CAPÍTULO 15
Buscar conocimiento por el estudio y también por la fe
Conferencia general, abril de 1968.
Hace varios años presidí una sesión vespertina de la conferencia de estaca Pionero, celebrada en el Tabernáculo de Salt Lake. Nuestro visitante fue el presidente Brigham H. Roberts, del Primer Consejo de los Setenta. El hermano Roberts acababa de ser dado de alta del hospital, donde se había sometido a una operación grave y dolorosa que resultó en la amputación de parte de su pie. Cuando le pregunté si se sentía en condiciones de hablar en el Tabernáculo, me dijo tras meditarlo: “Tengo entendido que hay un taquígrafo oficial de la Iglesia que toma nota de los discursos pronunciados allí. Tengo el presentimiento de que algunos de nuestros miembros están siguiendo las filosofías del mundo y corren el peligro de alejarse de los fundamentos doctrinales enseñados por nuestros primeros líderes. He sentido que hay algunas cosas que quisiera expresar en un lugar donde puedan ser registradas, cosas que puedan ser leídas después de que me haya ido.”
Ahora pueden comprender cómo me sentí en esa sesión de la conferencia de estaca, al escuchar este mensaje que él dirigía a mí y a toda mi generación para que fuera leído después de su partida. De algún modo, lo que dijo en aquella ocasión ha vuelto a mí una y otra vez, y si el Señor lo permite, me gustaría introducir una parte de lo que dijo y luego añadir algunas reflexiones personales.
Comenzó con un recuento de declaraciones de científicos que indicaban una marcada tendencia del así llamado conocimiento hacia el alejamiento de la creencia en Dios y la negación de la continuidad del universo; y con ello, por supuesto, caería toda esperanza de inmortalidad y vida eterna prometida en las revelaciones de Dios.
Habló durante aproximadamente la mitad de la sesión, y su fuerza estaba menguando, por lo que se volvió hacia los miembros del Coro del Tabernáculo que estaban allí y les pidió si podían cantar mientras él recuperaba algo de energía. Luego de unos momentos de descanso, se dirigió a la parte más gloriosa de todo su sermón. Habló de la restauración del evangelio de Jesucristo no solo como una eliminación de los escombros de las edades pasadas, como disputas acerca del modo del bautismo, o cómo se remiten los pecados, o las diversas formas de gobierno eclesiástico. Más bien, enfatizó el hecho de que se había iniciado una nueva dispensación del evangelio, edificada sobre un firme “fundamento de apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.” (Efesios 2:20.)
Aquellos llamados al ministerio recibieron dos instrucciones significativas por revelación sobre cómo debían prepararse para el ministerio al cual eran llamados en la Iglesia restaurada de Jesucristo. Las doctrinas del reino y las ordenanzas del templo fueron instituidas, dijo el Señor, para que pudieran ser “instruidos más perfectamente en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios y que son convenientes para vosotros…” (D. y C. 88:78.)
Entonces el presidente Roberts leyó ese pasaje tan citado que indica que los maestros del evangelio debían interesarse en el aprendizaje secular en todos los campos. Después de decir esto, citó otra declaración profunda dirigida a todos aquellos que “no tienen fe.” Posiblemente esto signifique, en su sentido más amplio, a quienes aún no han madurado en sus convicciones religiosas. Esto es lo que dijo el Señor: “Y como no todos tienen fe, buscad diligentemente y enseñaos unos a otros palabras de sabiduría; sí, buscad en los mejores libros palabras de sabiduría; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe.” (D. y C. 88:118.)
Ahora, con eso como introducción, quisiera dirigirme a ese último pensamiento: “buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe.” Este llamado a una sabiduría superior ha resonado a través de todas las épocas por boca de los profetas. El apóstol Pablo formuló esta pregunta que invita a la reflexión del alma: “¿Porque quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” y luego declaró aquella afirmación profunda dirigida a todos los que desean beber más profundamente de la sabiduría inspirada que de las simples enseñanzas de los hombres: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.”
Dijo él: “Cosa que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (Véase 1 Corintios 2:9–11.)
Afortunadamente, hay grandes hombres formados en el conocimiento del mundo que dan testimonio de la necesidad de un tipo de aprendizaje que va más allá del saber secular. Ilustraré algunos ejemplos.
Una carta del coronel Edward H. White, un héroe nacional que finalmente dio su vida mientras participaba en un experimento destinado a la exploración del espacio exterior, fue publicada en la prensa local hace algunos años. En respuesta a una pregunta sobre sus creencias respecto a la ley y el orden en el universo, respondió de esta manera tan inusual:
“Creo que la ley y el orden existen en las creaciones de Dios, y que Dios ciertamente ha dado vida a otros fuera de nuestra tierra. En nuestro vasto universo hay no menos de miles de millones y miles de millones de sistemas solares comparables al nuestro—en dimensión y magnitud, más allá de la capacidad de la mente finita para comprender. ‘Allá afuera’ podrían existir lugares donde la vida, similar a la nuestra—quizás superior o quizás inferior—sea una realidad. Sería bastante ególatra creer que la nuestra es la única vida entre todas esas posibles fuentes.”
¡Qué acertadamente este hombre ha armonizado su aprendizaje por la fe con lo que el Señor declaró en una gran revelación a Su profeta Moisés!:
“Y mundos sin número he creado; y también los he creado para mi propio propósito; y por medio del Hijo los he creado, que es mi Unigénito.
“Y al primer hombre de todos los hombres llamé Adán, el cual es muchos.” (Moisés 1:33–34.)
Moisés no era astrónomo. Él nos dice que “contempló la tierra, sí, toda ella; y no hubo partícula de ella que no viera, discerniéndola por el Espíritu de Dios.” (Moisés 1:27.)
El coronel White concluyó con esta declaración de su fe personal:
“En cuanto a la evidencia de la presencia de Dios durante nuestro viaje por el espacio y durante el breve período en que ‘caminé en el espacio’, no sentí que estuviera más cerca de Él allí que aquí, pero sí sé que Su mano segura nos guió durante toda esa misión de cuatro días.”
Presumiblemente, nos está diciendo que fue guiado por la fe en Dios, que trascendía su conocimiento científico.
Uno de nuestros propios grandes científicos, el Dr. Henry Eyring, en el campo de la química física, escribió hace algunos años un artículo para una de nuestras revistas de la Iglesia bajo el título “Miríadas de mundos.”
Citó a un profesor emérito de astronomía de la Universidad de Harvard, el Dr. Harlow Shapley, quien declaró que, de entre millones de soles, al menos uno de cada mil habría adquirido planetas, y que de esos con planetas, al menos uno de cada mil tendría un planeta a la distancia adecuada para la vida. Entonces el Dr. Eyring escribió:
“Así se concluye que debería haber, como mínimo, cien millones de planetas en el espacio que podrían sustentar vida, y probablemente el número sea muchas veces mayor. Por tanto, desde el punto de vista científico, es difícil dudar que existan miríadas de mundos adecuados para la habitación humana…”
Los misterios del universo llevan a la mayoría de los hombres a adorar a la Inteligencia Suprema que lo diseñó todo.
Entonces, observe esta siguiente declaración del Dr. Eyring:
“Sin embargo, la gran bendición del Evangelio son las vías adicionales que abre para desarrollar esta fe hasta convertirla en un conocimiento perfecto. Ahora, como siempre, el conocimiento seguro de las cosas espirituales solo puede venir por la fe, por la oración, y por vivir de tal manera que se tenga la compañía del Espíritu Santo, como se ha prometido a todos los fieles.”
(Instructor, noviembre de 1951, p. 373.)
El gran volumen de la historia americana conocido como el Libro de Mormón, nos dice el Señor, fue traducido por el Profeta “por la misericordia de Dios, por el poder de Dios” (D. y C. 1:29), y “la interpretación de estas cosas por el don de Dios” (página del título del Libro de Mormón).
El profeta José Smith nos dice algo sobre el proceso por el cual puede llegar el conocimiento por medio de la fe:
“Una persona puede beneficiarse al notar la primera insinuación del espíritu de revelación; por ejemplo, cuando sienta que inteligencia pura fluye en usted, puede darle ráfagas repentinas de ideas, de modo que al notarlo, podrá ver su cumplimiento ese mismo día o pronto; es decir, aquellas cosas que fueron presentadas a su mente por el Espíritu de Dios se cumplirán; y así, al aprender a conocer el Espíritu de Dios y entenderlo, podrá avanzar hacia el principio de la revelación hasta llegar a ser perfecto en Cristo Jesús.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 151.)
Un comentario similar ilustra el funcionamiento del Espíritu de Dios, o la luz que ilumina a toda persona que viene al mundo, como lo definiría un hombre de ciencia, no de la Iglesia. Hace algunos años, en una clase de maestros de seminario en la Universidad Brigham Young, el Dr. Edwin Starbuck, profesor de la Universidad de Iowa, comentó que “todo gran descubrimiento científico llegó como una intuición a la mente del descubridor.” Cuando explicó lo que entendía por intuición, sus alumnos le dijeron que ellos lo llamaban inspiración.
El profesor dijo que una búsqueda cuidadosa de los registros y los contactos con grandes descubridores científicos vivos que él mismo había realizado, “explicaba que el científico estudia su problema, satura su mente con él, lo analiza, sueña con él, pero parece encontrar imposible avanzar, bloqueado, por así decirlo, por un muro negro e impenetrable. Entonces, finalmente, y de repente, como si ‘de la nada’ viniera un destello de luz, la respuesta a su búsqueda. Su mente ahora está iluminada por un gran descubrimiento.” El profesor estaba convencido de que ningún gran descubrimiento se había hecho por simple razonamiento. La razón podía conducir a la frontera de lo desconocido, pero no podía decir lo que había dentro.
Ciertamente, aprender por la fe no es un camino fácil ni un método perezoso para obtener conocimiento. Por ejemplo, un profeta nos dice que hay ocasiones en que no se encuentran milagros entre el pueblo:
“Y he aquí, la razón por la cual cesa de hacer milagros entre los hijos de los hombres es porque ellos se desvanecen en la incredulidad y se apartan del camino recto, y no conocen al Dios en quien deberían confiar.” (Mormón 9:20.)
Y luego, refiriéndose directamente al ejercicio de milagros—que por supuesto es evidencia de la sabiduría de Dios obrando por medio de los hombres—el profeta Nefi declaró:
“Y aconteció que conforme a nuestro registro, y sabemos que nuestro registro es verdadero, porque he aquí, era un hombre justo el que llevaba el registro—porque en verdad hizo muchos milagros en el nombre de Jesús; y no hubo ningún hombre que pudiera hacer un milagro en el nombre de Jesús … a menos que estuviera completamente limpio de su iniquidad.” (3 Nefi 8:1.)
Así ven, que tales dones celestiales del Espíritu solo pueden disfrutarse por aquellos que han aprendido por la fe y viven dignamente para recibir el derecho de ejercer estos poderes divinos.
Nuestro propio Profeta, quien nos dio las primeras revelaciones de esta dispensación, dijo:
“Queremos decir a los hermanos: buscad conocer a Dios en vuestros aposentos, clamad a Él en los campos. Seguid las instrucciones del Libro de Mormón, y orad por vuestras familias, vuestro ganado, vuestros rebaños, vuestras manadas, vuestro maíz y todas las cosas que poseéis; pedid las bendiciones de Dios sobre todas vuestras labores y en todo lo que emprendáis. Sed virtuosos y puros; sed hombres de integridad y verdad; guardad los mandamientos de Dios; y entonces podréis entender más perfectamente la diferencia entre el bien y el mal—entre las cosas de Dios y las cosas de los hombres; y vuestro camino será como la senda de los justos, que brilla más y más hasta que el día es perfecto.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 247.)
Sí, Dios no está en el terremoto; no está en el torbellino; no está en el fuego; pero está en la voz apacible y delicada. No siempre lo tendremos a la vista, pero si estamos viviendo como debemos vivir, siempre podemos estar seguros de que Él está allí. Algunos de los más duros amos que el mundo puede conocer a veces nos están moldeando para que podamos pasar las pruebas necesarias a fin de obtener ese privilegio divino.
Les testifico del Maestro, como lo expresó el apóstol Pablo:
“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
“Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.” (Hebreos 5:8–9.)
Yo sé esto por medio de procesos de refinamiento de cierta severidad. Ruego no fallar en ninguna de las pruebas que el Señor tenga a bien permitirme a fin de calificarme para el lugar que ahora ocupo. Con toda mi alma y convicción, y sabiendo la seriedad y el peso de este testimonio, les digo que sé que Él vive. Soy consciente de Su presencia en muchos de los momentos en que más lo he necesitado; lo he sabido por los susurros de la noche, por las impresiones del día, cuando había cosas sobre las cuales tenía responsabilidad y podía recibir guía. Por eso, les testifico y les digo que Él está más cerca de los líderes de esta Iglesia de lo que ustedes imaginan. Escuchen a los líderes de esta Iglesia y sigan sus pasos en justicia, si desean aprender no solo por el estudio, sino también por la fe, testimonio que les doy con la mayor humildad y sinceridad.
























