Una obra maravillosa y un prodigio

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¿Por qué está aquí el hombre?


El propósito de la creación de la tierra

Cuando miramos un edificio, entendemos que no se hizo sin algún propósito. Todo edificio ha sido proyectado y construido con algún propósito especial. En igual manera, cuando contemplamos esta hermosa tierra sobre la cual tenemos el privilegio de vivir, comprendemos que no llegó a existir sin algún objeto.

En el capítulo anterior mostramos cómo “se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7), cuando se establecieron los fundamentos de la tierra, porque mediante el plan del evangelio que en ese tiempo se preparó, se dieron cuenta del progreso que estaría a su alcance al permitírseles venir a la tierra, tomar sobre sí cuerpos y prepararse para “la inmortalidad y la vida eterna” mediante su obediencia al evangelio. (Moisés 1:39.)

Después que Dios le hubo mostrado los espíritus que fueron organizados “antes que existiera el mundo”, Abraham dice:

Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar;

y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare;

y a los que guarden su primer estado les será añadido; y aquellos que no guarden su primer estado no tendrán gloria en el mismo reino con los que guarden su primer estado; y a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás. (Abraham 3:2426.)

De modo que el objeto para el cual se creó la tierra fue preparar un lugar donde pudiesen morar los espíritus que Dios había engendrado, con objeto de probarlos, “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios los mandare”.

Condición de los que no fueron fieles en su primer estado

Ya hemos considerado la situación de los espíritus que no guardaron “su primer estado”, y fueron arrojados del cielo con Satanás. Estos constituyen la tercera parte de las huestes del cielo, expulsados con él en su condición de espíritus; por lo que son privados del privilegio de tomar sobre sí cuerpos de carne y sangre. Por tanto, “no tendrán gloria en el mismo reino” con los que lo hayan guardado, refiriéndose a su primer estado. Probablemente en esta vida nunca llegaremos a entender lo que significa estar vedados del derecho y privilegio de recibir un cuerpo.

Cuando Jesús echó fuera el espíritu malo del hombre que nadie podía sujetar ni aun con cadenas, le preguntó cómo se llamaba, y el hombre respondió:

“Legión me llamo; porque somos muchos” (Marcos 5:2-9). Cuando les fue mandado que salieran del cuerpo del endemoniado, solicitaron el privilegio de entrar en los cuerpos de una manada de cerdos que pacía cerca de allí, y al concedérseles el permiso, “el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y en el mar se ahogaron” (Marcos 5:13). Se verá, entonces, que por haber perdido estos espíritus malos el derecho de tener cuerpos propios, era tal su deseo de tener cuerpos que estaban dispuestos a entrar aun en el de un animal.

Si podemos entender el significado de este acontecimiento y la lección que enseña, ¿cómo podremos agradecerle suficientemente a nuestro Padre Celestial el habernos concedido nuestro cuerpo, y la seguridad de que después que lo depositemos en la tumba, volveremos a tenerlo en la resurrección, mediante la expiación de nuestro Señor Jesucristo?

En una revelación dada al profeta José Smith, el Señor enseñó:

“Porque el hombre es espíritu. Los elementos son eternos, y espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo; y cuando están separados, el hombre no puede recibir una plenitud de gozo.” (D. y C. 93:33-34.)

De modo que el primer objeto de la vida terrenal es obtener un cuerpo, sin el cual “el hombre no puede recibir una plenitud de gozo”.

El profeta Lehi también explicó el objeto de la existencia del hombre:

“Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.” (2 Nefi 2:25.)

La importancia de nuestro segundo estado

Ahora consideraremos la importancia de ser fieles en nuestro segundo estado, o sea, la vida terrenal. Lo que hemos aprendido concerniente al destino de aquellos espíritus que no guardaron su primer estado debería inspirar en nosotros el deseo y la disposición de guardar nuestro segundo estado, a fin de que seamos coronados con un aumento de gloria para siempre jamás.

Debemos tener presente que nos hallamos aquí sobre esta tierra con nuestro libre albedrío, a fin de ser probados para ver si haremos todas las cosas que el Señor nuestro Dios nos mandare. Fue para darnos esta oportunidad que el Señor creó la tierra. A Moisés El declaró:

“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria:

Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” (Moisés 1:39.)

Al profeta José Smith el Señor dijo:

Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios. (D. y C. 14:7.)

El que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz aumenta más y más en resplandor hasta el día perfecto. (D.    y C. 50:24.)

Por tanto, a fin de que el hombre pueda probarse a sí mismo, debe obtener un conocimiento y entendimiento de los mandamientos de Dios que se hallan comprendidos en su evangelio. Y como la obra y la gloria del Señor consiste en “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”, debemos estar empleados en la obra del Señor, porque El debe tener instrumentos con que realizar sus propósitos:

Recordad que el valor de la8 almas es grande a la vista de Dios.

¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!

Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.

Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!

Ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas! (D. y C. 18:10, 1316.)

En febrero de 1829, más de un año antes que se organizara la Iglesia, el Señor dio una revelación al profeta José Smith, de la cual citamos lo siguiente:

He aquí, una obra maravillosa está para aparecer entre los hijos de los hombres.

Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente. y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día.

De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra;

pues mirad el campo, blanco está ya para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí, de modo que no perece, sino que trae salvación a su alma. (D. y C. 4:14.)

El cuerpo de Cristo

El apóstol Pablo explicó que todos somos miembros del cuerpo de Cristo, mediante nuestra aceptación del evangelio; que todos recibimos dones que, aun cuando diferentes, vienen del mismo espíritu; y que cada uno tiene la responsabilidad de ver que el cuerpo funcione debidamente:

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.

Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.

Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo.

Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.

Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;

a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.

A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discerni­miento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.

Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.

Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.

Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.

Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?

Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?

Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?

Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.

Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?

Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo.

Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.

Antes bien tos miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios. .

Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.

Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas.

¿Son todos apóstoles? ¿son. todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros?

¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?

Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente. (1 Corintios 12:422, 2731.)

Esta epístola de Pablo nos demuestra que todos somos bautizados en un cuerpo, seamos judíos o gentiles, esclavos o libres, y que todos hemos bebido de un mismo espíritu. Explica ampliamente la forma en que cada miembro del cuerpo recibe un don especial espiritual, y que todos los miembros son necesarios para el funcionamiento perfecto del cuerpo, pues un miembro no puede decir al otro, “no te necesito”.

Vemos que hay trabajo para todos los miembros de la Iglesia de Jesucristo. Cada uno tiene que desarro­llar el don o talento que el Señor le ha conferido. El Apóstol también indica que aun los miembros más débiles son necesarios.

El hombre tiene la obligación de desarrollar sus talentos

Pueden compararse las palabras de Pablo con la parábola que Jesús declaró acerca del hombre que salió a un país lejano, el cual antes de partir entregó sus bienes a sus siervos:

Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.

A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos.

Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos.

Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos.

Pero el que había recibido uno fue y cayó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.

Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos.

Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos.

Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.

Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo:

Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos.

Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.

Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo:

Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo.

Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí.

Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses.

Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos.

Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mateo 25:1480.)

Jesús explicó con claridad que a cada uno le será requerido rendir cuentas por los talentos o dones que haya recibido: “Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará” (Lucas 12:48). Ningún hombre puede decir que no ha recibido nada. Aun cuando no fuere más que un talento, le será exigido que desarrolle ese talento para que cuando su Señor venga, pueda devolvérselo con interés. También se observará que “al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes”.

¿Podemos imaginar otra razón más fuerte para este “lloro y crujir de dientes”, que oír decir a nuestro Señor, cuando seamos llamados a hacer cuentas por lo que hicimos durante nuestra vida sobre esta tierra, que aun cuando fuimos fieles en la existencia espiritual y guardamos nuestro primer estado, al llegar a nuestro segundo estado fracasamos, y que al ser probados para ver si haríamos todas las cosas que el Señor nuestro Dios nos mandara, habíamos fallado? (Ver Abraham 3:25.) Recordemos que el Señor dijo de éstos: “Y al siervo inútil, echadle en las tinieblas de afuera” (Mateo 25:30).

Ya hemos considerado el destino de los espíritus que no guardaron su primer estado, pero todavía no hemos hablado del fin de aquellos que no guardan su segundo estado. La trascendencia de nuestro fracaso será manifestada “cuando venga lo perfecto” (1 Corintios 13:10), y nos sea restaurado el recuerdo de nuestra existencia previa: cuando nos veamos como somos vistos y conozcamos como somos conocidos. (D. y C. 76:94.)

Jesús enseñé a sus discípulos que el camino que conduce a la grandeza consiste en prestar servicio a otros:

El que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor,

y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo. (Mateo 20:2627.)

Refiriéndose a la Iglesia de Cristo en su tiempo, Pedro dijo:

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2:9.)

Es palpable, por lo anterior, que el apóstol Pedro entendía la grande responsabilidad que descansaría sobre los miembros de la Iglesia, ese “real sacerdocio” del cual hemos hablado previamente, cuya misión consiste en anunciar a todos los hombres en todas partes “las virtudes de aquel que [los] llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

Herederos de la gloria celestial

En la revelación o visión sobre los tres grados de gloria que fue concedida a José Smith y Sidney Rigdon en Hiram, estado de Ohio, el 16 de febrero de 1832, el Señor indicó quiénes han de heredar el reino celestial:

Estos son los que constituyen la iglesia del Primogénito.

Son aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas;

son sacerdotes y reyes que han recibido de su plenitud y de su gloria;

y son sacerdotes del Altísimo, según el orden de Melquisedec, que fue según el orden de Enoc, que fue según el orden del Hijo Unigénito.

De modo que, como está escrito, son dioses,, los hijos de Dios.

Por consiguiente, todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, o cosas presentes o cosas futuras, todas son suyas, y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios. (D. y C. 76:54 59.)

Por tanto, es evidente que el hombre debe recibir el sacerdocio según el orden de Melquisedec a fin de ser apto para la exaltación en el reino celestial.

Además, en una revelación dada al profeta José Smith en septiembre de 1832, sobre el tema del sacerdocio, el Señor dijo:

Porque quienes son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los cuales he hablado, y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.

Llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón, y la descendencia de Abraham, y la iglesia y reino, y los elegidos de Dios.

Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben, dice el Señor. (D. y C. 84:3335.)

 El matrimonio y la relación familiar en el plan eterno

En nuestro estudio sobre el asunto del matrimonio, llamamos la atención al hecho de que el hombre sin la mujer no puede cumplir con la medida completa de su creación:

Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.

Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne: ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. (Génesis 2:18,23,24.)

Debemos recordar que fue antes de la caída de Adán y Eva cuando “dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo”. Si fue cierto antes de la caída —y en vista de que Dios considera al hombre y la mujer como “una carne”— cuanto más importante es que esta relación exista después que el hombre sea redimido de los efectos de la caída, cuando ha de vivir para siempre.

El apóstol Pablo entendía la importancia de este asunto: “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón.” (1 Corintios 11:11.)

Este principio fue revelado con mucha claridad al profeta José Smith:

En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno convenio de matrimonio];

y si no lo hace, no puede obtenerlo.

Podrá entrar en el otro, pero ése es el límite de su reino; no puede tener progenie. (D. y C. 131:14; cursiva agregada.)

Porque he aquí, te revelo un nuevo y sempiterno convenio; y si no lo cumples, serás condenado, porque nadie puede rechazar este convenio y entrar en mi gloria.

Porque todos los que quieran recibir una bendición de mi mano han de obedecer la ley que fue decretada para tal bendición, así como sus condiciones, según fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo.

Y en cuanto al nuevo y sempiterno convenio, se instituyó para la plenitud de mi gloria; y el que reciba la plenitud de ella deberá cumplir, y cumplirá la ley, o será condenado, dice Dios el Señor

Por consiguiente, si un hombre se casa con una mujer en el mundo, y no se casa con ella ni por mí ni por mi palabra, y él hace convenio con ella mientras él esté en el mundo, y ella con él, ninguna validez tendrán su convenio y matrimonio cuando mueran y estén fuera del mundo; por tanto, no están ligados por ninguna ley cuando salen del mundo.

Por tanto cuando están fuera del mundo ni se casan ni se dan en casamiento, sino que son nombrados ángeles en el cielo, ángeles que son siervos ministrantes para servir a aquellos que

son dignos de un peso de gloria, mucho mayor, y predominante, y eterno.

Porque estos ángeles no se sujetaron a mi ley; por tanto, no se les puede engrandecer, sino que permanecen separada y solitariamente, sin exaltación, en su estado de salvación, por toda la eternidad; y en adelante no son dioses, sino ángeles de Dios para siempre jamás.

Y además, de cierto te digo, si un hombre se casa con una mujer por mi palabra, la cual es mi ley, y por el nuevo y sempiterno convenio, y les es sellado por el Santo Espíritu de la promesa, por conducto del que es ungido, a quien he otorgado este poder y las llaves de este sacerdocio, y se les dice: Saldréis en la primera resurrección, y si fuere después de la primera, en la siguiente resurrección, y heredaréis tronos, reinos, principados, potestades y dominios, toda altura y toda profundidad les será cumplido en todo cuanto mi siervo haya declarado sobre ellos, por tiempo y por toda la eternidad; y estará en pleno vigor cuando ya no estén en el mundo; y pasarán por los ángeles y los dioses que están allí, a su exaltación y gloria en todas las cosas, según lo que ha sido sellado sobre su cabeza, y esta gloria será una plenitud y continuación de las simientes por siempre jamás.

Entonces serán dioses, porque no tienen fin; por consiguiente, existirán de eternidad en eternidad, porque continúan; enton­ces estarán sobre todo, porque todas las cosas les están sujetas. Entonces serán dioses, porque tienen todo poder, y los ángeles están sujetos a ellos.

De cierto, de cierto te digo, a menos que te rijas por mi ley, no puedes alcanzar esta gloria. (D. y C. 132:46, 1517, 1921; énfasis agregado.)

Por esta revelación se verá que los hombres pueden llegar a ser Dioses y disfrutar de “la plenitud y continuación de las simientes para siempre jamás” sólo cuando obedecen el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio, y que sin ese matrimonio solamente llegan a ser “siervos ministrantes para servir a aquellos que son dignos de un peso de gloria, mucho mayor, y predominante, y eterno”.

Cuando el Señor, refiriéndose al nuevo y sempiterno convenio de matrimonio, dijo: “Y si no lo cumples, serás condenado”, no empleó la palabra “condenado” con el significado que usualmente le aplica el mundo cristiano moderno, pues debe tomarse en cuenta su afirmación de que aquellos que no lo obedecen “son nombrados ángeles del cielo, siervos ministrantes para servir a aquellos que son dignos de un peso de gloria, mucho mayor, predominante, y eterno”. En el versículo diecisiete de la sección citada, el Señor dice que “permanecen separada y solitariamente, sin exaltación, en su estado de salvación”. De manera que alcanzarán la salvación pero no la exaltación. Por tanto, la palabra “condenado” se usa para significar que el progreso de éstos es impedido, es decir, “no se les puede engrandecer”. (D. y C. 131:4; 132:17.)

Cuando consideramos la misión de Elías el Profeta, relacionada con el asunto del matrimonio, explicamos que el Señor ha dispuesto los medios para que “el nuevo y sempiterno convenio de matrimonio” pueda efectuarse en forma vicaria, en los templos del Señor, a favor de aquellos que no han tenido tal privilegio en el estado terrenal.

Los hijos son heredad del Señor

En este estudio de la importancia del matrimonio, como un paso hacia nuestro progreso eterno, hemos dicho que esta gloria será la “plenitud y continuación de las simientes por siempre jamás”. (D. y C. 132:19.)

El salmista entendió el lugar que ocupaban los niños en la providencia del Señor:

He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre.

Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud.

Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta. (Salmo 127:35.)

Entre los israelitas antiguos era considerado un oprobio el hecho de que una mujer fuese estéril. Reparemos en las palabras de Raquel a su esposo Jacob:

Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero

Y se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos.

Y concibió, y dio a luz un hijo, y dijo: Dios ha quitado mi afrenta. (Génesis 80:1,2223.)

Consideremos lo que se prometió a Abraham y Sara, cuando aquél tenía cien años de edad y su esposa noventa años. A ésta le fue dicho que tendría un hijo y que su nombre habría de ser Isaac:

Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo;, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella. (Génesis 17:16.)

Se notará que esta bendición particular pronunciada por el Señor sobre Abraham y Sara, su esposa, posibilitó el cumplimiento de esta otra promesa:

Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer,

habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? (Génesis 18:1718.)

De modo que sin posteridad, no se habrían realizado en forma completa las bendiciones que el Señor tenía reservadas para Abraham, a saber, que habían “de ser benditas en él todas las naciones de la tierra”, y que Sara, por su parte, sería “madre de naciones”, y “reyes de pueblos vendrán de ella”. (Génesis 18:17-18.)

Así como todas las naciones de la tierra iban a ser bendecidas en Abraham y su posteridad, y así como Sara iba a ser madre .de naciones y de reyes, en igual forma el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio es necesario a fin de que todo hombre fiel ponga los cimientos de su reino por medio de su esposa y posteridad.

A muchas personas fieles, después de haber hecho cuanto han podido por mostrarse dignos de las ricas bendiciones del Señor, les ha sido negado el privilegio de tener hijos en esta vida, sin ninguna culpa suya. Por otra parte, hay muchos que han tenido hijos, pero sus vidas han sido tales que no serán considerados dignos de tenerlos en los mundos eternos. El Señor ha dispuesto un milenio, e indudablemente durante este tiempo se harán las modificaciones necesarias.

El propósito de la existencia del hombre sobre la tierra

Por consiguiente, se puede hacer el siguiente resumen del objeto de la existencia de los hombres aquí sobre la tierra:

  1. Ser probados por Dios, “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”. (Abraham 3:25.)
  2. Recibir un cuerpo de carne y huesos; porque el cuerpo y el espíritu, cuando están separados, “no pueden recibir una plenitud de gozo”. (D. y C. 93:33-34.)
  3. Mostrar que pueden guardar su segundo estado, así como han guardado su primer estado, a fin de que les sea “aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás”. (Abraham 3:26.)
  4. Desarrollar los dones y talentos que reciben al nacer, con objeto de que puedan rendir cuentas de su mayordomía debidamente; y que el Señor pueda decirles: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. (Mateo 25:21.)
  5. Cumplir con los requisitos necesarios a fin de llegar a ser herederos de la gloria celestial, al ser hechos “sacerdotes del Altísimo, según el orden de Melquisedec”. (D. y C. 76:57.)
  6. Ser ligados a un compañero o compai7iera por esta vida y por toda la eternidad por uno que tenga la autoridad del Señor mediante el Santo Sacerdocio, pues, “en el Señor ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Corintios 11:11). Sin esta ordenanza selladora del matrimonio, no se puede obtener el grado más alto de la gloria celestial (véase D. y C. 131:1-4), siendo “esta gloria… una plenitud y continuación de las simientes por siempre jamás”. (D. y C. 132:19.)
  7. Tener hijos, porque “he aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. .

Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos”. (Salmo 127:3, 5.)

Una vez más debemos reconocer nuestra obligación de gratitud a las revelaciones del Señor dadas al profeta José Smith en la restauración del evangelio en esta, la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, por medio de las cuales se ha aclarado el propósito de la existencia del hombre aquí sobre la tierra.

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