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Predestinación y preordenación
Todos vivimos en el mundo espiritual
Una de las enseñanzas de las Santas Escrituras que muy a menudo se interpreta incorrectamente es el principio de la predestinación, en la forma en que la enseñó Calvino, uno de los primeros reformadores. Si él hubiese entendido el principio de la preexistencia, es decir, que todos vivimos en el mundo espiritual antes de nacer aquí sobre la tierra, habría podido entender cómo pueden ser los hombres preordenados, llamados y escogidos antes de nacer, para llevar a cabo cierta obra en el mundo, sin necesidad de ser predestinados. También habría entendido que por el hecho de haber conocido el Señor a los espíritus de todos sus hijos, El sabía anticipadamente lo que harían en determinadas circunstancias y condiciones, así como los padres terrenales pueden generalmente saber cómo reaccionarán sus hijos en determinadas situaciones.
Sin embargo, las Santas Escrituras no apoyan la posición extrema que muchos sostienen, de que algunos son predestinados a la vida eterna, la cual lograrán pese a lo que hagan; que otros son predestinados a la condenación eterna, y de ser así, no hay nada que puedan hacer para evitarlo; que todo hecho de nuestras vidas se ha predeterminado antes de nacer, y no podemos desviarnos de lo señalado; y que todo lo que nos sucede en esta vida es la voluntad del Señor.
Esta creencia haría al Señor responsable de toda la maldad, desobediencia e injusticia que hay en el mundo. Si el hombre carece del libre albedrío y la facultad para escoger, entonces Dios, que lo creó, debe ser el que hizo la elección, y por tanto, El, no el hombre, es responsable de la vida de éste.
La explicación que se hace es que todos los hombres están sujetos a la condenación eterna al nacer, pero mediante el principio de la gracia, aquellos a quienes el Señor elige para predestinar pueden obtener la salvación, y ningún otro. Este punto de vista por lo general se llama fatalismo.
Escrituras difíciles de entender
La siguiente explicación puede ser útil para ayudarnos a entender algunos de los pasajes de las Escrituras que se refieren a la doctrina de la predestinación.
Pedro advirtió que el apóstol Pablo había dicho algunas cosas sobre este asunto que les son muy difíciles de entender a los que no tienen el espíritu de la profecía así como a los que no estudian profundamente:
Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito,
casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. (2 Pedro 3:15–16.)
Consideremos ahora algunas de las palabras de Pablo:
Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo.
Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama),
se le dijo: El mayor servirá al menor.
Como esta escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.
¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. (Romanos 9:9–14.)
Al leer ligeramente este pasaje, uno podría suponer que fue antes del nacimiento de Jacob y Esaú, cuando el Señor dijo: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”. Veamos qué fue lo que el Señor dijo antes que naciesen:
Y le respondió Jehová (a Rebeca): Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor. (Génesis 25:23.)
De modo que antes de nacer estos gemelos, el Señor sabía qué clase de espíritus iba a enviar para ser los hijos de Rebeca, así como el carácter de los espíritus que vendrían por medio de ellos como posteridad, y sabía también cuál de los dos habría de nacer primero.
Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación. (Hechos 17:26.)
Según esto, el Señor determinó que en aquella época y lugar habían de nacer Esaú y Jacob; y conocía a los dos y la naturaleza de sus vidas y sabía cómo obrarían en las circunstancias y condiciones en que se hallarían. Por tanto, el Señor pudo decir, aun antes que nacieran: “El mayor servirá al menor”.
Ahora bien, ¿cuándo fue que el Señor dijo: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”?
Citamos las palabras del Señor a su profeta Malaquías, que éste declaró aproximadamente mil trescientos años después que Jacob y Esaú nacieron:
Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de Malaquías.
Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob,
y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto. (Malaquías 1:1–3.)
De modo que mil trescientos años después de su nacimiento, el Señor tuvo razón para decir lo que dijo.
No tomaremos el tiempo para repasar la vida de Jacob, sino únicamente recordar al lector que el Señor le cambió el nombre a Israel por causa de su fidelidad, y que ahora se halla a la cabeza de la casa de Israel. Por otra parte, el apóstol Pablo nos dice de la rebeldía de Esaú: “No sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.” (Hebreos 12:16.)
Consideremos en seguida otras de las palabras de Pablo, que con frecuencia se interpretan erróneamente. Los que defienden el principio de la predestinación suelen llamar el capítulo nueve de Romanos “una Biblia dentro de la Biblia”:
Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¡Por qué me has hecho así?
¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?
¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción,
y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria? (Romanos 9:20–28.)
Según estos pasajes, se pretende que el Señor (el alfarero) tiene potestad para hacer del mismo pedazo de barro un vaso para honra, y otro para deshonra: y que la cosa labrada no puede decir al que la formó:
“¿Por qué me has hecho así?” En relación con los pasajes anteriores, examinemos otra de las afirmaciones de Pablo sobre el mismo asunto:
Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles.
Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. (2 Timoteo 2:20–21.)
Es evidente, pues, que de acuerdo con estas palabras de Pablo y Timoteo, no importa qué desventajas o limitaciones tenga una persona en la vida, si se limpia, puede llegar a ser “vaso para honra, santificado, y útil al Señor, dispuesto para toda buena obra”.
La parábola de los talentos
Esta no es sino otra forma de enseñar lo que Jesús mostró por medio de la parábola del hombre que llamó a sus siervos y les entregó sus bienes, cuando estaba para salir a un país lejano: “A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos.” (Mateo 25:15.)
Entonces volvió e hizo cuentas con ellos. El que había recibido cinco talentos le devolvió diez; el que habla recibido dos le devolvió cuatro; y ambos fueron recompensados como siervos fieles; pero al llegar al que había recibido solamente un talento y fue y lo escondió en la tierra, su Señor dijo: “Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos.” (Mateo 25:28.)
De modo que, como lo declara Pablo, la cosa hecha no puede decir al que la formó: “¿Por qué me has hecho tal?”
Uno podrá recibir cinco talentos, otro dos y otro solamente uno, mas a la vista del Señor, no es tan importante lo que uno haya recibido, sino lo que hace con aquello que se le ha dado.
Barro en la mano del alfarero
El profeta Jeremías habló de la obra del alfarero en estos términos:
Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo:
Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras.
Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda.
Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.
Entonces vino a mi palabra de Jehová, diciendo:
¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como e1 barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.
En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir.
Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles,
y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar.
Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle. (Jeremías 18:1–10.)
Se aclara, pues, que no importa cuáles sean las características de una nación, si sus habitantes se vuelven de su maldad, el Señor “se arrepentirá del mal que había pensado hacerles”, y viceversa; y de esta manera queda demostrado que todas las naciones y gentes tienen su libre albedrío, y el Señor las recompensará según lo que escojan.
Pablo habla de Faraón
Por las palabras de este Apóstol respecto de Faraón, quizás nos parezca que el rey no tuvo libre albedrío, sino que fue levantado para cierto objeto, y que ninguna oportunidad tuvo de escoger:
Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.
De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. (Romanos 9:17–18; véase también Exodo 9:16.)
Para entender estas palabras se debe tener presente la doctrina de la preexistencia, a saber, que los espíritus de todos los hombres vivieron con Dios en el mundo de los espíritus antes que nacieran en la carne, y que el Señor envió a algunos de los espíritus grandes y nobles en determinadas épocas para llevar a cabo cierta obra. Para ilustrar esto, consideremos la vocación del profeta Jeremías:
Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo:
Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. (Jeremías 1:4–5.)
En igual manera el Señor conoció a Faraón antes que naciera, y conoció su carácter y sabía cómo se conduciría en determinadas circunstancias y situaciones. De ahí, que, como queda indicado en las Escrituras, el Señor lo levantó para el propósito particular de manifestar su poder en él. Sin embargo, esto no obligó a Faraón en ningún sentido a hacer las cosas que hizo, así como nadie obliga a una nación a hacer lo que hace. Faraón, tras mucha irresolución, decidió librar a los hijos de Israel:
Entonces vinieron Moisés y Aarón a Faraón, y le dijeron:
Jehová el Dios de los hebreos ha dicho así: ¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí? Deja ir a mi pueblo, para que me sirva. (Exodo 10:8.)
Así que el Señor escogió a Faraón y lo envió al mundo en esa época particular porque lo conocía y sabía cómo iba a reaccionar ante la situación en que se encontraría. No obstante, tuvo el derecho de ejercer su libre albedrío.
La salvación está al alcance de todos
Otra de las declaraciones de Pablo que a veces se interpreta mal es la que se halla en la epístola a los efesios:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8–9.)
Claro está que somos salvos por gracia, porque Jesús hizo por nosotros lo que nos habría sido imposible hacer por nosotros mismos; y, por consiguiente, no es por nuestras obras, sino por su gracia que surte sus efectos en aquellos que aceptan su evangelio y viven de acuerdo con sus enseñanzas. Sin embargo, el Apóstol entendía la diferencia entre la salvación universal e individual. Esto confunde a muchos, por lo cual resulta que a algunos les es difícil entender ciertos pasajes. Por ejemplo, dijo así: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22.)
Por tanto, pese a lo que hagamos, todos seremos vivificados en la resurrección por causa de la expiación de Cristo; y sin embargo, podremos resucitar y no ser salvos en el sentido que se aplica tan frecuentemente a esta palabra en las Escrituras. Esta afirmación de Pablo a Tito comprueba que el Apóstol entendía esto claramente: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres.” (Tito 2:11.)
Vemos, entonces, que si todos los hombres no se salvan, será porque ellos, ejerciendo su libre albedrío, no aceptan su don de gracia.
Por lo que escribió a Timoteo, también se manifiesta que Pablo entendía que la salvación era para todos los hombres:
Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador,
el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (1 Timoteo 2:3–4.)
En vista, pues, de que “Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”, no hay sino una razón por la cual no todos los hombres serán salvos, y es que por tener ellos el derecho de escoger por sí mismos, pueden escoger lo malo en lugar de lo bueno. De manera que, no hay ningún grupo que haya sido predestinado para salvarse, porque si Dios “quiere que todos los hombres sean salvos”, ¿cómo puede haber un grupo predestinado?
En su epístola a los hebreos, Pablo aclara un poco más que la salvación es para todo el que obedece al Cristo:
Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Hebreos 5:8–9.)
De modo que si Cristo aprendió la obediencia por las cosas que padeció, así también todos los hombres deben obedecerlo si desean obtener la salvación eterna.
Es evidente que Pablo sabia que la “gracia” era para “todos los hombres”. Por consiguiente, no sólo unos pocos que han sido predestinados van a recibir según sus obras, sino todos:
Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (Romanos 5:18.)
Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Corintios 5:10.)
El mismo escritor nos informa, además, qué es “el justo juicio de Dios”, y dice que para El “no hay acepción de personas”:
Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios,
el cual pagará a cada uno conforme a sus obras:
vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad,
pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a ¿a verdad, sino que obedecen a la injusticia;
tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego,
pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego;
porque no hay acepción de personas para con Dios. (Romanos 2:5–11.)
Durante su ministerio, Jesús explicó claramente que su evangelio de salvación era para todos:
Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:
¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;
y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles:
Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.
Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento.
¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido.
Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. (Lucas 15:3–10.)
Después que Jesús hubo orado a su Padre por sus Apóstoles, dijo:
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17:20–21.)
Los Apóstoles invitaron a todos a participar de la salvación
Jesús envió sus Apóstoles a todo el mundo, con instrucciones de invitar a todas las naciones a que aceptasen su evangelio:
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. (Marcos 1 6:15–16.)
Si únicamente un número determinado está predestinado a ser salvo, cuán irrazonable fue que Jesús instruyera a sus Apóstoles a que predicaran “el evangelio a toda criatura”.
Juan el Teólogo vio la potencia que se daría al Cordero de Dios para combatir contra los reyes de este mundo, y los que acompañarán al Cordero serán los llamados, y elegidos, y fieles:
Pelearán (los reyes de este mundo) contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles. (Apocalipsis 17:14; énfasis agregado.)
De modo que el evangelio de salvación ha sido puesto al alcance de todos los hijos de nuestro Padre, y a cada cual se concede el derecho de escoger por sí mismo, como se expresa en las palabras del poeta:
El hombre tiene libertad
de escoger lo que será;
mas Dios la ley eterna da,
que El a nadie forzará.
El con cariño llamará,
y luz en abundancia da;
diversos dones mostrará,
mas fuerza nunca usará.
—William C. Gregg.
Himnos de Sión, N° 92.
























