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¿A dónde va el hombre?
El hombre se halla confuso
No hay cosa más conducente a llegar a ninguna parte, que no estar yendo a ningún lugar. Es allí, donde sin necesidad de señales y con poca urgencia, uno indispensablemente llega. (Anónimo.)
¿Qué constituye el fin de la jornada? Muchas y contradictorias son las filosofías y explicaciones que se dan como respuesta a esta pregunta. A la Iglesia le corresponde explicar, ya que ella tiene como objeto traernos la palabra del Señor y revelar el propósito de la vida. La Iglesia debe estar en posición de hablar en términos precisos.
¿Por qué no ha de saber un hijo de Dios los propósitos y planes de su Padre Celestial? Sin este conocimiento, la religión se hallaría muy incompleta. A la falta de esta información debe atribuirse mucha de la incredulidad que actualmente existe en el mundo y mucha de la inactividad en cuanto a asuntos religiosos.
Que nosotros sepamos, jamás se ha descubierto una tribu tan ignorante, tan baja, tan sin cultura, que no sostenga en alguna forma la creencia de que hay en el hombre algo que la muerte no puede destruir. ¿Es esto una ilusión, o es el susurro del Espíritu Eterno que habla de la inmortalidad del hombre? (Autor desconocido.)
Sin embargo, la gran controversia surge en torno a esa parte del hombre que la muerte no puede destruir, y de la condición de esa vida después de la muerte.
La salvación, para la mayoría de los cristianos, significa el escapar el castigo de los fuegos eternos, de lo cual nace la expresión que se oye tanto entre ellos:
“Soy salvo”. Un ministro muy conocido dijo que una persona se puede salvar “así de simple”, con lo que hizo tronar los dedos. Así que, tales personas no esperan más al final de la jornada de la vida que el evitar el castigo sin fin. No proponen ninguna idea constructiva de cómo vamos a pasar el tiempo en la vida venidera.
Si hay alguna otra iglesia, aparte de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, que cree y enseña que la unidad familiar del esposo, la esposa y los hijos continuará en forma organizada más allá de la tumba, el autor no sabe de ella. Durante una conversación con un ministro prominente en el campo de la misión, dicho señor admitió que su iglesia ni prometía ni aseguraba la continuación del vínculo conyugal o la unidad familiar, pero añadió: “En mi propia mente existen fuertes objeciones a la posición que mi iglesia sostiene en el asunto.”
Otro ministro preguntó: “¿Puede una persona salvarse mientras vive, o debe morir antes de ser salvo?” A esta pregunta el autor respondió: “Si me puede “definir lo que entiende con decir ‘salvarse’, le daré respuesta.” Al observar que el ministro estaba confuso, el autor le explicó que los Santos de los Ultimos Días creen que la salvación no es un fin, sino un proceso, y que el profeta José Smith enseñó que nos salvamos sólo al paso que adquirimos conocimiento. También le dijo que hemos recibido nuestros cuerpos por causa de nuestra obediencia (véase Enseñanza del Profeta José Smith, pág. 264) en la vida preterrenal, y que a los que no fueron obedientes en esa vida se les negó este privilegio. Ellos son Satanás y sus ángeles.
Así que, por haber sido obedientes antes, recibimos la bendición de venir a la tierra y gozar de la vida vestidos de un cuerpo físico. Satanás y sus ángeles no fueron obedientes, y fueron arrojados del cielo. (Véanse Apocalipsis 12 e Isaías 14.) Los únicos cuerpos que pueden tener son los de sus hermanos fieles, si pueden posesionarse de ellos. Es un consuelo saber que hemos guardado nuestro primer estado y, sobre todo, debemos ahora querer conocer el camino que nos llevará por la vida de manera que no perdamos las bendiciones que nos sean posibles alcanzar.
Por medio de la restauración del evangelio y las nuevas revelaciones del Señor al profeta José Smith, ha desaparecido toda duda sobre estos asuntos importantes: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22.)
Perderemos nuestros cuerpos brevemente por motivo de la muerte, pero nos serán devueltos más hermosos de lo que jamás los conocimos, y serán tan verdaderos y tangibles como lo son ahora:
Cuando se manifieste el Salvador, lo veremos como es. Veremos que es un varón como nosotros.
Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos. (D. y C. 130:1–2.)
El alma será restaurada al cuerpo, y el cuerpo al alma; sí, y todo miembro y coyuntura serán restablecidos a su cuerpo; sí, ni un cabello de la cabeza se perderá, sino que todo será restablecido a su propia y perfecta forma. (Alma 40:23.)
La descripción del ángel Moroni
Nosotros jamás hemos visto a una persona revestida de “gloria eterna”, pero el profeta José Smith nos describe a tal hombre, Moroni, cuando se le apareció:
Encontrándome así, en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la pieza quedó más iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no tocaban el suelo.
Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una blancura que excedía cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; ni creo que exista objeto alguno en el mundo que pudiera presentar tan extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y en igual manera sus pies, así como sus piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que podía verle el pecho.
No sólo tenía su túnica esta blancura singular, sino que toda su persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago. (José Smith—Historia 30–32.)
La descripción anterior corresponde a un profeta que vivió en el continente americano unos cuatrocientos años después de la resurrección de Cristo, profeta que había sido resucitado a fin de efectuar la obra que el Señor tenía para él. No se trataba de algo místico. Era un hombre resucitado, revestido de “gloria eterna” que aún no conocemos, gloria que se ha prometido a todos los fieles discípulos de Cristo, y debido a la cual fue imposible describir su propia persona y semblante. Es fácil entender, por tanto, cómo existirá la “misma sociabilidad” de que disfrutamos ahora, entre aquellos que han sido investidos con “gloria eterna”.
Juan ve al ángel del Señor
Cuando el ángel del Señor fue enviado a Juan el Teólogo en la Isla de Patmos, éste quedó tan impresionado por su persona que se postró para adorar a los pies del ángel que le mostraba aquellas cosas:
Pero él me dijo: Mira no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. (Apocalipsis 22:9; énfasis agregado.)
De manera que el ángel no era sino uno de los hermanos, un hombre real y verdadero, pero a la vez tan glorioso que Juan gustosamente se habría arrodillado para adorarlo si el ángel no se lo hubiese prohibido. La “misma sociabilidad” que poseemos aquí, poseeremos allá; y nos conoceremos el uno al otro como nos hemos conocido aquí.
El cuerpo de Jesús resucitó
La resurrección de Jesús fue real. Su cuerpo y su espíritu efectivamente se reunieron, como las mujeres lo entendieron en forma tan clara al ir al sepulcro el primer día de la semana:
El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas.
Y hallaron removida la piedra del sepulcro;
y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes;
y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.
Entonces ellas se acordaron de sus palabras,
y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás.
Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles.
Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían.
Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.
Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros.
Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu.
Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?
Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.
Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?
Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel.
Y él lo tomó, y comió delante de ellos. (Lucas 24:1–12, 36–43.)
Este es sin duda el acontecimiento más notable que se conoce en la historia. Con razón a los Apóstoles “les parecían como locura las palabras de ellas, y no las creyeron”. Si Jesús no les hubiese permitido ver su cuerpo y palpar las heridas, podrían haber seguido creyendo que habían visto un espíritu. Pero Jesús tuvo que asegurarles “que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Para reiterar aún más el hecho de que tenía el mismo cuerpo que había sido puesto en el sepulcro, Jesús les dijo: “¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces ellos le presentaron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él tomó, y comió delante de ellos”.
Con este mismo cuerpo Jesús ejerció su ministerio entre sus discípulos, después de su resurrección; y fue el mismo con el que apareció a los nefitas (véase 3 Nefi, capítulo 11); y con el cual le apareció a José Smith en su juventud, mientras oraba dentro de la arboleda en la granja de su padre en Palmyra, Nueva York; y con el que de nuevo aparecerá con todos sus santos ángeles, cuando venga a tomar posesión de su reino, como lo ha prometido.
Jesús fue solamente las “primicias” de la resurrección:
Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (1 Corintios 15:23.)
Después de la resurrección de Jesús se abrieron los sepulcros de otros, y salieron:
Y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;
y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. (Mateo 27:52–53.)
¡Qué testimonio debe haber sido éste para los miembros de la Iglesia que vivían en esa época, ver abrirse los sepulcros y levantarse los santos que habían muerto y en su forma resucitada aparecer a muchos en la Ciudad Santa! ¿Quién puede seguir negando la realidad de la resurrección y el hecho de que es la reunión del espíritu y el cuerpo?
Resucitan los cuerpos de los santos
Según el Libro de Mormón, los nefitas recibieron un testimonio parecido:
En verdad os digo que yo mandé a mi siervo, Samuel el Lamanita, que testificara a este pueblo, que el día en que el Padre glorificara su nombre en mí, habría muchos santos que se levantarían de entre los muertos, y aparecerían a muchos, y ministrarían en bien de ellos. Y les dijo: ¿No fue así?
Y sus discípulos le contestaron, y dijeron: Sí, Señor, Samuel profetizó según tus palabras, y todas se cumplieron.
Y Jesús les dijo: ¿Cómo es que no habéis escrito esto, que muchos santos se levantaron, y se aparecieron a muchos, y los ministraron?
Y sucedió que Nefi se acordó de que aquello no se había escrito.
Y acaeció que Jesús mandó que s~ escribiera; de modo que se escribió, de acuerdo con lo que él mandó. (3 Nefi 23:9–13.)
De modo que, mediante la expiación de Cristo, la resurrección del cuerpo vendrá a todos los que hayan vivido sobre la tierra en la carne:
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.
Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.
Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.
Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas.
Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos. (1 Corintios 15:22–28.)
La primera y segunda resurrecciones
Cuando Cristo venga otra vez, traerá consigo a los que son suyos, y reinarán con El mil años hasta que haya subyugado y puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies, y el postrero de éstos será la muerte. Entonces no habrá más muerte. Los que no hayan muerto en Cristo no tendrán parte en la primera resurrección, mas saldrán de sus sepulcros al terminar los mil años o el reinado milenario de Cristo, para ser juzgados según sus hechos en la carne:
Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano.
Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años;
y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo.
Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, las que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.
Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección.
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años…
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.
Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. (Apocalipsis 20:1–6, 12–13.)
Muchos creen que el día de juicio del Señor viene cuando uno muere. Aun cuando es cierto que hay una especie de juicio y consignación al tiempo de morir, no debe confundirse con el juicio final:
Ahora, respecto al estado del alma entre la muerte y la resurrección, he aquí, un ángel me ha hecho saber que los espíritus de todos los hombres, en cuanto se separan de este cuerpo mortal, sí, los espíritus de todos los hombres, sean buenos o malos, son llevados de regreso a ese Dios que les dio la vida.
Y sucederá que los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso: un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena.
Y entonces acontecerá que los espíritus de los malvados, sí, los que son malos —pues he aquí, no tienen parte ni porción del Espíritu del Señor, porque escogieron las malas obras más bien que las buenas; por lo que el espíritu del diablo entró en ellos y se posesionó de su casa,— éstos serán echados a las tinieblas de afuera; allí habrá llantos y lamentos y el crujir de dientes; y esto a causa de su propia iniquidad, pues fueron llevados cautivos por la voluntad del diablo.
Así que éste es el estado de las almas de los malvados; sí, en tinieblas y en un estado de terrible y espantosa espera de la ardiente indignación de la ira de Dios sobre ellos; y así permanecen en este estado, como los justos en el paraíso, hasta el tiempo de su resurrección. (Alma 40:11–14.)
El día del juicio final, cuando los hombres van a ser consignados al reino de gloria que heredarán, no vendrá sino hasta el fin de los mil años, después que Satanás haya sido puesto en libertad por un corto tiempo, a fin de tentar a los habitantes de la tierra por la última vez.
Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión,
y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.
Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió.
Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. (Apocalipsis 20:7–11.)
Al profeta José Smith el Señor reveló lo siguiente:
Y además, de cierto, de cierto os digo, que cuando hayan terminado los mil años y los hombres de nuevo empiecen a negar a su Dios, entonces perdonaré la tierra solamente por un corto tiempo;
y vendrá el fin, y el cielo y la tierra serán consumidos y pasarán, y habrá un cielo nuevo y una tierra nueva.
Porque todas las cosas viejas pasarán, y todo será hecho nuevo, el cielo y la tierra, y toda la plenitud de ellos, tanto hombres como bestias, las aves del aire, y los peces del mar;
y ni un cabello ni una mota se perderán, porque es la obra de mis manos. (D. y C. 29:22–25.)
La edificación del reino de Dios sobre la tierra después de la primera resurrección
¿Es alguien capaz de entender lo que significará ser llamado en la mañana de la primera resurrección para reinar mil años con Cristo y ayudarle a establecer su reino en la tierra y vencer o subyugar a todos sus enemigos, hasta que sea conquistado el último enemigo, que será la muerte? Indudablemente llamará sólo a aquellos que son dignos y tienen la experiencia e instrucción necesarias, pues necesitará únicamente a los “obreros” y no a los “zánganos”. A esto se debe la declaración de Pablo, que Cristo traerá consigo a los que son de El en su venida. (Véase 1 Corintios 15:23.)
Al profeta José Smith, el Señor le reveló quiénes han de ser éstos:
Y otra vez testificamos, porque vimos y oímos, y éste es el testimonio del evangelio de Cristo concerniente a los que saldrán en la resurrección de los justos:
Estos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su sepultura, siendo sepultados en el agua en su nombre; y esto de acuerdo con el mandamiento que él ha dado,
de que por guardar los mandamientos pudiesen ser lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibir el Espíritu Santo por la imposición de las manos del que es ordenado y sellado para ejercer este poder;
y son quienes vencen por la fe, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles.
Estos son los que constituyen la iglesia del Primogénito.
Son aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas;
son sacerdotes y reyes que han recibido de su plenitud y de su gloria;
y son sacerdotes del Altísimo, según el orden de Melquisedec, que fue según el orden de Enoc, que fue según el orden del Hijo Unigénito.
De modo que, como está escrito, son dioses, sí, los hijos de Dios.
Por consiguiente, todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, o cosas pre8entes o cosas futuras, todas son suyas, y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios.
Y vencerán todas las cosas.
Por tanto, nadie se gloríe en el hombre, más bien gloríese en Dios, el cual subyugará a todo enemigo debajo de sus pies.
Estos morarán en la presencia de Dios y su Cristo para siempre jamás.
Estos son los que él traerá consigo cuando venga en las nubes del cielo para reinar en la tierra sobre su pueblo.
Son los que tendrán parte en la primera resurrección. (D. y C. 76:50–64.)
Vemos, pues, que son “sacerdotes del Altísimo, según el orden de Melquisedec”, y ya hemos indicado cómo puede obtener este sacerdocio todo fiel miembro varón de la Iglesia, mayor de doce años de edad. En vista de que únicamente los hombres pueden poseer el sacerdocio, estas revelaciones nos ayudan a entender por qué el esposo y su mujer llegan a ser “una sola carne” (Génesis 2:24) para poder disfrutar juntos de los beneficios del sacerdocio. A esto el apóstol Pablo se estaba refiriendo cuando dijo:
“Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón.” (1 Corintios 11:11.)
Pedro debe haber estado pensando en la misma cosa: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.” (1 Pedro 3:7.)
Por lo anterior se ve claramente que los esposos y sus mujeres serán “coherederas” de las bendiciones que el Señor ha preparado para el hombre.
Otro hecho consolador es el conocimiento de que nosotros vamos a morar sobre esta tierra. Cuando Jesús estaba enseñando a sus discípulos a orar, la primera cosa que les enseñó a decir, después de honrar debidamente a su Padre Celestial, fue ésta: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10.) Aunque la mayor parte de los cristianos han estado repitiendo esta oración por muchos años, dudamos que muchos realmente hayan creído en un cumplimiento cabal. Sin embargo, acabamos de referirnos a las palabras del apóstol Pablo con que describe la obra misional del Salvador durante el milenio, cuando pondrá “a todos sus enemigos debajo de sus pies” como preparación para entregar el reino al Padre. La oración será contestada:
Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, autoridad y potencia.
Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. (1 Corintios 15:24–26.)
El profeta Isaías también vio la tierra y sus habitantes durante este período, y lo describe en estas palabras:
Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento.
Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo.
Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor.
No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito.
Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas y comerán el fruto de ellas.
No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos.
No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de tos benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.
Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.
El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová. (Isaías 65:17–25; véase también Isaías 11:6–9.)
¿Será posible describir con mayor claridad las condiciones que existirán cuando la tierra sea renovada y el lobo y el cordero pazcan juntos? Obsérvese cómo Isaías dice claramente que “edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas”. ¿Quién hará todo esto? Las familias, por supuesto, tal como lo hacen en la actualidad. También dijo Isaías: “Porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.” (Isaías 65:23.)
En una revelación dada al profeta José Smith, el Señor revela otros detalles de esta condición:
Y en ese día la enemistad del hombre y de las bestias, sí, la enemistad de toda carne, cesará de ante mi faz.
Y en ese día se le concederá a cualquier hombre cuanto pidiere;
y en ese día Satanás no tendrá poder de tentar a ningún hombre;
y no habrá pesar, porque no habrá muerte.
En ese día el infante no morirá sino hasta que sea viejo; y su vida será como la edad de un árbol;
y cuando muera, no dormirá, es decir, en la tierra, mas será transformado en un abrir y cerrar de ojos; y será arrebatado, y su reposo será glorioso. (D. y C. 101:26–31.)
Por tanto, se observará que no habrá más muerte; que el infante no morirá sino hasta que sea viejo, y que entonces “no dormirá”, es decir, no será sepultado en la tierra, “mas será transformado en un abrir y cerrar de ojos”.
El Señor también reveló al profeta José Smith lo siguiente:
Y en aquel día, cuando yo venga en mi gloria, se cumplirá la parábola que hablé acerca de las diez vírgenes.
Porque aquellos que son prudentes y han recibido la verdad, y han tomado al Espíritu Santo por guía, y no han sido engañados, de cierto os digo que éstos no serán talados, ni echados al fuego, sino que aguantarán el día.
Y les será dada la tierra por herencia; y se multiplicarán y se harán fuertes, y sus hijos crecerán sin pecado hasta salvarse.
Porque el Señor estará en medio de ellos y su gloria estará sobre ellos, y él será su rey y su legislador. (D. y C. 45:56–59.)
En esta promesa no hay cosa mística o difícil de entender; viviremos sobre esta tierra, nos multiplicaremos y nuestros hijos “crecerán sin pecado hasta salvarse”.
Daniel vio la venida de este reino de Dios en los postreros días:
Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí en las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.
Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido…
Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre…
hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino.
y que el reino, y el dominio, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán. (Daniel 7:13–14, 18, 22, 27.)
¡Qué día tan trascendental será en la historia del mundo cuando se cumplan estas cosas! La oración que Jesús enseñó a sus discípulos se habrá contestado:
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10.)
La obra que se efectuará durante el milenio
Ya se ha hecho referencia a la naturaleza de la obra que se llevará a cabo entre los miembros de la Iglesia que vivan en la tierra y los santos resucitados, pues en estos mil años del reinado personal del Salvador del mundo sobre el pueblo, habrá libre comunicación entre ellos. También se mencionó brevemente cuando hablamos de las llaves que Ellas el Profeta trajo a fin de llevar a cabo la obra vicaria de los vivos a favor de los muertos en los templos del Señor, en lo que respecta al bautismo, la imposición de manos para comunicar el Espíritu Santo, recibir el sacerdocio por ordenación, las investiduras, y ligar o sellar a los padres con sus esposas por esta vida y por toda la eternidad, y ligar sus hijos a ellos.
El presidente Brigham Young describe en esta forma la obra que se llevará a cabo durante el reinado milenario:
En el milenio, cuando se establezca el reino de Di08 sobre la tierra con poder, gloria y perfección, y sea vencido el reino de iniquidad que por tanto tiempo ha prevalecido, los Santos de Dios tendrán el privilegio de edificar sus templos y de entrar en ellos, llegando a ser, por decirlo así, pilares de los templos de Dios, y entonces oficiarán en bien de sus muertos. En ese tiempo veremos a nuestros amigos, y quizá a algunos que hayamos conocido aquí. Si preguntamos quién estará a la cabeza de la resurrección en esta última dispensación, la respuesta es: José Smith, hijo, el profeta de Dios. El es el que resucitará y recibirá las llaves de la resurrección, y él conferirá esta autoridad a otros y buscarán a sus amigos y los resucitarán, cuando se haya hecho la obra por ellos, y los levantarán. Y recibiremos revelaciones para saber quiénes fueron nuestros antepasados hasta nuestro padre Adán y nuestra madre Eva, y entraremos en los templos de Dios y obraremos por ellos. Entonces los hombres serán ligados unos a otros hasta que la cadena quede completa y perfecta hasta Adán, y así habrá una cadena perfecta del sacerdocio desde Adán hasta la última escena.
Esta será la obra de los Santos de los Ultimas Días durante el Milenio. (Discourses of Brigham Young, pág. 116.)
Se predicará el evangelio durante el milenio
El milenio también será la época más grande para la predicación del evangelio que este mundo jamás ha conocido. Consideremos estas palabras de Jesucristo a su siervo, José Smith, dadas en febrero de 1831:
De nuevo digo, escuchad, élderes de mi iglesia, a quienes he nombrado: No sois enviados para que se os instruya, sino para enseñar a los hijos de tos hombres las cosas que yo he puesto en vuestras manos por el poder de mi Espíritu;
y a vosotros se os enseñará de lo alto. Santificaos y seréis investidos con poder, para que podáis impartir como yo he hablado.
Escuchad, pues he aquí, el gran día del Señor está cerca.
Porque viene el día en que el Señor hará resonar su voz desde el cielo; los cielos se estremecerán y la tierra temblará, y la trompeta de Dios sonará larga y fuertemente, y dirá a las naciones dormidas: ¡Levantaos, santos, y vivid; quedaos, pecadores, y dormid hasta que llame otra vez!
Por lo tanto, ceñid vuestros lomos, no sea que se os halle entre los inicuos.
Levantad vuestras voces sin cesar. Llamad a las naciones a que se arrepientan, tanto jóvenes como ancianos, ora esclavos o libres, diciendo: Preparaos para el gran día del Señor;
porque si yo, que soy hombre, alzo mi voz y os llamo al arrepentimiento, y me aborrecéis, ¿qué diréis cuando venga el día en que los truenos hagan oír sus voces desde los extremos de la tierra, hablando a los oídos de todos los vivientes, diciendo:
Arrepentíos y preparaos para el gran día del Señor?
Sí, ¿y cuando los relámpagos resplandezcan desde el este hasta el oeste, y llegue el clamor de sus voces a todos los vivientes, haciendo zumbar los oídos de todos los que oigan, diciendo: Arrepentíos, porque el gran día del Señor es venido?
Y además, el Señor emitirá su voz desde ¿os cielos, diciendo:
¡Escuchad, oh naciones de la tierra, y oíd las palabras del Dios que os hizo!
¡Oh vosotras, naciones de la tierra, cuántas veces os hubiera juntado como la gallina junta a sus pollos debajo de sus alas, mas no quisisteis!
¡Cuántas veces os he llamado por la boca de mis siervos y por el ministerio de ángeles, y por mi propia voz y por la de los truenos y los relámpagos y tempestades; y por la voz de terremotos y fuertes granizadas, y la de hambres y pestilencias de todas clases; y por el gran sonido de una trompeta, y por la voz del juicio y de la misericordia todo el día; y por la voz de gloria y honra y ¿as riquezas de la vida eterna, y os hubiera salvado con una salvación sempiterna, mas no quisisteis!
He aquí, ha llegado el día en que la copa de la ira de mi indignación está llena.
He aquí, en verdad os digo, que éstas son las palabras del Señor vuestro Dios.
Por tanto, trabajad, trabajad en mi viña por la última vez; por vez postrera llamad a los habitantes de la tierra.
Porque en mi propio y debido tiempo vendré sobre la tierra en juicio, y mi pueblo será redimido y reinará conmigo sobre la tierra.
Porque vendrá el gran Milenio, del cual he hablado por boca de mis siervos.
Porque Satanás será atado; y cuando de nuevo quede libre, reinará solamente una corta temporada, y entonces vendrá el fin de la tierra.
Y el que viviere en rectitud será cambiado en un abrir y cerrar de ojos, y la tierra pasará como si fuera por fuego.
Y los inicuos irán al fuego inextinguible, y ningún hombre en la tierra sabe su fin, ni lo sabrá jamás, sino hasta que comparezcan delante de mí en juicio.
Escuchad estas palabras. He aquí, soy Jesucristo, el Salvador del mundo. Atesorad estas cosas en vuestro corazón, y reposen en vuestra mente las solemnidades de la eternidad.
Sed juiciosos. Guardad todos mis mandamientos. Así sea. Amén. (D. y C. 48:15–85.)
Cuando uno se pone a pensar en el establecimiento prometido del reino de Dios sobre esta tierra, a lo cual ya nos hemos referido, se destaca la promesa de nuestro Señor en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mateo 5:5.) No debemos suponer que la muerte robará esta promesa a los mansos, porque será de ellos para siempre jamás.
El hombre y la tierra después del milenio
En seguida consideremos brevemente la condición de la tierra después del reinado milenario de Cristo. Al profeta José Smith el Señor reveló lo siguiente:
El lugar donde Dios reside es un gran Urim y Tumim.
Esta tierra, en su estado santificado e inmortal, llegará a ser semejante al cristal, y será un Urim y Tumim para los habitantes que moren en ella, mediante el cual todas las cosas pertenecientes a un reino inferior, o todos los reinos de un orden menor, serán manifestados a los que la habiten; y esta tierra será de Cristo. (D. y C. 130:8–9.)
Juan el Teólogo también habló de esta época en su revelación:
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.
Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,
teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. (Apocalipsis 21:1–7, 10–11.)
Debemos observar que en el versículo 2 Juan vio “la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios”. En el versículo 10, vio “la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”. La primera, “la nueva Jerusalén”, es la que se edificará en América como parte del recogimiento de Israel en los postreros días, y “la gran ciudad santa de Jerusalén” es la que Jesús amé durante su vida terrenal.
Al profeta Eter de los jareditas, en América, según leemos en el Libro de Mormón, se dio a entender la diferencia entre las dos ciudades de Jerusalén:
Y ahora yo, Moroni, procedo a concluir mi relato concerniente a la destrucción del pueblo del cual he estado escribiendo.
Pues he aquí, menospreciaron todas las palabras de Eter; porque él verdaderamente les habló de todas las cosas, desde el principio del hombre; y que después que se hubieron retirado las aguas de la superficie de esta tierra, llegó a ser una tierra escogida sobre todas 1a8 demás, una tierra escogida del Señor; por tanto, el Señor quiere que lo sirvan a él todos tos hombres que habiten sobre la faz de ella;
y que era el sitio de la Nueva Jerusalén que descendería del cielo, y el santo santuario del Señor.
He aquí, Eter vio los días de Cristo, y habló de una Nueva Jerusalén sobre esta tierra.
Y habló también concerniente a la casa de Israel, y la Jerusalén de donde Lehi habría de venir: que después que fuese destruida, sería reconstruida de nuevo, una ciudad santa para el Señor; por tanto, no podría ser una nueva Jerusalén, porque ya había existido en la antigüedad; pero sería reconstruida, y llegaría a ser una ciudad santa del Señor; y sería edificada para la casa de Israel;
y que sobre esta tierra se edificaría una Nueva Jerusalén al resto de la posteridad de José, para lo cual ha habido un tipo.
Porque así como José llevó a su padre a la tierra de Egipto, de modo que allí murió, el Señor consiguientemente sacó a un resto de la descendencia de José de la tierra de Jerusalén, para ser misericordioso con la posteridad de José, a fin de que no pereciera, tal como fue misericordioso con el padre de José para que no pereciera.
De manera que el resto de los de la casa de José se establecerán sobre esta tierra, y será la tierra de su herencia; y levantarán una ciudad santa para el Señor, semejante a la Jerusalén antigua; y no serán confundidos más, hasta que llegue el fin, cuando la tierra será consumida.
Y habrá un cielo nuevo, y una tierra nueva; y serán semejantes a los antiguos, salvo que los antiguos habrán dejado de ser, y todas las cosas se habrán vuelto nuevas.
Y entonces viene la Nueva Jerusalén; y benditos son los que moren en ella, porque son aquellos cuyos vestidos son hechos blancos mediante la sangre del Cordero; y son ellos los que están contados entre el resto de los de la posteridad de José, que eran de la casa de Israel.
Y entonces viene también la antigua Jerusalén; y benditos son sus habitantes, porque han sido lavados en la sangre del Cordero; y son los que fueron esparcidos y recogidos de las cuatro partes de la tierra y de los países del norte, y participan del cumplimiento del convenio que Dios hizo con Abraham, su padre.
Y cuando sucedan estas cosas, se cumplirá la Escritura que dice: Hay quienes fueron los primeros, que serán los postreros; y quienes fueron los postreros, que serán los primeros. (Eter 18:1–12.)
También conviene referirnos a los siguientes pasajes:
Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. (Apocalipsis 21:22–28.)
Hay algunos que no entienden por qué no habrá templo en esta “ciudad santa de Jerusalén”. El hecho es que para cuando se cumplan los mil años, se habrá efectuado toda la obra del templo, y por consiguiente no tendremos más necesidad de templos, así como el versículo 23 nos hace saber que ni el sol ni la luna serán menester, “porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”.
El hogar celestial y eterno del hombre
De modo que la tierra en su estado celestial será la morada de aquellos que sean dignos de la gloria celestial, cuyos nombres estén escritos en el libro de la vida del Cordero:
No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero. (Apocalipsis 21:27.)
El Señor dio esta luz adicional al profeta José Smith por revelación:
Sin embargo, el que persevere con fe y haga mi voluntad, vencerá; y recibirá una herencia sobre la tierra cuando venga el día de la transfiguración;
cuando la tierra será transfigurada según el modelo que les fue mostrado a mis apóstoles sobre el monte, relato cuya plenitud todavía no habéis recibido. (D. y C. 63:20–21.)
Y además, de cierto os digo, que la tierra soporta la ley de un reino celestial, porque cumple la medida de su creación y no traspasa la ley;
así que, será santificada; sí, a pesar de que morirá, será vivificada de nuevo; y soportará el poder que la vivifica, y los justos la heredarán. (D. y C. 88:25–26.)
Pero benditos los pobres que son puros de corazón, cuyos corazones están quebrantados y cuyos espíritus son contritos, porque verán el reino de Dios que viene en poder y gran gloria para libertarios; porque la grosura de la tierra será suya.
Porque he aquí, el Señor vendrá, y con él su galardón; y los pobres se regocijarán;
y su posteridad heredará la tierra de generación en generación, perpetuamente… (D. y C. 56:18–20.)
De modo que, acompañados de nuestros amigos y nuestras familias, con nuestros cuerpos resucitados, podremos heredar esta tierra “de generación en generación, perpetuamente”, mediante nuestra fidelidad.
Juan el Teólogo también vio en visión este acontecimiento glorioso:
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron…
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. (Apocalipsis 21:3–4, 7.)
Se notará que en esta discusión sólo se ha procurado mostrar lo que será de aquellos que vencen todas las cosas y de este modo se hacen dignos de una gloria celestial, esa gloria de la cual se dice que es semejante al sol; y también, que el Señor claramente ha dicho que heredarán esta tierra “de generación en generación, para siempre jamás”.
De los que no son dignos de heredar la gloria celestial, el Señor declaró en una revelación dada al profeta José Smith:
Y aquellos que no son santificados por la ley que os he dado, a saber, la ley de Cristo, deberán heredar otro reino, ya sea un reino terrestre, o un reino telestial.
Porque el que no es capaz de soportar la ley de un reino celestial, no puede soportar una gloria celestial.
Y el que no puede soportar la ley de un reino terrestre, no puede soportar una gloria terrestre.
Y el que no puede soportar la ley de un reino telestial, no puede soportar una gloria telestial, por tanto, no es digno de un reino de gloria. Por consiguiente, deberá soportar un reino que no es de gloria. (D. y C. 88:21–24.)
Y de los hijos de perdición, dijo:
Por tanto, a todos salva él menos a ellos; éstos irán al castigo perpetuo, que es castigo sin fin, castigo eterno, para reinar con el diablo y sus ángeles por la eternidad, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga, lo cual es su tormento;
y ni el fin de ello, ni el lugar, ni su tormento, ningún hombre lo sabe;
ni tampoco fue, ni es, ni será revelado al hombre, salvo a quienes se hacen participantes de ello. (D. y C. 76:44–46.)
El evangelio del Señor Jesucristo es dado al hombre con objeto de prepararlo para la gloria celestial. Hablando de los que no están dispuestos a recibir el evangelio cuando se les ofrece, el Señor asegura:
Y los que queden serán vivificados también; sin embargo, volverán otra vez a su propio lugar para gozar de lo que están dispuestos a recibir, porque no quisieron gozar de lo que pudieron haber recibido.
Porque, ¿en qué se beneficia un hombre a quien se confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que es el donador. (D. y C. 88:32–33.)
























