Una obra maravillosa y un prodigio

5

La fundación de una obra
grande y maravillosa


Ya hemos indicado que los profetas previeron una desviación universal de la verdad, y que esta condición prevalecía en el mundo cuando José Smith salió al bosque a orar. Consiguientemente, tendría que haber una restauración del evangelio si el mundo no iba a permanecer en tinieblas espirituales. El apóstol Pedro declaró:

“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.” (2 Pedro 1:19.)

Parece conveniente que en esta ocasión consideremos las palabras de los profetas. Nos referiremos primero a las palabras de Isaías que ya se han citado en el capítulo anterior, dado que la visita del Padre y del Hijo a José Smith señaló el primer paso del “prodigio grande y espantoso” que el Señor prometió efectuar:

Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;

por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos. (Isaías 29:13.14.)

En realidad, ¿qué constituiría un prodigio grande y espantoso? ¿Por qué no han de aceptar gozosos los que sinceramente aman la verdad el pronunciamiento de esta obra? ¿Debe generación alguna rechazar la verdad revelada cuando se envía del cielo? ¿Por qué, al parecer, es mucho más fácil aceptar y creer a los profetas muertos que a los vivientes?

La restauración de todas las cosas

Al realizar este prometido prodigio grande y espantoso, el Señor tenía por objeto efectuar una “restauración de todas las cosas”, e inspiró a Pedro a profetizarlo a los que habían crucificado a su Señor:

Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan tiempos de refrigerio de la presencia del Señor,

y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado;

a quien de cierto es menester que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempos antiguos (Hechos 3:1921.)

Analicemos esta promesa: (1) que había posibilidad de serles perdonado su enorme pecado; (2) que el Señor de nuevo les enviaría al mismo Jesús que antes les había sido predicado; (3) que habría una “restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”.

Al esperar la segunda venida del Cristo, como así se promete, debemos entender que no vendrá sin que primero se lleve a cabo una “restauración de todas las cosas”. Desde luego, es obvio que no puede haber una restauración de algo que no se ha quitado. De modo que estos pasajes constituyen otra predicción muy clara de la apostasía —la remoción del evangelio de la tierra— junto con la promesa de una restauración completa de todas las cosas que han hablado todos los santos profetas desde el principio del mundo.

Indudablemente a esta época de restauración completa se estaba refiriendo Pablo cuando escribió a los Efesios:

Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,

de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (Efesios 1:910.)

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días proclama que ésta es la dispensación del cumplimiento de los tiempos, y que por medio de la “restauración de todas las cosas” el Señor se ha dispuesto a “reunir todas las cosas en Cristo … así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. Esta “restauración de todas las cosas”, sin embargo, no quedará completa sino hasta el fin de los mil años del reinado personal de Cristo sobre la tierra, cuando será destruida la muerte. (Véase 1 Corintios 15:24-26.) No hay otro plan semejante en el mundo en la actualidad.

El reino de Dios en los postreros días

Cuando el Señor concedió a Daniel la interpretación del sueño del rey Nabucodonosor, el profeta vio el nacimiento y la caída de los reinos del mundo, lo cual nos proporciona un estudio interesante por motivo de su exactitud. Con todo, la cosa importante fue su observación de que “en los postreros días”, el Dios de los cielos levantaría un reino que por fin vencería a todos los demás reinos y llegaría a ser como un gran monte que cubriría toda la tierra:

Daniel respondió delante del rey, diciendo: El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey.

Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y las visiones que has tenido en tu cama:

Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó.

Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra

Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre. (Daniel 2:2728, 3435,44.)

El establecimiento de este reino por mano del “Dios del cielo” iba a ser el acontecimiento magno de todo lo que había de acontecer “en los postreros días”. Aun cuando su principio fuera pequeño e insignificante, su destino final es llenar toda la tierra; y a su cabeza estará Cristo nuestro Señor. El reino ha de ser dado a los santos del Altísimo a fin de que lo posean para siempre.

En estos días (que para los antiguos fueron los postreros tiempos) con todo nuestro desarrollo y progreso en la ciencia y otros campos, ¿por qué no hemos de interesarnos en el prometido desarrollo espiritual? Daniel nos habló esta “palabra profética más segura”:

Miraba yo en la vi8ión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.

Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido

Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre. (Daniel 7:13-14, 18.)

En una revelación dada al profeta José Smith el 24 de febrero de 1834, el Señor dijo:

Pero de cierto os digo, que he promulgado un decreto que han de realizar los de mi pueblo, si desde esta misma hora escuchan el consejo que yo, el Señor su Dios, les daré.

He aquí, empezarán a prevalecer en contra de mis enemigos desde esta misma hora, porque yo lo he decretado.

Y esforzándose por observar todas las palabras que yo, el Señor su Dios, les declaré, jamás cesarán de prevalecer, hasta que ¿os reinos del mundo sean sometidos debajo de mis pies, y sea dada la tierra a los santos para poseerla perpetuamente. (D. y C. 103:5-7.)

En nuestro examen de la apostasía, hicimos referencia a lo que el Señor reveló a Juan mientras éste se hallaba en la isla de Patmos. Vio que le sería dado poder a Satanás para “hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación”. (Véase Apocalipsis 13:7.)

Juan vio además esta visión profética:

Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. (Apocalipsis 4:1.)

 Se predice la restauración del evangelio

Juan no solamente vio que el poder de Satanás sería universal por un tiempo, sino que el evangelio eterno volvería a la tierra para ser predicado a todo pueblo:

Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,

diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. (Apocalipsis 14:67.)

Si hubiera habido nación, tribu, lengua o pueblo alguno sobre la tierra que tuviese “el evangelio eterno”, no habría habido necesidad de que un ángel lo trajese de nuevo a la tierra. Este ángel también iba a amonestar a los habitantes de la tierra que volviesen a adorar al Dios “que ha hecho el cielo y el mar y las fuentes de las aguas”. Ya hemos indicado que el evangelio eterno iba a ser quitado de la tierra, y ahora damos testimonio que el Dios del cielo ha enviado a un ángel para que lo devolviera al mundo por medio del profeta José Smith.

El profeta Malaquías también vio este día prometido de la restauración, la cual se iba a realizar por medio de mensajeros enviados de Dios, y lo describió en estas palabras:

He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. (Malaquías 3:1.)

Si se consideran detenidamente este versículo y los que siguen, se verá que esta promesa se refiere a la segunda venida de Jesucristo y no a la primera, pues se dice que vendrá luego o repentinamente a su templo, lo cual no hizo en su primera venida.

La vocación de José Smith

Ni las promesas a las que se ha hecho referencia, concernientes al establecimiento de un reino celestial “en los postreros días” mediante la visita de mensajeros celestiales, ni la restauración del “evangelio eterno” que iba a ser predicado en todo el mundo, podrían cumplirse sin que hubiese alguien sobre la tierra a quien entregar esta restauración y comisiones.

Esto nos lleva a otra gran verdad que nos es manifestada por la visita del Padre y del Hijo al joven José Smith, a saber, que los profetas jamás se envían a sí mismos: Deben ser llamados y enviados de Dios:

“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.” (Amós 3:7.)

De modo que, habiendo sido llamado José Smith por el Señor, ahora estamos preparados para considerar lo que El reveló a su Profeta escogido.

Ha habido alguna crítica porque el joven José Smith aún no cumplía quince años de edad cuando le aparecieron el Padre y el Hijo. Examinemos estas palabras de Jesús:

Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura.

Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar. (Marcos 2:2122.)

No se ha de suponer que el Señor escogería a un individuo versado en las tradiciones y doctrinas de los hombres, porque sería sumamente difícil instruir a tal persona. Como dijo Jesús, el vino nuevo haría pedazos los cueros y se perdería el vino. Por otra parte, si escogía a un joven como José Smith, el Señor podría instruirlo según su voluntad, y sería efectivamente vino nuevo en un cuero nuevo, sin que hubiese conflicto con lo viejo. Vemos, pues, que el Señor obra las cosas según su propia manera. Ciertamente El tiene este divino derecho y privilegio:

Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.

Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:89.)

Hay otra razón para no tachar de incongruente el que el Señor escogiese a un tierno joven, y es que todos vivimos en el espíritu antes de nacer en la carne. El Señor nos conocía y sabía la naturaleza de nuestro espíritu y la medida de nuestra integridad. Es por eso que escogió a Jesucristo “antes que el mundo fuese” para ser el Redentor del mundo:

“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” (Juan 17:5.)

Por esta misma causa fue llamado Jeremías para ser profeta a las naciones:

“Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” (Jeremías 1:5.)

Por supuesto, habría sido imposible que Jeremías hubiese recibido este llamamiento y ordenación antes de nacer si no existía. Más adelante trataremos este tema con mayor amplitud, y veremos que José Smith, así como sucedió con Jeremías, también fue escogido antes de nacer.

De modo que ahora fácilmente se entiende por qué no podría descubrirse el “evangelio eterno” con tan solamente leer la Biblia: Los odres viejos no podían contener el vino nuevo. Tan glorioso iba a ser el día en que el Señor excitaría “la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso”, que sería necesario escoger a uno que estuviese libre de todo contacto con las falsas filosofías de los hombres. Por esto es que nuestra afirmación original es compatible:

Que ésta es la única Iglesia cristiana en el mundo cuya organización y gobierno no tienen que depender enteramente de la Biblia: que si fuesen destruidas todas las Biblias del mundo aún estaríamos enseñando los mismos principios y administrando las mismas ordenanzas que Jesús y los profetas presentaron y enseñaron. Es verdad que empleamos la Biblia para comprobar estos principios y ordenanzas de acuerdo con las verdades divinas de todas las edades, pero aun cuando no tuviésemos la Biblia, todavía tendríamos toda la orientación e información necesarias por medio de las revelaciones del Señor “a sus siervos los profetas” en estos últimos días.

Deja un comentario