraba sobre otros gentiles, y salieron de su cautividad, cruzando las muchas aguas. (1 Nefi 18:13.)
Indudablemente estaban comprendidos entre éstos los puritanos de Inglaterra que fueron los primeros en establecer colonias en Norteamérica (New England) en el siglo XVI, las cuales luego se convertirían en los primeros estados de los Estados Unidos. Fueron acontecimientos importantes en el desenvolvimiento de los planes de Dios respecto de la dispensación del cumplimiento de los tiempos o la dispensación del evangelio en los postreros días, y justificaron en todo sentido el que se enviara al Espíritu de Dios para obrar sobre la mente y corazón de los hombres, a fin de que se realizaran los propósitos del Omnipotente. Estas cosas han ocurrido a través de las edades para ayudar a lograr los fines del Señor.
No cabe duda que los reformadores y los que nos dieron la Santa Biblia también fueron inspirados en la parte que desempeñaron en los preparativos necesarios para la restauración del evangelio.
El conocimiento de todas estas cosas, como el lector observará, no ha venido a nosotros principalmente por la lectura de la Biblia, sino por las revelaciones del Señor en estos postreros días. Usamos la Biblia para mostrar que estas enseñanzas van de acuerdo con ella en todo respecto.
























