Una obra maravillosa y un prodigio

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Matrimonio por esta vida
y por la eternidad


El matrimonio según el mundo es una carta de divorcio al morir

En la época en que se restauró el evangelio por conducto del profeta José Smith, no había una sola iglesia en el mundo, hasta donde nos ha sido posible investigar, que enseñara que el convenio del matrimonio tenía por objeto perdurar después de la muerte. De ahí, las palabras de la ceremonia nupcial que han efectuado todos los ministros desde aquel tiempo hasta el día actual, a saber: “Hasta que la muerte os separe”. Si se analizan cuidadosamente las palabras de este convenio, se descubrirá el hecho de que no sólo es un convenio matrimonial, sino una carta de divorcio a la vez, porque claramente separa al uno del otro al morir cualquiera de los dos. De modo que no conciertan ningún convenio o acuerdo, el uno con el otro, que siga en vigor después de la muerte de una de las partes, ni tampoco intenta el ministro efectuar una unión que los ligue después de la muerte de uno de los contrayentes. Por consiguiente, al morir cualquiera de los dos, quedan terminadas todas las obligaciones que hayan contraído el uno para con el otro.

La intención del Señor fue que el convenio matrimonial tuviera eficacia en esta vida y por toda la eternidad, y la práctica de casarse “hasta que la muerte os separe” no tuvo su origen en el Señor ni en sus siervos, sino en una doctrina hecha por los hombres. De modo que, todos los hombres y mujeres que han muerto sin haber sido ligados el uno al otro por esta vida y por toda la eternidad, por el poder del santo sacerdocio, ningún derecho tienen el uno al otro después de muertos, ni tienen derecho a sus hijos, por no haber nacido éstos bajo el convenio del matrimonio eterno. A fin de que los propósitos del Señor no fuesen frustrados, y para que no tuviese que venir “y con maldición herir la tierra”, se hizo necesario, al restablecerse el evangelio en esta dispensación, restituir las llaves del sacerdocio mediante el cual los hijos vivos, obrando como sus representantes, pueden casarse por sus padres muertos y ser ligados a ellos como hijos, así como pueden bautizarse por ellos. El apóstol Pablo manifestó que ellos no pueden ser “perfeccionados aparte de nosotros”. (Hebreos 11:40.) Esta es una de las grandes verdades que ha sido revelada en estos postreros días, y una que efectivamente transforma su obra en una obra maravillosa y un prodigio.

El matrimonio eterno fue revelado al profeta José Smith

 En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio (es decir, el nuevo y sempiterno convenio de matrimonio);

y si no lo hace, no puede obtenerlo.

Podrá entrar en el otro, pero ése es el límite de su reino; no puede tener progenie. (D. y C. 131:14.)

Porque he aquí, te revelo un nuevo y sempiterno convenio; y si no lo cumples, serás condenado, porque nadie puede rechazar este convenio y entrar en mi gloria. (D. y C. 132:4.)

Cuando el Señor dijo que aquel que no cumple con este nuevo sempiterno convenio del matrimonio “será condenado”, no quiso decir que va a ser sentenciado a quemarse eternamente en un lago de fuego y azufre, como la mayor parte de los cristianos interpretan la condenación. Sencillamente hizo saber a la gente que el progreso de tal persona cesa; que no puede tener aumento eterno y, por tanto, no puede “entrar en mi gloria”.

La siguiente declaración del apóstol Pablo es prueba de que él entendía este principio:

Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón. (1 Corintios 11:11.)

El hombre podrá estar sin la mujer en este mundo, o la mujer sin el hombre; pero si no se tienen el uno al otro, no podrán entrar en su gloria en el mundo venidero:

Y además, de cierto te digo, si un hombre se casa con una mujer por mi palabra, la cual es mi ley, y por el nuevo y sempiterno convenio, y les es sellado por el Santo Espíritu de la promesa, por conducto del que es ungido, a quien he otorgado este poder y las llaves de este sacerdocio, y se les dice: Saldréis en la primera resurrección, y si fuere después de la primera, en la siguiente resurrección, y heredaréis tronos, reinos, principados, potestades y dominios, toda altura y toda profundidad, entonces se escribirá en el Libro de la Vida del Cordero les será cumplido en todo cuanto mi siervo haya declarado sobre ellos, por tiempo y por toda la eternidad; y estará en pleno vigor cuando ya no estén en el mundo… (D. y C. 182:19.)

Por consiguiente, si un hombre se casa con una mujer en el mundo, y no se casa con ella ni por mí ni por mi palabra, y él hace convenio con ella mientras él esté en el mundo, y ella con él, ninguna validez tendrán su convenio y matrimonio cuando mueran y estén fuera del mundo; por tanto, no están ligados por ninguna 1ey cuando salen del mundo.

Por tanto, cuando están fuera del mundo ni se casan ni se dan en casamiento, sino que son nombrados ángeles en el cielo, ángeles que son siervos ministrantes para servir a aquellos que son dignos de un peso de gloria, mucho mayor, y predominante, y eterno. (D. y C. 132:1516.)

Además, de cierto te digo que si un hombre se casa con una mujer, y hace pacto con ella por tiempo y por toda la eternidad, y si ese convenio no se efectúa por mí ni por mi palabra, que es mi ley, ni es sellado por el Santo Espíritu de la promesa, por medio de aquel a quien he ungido y nombrado a este poder, entonces no es válido, ni está en vigor cuando salen del mundo, porque no están ligados por mí ni por mi palabra, dice el Señor. (D. y C. 132:18; véase también los versículos 26 y 48.)

El profeta José Smith no supo de este glorioso principio del matrimonio eterno por lo que leyó en la Biblia, sino por las revelaciones que del Señor recibió. Si los miembros de las iglesias cristianas llegan a ser “nombrados ángeles en el cielo, ángeles que son siervos ministrantes”, como el Señor lo ha indicado, recibirán todo lo que esperan heredar. Mas para aquellos que entran en “mi gloria”, el Señor ha preparado, como ya hemos dicho, una bendición mucho mayor.

Jesús debe haber estado pensando en un principio semejante a éste cuando, después de explicarle a Nicodemo la necesidad de “nacer otra vez” para poder entrar en el reino de los cielos, le declaró:

…¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?

Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? (Juan 3:10, 12.)

 El matrimonio eterno se ha de solemnizar en templos santos

No se han escrito todos los detalles concernientes a “las cosas celestiales”, pero muchos de ellos han sido revelados a sus siervos los profetas. También en esta época el Señor tenía ciertas investiduras y bendiciones que deseaba conferir a sus siervos, para lo cual era menester que le fuera construida una casa. En una revelación dada al profeta José Smith, el Señor dijo:

, de cierto os digo, os mandé edificar una casa, en la cual me propongo investir con poder de lo alto a los que he escogido;

porque ésta es la promesa del Padre para vosotros; por tanto, os mando quedar, así como mis apóstoles en Jerusalén. (D. y C. 95:89.)

Antes que un hombre pueda recibir las bendiciones del matrimonio eterno, debe tener el grado de élder en el Sacerdocio de Melquisedec y recibir otras bendiciones pertenecientes a la casa del Señor, que ya hemos mencionado, todo lo cual el Señor ha indicado que se administrará en sus santos templos. Al paso que estas bendiciones se ponen al alcance de los vivos, también se ofrecen a los muertos que son dignos.

El 21 de enero de 1836, mientras el profeta José Smith se hallaba en el Templo de Kirtland con sus dos consejeros en la Primera Presidencia y su padre, que era el Patriarca de la Iglesia, el Profeta relató la siguiente visión que le había sido mostrada:

Los cielos nos fueron abiertos, y vi el reino celestial de Dios y su gloria, mas si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo, no puedo decir. Vi la incomparable belleza de la puerta por la cual entrarán los herederos de ese reino, y era semejante a llamas circundantes de fuego; también vi el refulgente trono de Dios, sobre el cual se hallaban sentados el Padre y el Hijo. Vi las hermosas calles de ese reino, las cuales parecían estar pavimentadas de oro. Vi a Adán y Abraham, nuestros padres, así como a mi padre, mi madre y mi hermano Alvino que había muerto mucho ha; y me maravillé de que hubiese recibido herencia en el reino, en vista de que había salido de esta vida antes que el Señor se dispusiera a juntar a Israel por segunda vez, y no se había bautizado para la remisión de los pecados.

Así me habló la voz del Señor, diciendo:

Todos los que han muerto sin el conocimiento de este evangelio, que lo habrían recibido si se les hubiese permitido quedar, serán herederos del reino celestial de Dios; también todos aquellos que de aquí en adelante murieren sin saber de él, que lo habrían recibido de todo corazón, serán herederos de ese reino; pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones. (Documentary History of the Church 2:880; Enseñanzas del Profeta José Smith, 124, 125.)

De manera que las bendiciones del reino celestial van a ser puestas al alcance de todos los que las habrían aceptado si se les hubiera dado la oportunidad. Nuevamente en esto hallamos evidencia de la justicia de Dios. No obstante, las ordenanzas necesarias para la salvación y la exaltación les tienen que ser administradas por conducto de un representante; es decir, los vivos actúan como agentes de los muertos. Estos gloriosos principios han sido revelados a la tierra en estos días por medio del profeta José Smith. Diariamente se están efectuando santas ordenanzas en los templos del Señor, a fin de que los muertos “sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios”. (1 Pedro 4:6.)

El concepto anterior nos permite entender por qué motivo el corazón de los padres se volverá hacia sus hijos y el de los hijos hacia sus padres, como parte de la grande misión de Elías el Profeta. (Véase Malaquías 4:5-6.) ¿Cómo puede esperarse que uno entienda este tema tan importante con tan sólo leer la Biblia? Ellas el Profeta vino para aclararlo y para presentar nueva­mente estas grandes verdades a los habitantes de la tierra. Es también uno de los grandes pasos del cumplimiento de la promesa del apóstol Pablo:

De reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (Efesios 1:10.)

 Ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en el Señor

Se hace referencia al matrimonio por primera vez cuando el Señor colocó a Adán en el Jardín de Edén:

Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.

Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban. (Génesis 2:18, 2425.)

En vista, pues, de que el Señor sabía que “no es bueno que el hombre esté solo”, antes que éste quedara sujeto a la muerte por motivo de su transgresión, no hay razón para que los hombres supongan que ha de ser bueno que el hombre esté solo cuando sea redimido del efecto de la caída mediante la gran expiación del Señor Jesucristo, y su cuerpo resucite de la tumba; “porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22.)

De modo que si el hombre necesitó esta “ayuda idónea” antes de estar sujeto a la muerte que le sobrevino como consecuencia de su transgresión, ha de necesitar “ayuda idónea” cuando su cuerpo sea restaurado a su condición anterior, mediante la resurrección.

Examinemos ahora estas palabras del Señor: “Y serán una sola carne.” (Génesis 2:24.)

Se pone de relieve que en este caso El no estaba pensando en que fuesen uno en propósito y deseo, porque expresa claramente en lo que había de consistir esta unidad, a saber, “una sola carne”. Esto se entiende únicamente cuando consideramos la misión del hombre sobre la tierra. La fuerza o poder más grande que Dios le ha dado al hombre es la facultad para reproducir su especie. Esto es una cosa que el hombre no puede hacer sin la mujer. De ahí, pues, la afirmación del Señor: “Y serán una sola carne”.

A juzgar por la siguiente declaración, Jesús entendía perfectamente este principio:

Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,

y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno.

Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. (Marcos 10:79.)

De modo que Jesús nos dio a entender que el hombre, así como la mujer serían “una carne”. Dice además: “Así que no son ya más dos, sino uno”. ¿Por qué, entonces, quieren los hombres separarlos al morir, cuando sus cuerpos de carne y hueso nuevamente van a salir de la tumba en la resurrección?

Pero en el Señor, ni el varón es sin ¿a mujer, ni la mujer sin el varón. (1 Corintios 11:11.)

En otras palabras, en lo que al Señor concierne, el hombre y la mujer no son “dos, sino uno”.

Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor;

porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.

Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. (Efesios 5:2225.)

Jamás llegará el tiempo en que Cristo cese de ser cabeza de la Iglesia. Recordemos que el esposo es cabeza de la mujer así como Cristo es cabeza de la Iglesia.

Por esto dejará el hombre. a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.

Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido. (Efesios 5:31, 33.)

El apóstol Pedro entendía que el esposo y su mujer han de heredar la vida eterna juntos y no separadamente. Refiriéndose a Abraham y Sara, dijo:

Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente,

dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a

coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones

no tengan estorbo. (1 Pedro 3:7. Enfasis agregado.)

El profeta Isaías describió las condiciones que existirán en la tierra cuando sea renovada y reciba su gloria paradisíaca:

Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento.

Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor.

No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito.

Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas.

No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos.

No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.

Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.

El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová. (Isaías 65:17, 1925.)

Deducimos de esta profecía de Isaías, que cuando el Señor críe nuevos cielos y nueva tierra, entonces los que son “linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos”, “edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas”.

¿Cómo puede uno inferir, otra cosa de estos pasajes, sino la organización de grupos familiares? De qué otro modo se pueden interpretar las palabras, “linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos”? ¿Quién ocupará las casas cuando sean edificadas, sino las familias?

¿Cómo pueden creer los hombres y mujeres rectos que la justicia de Dios hará cesar su asociación y compañerismo, después de haber cooperado para criar a sus hijos y se han sacrificado por ellos, así como el uno por el otro? Esto nunca sucederá si son unidos en matrimonio por las eternidades mediante el sacerdocio de Dios, porque ellos sin nosotros no pueden perfeccionarse, ni nosotros sin ellos. Es el plan del Señor y lo ha dado a sus hijos: es divino.

La familia en el milenio

El Señor ha revelado también, por conducto del profeta José Smith, que en la resurrección nosotros recibiremos a nuestros niños que han muerto en su infancia y tendremos el privilegio de criarlos hasta que crezcan:

Y les será dada la tierra por herencia; y se multiplicarán y se harán fuertes, y sus hijos crecerán sin pecado hasta salvarse.

Porque el Señor estará en medio de ellos y su gloria estará sobre ellos, y él será su rey y su legislador. (D. y C. 45:5859.)

Esto se refiere a las condiciones que existirán durante el reino milenario del Señor que durará mil años sobre esta tierra.

Y no habrá pesar, porque no habrá muerte.

En ese día el infante no morirá sino hasta que sea viejo; y su vida será como la edad de un árbol;

y cuando muera, no dormirá, es decir, en la tierra, mas será transformado en un abrir y cerrar de ojos; y será arrebatado, y su reposo será glorioso. (D. y C. 101:2931.)

De manera que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días es la única que enseña la doctrina de la duración eterna de los vínculos conyugales y la unidad familiar. ¿Cómo puede aquel, dentro de cuyo corazón arde un amor verdadero por su amada esposa y por sus hijos, hacer otra cosa sino querer aceptar esta doctrina? ¿Qué puede ofrecer la eternidad para interesar a uno si es que no va a poder disfrutarla con los que amó en el estado mortal y con quienes pasó la vida?

A la conclusión de su notable sermón sobre la resurrección, el apóstol Pablo exclamó:

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. (1 Corintios 15:5556.)

Si no hubiera entendido Pablo que la muerte no es sino una breve separación de aquellos a quienes queremos, y que en la resurrección habrá una reunión con los que amamos, bien podría haber dicho: “El aguijón de la muerte es la separación eterna de los que hemos amado en esta vida”. El Apóstol sabía la verdad, porque había sido arrebatado hasta el tercer cielo y hasta el paraíso de Dios. (Véase 2 Corintios 12.)

A pesar de que las iglesias a las cuales pertenecen enseñan lo contrario, hay muchos que creen que volverán a estar unidos con sus seres amados. Un hombre dedicó un poema a su querida esposa, al cual dio el nombre de “La filosofía de la vida”. En él expresa en hermosas palabras su confianza de que su matrimonio se extenderá más allá de la sepultura.

Te tomo por esposa para siempre, mi querida,
No sólo por los años fugaces de esta vida;
Allende los confines de esta esfera
Serás aún mi esposa y compañera,
Porque el amor, que no conoce sepultura,
Nos volverá a reunir tras esa noche obscura.
—Anderson M. Baten

En una entrevista que el autor tuvo con un ministro prominente, este ilustre señor admitió que su iglesia no ofrecía ninguna esperanza de que volvieran a ser restablecidos los lazos familiares después de la muerte, y entonces añadió: “Dentro de mi corazón, sin embargo, existen fuertes objeciones. Consideremos el gatito, por ejemplo. Lo separamos de la gata, y en pocos días la madre se ha olvidado de él. Separamos al becerro de la vaca y a los pocos días ésta lo olvida. Pero cuando separamos a un hijo de su madre, aunque viva cien años, ella jamás se olvida del hijo de su seno. Me es difícil creer que Dios crió semejante amor para que perezca en la tumba.”

Falsa interpretación de los pasajes que hablan sobre el matrimonio

La falta de entendimiento sobre la naturaleza eterna del convenio matrimonial y la unidad familiar se debe principalmente a que los hombres han interpretado equívocamente algunos de los pasajes de las Escrituras. La verdad siempre será la verdad, no importa cuándo ni por quién sea examinada.

Las siguientes palabras de Jesús se han interpretado erróneamente muy a menudo:

Aquel día vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron,

diciendo: Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano.

Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano.

De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo.

Y después de todos murió también la mujer.

En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?

Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios.

Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo. (Mateo 22:2880.)

El hoy fallecido James. E. Talmage, del Consejo de los Doce Apóstoles, explicó de esta manera la respuesta del Salvador a la pregunta de los saduceos que negaban la resurrección:

El significado del Señor fue claro. En la resurrección no habrá duda sobre cuál de los siete hermanos tendrá a la mujer como esposa en las eternidades, pues, salvo el primero todos se habían casado con ella solamente por el período de la vida terrenal, y principalmente con el objeto de perpetuar en la carne el nombre y la familia del hermano que había muerto primero. S. Lucas expresa parte de las palabras del Señor en esta forma:

Mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.” En la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento; porque todo asunto o problema referente al estado casado debe resolverse antes de esa época bajo la autoridad del santo sacerdocio, en el cual está comprendido el poder para sellar en matrimonio por esta vida así como por la eternidad. (James E. Talmage, Jesús el Cristo, págs. 577578.)

A esta explicación añadiremos las propias palabras del Señor comunicadas al profeta José Smith en una revelación fechada el 12 de julio de 1843, en Nauvoo, Illinois, la cual se refiere al nuevo y sempiterno convenio del matrimonio:

Por consiguiente, si un hombre se casa con una mujer en el mundo, y no se casa con ella ni por mí ni por mi palabra, y él hace convenio con ella mientras él este en el mundo, y ella con él, ninguna validez tendrán su convenio y matrimonio cuando mueran y estén fuera del mundo; por tanto, no están ligados por ninguna ley cuando salen del mundo.

Por tanto, cuando están fuera del mundo ni se casan ni se dan en casamiento, sino que son nombrados ángeles en el cielo, ángeles que son siervos ministrantes para servir a aquellos que son dignos de un peso de gloria, mucho mayor, y predominante, y eterno.

Porque estos ángeles no se sujetaron a mi ley; por tanto, no se les puede engrandecer, sino que permanecen separada y solitariamente, sin exaltación, en su estado de salvación, por toda la eternidad; y en adelante no son dioses, sino ángeles de Dios, para siempre jamás. (D. y C. 132:151 7.)

Precisamente a esto debe haberse estado refiriendo Jesús cuando respondió a los saduceos que no creían en la resurrección, y cuyos votos conyugales eran válidos solamente en esta vida. Con su respuesta, Jesús “había hecho callar a los saduceos” porque El sabía que el objeto de su pregunta había sido tentarlo; y cuando les respondió, “ni osó alguno desde aquel día preguntarle más”. (Mateo 22:34, 46.)

Ya hemos dicho que el matrimonio es una ceremonia que pertenece a este mundo, de modo que el Señor ha dispuesto que los vivos efectúen esta ordenanza a favor de los muertos en aquellos casos en que el matrimonio no se ha solemnizado por uño que tiene la autoridad del sacerdocio para ligar no sólo por esta vida, sino por toda la eternidad.

Comparemos la limitada promesa que se extiende a los que contraen matrimonio sólo por esta vida con la promesa que se halla en la misma revelación, para todos los que entran en el convenio de matrimonio por esta vida y por toda la eternidad:

Les será cumplido en todo cuanto mi siervo haya declarado sobre ellos, por tiempo y por toda la eternidad; y estará en pleno vigor cuando ya no estén en el mundo; y pasarán por los ángeles y los dioses que están allí, a su exaltación y gloria en todas las cosas, según lo que ha sido sellado sobre su cabeza, y esta gloria será una plenitud y continuación de las simientes para siempre jamás. (D. y C. 132:19.)

Habiéndose revelado nuevamente esta gloriosa verdad a los hombres sobre la tierra, ahora realmente tienen porqué vivir y porqué morir. Dudamos que jamás se haya comunicado a hombre alguno en esta tierra una verdad de mayor consuelo que esta revelación del Señor dada al profeta José Smith y conocida como el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio. (Véase D. y C. 132:4.)

No debe pasarse por alto que esta gloriosa verdad es parte de la prometida “restauración de todas las cosas, que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”. (Hechos 3:21.)

¿No justifican estas verdades la venida de Elías el Profeta? ¿En qué forma más eficaz podía el corazón de los padres volverse o convertirse “hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres”, que ligándolos con santos vínculos familiares para siempre jamás?

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