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Por sus frutos los conoceréis
(Conclusión)
Los discípulos de Cristo han de ser perseguidos
Considerando la vida y realizaciones superiores de los fieles miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, de lo cual sólo se pudo hablar brevemente en el capítulo anterior, el que no entiende que los discípulos de Cristo tienen por patrimonio el ser perseguidos y calumniados, no podrá acertar la causa de la persecución casi sin paralelo que han sufrido los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Desde el primer momento en que José Smith, a la edad de catorce años, anuncié que había visto a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo en una visión sagrada, las fuerzas de la maldad se combinaron en contra de él y de aquellos cuya fe los hizo abrazar la verdad restaurada. Por qué tenía que ser perseguido y calumniado en tal forma era algo que el propio joven José Smith no podía entender. Citamos sus propias palabras concernientes al asunto:
Sin embargo, no tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en contra de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor; y aunque no era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad, y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, sin embargo, tos hombres en altas posiciones se fijaban en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra y provocar con ello una amarga persecución; y esto fue general entre todas las sectas: todas se unieron para perseguirme.
En aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, y frecuentemente lo ha sido desde entonces, cuán extraño que un muchacho desconocido de poco más de catorce años, y además, uno que estaba bajo la necesidad de ganarse un escaso sostén con su trabajo diario, fuese considerado persona de importancia suficiente para llamar la atención de los grandes personajes de las sectas más populares del día; y a tal grado, que suscitaba en ellos un espíritu de la más rencorosa persecución y vilipendio. Pero, extraño o no, así aconteció; y a menudo fue motivo de mucha tristeza para mí. (José Smith—Historia 22–23.)
Esta persecución y escarnio han sido la herencia de todos aquellos que han creído y aceptado el testimonio de José Smith.
Nos hemos referido al espíritu invisible que ha obrado en el corazón de los hijos de los hombres después de la venida de Elías el Profeta, Moisés y Elías, mediante el cual se ha hecho posible la gran obra de redención que los vivos efectúan a favor de los muertos, el recogimiento de Israel en los últimos días y la predicación del evangelio en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, por vía de preparación para la venida de Cristo en gloria con todos los santos ángeles, de conformidad con lo que se ha prometido.
No debemos pasar por alto el hecho de que también en el mundo está obrando un poder maligno. Cuando Satanás fue echado a la tierra, llevó tras sí a la tercera parte de los espíritus del cielo, cuya misión especial consiste en destruir la obra del Señor e impedir que los que vengan a la tierra se muestren dignos de volver a la presencia del Señor. Notemos las siguientes declaraciones de las Escrituras:
¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo. (Apocalipsis 12:12.)
Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. (Apocalipsis 12:4.)
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;
pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo.
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (Apocalipsis 12:7–9.)
Es evidente, pues, que la influencia de Satanás en el mundo de los espíritus fue tan grande que llevó tras sí a “la tercera parte” de los espíritus que lo siguieron, “y Satanás, el cual engaña al mundo entero, fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”. Juan el Apóstol, autor de estas palabras, entendía claramente que Satanás tendría poder para engañar a todo el mundo.
También el profeta Isaías testificó de la ambición de Satanás de querer engañar a todo el género humano:
¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.
Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a tos lados del norte;
sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.
Se inclinarán hacia ti los que te vean, te contemplarán diciendo: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos;
que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel? (Isaías 14:12–17.)
¡Imaginemos la historia que se podría escribir acerca de las actividades de Satanás con objeto de llevar a cabo precisamente las cosas que Isaías profetizó! Lucifer ha caído de los cielos; ha debilitado las naciones; ha decretado ensalzar su trono junto a las estrellas de Dios y ser semejante al Altísimo; ha puesto el mundo como un desierto y asolado sus ciudades.
Juan el Teólogo declaró que el dominio de Satanás en la tierra sería casi universal.
Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. (Apocalipsis 18:7.)
Para poder tener dominio sobre los reinos del mundo, el plan de Satanás consiste en destruir a todos aquellos que en alguna manera pueden resistir su poder. De ahí, que ha incitado el corazón de los hombres a que destruyan a los profetas y siervos de Dios, cuyos mandamientos él tendrá que obedecer. Queriendo destruir a Jesús e impedir el establecimiento de su reino sobre la tierra, instigó el corazón de Herodes para que mandara matar a todos los niños menores de dos años. Habiéndose malogrado su intención, continuó influyendo en hombres perversos para que persiguieran a Jesús hasta que por fin fue muerto: no porque hubiese cometido alguna maldad, sino porque estorbaba la supremacía continua de Satanás sobre los reinos de este mundo. Los Apóstoles sufrieron una suerte igual, con excepción de Juan el Amado, al cual su Maestro le prometió que podría permanecer hasta que volviese en su gloria. Igual destino sobrevino a los santos que eran quemados como antorchas y echados a las fieras salvajes por los romanos. Ninguno de éstos había hecho mal; no había en su corazón sino bendiciones para todos sus semejantes. Sin embargo, eran enemigos peligrosos de Satanás y de la continuación de su poder en la tierra. Jesús sabía que así iban a sufrir aquellos que estuviesen dispuestos a tomar sobre sí su nombre y seguirlo:
No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.
Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;
y los enemigos del hombre serán los de su casa. (Mateo 10:84-36.)
En la restauración de su evangelio en estos postreros días, esta afirmación del Salvador ha resultado igualmente cierta, como lo pueden testificar muchos Santos de los Ultimos Días. Un gran número de ellos han sido despedidos de sus propios hogares por sus padres, sin más razón que por el hecho de haberse unido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Sin entender cómo obra Satanás en los pensamientos de los hombres para realizar sus propósitos y destruir la obra del Señor, sería difícil comprender estos acontecimientos. Los padres siguen a sus hijos aun hasta el patíbulo, y sin embargo, les vuelven la espalda cuando aceptan la verdad. Una madre, terriblemente perturbada porque su hija quería unirse a la Iglesia, expresó al autor: “No puedo comprenderlo; siempre ha sido nuestra hija más buena.”
Los fieles habrían de ser afligidos, muertos y odiados por causa de su nombre
Cuando Jesús se apartó del templo, declaró a sus discípulos que no quedaría una piedra sobre la otra que no fuese derribada:
Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (Mateo 24:8.)
Se notará que se hacen tres preguntas en el pasaje anterior: (1) ¿Cuándo será destruido el templo?; (2) ¿qué señal habrá de su venida?; (3) ¿cuál será la señal que indique el fin del mundo? Entonces Jesús se pone a contestar estas preguntas. Al darles las señales de su segunda venida, les dice que habrá guerras y rumores de guerra; que “se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes y hambres, y terremotos en diferentes lugares”. (Mateo 24:6-7.) Luego añade:
Y todo esto será principio de dolores.
Entonces os entregarán a ser tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. (Mateo 24:8–9.)
Por tanto, si uno cree las palabras de Jesús, también debe creer que sus discípulos, que se enviarán para preparar el camino de su segunda venida, serán entregados para recibir tribulación, serán muertos y serán aborrecidos de todas las gentes por causa de su nombre. En este respecto La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días comparte la misma suerte que La Iglesia de Jesucristo de los santos de antaño, según el testimonio del apóstol Pablo; pues cuando era llevado preso a Roma, convocó a los príncipes de los judíos, los cuales dijeron; “Pero querríamos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella.” (Hechos 28:22.)
Jesús bien sabía que la guerra iniciada en el cielo, donde Satanás había acaudillado las fuerzas que se opusieron a la verdad, continuaría aquí sobre la tierra. Por tanto, dijo a sus discípulos:
Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán: si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. (Juan 15:18–21.)
Por la manera en que hoy podemos juzgar las cosas, sin que en esta consideración entre el asunto de personalidades, parece increíble que Jesús, “el cual anduvo haciendo bienes” (véase Hechos 10:38) y bendiciendo a la gente, se viera sujeto a tal persecución, y por último padeciera la crucifixión de manos de aquellos que deberían haber sido sus amigos. En el advenimiento de Jesús, Satanás vio la fundación de un movimiento que por último significaría la destrucción de su dominio en la tierra. Por tanto, en el corazón egoísta de los maestros espirituales de la gente, a quienes el pueblo estaba presto para seguir, él hizo nacer el deseo de oponerse a Jesús y sus discípulos. De modo que Satanás impulsó la oposición contra Jesús y sus discípulos, obrando por conducto de los príncipes espirituales de la gente de aquella época. Lo mismo sucedió en el asunto de la oposición contra el profeta José Smith y la obra que el Señor estableció en la tierra en esta última dispensación, como también contra aquellos que han aceptado su mensaje. Estas persecuciones, expulsiones y asesinatos han tenido pocos paralelos en la historia del mundo. Jesús debe haber estado pensando en todo esto cuando dijo:
Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas: y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros de ellos azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad. (Mateo 23:34.)
Entonces el Señor, condoliéndose de su pueblo, se expresó en estos términos:
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor. (Mateo 23:37–39.)
Se verá, pues, que en’ las persecuciones sufridas por los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, la historia no está sino repitiéndose. Las palabras de Jesús se están cumpliendo; todos los que buscan la verdad deben prestar atención a sus palabras amonestadoras: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.” Nuestro testimonio es que El nuevamente ha enviado a sus siervos en su nombre en esta dispensación y que éstos tienen el mismo mensaje de vida eterna para ofrecer a todos los hombres dondequiera que estén.
De manera que nuestro conocimiento del decreto de Satanás de querer ser “semejante al Altísimo” y ensalzar su trono “junto a las estrellas de Dios”, engañando a todo el mundo y matando a los profetas y hombres sabios que son enviados a la gente, nos permite entender las persecuciones que han padecido los profetas y santos de Dios de esta dispensación así como los del Meridiano de los Tiempos; y esto a pesar de los sacrificios que han hecho para mostrarse dignos de la gran confianza que se ha depositado en ellos al entregárseles el evangelio en esta dispensación para que lleven este mensaje a todas las naciones de la tierra. Su corazón ha estado lleno de amor y bendiciones hacia todos los hombres: no han hecho mal a nadie. Juzgando únicamente según el razonamiento humano, no ha habido ninguna justificación para las persecuciones que han tenido que padecer, ni la actitud hostil del mundo hacia ellos. No puede haber sino una respuesta, y ésta es la que Jesús expuso cuando afirmó:
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. (Juan 15:19.)
De manera que una de las señales por las cuales se puede reconocer a los verdaderos discípulos de Cristo es, como El enseñé: “Seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre.” (Mateo 24:9.)
La persecución por causa del matrimonio plural
Puede haber quienes crean que la causa de la actitud desfavorable del mundo hacia La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días se debe a su creencia en el matrimonio plural y su práctica en los primeros días de la Iglesia. Sin embargo, esto no puede ser cierto, ya que José Smith fue perseguido desde la época en que tenía catorce años de edad, cuando relaté a algunos de los ministros, que él consideraba sus más caros amigos, la visión que había recibido, en la que el Padre y el Hijo le aparecieron. Desde ese día fue ridiculizado y escarnecido; fue encarcelado una vez tras otra sin causa; fue cubierto de brea y emplumado. El y los que creyeron en su testimonio fueron expulsados de Ohio, después de Misurí y por último de Nauvoo, Illinois. Todas estas pruebas y persecuciones ocurrieron antes que se diera a saber la revelación del Señor sobre el tema del matrimonio plural, aun a los miembros de la Iglesia. Fue el 6 de abril de 1830 cuando se organizó la Iglesia, y la fecha que el profeta José Smith dio la revelación que recibió del Señor sobre el asunto de la eternidad del convenio del matrimonio y la pluralidad de esposas fue la del 12 de julio de 1843, en Nauvoo, Illinois (D. y C. Sección 132), poco menos de un año antes de su martirio el 27 de junio de 1844. De manera que la actitud de la Iglesia hacia este principio apenas se conocía públicamente, y esto no fue sino hasta que los santos fueron arrojados de Nauvoo, Illinois, y se establecieron en las Montañas Rocosas.
¿Qué dirá la gente del mundo cuando se manifiesten todas las cosas en su aspecto verdadero y se dé a saber cómo se relacionan con el Señor y su gran obra, y cuando sepan que fue El quien enseñó este principio al profeta José Smith, y que encierra un aspecto y propósito sagrados y religiosos, más bien que servir para satisfacer las concupiscencias de los hombres? Sólo unos pocos de los miembros de la Iglesia vivieron de acuerdo con el principio del matrimonio plural:
nunca fue más del tres por ciento. Grande debe haber sido la convicción del noventa y siete por ciento de los miembros de la Iglesia que los conservó firmes en su testimonio de la divinidad de las enseñanzas del profeta José Smith, aun cuando veían que algunos de los miembros estaban viviendo de acuerdo con este principio. Para ellos era evidente que los que lo estaban practicando eran de la gente más fina de la comunidad, y que sus hijos y los de los matrimonios monógamos eran iguales en todo respecto. Los miembros de la Iglesia que estaban más familiarizados con este principio eran los que menos se ofendían porque se practicaba.
Bajo la dirección inspirada de Wilford Woodruff, en esa época Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, se expidió el “Manifiesto” el 24 de septiembre de 1890, en el cual se amonestaba a los miembros de la Iglesia a refrenarse “de contraer matrimonios prohibidos por la ley del país”. Ante una conferencia general de la Iglesia, celebrada el día 6 de octubre de 1890, el presidente Lorenzo Snow ofreció la siguiente proposición:
Propongo que, reconociendo a Wilford Woodruff como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, y el único hombre sobre la tierra que actualmente tiene las llaves de las ordenanzas para sellar, lo consideremos plenamente autorizado, en virtud de su posición, para expedir el Manifiesto que se nos ha leído, el cual lleva la fecha del 24 de septiembre de 1890; y que como Iglesia, reunida en conferencia general, aceptemos su declaración en cuanto a los matrimonios polígamos como autorizada y obligatoria. (The Deseret Weekly, 11 de octubre de 1890.)
El voto a favor de la proposición anterior fue unánime.
El año siguiente, en un discurso pronunciado ante los miembros de la Iglesia en Logan, Utah, el 1 de noviembre de 1891, el presidente Wilford Woodruff hizo una relación notable de la “visión y revelación” que lo condujeron a preparar la declaración oficial conocida como el “Manifiesto”:
El Señor me manifestó por visión y revelación precisamente lo que iba a suceder si no cesábamos esta práctica…
Sé que en esta Iglesia hay muchos hombres buenos, y probablemente algunos de ellos en posiciones elevadas, que han pasado por esta prueba y opinan que el presidente Woodruff ha perdido el Espíritu de Dios y está a punto de apostatar. Pues deseo que entendáis que no ha perdido el Espíritu, ni está por apostatar. El Señor está con él y con este pueblo. Me ha dicho exactamente lo que se ha de hacer, y lo que resultaría de no hacerlo… Deseo manifestar lo siguiente: Habría permitido que todos los templos pasaran de nuestras manos; yo mismo habría sido encarcelado y habría sido la causa de que todos los demás hombres también lo fuesen, si el Dios de los cielos no me hubiese mandado hacer ¿o que hice; y cuando llegó la hora en que se me mandó hacerlo, lo entendí claramente. (Deseret Weekly, 14 de noviembre de 1891.)
Desde el día en que se expidió el Manifiesto y los miembros lo aceptaron mediante su voto, la Iglesia se ha opuesto en forma definitiva a la práctica del matrimonio plural, al grado de excomulgar a los miembros que han sido culpables de violar las instrucciones respecto a este asunto.
























