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La Ley de los Diezmos
La ley económica del Señor
Parece que el Señor tenía por objeto llevar a cabo dos propósitos mayores cuando dio la ley de los diezmos a su Iglesia en estos últimos días:
Primero: es la manera más equitativa de sostener su Iglesia; pues la carga se distribuye de acuerdo con la habilidad que cada cual tiene para contribuir, y el centavo de la viuda es considerado de tanto valor como la pieza de oro del rico.
Segundo: pone a prueba la fe de su pueblo; pues la obediencia a la ley de los diezmos viene acompañada de una bendición prometida. Por consiguiente, es la ley del Señor para bendecir a su pueblo.
Como respuesta a su plegaria, “Oh, Señor, indica a tus siervos cuánto requieres de las propiedades de tu pueblo como diezmo”, el Señor dio esta revelación al profeta José Smith en Far West, Misuri, el 8 de julio de 1838:
De cierto, así dice el Señor, requiero que todos sus bienes sobrantes se pongan en manos del obispo de mi iglesia en Sión,
para la construcción de mi casa, para poner el fundamento de Sión, para el sacerdocio y para las deudas de la Presidencia de mi iglesia.
Y esto será el principio del diezmo de mi pueblo.
Y después de esto, todos aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será por ley fija perpetuamente, para mi santo sacerdocio, dice el Señor.
De cierto os digo, acontecerá que todos los que se reúnan en la tierra de Sión serán diezmados de todas sus propiedades sobrantes y observarán esta ley, o no serán considerados dignos de permanecer entre vosotros.
Y os digo que si mi pueblo no observa esta ley para guardarla santa, ni me santifica la tierra de Sión por esta ley, a fin de que en ella se guarden mis estatutos y juicios, para que sea la más santa, he aquí, de cierto os digo, no será para vosotros una tierra de Sión.
Y esto servirá de modelo a todas las estacas de Sión. Así sea. Amén. (D. y C., Sec. 119.)
El propósito y uso de los diezmos
Mientras los Santos de los Ultimos Días se esforzaban por establecer a Sión en la tierra de Misurí, cumplieron con este requerimiento dado del Señor y entregaron toda su propiedad sobrante al obispo de Su Iglesia en Sión. Desde esa época han tratado de cumplir con esta “ley fija” que les fue dada como perpetua:
Y después de esto, todos aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será por ley fija perpetuamente, para mi santo sacerdocio, dice el Señor. (D. y C. 119:4.)
En esta revelación el Señor indicó el objeto para el cual se han de utilizar los diezmos:
Para la construcción de mi casa, para poner el fundamento de Sión, para el sacerdocio y para las deudas de la Presidencia de mi Iglesia. (D. y C. 119:2.)
El Señor también designé quién o quiénes serán responsables del desembolso de los diezmos:
Disponga de ellos un consejo integrado por la Primera Presidencia de mi Iglesia, por el obispo y su consejo, y por mi sumo consejo, así como por mi propia voz dirigida a ellos, dice el Señor. (D. y C. Sec. 120.)
En una revelación dada al profeta José Smith en Kirtland, Ohio, el 11 de septiembre de 1831, el Señor explicó claramente la importancia de observar la ley de los diezmos:
He aquí, el tiempo presente es llamado hoy hasta la venida del Hijo del Hombre; y en verdad, es un día de sacrificio y de requerir el diezmo de mi pueblo, porque el que es diezmado no será quemado en su venida. (D. y C. 64:23.)
¿Cómo podremos evitar que arda nuestra conciencia dentro de nosotros, a la “venida del Hijo del Hombre”, al darnos cuenta de que no contribuimos ni con un centavo para el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra? Y con mayor particularidad, al comprender que todo lo que poseemos el Señor nos lo ha dado, porque El creó la tierra y su plenitud, y nos dio nuestra vida y nuestra existencia sobre la tierra, y prometió que podríamos heredar la tierra eternamente si éramos fieles. ¿No debemos, pues, estar dispuestos a pagar algo por esta herencia? Es la cosa más común que un hombre pague, en esta vida, una cantidad de dinero durante un período de diez hasta veinticinco años, a fin de comprar una pequeña porción de terreno para su uso mientras viva sobre la tierra. ¿Debe ser menos su interés en adquirir una herencia eterna?
El pago de los diezmos desarrolla la fe
El Señor siempre ha entendido que al pedirle a uno que entregue, como evidencia de su fe religiosa, parte de los bienes que haya ganado en este mundo, se requiere en el cumplidor una medida considerable de fe y obediencia. Por tanto, a fin de desarrollar y probar la fe de sus hijos, se les dio la ley del sacrificio, aun cuando el Señor no necesitaba su don para el sostenimiento de su Iglesia.
Tenemos, por ejemplo, el caso de Caín y Abel, a quienes se dio la ley de sacrificio:
Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová.
Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda;
pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?
Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta... (Génesis 4:3-7.)
El Señor no necesitaba el fruto de la tierra que trajo Caín, ni las primicias de los rebaños de Abel, pues eran ofrecidos en holocausto al Señor; mas era preciso que Caín y Abel hicieran este sacrificio para demostrar su amor hacia Dios y su fe en El.
Si se leen cuidadosamente estos pasajes, se verá que el corazón de Abel era recto, de modo que trajo “de los primogénitos de sus ovejas, y de lo más gordo de ellas”, mientras que la ofrenda de Caín fue hecha a instancias de Satanás. (Véase Moisés 5:18.) De ahí, que “miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante”, y se le llenó el corazón de tinieblas, y mató a su hermano Abel.
Ahora consideremos la conversación que Jesús sostuvo con el joven rico:
Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?
El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.
Y dijo: ¿Cuáles?… (Mateo 19:16-18.)
Jesús entonces le enumeré la mayor parte de los Diez Mandamientos, a lo cual el joven contestó:
Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?
Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a tos pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.”
Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. (Mateo 19:20-22.)
Conviene notar que el joven rico preguntó: “¿Qué bien haré para tener la vida eterna?” Fue entonces cuando Jesús le respondió que guardara los mandamientos. Al informarle el joven que había hecho eso desde su juventud, “Entonces (según el evangelio de Marcos) Jesús, mirándole, le amó”. (Marcos. 10:21.) ¡Qué admirable! Jesús ama a todo hombre que guarda los mandamientos, pero al mismo tiempo quiso enseñarle la ley de la perfección, por lo que, contestando la siguiente pregunta del joven: ¿Qué más me falta?”:
Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.
Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. (Mateo 19:21-22.)
En este caso, el Salvador enseñó al joven rico que debería estar dispuesto a sacrificar todo lo que tenía, incluso su tiempo, y seguir a Jesús para poder lograr la perfección. El evangelio de Jesucristo, cual ha sido restaurado a la tierra en estos últimos días, no sería perfecto si no estipulase todos los requerimientos que deben cumplir los hijos de nuestro Padre para alcanzar la perfección, porque esto fue lo que Jesús enseñó:
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mateo 5:48.)
Esta consideración del caso del joven rico nos habilitará para entender mejor otra enseñanza del Maestro:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo 6:24.)
Abel prefirió servir al Señor, “y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda”. Aparentemente, Caín sentía en su corazón más cariño por las riquezas, y su ofrenda no fue aceptada. El joven rico no pudo separarse de sus posesiones terrenales y, ejerciendo de esta manera su libre albedrío, “se fue triste, porque tenía muchas posesiones”; y con ello manifestó que preferiría servir a las riquezas más bien que a Dios, demostrando de esa manera que no podía vivir de acuerdo con la ley de perfección que Jesús quiso enseñarle.
La Iglesia de Jesucristo provee la oportunidad a todos los hombres de indicar lo que prefieren. Jesús lo explicó claramente:
No os afanéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
Porque ¿os gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre Celestial 8abe que tenéis necesidad de todas esas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mateo 6:31-38.)
La ley de los diezmos en Israel antiguo
Los profetas de Israel observaron la ley de los diezmos. Abraham pagó diezmos a Melquisedec.
Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo,
a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz…
Considerad, pues, cuán grande era éste, a quien aun Abraham el patriarca dio diezmos del botín. (Hebreos 7:1, 2,4.)
El Señor dio este mandamiento a los hijos de Israel en el Monte de Sinaí:
Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová. (Levítico 27:30.)
Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año.
Y comerás delante de Jehová tu Dios en el hogar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días. (Deuteronomio 14:22-23.)
De modo que el objeto que se procuraba en aquella época era, como lo es en la actualidad: “Para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días”.
Y cuando este edicto fue divulgado, los hijos de Israel dieron muchas primicias de grano, vino, aceite, miel, y de todos los frutos de la tierra; trajeron asimismo en abundancia los diezmos de todas las cosas. (2 Crónicas 31:5.)
Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos. (Proverbios 3:9.)
Jacob prometió devolver al Señor la décima parte de cuanto le diera:
Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti. (Génesis 28:22.)
Se designó a los hijos de Leví para recibir los diezmos:
Ciertamente los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio, tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos también hayan salido de los lomos de Abraham. (Hebreos 7:5.)
Oposición a la ley de los diezmos en tiempos modernos
Cuando los Santos de los Ultimos Días primeramente enseñaron la ley de los diezmos como parte del evangelio de Jesucristo, se les opusieron clérigos y seglares, diciendo que los diezmos pertenecían a la ley de Moisés, la cual se había cumplido en Cristo, y no era parte de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Sin embargo, Jesús amonestó a no descuidar el pago de los diezmos:
Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. (Mateo 23:28; véase también Lucas 11:42.)
Mas la oposición ha cesado ya, y muchas de las iglesias han intentado adoptar la ley de los diezmos.
Nosotros sabemos que el diezmo pertenece al evangelio de Jesucristo, pues, como ya hemos indicado, el Señor dio este principio por revelación a su Iglesia mediante su profeta de esta dispensación, y lo dio “por ley fija perpetuamente”. (D. y C. 119:4.)
Israel volverá a la ley de los diezmos
Además, entendemos el tercer capítulo de Malaquías (dado también a los nefitas, 3 Nefi, capitulo 24), el cual vamos a considerar en seguida:
He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.
¿Y quien podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.
Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a tos hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda con justicia.
Y será grata a Jehová la ofrenda de Judá y de Jerusalén, y como en los días pasados, y como en los años antiguos.
Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra tos que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos.
Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos. (Malaquías 3:1-6.)
Estos pasajes encierran una promesa bastante clara de que el Señor ha de enviar a su mensajero para preparar el camino delante de El, y que entonces vendrá luego o repentinamente a su templo. Esto no pudo referirse a su primera venida, porque no vino repentinamente a su templo en esa época.
Mas el Señor ha enviado a su mensajero en estos últimos días, como hemos indicado ya. Cuando Jesús venga por segunda vez a reinar sobre la tierra por mil años, como ha prometido, vendrá repentinamente a su templo.
Todos pudieron sufrir el tiempo de su primera venida, pero cuando vuelva a aparecer, su juicio estará en sus manos, y los inicuos temerán su venida y clamarán a las piedras que los escondan, como lo declara Juan el Teólogo:
Y decían a tos montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero;
porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:16-17.)
Malaquías también nos dice que el Señor llegará para hacer juicio (versículo 5), y todo esto se refiere no a su primer advenimiento, sino al segundo.
El Señor, por boca del mismo profeta, ha indicado que El, es decir, el Señor, no se muda; y da a entender que por esa razón no habían sido consumidos los hijos de Jacob (vers. 6). (No debemos olvidar las promesas del Señor hechas a Jacob y su posteridad, como lo hemos discutido previamente.)
De modo que nos hallamos en mejor posición de entender por qué el Señor insta a los hombres a que se arrepientan:
Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?
¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.
Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. (Malaquías 3:7-9.)
Así fue como el Señor, al hablar a Israel o a los descendientes de Jacob, los acusó de haberse desviado de sus ordenanzas y de no haberlas obedecido. Entonces los invitó a que se tornasen a El, y a su vez prometió tornarse a ellos. No se trata de una promesa vana. ¿Cómo podía resistir Israel? En seguida, el Señor acusa a toda la nación de Israel de haberlo robado. También les indica en qué lo han robado: “En vuestros diezmos y ofrendas”.
Toda la nación de Jacob o Israel, hasta donde sabemos, se había apartado de la observancia de este principio cuando el Señor envió a su mensajero a restaurar el evangelio en los últimos días. Sin embargo, uno de los pasos de este restablecimiento es la invitación que el Señor extiende a Israel de tornarse a El en el pago de sus diezmos y ofrendas. Leamos esta promesa:
Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. (Malaquías 8:10, 11.)
¡Qué promesa tan maravillosa! ¿Cómo puede persona o pueblo alguno, que tenga fe en Dios, rechazar o negarse a aceptar esta invitación?
Los Santos de los Ultimos Días, que son contados entre los descendientes de Jacob, han aceptado esta invitación. El Señor ha cumplido con sus promesas y ha hecho que el desierto y los lugares secos sean fértiles y florezcan como la rosa. Y por motivo de estas bendiciones que ha recibido del Señor, la gente ha podido contribuir liberalmente con sus recursos y sus talentos para llevar a cabo la grande obra de la Iglesia y enviar misioneros a las naciones de la tierra para que proclamen las buenas nuevas de la restauración del evangelio a aquellos hijos de nuestro Padre Celestial que no han tenido el privilegio de escucharlo.
Cuando Malaquías declaró esta promesa del Señor a aquellos a quienes El iba a enviar su mensajero para preparar el camino delante de El, pareció ver que aceptarían la invitación del Señor de tornarse a El, y nos describe el cumplimiento de la promesa en ellos:
“Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.” (Malaquías 3:12.)
Una observación de un ministro en cuanto a los diezmos
Hace unos años, mientras obraba en el campo de la misión, el autor asistió a una reunión celebrada en una de las ciudades principales de los Estados Unidos. Un ministro ambulante, que viajaba de ciudad en ciudad para este objeto, habló sobre la ley de los diezmos a esta congregación particular con objeto de desembarazar a su iglesia de sus deudas. Tomó por texto este tercer capítulo de Malaquías y explicó a la gente que el diezmo era la ley del Señor para bendecir a su pueblo. Les aseguró que si pagaban sus diezmos solamente por diez meses, lograrían liquidar todas las deudas de su iglesia, y el Señor los bendeciría como había prometido.
Al concluir la reunión, el autor tuvo el privilegio de ser presentado a este ministro y aprovechó la oportunidad para hacerle la observación de que se estaba aproximando a la verdad; que los Santos de los Ultimos Días habían estado practicando el principio de los diezmos por más de cien años con mucho éxito; pero que no pudo entender una parte de su sermón: si el diezmo era el plan del Señor para bendecir a su pueblo, por qué no les aconsejó que pagaran sus diezmos toda la vida; pues si tenía la virtud para traerles las bendiciones del Señor durante diez meses, cuánto mejor sería recibirlas por toda la vida. A esto el ministro contestó: “No podemos llegar hasta ese extremo todavía; quedaremos satisfechos si logramos que paguen sus diezmos durante diez meses.”
De nuevo, la manera del Señor es mejor que la del hombre, y no obtuvimos los detalles y aplicación de esta verdad por la lectura de las Escrituras, sino por medio de las revelaciones del Señor a su profeta de esta dispensación.
Bendiciones prometidas mediante el pago de los diezmos
Refirámonos una vez más al tercer capítulo de Malaquías. Aun cuando el Señor invita a los descendientes de Jacob a que se tornen a El en el pago de sus diezmos y ofrendas, asegurándoles que si lo prueban con hacerlo, El abrirá las ventanas de los cielos y derramará bendiciones sobre ellos, es razonable suponer que si el Señor fuera a recompensar a cada uno inmediatamente por su obediencia, o lo castigara inmediatamente por su desobediencia, todos guardarían sus mandamientos, aunque solamente fuese por la esperanza de recibir algo o por el temor de ser castigados. El Señor sabía que podría ocurrir tal situación. Por consiguiente, causó que Malaquías amonestara en contra de ello en estos términos:
Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti?
Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?
Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon.
Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.
Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve.
Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. (Malaquías 3:13-18.)
De manera que al querer razonar el asunto, indicaron que los impíos o los soberbios eran bienaventurados, y posiblemente prosperaban más que aquellos que servían al Señor. (Suponemos que Malaquías está refiriéndose aún al pago de los diezmos, pues todo este capítulo parece hablar de este tema y su importancia.)
Por tanto, parece que el deseo final del Señor es que ninguno se inquiete por causa de argumentaciones actuales, sino que mediante su fidelidad quede inscrito su nombre en su “libro de memoria”, a fin de que sea suyo cuando venga a reclamar su especial tesoro; y asegura que entonces podrán conocer la diferencia “entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve”.
Estamos convencidos, de que el que acepta la invitación del Señor de volver a El no se sacrifica más con pagar sus diezmos que el agricultor cuando siembra su semilla en la tierra. Ambos actos requieren fe; y tanto el uno como el otro traerán su recompensa.
EL DIEZMO
No toca a mí guardarlo ni gastarlo,
No toca a mí cederlo ni prestarlo,
El diezmo que el Señor de mí requiere
Por toda bendición que me confiere.
Puede El guardarlo o emplearlo
Como El, no yo, disponga utilizarlo,
El diezmo que el Señor de mí requiere
Por toda bendición que me confiere.
Todo me da, pero El mi alma mide
Con esta parte pequeña que me pide,
El diezmo que el Señor de mí requiere
Por toda bendición que me confiere.
De lo mejor que de El he recibido
Apartaré el diezmo que ha pedido,
El diezmo que el Señor de mí requiere
Por toda bendición que me confiere.
—George H. Brimhall
























