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El Libro de Mormón da
cumplimiento a las profecías bíblicas
Al terminarse la traducción y publicación, como Libro de Mormón, de las planchas que el ángel Moroni había entregado a José Smith, la distribución de la obra tropezó con mucha oposición, particularmente por parte de los ministros de la época, que amonestaron a sus prosélitos a no leerlo. Esto, en sí mismo, parece algo absurdo. Pues si se trataba de una obra hecha por hombres, como afirmaban, debían de haber aconsejado a sus adeptos a leerlo y descubrir su falsedad por sí mismos. Pero les decían que el canon de las Escrituras estaba completo, y que nunca más tendríamos otra cosa aparte de lo que contiene la Sagrada Biblia. Citaban con frecuencia estas palabras:
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro.
Y si alguno quitare de 1as palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro. (Apocalipsis 22:18–19.)
Leyendo lo anterior superficialmente, uno podría tener razón para suponer que el apóstol Juan quería decir que no se añadiría ninguna otra cosa a la Biblia, y particularmente en vista de que se encuentra en el último libro de la Biblia como hoy la tenemos. Sin embargo, se ve desde luego que esta interpretación es errónea si se toma en consideración lo que han descubierto los peritos en materia bíblica: (1) que esta revelación se escribió entre los años 64 y 96 del primer siglo; (2) que Juan mismo escribió su evangelio (el evangelio según San Juan) en una época posterior en Efeso; (3) que en esa época los libros de la Biblia no se habían compilado como los tenemos ahora. Por tanto, debe entenderse que Juan amonestaba contra añadir o quitar algo a las revelaciones que había recibido y escrito mientras estuvo en la Isla de Patmos. Sin embargo, esto no quiere decir que el Señor no puede agregar más a lo que El mismo ha revelado.
Si nos referimos a las palabras de Moisés, hallaremos que no hay otra conclusión lógica, pues de lo contrario, nos veríamos obligados a rechazar todos los libros de la Biblia que vienen después de Deuteronomio:
No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno. (Deuteronomio 4:2.)
Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás. (Deuteronomio 12:32.)
Las profecías del Señor concernientes a otras Escrituras
El Señor sabía que Satanás obraría en el corazón de los hijos de los hombres para que se negaran a aceptar este nuevo tomo de Escrituras, el Libro de Mormón, y así lo declaró por boca de su profeta, Nefi:
Mas he aquí que habrá muchos –el día en que yo proceda a ejecutar una obra maravillosa entre ellos, a fin de que yo pueda recordar mis convenios que he hecho con los hijos de los hombres, para que pueda extender mi mano por segunda vez, para restablecer a los de mi pueblo que son de la casa de Israel;
y también para que pueda yo recordar las promesas que te he hecho a ti, Nefi, y también a tu padre, que me acordaría de tu posteridad; y que las palabras de tu posteridad procederían de mi boca a tu posteridad; y mis palabras resonarán hasta los extremos de la tierra, por estandarte a los de mi pueblo que son de la casa de Israel;
y porque mis palabras resonarán— muchos de los gentiles dirán: ¡Una Biblia! ¡Una Biblia! ¡Tenemos una Biblia, y no puede haber más Biblia!
Mas así dice el Señor Dios: Oh necios, tendrán una Biblia; y vendrá de los judíos, mi pueblo del antiguo convenio. ¿Y qué agradecimiento manifiestan a los judíos por la Biblia que de ellos recibieron? Sí, ¿qué pretenden decir con eso los gentiles? ¿Recuerdan ellos las peregrinaciones y los trabajos y aflicciones de los judíos, y su diligencia para conmigo en llevar la salvación a los gentiles?
Oh gentiles, ¿os habéis acordado de los judíos, mi pueblo del antiguo convenio? No; antes los habéis maldecido y aborrecido, y no habéis procurado restablecerlos. Mas he aquí, yo haré volver todas estas cosas sobre vuestra propia cabeza; porque yo, el Señor, no he olvidado a mi pueblo.
¡Oh necios, vosotros que decís: Una Biblia; tenemos una Biblia y no necesitamos más Biblia! ¿Tendríais una Biblia, de no haber sido por los judíos?
¿No sabéis que hay más de una nación? ¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres, y que me acuerdo de los que viven en las islas del mar; y que gobierno arriba en los cielos y abajo en la tierra; y manifiesto mi palabra a los hijos de los hombres, 8í, sobre todas las naciones de la tierra?
¿Por qué murmuráis por tener que recibir más de mi palabra? ¿No sabéis que el testimonio de dos naciones os es un testigo de que yo soy Dios, que me acuerdo tanto de una nación como de otra? Por tanto, hablo las mismas palabras, así a una como a otra nación. Y cuando las dos naciones se junten, el testimonio de las dos se juntará también.
Y hago esto para mostrar a muchos que soy el mismo ayer, hoy y para siempre; y que declaro mis palabras según mi voluntad. Y no supongáis que porque hablé una palabra, no puedo hablar otra; porque aún no está terminada mi obra; ni se acabará hasta el fin del hombre; ni desde entonces para siempre jamás.
Así que no por tener una Biblia, debéis suponer que contiene todas mis palabras; ni tampoco debéis suponer que no he hecho escribir otras más.
Porque mando a todos los hombres, tanto en el este, como en el oeste, y en el norte, así como en el sur y en las islas del mar, que escriban las palabras que yo les hable; porque de los libros que se escriban juzgaré yo al mundo, cada cual según sus obras, conforme a lo que esté escrito.
Porque he aquí, hablaré a los judíos, y lo escribirán; y hablaré también a los nefitas, y éstos lo escribirán; y también hablaré a las otras tribus de la casa de Israel que he conducido lejos, y lo escribirán; y también hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas lo escribirán.
Y acontecerá que los judíos tendrán las palabras de los nefitas, y los nefitas tendrán las palabras de los judíos; y los nefitas y los judíos tendrán las palabras de las tribus perdidas de Israel; y éstas poseerán las palabras de los nefitas y los judíos.
Y sucederá que mi pueblo, que es de la casa de Israel, será reunido sobre las tierras de sus posesiones; y mi palabra se reunirá también en una. Y manifestaré a los que luchen contra mi palabra y contra mi pueblo, que es de la casa de Israel, que yo soy Dios, y que hice convenio con Abraham de que me acordaría de su posteridad para siempre. (2 Nefi, capítulo 29.)
Según esta revelación, tenemos motivo para creer que hay otras Escrituras aparte de las que están contenidas en la Biblia y el Libro de Mormón. El Señor Jesús nos da más luz sobre este asunto:
También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. (Juan 10:16.)
Cierto autor, escribiendo sobre la vida de Cristo, ha indicado que no puede hallar razón para este versículo de las Escrituras, ya que no sabía de otras ovejas sino aquellas entre quienes Jesús ejerció su ministerio. Algunos han explicado que debe de haberse referido a los gentiles; pero el Señor dijo que no era “enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. (Mateo 15:24.)
Jesús visitó a sus otras ovejas
Debe repararse en que Jesús no ejerció su ministerio entre los gentiles en persona, sino les envió a sus apóstoles después de su resurrección. De modo que en lo que a la Biblia concierne, la pregunta está aún por contestar. ¿Quiénes, pues, fueron las otras ovejas que El prometió visitar? Para obtener esta información, fue necesario esperar la restauración del evangelio y la publicación del Libro de Mormón.
Después que Jesús fue crucificado y hubo ascendido a su Padre, visitó a sus “otras ovejas” en América, las cuales eran conocidas como el pueblo nefita. Entre éstos escogió a doce discípulos y organizó su Iglesia como lo había hecho entre los judíos. En el Libro de Mormón se hace una relación algo detallada de esto en el libro de 3 Nefi, del cual citamos lo siguiente:
Y sucedió que cuando Jesús hubo hablado estas palabras, dijo a aquellos doce que él había escogido:
Vosotros sois mis discípulos; y sois una luz a este pueblo, que es un resto de la casa de José.
Y he aquí, ésta es la tierra de vuestra herencia; y el Padre os la ha dado.
Y en ninguna ocasión me ha dado mandamiento el Padre de que lo revelase a vuestros hermanos en Jerusalén.
Ni en ningún tiempo me ha dado mandamiento el Padre de que les hablara concerniente a las otras tribus de la casa de Israel, que el Padre ha conducido fuera de su tierra.
Sólo esto me mandó el Padre que les dijera:
Que tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo yo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor.
Ahora, por motivo de la obstinación y la incredulidad, no comprendieron mi palabra; por tanto, me mandó el Padre que no les dijese más tocante a esta cosa.
Pero de cierto os digo que el Padre me ha mandado, y yo os lo digo, que fuisteis separado de entre ellos por motivo de su iniquidad; por tanto, es debido a su iniquidad que no saben de vosotros.
Y en verdad, os digo, además, que el Padre ha separado de ellos a las otras tribus; y es a causa de su iniquidad que no saben de ellas.
Y de cierto os digo que vosotros sois aquellos de quienes dije:
Tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo yo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor.
Y no me comprendieron, porque pensaron que eran los gentiles; porque no entendieron que por medio de su predicación, los gentiles se convertirían
Ni me entendieron que dije que oirán mi voz; ni me comprendieron que los gentiles en ningún tiempo habrían de oír mi voz; que no me manifestaría a ellos sino por el Espíritu Santo.
Mas he aquí, vosotros habéis oído mi voz, y también me habéis visto; y sois mis ovejas, y contados sois entre los que el Padre me ha dado. (3 Nefi 15:11–24.)
Esto nos da a saber quiénes eran las otras ovejas que Jesús iba a visitar, de acuerdo con lo que declaró a sus discípulos en Jerusalén, y por lo mismo, sabemos que eran un resto de la casa de José. El Señor explica también que tenía aún otras ovejas “que no son de esta tierra, ni de la tierra de Jerusalén”, a las cuales tendría que visitar. (3 Nefi 16:1.) Como no sabemos quiénes son o dónde están, nos concretaremos al resto de la tribu de José y veremos qué dice la Biblia con respecto a esta rama de la casa de Israel.
La tribu de Judá y la tribu de José
Analizando lo que el Señor prometió a Abraham, a Isaac y a Jacob (Israel) y a sus doce hijos, los cuales entendemos fueron cabezas de las doce tribus de la casa de Israel, claramente se percibe que Judá y José recibieron las promesas más importantes. En la mente de muchas personas existe alguna confusión en lo que concierne al uso del nombre Israel. Aún en la actualidad muchos piensan que se refiere a los judíos o a la tribu de Judá, olvidándose que Judá fue solamente uno de los hijos de Israel. Rubén fue el mayor de estos hijos, pero por motivo de su transgresión le fue quitada la primogenitura, que entonces se dio a los hijos de José:
Los hijos de Rubén primogénito de Israel (porque él era el primogénito, mas como violó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y no fue contado por primogénito;
bien que Judá llegó a ser el mayor de sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José.) (1 Crónicas 5:1–2.)
Hablando de la importancia y posición relativas de las tribus de Judá y José, el apóstol Pablo dijo:
“Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio.” (Hebreos 7:14.)
Cuando se entienden estas promesas y bendiciones, se pone en relieve el hecho de que las bendiciones de José, a quien fue otorgada la primogenitura, le daban la preferencia entre los demás hijos de Israel, incluso Judá. Al hecho de que Judá y sus descendientes (los judíos) se han mantenido unidos, probablemente se debe a que solamente a ellos se les considere israelitas. En días anteriores, cuando Israel se hallaba dividido, Judá representaba el grupo menor, mientras que al mayor se dio el nombre de “Israel”:
Y Joab dio el censo del pueblo al rey; y fueron los de Israel ochocientos mil hombres fuertes que sacaban espada, y los de Judá quinientos mil hombres. (2 Sam. 24:9.)
Y dijo Jehová: También quitaré de mi presencia a Judá, como quite a Israel, y desecharé a esta ciudad que había escogido, a Jerusalén, y a la casa de la cual había yo dicho: Mi nombre estará allí. (2 Reyes 23:27.)
Bajo la dirección de la tribu de Efraín, los israelitas fueron conducidos hacia el norte cerca del año 721 antes de Cristo, en la época en que el reino de Israel fue vencido por los asirios, y nunca más volvieron. Fueron esparcidos entre todas las naciones:
Mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice Jehová.
Porque he aquí yo mandaré y haré que la casa de Israel sea zarandeada entre todas las naciones, como se zarandea el grano en una criba, y no cae un granito en la tierra. (Amós 9:8–9.)
Este profeta también anunció que después de este esparcimiento serán recogidos otra vez. (Véase Amós 9:14-15) Más adelante haremos referencia al recogimiento de Israel en los postreros días, de acuerdo con las palabras de los profetas.
Moisés bendijo a José
Consideremos ahora, más detalladamente, las promesas otorgadas a José y sus descendientes. No sólo hallaremos que son mayores que las de Judá, sino también que José y Judá se iban a separar en dos grandes divisiones, como ya lo hemos indicado. A José, después del esparcimiento de Israel, se le iba a dar una nueva tierra, aparte y distinta de la tierra prometida, que sería ocupada principalmente por la tribu de Judá.
Moisés “bendijo a los hijos de Israel, antes que muriese”. (Deuteronomio, capítulo 33.) Se recomienda la lectura de estas bendiciones con la indicación de que se lean cuidadosamente, notando con más particularidad la importancia y significado de la bendición de José en comparación con las bendiciones de sus hermanos. Demos consideración especial a la bendición de José:
A José dijo: Bendita de Jehová sea tu tierra, con lo mejor de los cielos, con el rocío, y con el abismo que está abajo.
Con los más escogidos frutos del sol, con el rico producto de la luna,
Con el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos,
y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud;
y la gracia del que habitó en la zarza venga sobre la cabeza de José, y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos.
Como el primogénito de su toro es su gloria, y sus astas como astas de búfalo; con ellas acorneará los pueblos juntos hasta los fines de la tierra; ellos son los diez millares de Efraín, y ellos son los millares de Manasés. (Deuteronomio 33:18–17 énfasis agregado.)
En esta bendición conferida por el patriarca, se manifiesta que Moisés estaba pensando, ante todo, en la nueva tierra que se daría a José, una tierra que el Señor bendeciría en abundancia a fin de que produjera los regalados frutos de la tierra y los regalos de los collados eternos y de los montes antiguos.
Al ser conducidos los descendientes de José a este país de América, alrededor del año 600 antes de Cristo, les fue dicho que sería una tierra escogida sobre todas las demás. La bendición que Moisés dio a los descendientes de José indica que el profeta se sintió impresionado por este hecho e intentó describir el país. Dijo además que sería la tierra “de los montes antiguos” y de los “collados eternos”. La región a la que fueron conducidos se halla en la parte occidental de Sur, Centro y Norte América (donde se elevan los Andes, la Sierra Madre, los Montes Rocosos), y concuerda acertadamente con la descripción de Moisés.
Moisés anunció además que “la gracia del que habitó en la zarza” (refiriéndose al Dios de Israel que le apareció en la zarza ardiente —véase Exodo 3:2) estaría con José que fue apartado de sus hermanos. Entonces dice que su gloria sería “como el primogénito de su toro”, o el primogénito o heredero de su padre; y ya hemos indicado cómo recibió José la primogenitura. Moisés también vio el poder y autoridad que serían dados a los descendientes de José, y añade: “Acontecerá a los pueblos juntos hasta los fines de la tierra; ellos son los diez millares de Efraín, y ellos son los millares de Manasés.” (Deuteronomio 33:17.) Esto parece referirse al establecimiento del reino de Dios sobre la tierra en los postreros días, de lo cual hemos hablado previamente, así como al recogimiento de Israel, que más adelante trataremos.
Jacob (Israel) bendijo a José
Jacob, el gran patriarca, llamó a sus hijos a él y los bendijo poco antes de su muerte:
Y llamó Jacob a sus hijos, y dijo: Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en tos días venideros.
Juntaos y oid, hijos de Jacob, y escuchad a vuestro padre Israel. (Génesis 49:1–2.)
Se recomienda que el lector estudie el capítulo entero y tome nota de la gran diferencia que existe en las bendiciones respectivas.
Ahora demos cuidadosa consideración a la bendición especial que José recibió de su padre:
Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro.
Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros;
Mas su arco se mantuvo poderoso, y los brazos de sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob, (por el nombre del Pastor, la Roca de Israel),
por el Dios de tu padre, el cual te ayudará, por el Dios Omnipotente, el cual te bendecirá con bendiciones de los cielos de arriba, con bendiciones del abismo que está abajo, con bendiciones de los pechos y del vientre.
Las bendiciones de tu padre fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores; hasta el término de los collados eternos serán sobre la cabeza de José, y sobre la frente del que fue apartado de entre sus hermanos. (Génesis 49:2~2–26.)
Esta bendición es muy parecida a la que pronunció Moisés, y hace alusión en la primera parte al paf s adonde iba a ser conducida la descendencia de José:
“Rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro”. No es incongruente asumir que el océano representaba el muro sobre el cual se iban a extender los vástagos de José “hasta el término de los collados eternos”. Entonces Jacob declaró que José sería bendecido “con bendiciones de los cielos de arriba. . con bendiciones del abismo que está abajo”, dando a entender que su posteridad sería numerosa y que sus bendiciones serían mayores que las de sus progenitores.
El significado de los sueños de José
Consideremos juntamente con estas dos bendiciones el sueño de José, cuando vio que las gavillas de sus hermanos rendían homenaje a la de él. Más tarde soñó que el sol y la luna y once estrellas le hacían reverencia. (Véanse Génesis 37:5-10; 44:14.) Ahora preguntémonos:
- ¿Hay en la Biblia promesas semejantes a éstas, declaradas a cualquier otro hombre, salvo la promesa de que de los lomos de Judá vendría el Cristo al mundo?
- ¿Relata la Biblia el cumplimiento de estas promesas? ¿Dónde?
- Generalmente se concede que la Biblia es la historia de los judíos. Pero, ¿dónde está la historia de José y sus descendientes?
- ¿Es razonable suponer que Dios, habiendo otorgado y extendido a José y su posteridad mayores promesas que a cualquiera de los otros grupos de los once hijos de Jacob o Israel, se olvidaría luego de mandar escribir el cumplimiento de estas promesas?
El palo de José (el Libro de Mormón)
El Señor no echó en el olvido este importantísimo asunto, antes dispuso de la manera más adecuada que se escribiese una historia de sus acuerdos con José y su descendencia, principiando por sus dos hijos, Efraín y Manasés:
Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá, y para tos hijos de Israel sus compañeros. Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros.
Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano.
Y cuando te pregunten los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos enseñarás qué te propones con eso?
diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo el palo de José que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré con el palo de Judá, y los haré un solo palo, y serán uno en mi mano.
Y los palos sobre que escribas estarán en tu mano delante de sus ojos. (Ezequiel 37:15–20.)
Antiguamente se acostumbraba escribir sobre pergaminos y enrollarlos en un palo. De modo que esta instrucción equivale a un mandato de escribir dos historias o libros. Si leemos con cuidado el versículo 18, veremos que en las generaciones futuras, cuando sus hijos preguntasen acerca del significado de este mandamiento, iba a ser cuando el Señor tomaría “el palo de José que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré, con el palo de Judá, y los haré un solo palo, y serán uno en mi mano”.
Observemos que el Señor dijo que El haría esto y que serían uno en su mano. Si damos por sentado que la Biblia es el palo de Judá, ¿dónde está el palo de José? ¿Quién puede responder? Dios mandó que se escribiera y se conservara para anotar el cumplimiento de sus grandes promesas a José. Naturalmente, tendría que ser una historia escrita en otro país, ya que José iba a estar “apartado de sus hermanos”. Se ve claramente por la lectura de estos pasajes que la historia de Judá, o sea la Sagrada Biblia, permanecería con el pueblo, y que la historia de José se agregaría a ella, y que las dos historias serían una.
¿Ha de oponerse alguno a que Dios cumpla precisamente lo que prometió a Ezequiel? ¿Podría cumplirse esta promesa de una manera más sencilla y perfecta que por la aparición del Libro de Mormón? Dios condujo a una rama de la tribu de José al país de América, y mandó que escribieran una historia de todos sus hechos. Posteriormente mandó a Moroni, su profeta, que escondiera estos anales sagrados en el cerro de Cumora, en la parte occidental del estado de Nueva York. Siglos después envió a Moroni otra vez a la tierra para que entregase la historia a José Smith, a quien dio el poder de traducirla con la ayuda del Urim y Tumim. Las dos historias ahora han llegado a ser una, y constituyen el cabal cumplimiento de otra gran profecía. Volvemos a repetir, ¿quién ha de oponerse a que Dios cumpla lo que prometió? Hasta que haya quien pueda explicar dónde se encuentra la historia de José, la afirmación hecha por el Libro de Mormón, de ser el “palo de José”, permanece irrefutable.
Una voz desde la tierra
Isaías vio que saldrían a luz estos anales como la voz de uno que tiene espíritu de pitón, cuya habla susurra desde el polvo:
¡Ay de Ariel, de Ariel, ciudad donde habitó David! Añadid un año a otro, las fiestas sigan su curso.
Mas yo pondré a Ariel en apretura, y será desconsolada y triste; y será a mí como Ariel.
Porque acamparé contra ti alrededor, y te sitiaré con campamentos, y levantaré contra ti baluartes.
Entonces serás humillada, hablarás desde la tierra, y tu habla saldrá del polvo; y será tu voz de la tierra como la de un fantasma, y tu habla susurrará desde el polvo. (Isaías 29:1–4.)
Isaías vio la caída de Ariel o Jerusalén en una época lejana: “añadid un año a otro”. Entonces parece haber visto en visión una destrucción similar de las ciudades de José: “y será a mí como Ariel”. En seguida describe la forma en que serían sitiadas y cómo levantarían baluartes contra ellas, y serían humilladas y hablarían desde la tierra. Su habla sería ahogada en el polvo y su voz saldría de la tierra, como de quien tiene espíritu de pitón. Desde luego, la única manera en que un pueblo muerto puede hablar “desde la tierra” o “susurrar desde el polvo” ha de ser por medio de la palabra escrita; y así lo hizo este pueblo mediante el Libro de Mormón. Ciertamente tiene un espíritu como voz de los muertos, pues contiene las palabras de los profetas del Dios de Israel.
El profeta Nefi describe el mismo acontecimiento en estas palabras:
Después que mi posteridad y la posteridad de mis hermanos hayan degenerado en la incredulidad, y hayan sido heridos por los gentiles; sí, después que el Señor Dios haya acampado en contra de ellos por todos lados, y los haya sitiado con baluarte y levantado fuertes contra ellos; y después que hayan sido abatidos hasta el polvo, aun hasta dejar de existir, con todo esto, las palabras de los justos serán escritas, y las oraciones de los fieles serán oídas, y ninguno de los que hayan degenerado en la incredulidad será olvidado;
porque aquellos que serán destruidos les hablarán desde la tierra, y sus palabras susurrarán desde el polvo, y su voz será como uno que evoca a los espíritus; porque el Señor Dios le dará poder para que pueda susurrar concerniente a ellos, como si fuera desde la tierra; y su habla susurrará desde el polvo.
Porque así dice el Señor Dios: Escribirán las cosas que se harán entre ellos, y serán escritas y selladas en un libro; y aquellos que hayan caído en la incredulidad no las tendrán, porque procuran destruir las cosas de Dios. (2 Nefi 26:15–17. Compárese Isaías 29:1–4.)
No sólo vio Isaías la destrucción de este pueblo, y cómo serían humillados, hablarían de la tierra y su voz sería como de quien tiene espíritu de pitón que susurra desde el polvo, sino que también vio que toda esta visión era representada por un libro sellado:
Y os será toda visión como palabras de libro sellado, el cual si dieren al que sabe leer, y le dijeren: Lee ahora esto; él dirá: No puedo, porque est4 sellado. (Isaías 29:11.)
Terminada esta visión, la palabra del Señor vino nuevamente a Isaías para informarle de la obra maravillosa y el prodigio que El iba a efectuar:
Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;
por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos. (Isaías 29:18–14.)
La publicación del Libro de Mormón es una maravilla y un “prodigio grande”, y los sabios y los hombres prudentes del mundo no pueden hallarle otra explicación que la historia relatada por José Smith; y éste no obtuvo, ni pudo haber obtenido el libro con tan sólo leer la Biblia. Lo recibió por revelación del Señor por medio del ángel Moroni.
























