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La personalidad del
Padre y el Hijo
El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios
La sencilla historia relatada por el profeta José Smith respecto de su entrevista con el Padre y el Hijo nos permite entender con mayor claridad las enseñanzas de la Biblia referentes a este importante asunto. Sin embargo, se debe tener presente que este conocimiento no lo recibió el Profeta del estudio de las Escrituras. Empleamos la Biblia únicamente para mostrar que la historia del joven concuerda en todo sentido con las enseñanzas de dicho libro, algunas de las cuales consideraremos en seguida:
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Génesis 1 :26–27.)
Se ha intentado explicar que esta creación fue únicamente a imagen y semejanza espiritual de Dios, pero después de leer la sencilla historia de José Smith, uno se pregunta en qué forma podría un historiador hacer una descripción más clara, más fácil de entender, de lo que sucedió al tiempo de la creación del hombre, especialmente cuando uno lee:
“Y vivió Adán ciento y treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set.” (Génesis 5:3.)
José Smith descubrió que había sido creado tan literalmente a imagen y semejanza de Dios y Jesucristo, como Set fue engendrado a la imagen y semejanza de su padre Adán.
El testimonio de Moisés sobre la personalidad de Dios
Así también, lo que experimentaron Moisés, sus compañeros y setenta de los ancianos de Israel parece ahora más razonable y fácil de entender:
Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel;
y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando esta sereno. (Exodo 24: 9–10.)
Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés.
Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba.
Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero… (Exodo 33:9–11.)
¿Puede exigírsele a un historiador, cualquiera que sea, una descripción más clara de este acontecimiento, cuando ya ha dicho que el Señor y Moisés hablaron el uno con el otro “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”? ¿Hay necesidad de explicar cómo habla un hombre con su compañero? El Padre y el Hijo hablaron con José Smith “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”. Sólo por el hecho de que efectivamente Dios creó al hombre a su imagen y semejanza fue posible que así sucediera. ¿Qué otra imagen o semejanza podría ser tan admirable?
Testimonio de Pablo en cuanto a la personalidad de Dios
Pablo el Apóstol intentó aclarar la clase de persona que es Dios, diciendo que su Hijo, Jesucristo, es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia”, y que “se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”. (Hebreos 1:3.) Esto, por supuesto, habría sido imposible si su Padre no tuviese una forma a cuya diestra su Hijo pudiera sentarse.
Esteban da su testimonio concerniente a la personalidad de Dios
La descripción de Dios que hace Pablo da el verdadero significado a las palabras que habló Esteban cuando lo estaban apedreando a muerte sus enemigos:
Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios,
y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. (Hechos 7:55–56.)
De modo que Esteban vio a dos personajes, separados y distintos; uno de ellos, el Hijo, a la diestra del otro, el Padre.
Juan testifica de la personalidad de Dios
Esto también concuerda con lo que se ha escrito respecto de la ocasión en que Jesús fue bautizado por Juan:
Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.
Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mateo 3:16–17.)
Aquí se menciona a cada uno de los tres miembros de la Trinidad distinta y separadamente: (1) Jesús, que salía del agua; (2) el Espíritu Santo, que descendía como paloma; (3) la voz del Padre desde los cielos, que expresaba su amor y aprobación de su Hijo Amado. ¿Cómo será posible que uno crea que estos tres son una misma persona sin cuerpo ni forma?
El Señor resucitado
Fijemos ahora nuestra consideración en el Señor resucitado. Si en la actualidad no tiene su cuerpo de carne y huesos que fue depositado en la tumba, debe haber muerto por segunda vez; porque cuando María Magdalena y la otra María vinieron al sepulcro para ver el cuerpo de Jesús, hallaron que un ángel del Señor había descendido de los cielos y estaba sentado sobre la piedra que él había quitado de la entrada:
Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve…
Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.
No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. (Mateo 28:3, 5–6.)
Después de su re6urrección Jesús apareció a muchos. Mientras los once apóstoles se hallaban reunidos en Jerusalén, hablando de lo que había acontecido,
Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros.
Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu.
Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?
Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. (Lucas 24:86–39.)
Para mayor prueba de que era su propio cuerpo, tomó un pedazo de pez asado y un panal de miel y comió delante de ellos.
Con su cuerpo resucitado ascendió a los cielos a la vista de quinientos de los hermanos:
“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez…” (1 Corintios 15:6.)
Sus apóstoles lo vieron ascender al cielo, y los “dos varones” que “se pusieron junto a ellos con vestiduras blancas” afirmaron el hecho:
Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. (Hechos 1:10–11.)
Si Jesucristo y su Padre son un espíritu, sin cuerpo o forma, tan grande que llena el universo y tan pequeño que mora en todo corazón, como muchos creen y las iglesias enseñan, ¿cuál pues es el significado de la resurrección que se conmemora cada Domingo de Pascua en las iglesias cristianas? y ¿qué hizo con su cuerpo después que lo mostró a sus apóstoles y a otros?
El testimonio de José Smith tocante a la personalidad de Jesús
José Smith volvió a ver al mismo Jesús que sus discípulos vieron ascender al cielo después de su resurrección. Este es el testimonio que de El dan José Smith y Sidney Rigdon después de una visión que recibieron en Hiram, Ohio, el 16 de febrero de 1832:
Y mientras meditábamos estas cosas, el Señor tocó los ojos de nuestro entendimiento y fueron abiertos, y la gloria del Señor brilló alrededor.
Y vimos la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, y recibimos de su plenitud;
y vimos a los santos ángeles y a los que son santificados delante de su trono, adorando a Dios y al Cordero, y lo adoran para siempre jamás.
Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Qué vive!
Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;
que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios. (D. y C. 76:19–24.)
Notemos el parecido que lo anterior guarda con la Primera Visión de José Smith y con el testimonio del Padre al tiempo del bautismo de su Hijo Jesús. El Padre estaba hablando de su Hijo, pues son dos personas separadas y distintas. Si el Padre no hubiese tenido voz, no habría podido hablar.
Esta declaración ahora permanecerá como testimonio a todos aquellos a quienes llegue, hasta que El vuelva para reinar como “Señor de señores y Rey de reyes” (Apocalipsis 17:14).
La comprensión de la realidad de su existencia y personalidad da un significado verdadero a la promesa comprendida en el sermón que Cristo predicó en el monte:
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” (Mateo 5:8.)
Las Escrituras sobre la personalidad de Dios suelen ser mal interpretadas
Hay en la Biblia ciertas declaraciones que se han entendido mal, por lo que ha resultado un concepto erróneo de la personalidad y forma de Dios y de su Hijo Jesucristo. Conviene considerar algunas de ellas brevemente:
A Dios nadie le vio jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. (Juan 1:18.)
Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. (1 Juan 4:12.)
En la Versión Inspirada de la Biblia, obra del profeta José Smith, se lee el pasaje de esta manera:
A Dios nadie le vio jamás, salvo que haya dado testimonio del Hijo; porque si no es por él, nadie puede ser salvo. (Juan 1:19.)
También expresa de este modo el pasaje de 1 Juan 4:12:
Nadie ha visto jamás a Dios, sino el que cree. Si nos amamos unos a otros, Dios está en nosotros, y su amor es perfecto en nosotros.
Queda comprobado que José Smith entendía el verdadero significado de estos pasajes por las siguientes palabras de una revelación que recibió del Señor en Hiram, Ohio, en noviembre de 1831:
“Porque ningún hombre en la carne ha visto a Dios jamás, a menos que haya sido vivificado por el Espíritu de Dios.” (D. y C. 67:11.)
Esta doctrina recibió mayor aclaración en las visiones reveladas a Moisés y manifestadas más tarde al profeta José Smith:
Pero ahora mis propios ojos han visto a Dios; pero no mis ojos naturales, sino mis ojos espirituales; porque mis ojos naturales no podrían haber visto; porque me habría desfallecido y muerto en su presencia; mas su gloria me cubrió, y vi su rostro, porque fui transfigurado delante de él. (P. de G. P., Moisés 1:11.)
Está claro, pues, que el hombre puede ver a Dios solamente cuando es “vivificado por el Espíritu de Dios”. Aparentemente a esto se refería Juan cuando dijo:
Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.
No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. (Juan 6:45–46.)
El apóstol Pablo se refiere a un Dios invisible:
En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.
El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (Colosenses 1 :14–15.)
Si examinamos un poco más las enseñanzas de Pablo, hallaremos que él y Juan tenían el mismo concepto: que aun cuando Dios generalmente es invisible para el hombre, no es invisible para los profetas, porque el apóstol de referencia indica que Moisés vio al Dios invisible.
“Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible.” (Hebreos 11:27.)
Juan también hace la declaración de que Dios es Espíritu, cosa que confunde a algunos:
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:24.)
Esto no debe confundirnos, ya que todos somos espíritus, revestidos de cuerpos y carne y huesos. Juan dice que lo hemos de “adorar en espíritu y en verdad”. Sin embargo, no quiere dar a entender que nuestros espíritus han de abandonar nuestros cuerpos a fin de que podamos adorarlo “en espíritu”.
Pablo declaró: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17). Somos espíritus en la misma manera a que se refería Juan cuando dijo: “Dios es Espíritu”.
La unidad del Padre y del Hijo
Ha habido mucho entendimiento errado concerniente a la tantas veces repetida afirmación de que Jesús y su Padre son uno. Este asunto se aclara por completo si se lee cuidadosamente el capítulo 17 del Evangelio de San Juan. Poco antes que Jesús fuese ofrecido, oró a su Padre y le dio gracias por sus apóstoles, y rogó que fuesen “uno, así como nosotros” (Juan 17:11).
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17:20–21.)
Se pone de relieve, desde luego, que Jesús no hablaba de la unidad de personas, sino de la unidad de propósito, porque también rogó que pudiesen estar con El, lo cual habría sido innecesario si la unidad a que se refería fuese de personas más bien que de propósito:
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. (Juan 17:24.)
Una vez más queda manifestado que la unidad a la cual se hace referencia nada tiene que ver con la unidad de personas, pues si Jesús y su Padre fuesen una persona, sería absurdo pensar que Jesús estaba orando a sí mismo o que se había amado a sí mismo antes de la fundación del mundo.
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3.)
Este verdadero conocimiento de Dios y su Hijo Jesucristo nuevamente ha venido al mundo en esta dispensación, no por un estudio de la Biblia, sino por la aparición real de estos Personajes celestiales al jovencito José Smith, de lo cual tan elocuentemente él ha testificado.
























