CAPÍTULO 17
Fortaleced las Estacas de Sion
Conferencia general, abril de 1973.
En 1832, dos años después de la organización de la Iglesia, el profeta José Smith recibió una revelación que hoy tiene un significado aún mayor, vista a la luz de las exigencias del creciente número de miembros en la Iglesia. La revelación decía:
“Porque Sion debe crecer en hermosura y en santidad; sus límites han de extenderse; sus estacas deben fortalecerse; sí, en verdad os digo, Sion ha de levantarse y vestirse con sus hermosos vestidos.” (D. y C. 82:14.)
Según se usa aquí, Sion indudablemente se refería a la Iglesia. En aquel entonces no era más que un pequeño grupo de miembros que recién comenzaban a surgir como organización, después de haber sufrido un trato severo por parte de enemigos fuera de la Iglesia. Entonces se les había dirigido a congregarse en el Condado de Jackson, Misuri, al que el Señor había designado como la “tierra de Sion”.
Como si quisiera impresionar a estos primeros y luchadores miembros con su destino en el mundo, el Señor les dijo en otra revelación:
“Por tanto, de cierto, así dice el Señor, regocíjese Sion, porque ésta es Sion—LOS DE PURO CORAZÓN; por tanto, regocíjese Sion, mientras todos los inicuos se lamentarán.” (D. y C. 97:21.)
Para ser dignos de una designación tan sagrada como Sion, la Iglesia debe considerarse a sí misma como una novia adornada para su esposo, tal como lo registró Juan el Revelador cuando vio en visión la Ciudad Santa donde moraban los justos, ataviada como una esposa para el Cordero de Dios. Aquí se representa la relación que el Señor desea con Su pueblo, a fin de que sean aceptables ante nuestro Señor y Maestro, así como una esposa se engalana con vestiduras hermosas para su esposo.
La norma por la cual el pueblo de Dios debe vivir para ser digno de aceptación ante los ojos de Dios se indica en la revelación contenida en Doctrina y Convenios, sección 82. Este pueblo debe crecer en hermosura ante el mundo y poseer una belleza interior que sea visible para la humanidad como un reflejo de santidad y de aquellas cualidades inherentes a la santificación. Las fronteras de Sion, donde puedan habitar los justos y los de puro corazón, deben comenzar ahora a expandirse; las estacas de Sion deben fortalecerse—todo esto para que Sion pueda levantarse y brillar al volverse cada vez más diligente en llevar a cabo el plan de salvación por todo el mundo.
Mientras la Iglesia se hallaba aún en su infancia, el Señor señaló un tiempo en el que los primeros lugares de reunión no tendrían espacio suficiente para todos los que serían congregados a unirse a Su Iglesia. Estas son Sus palabras:
“Porque así se llamará mi iglesia en los postreros días, sí, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.”
Y luego este mandamiento:
“Levántate y resplandece, para que tu luz sea un estandarte a las naciones.” (D. y C. 115:4–5.)
Aquí se infiere claramente que el surgimiento de Su Iglesia en estos días fue el comienzo del cumplimiento de la antigua profecía cuando:
“Acontecerá en lo postrero de los tiempos que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y todas las naciones correrán a él.
Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas.” (Isaías 2:2–3.)
En estas revelaciones el Señor habla de unidades organizadas de la Iglesia que se designan como estacas, las cuales aquellos que no pertenecen a nuestra fe podrían considerar como diócesis. Estas unidades organizadas se reúnen como defensa contra los enemigos de la obra del Señor, tanto los visibles como los invisibles.
El apóstol Pablo dijo, con referencia a estos enemigos que deberían preocuparnos:
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra malicias espirituales en las regiones celestes.” (Efesios 6:12.)
En el prefacio de todas las revelaciones del Señor que dio desde el principio de esta dispensación, emitió esta advertencia fatídica, la cual nunca debe ausentarse de nuestras mentes. Esta advertencia profética de 1831 fue dada, como declaró el Señor, para que “todos los hombres sepan que el día se acerca aceleradamente; la hora aún no ha llegado, mas está cerca, cuando la paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio.” (D. y C. 1:35.)
Hoy estamos presenciando la furia de ese tiempo, cuando Satanás tiene poder sobre su propio dominio con tal fuerza que aun el Maestro en su día se refirió a él como el “príncipe de este mundo”, el “enemigo de toda justicia”.
A pesar de estas terribles predicciones y de las evidencias de su cumplimiento que tenemos ante nosotros, se promete en esta misma revelación un poder aún mayor para frustrar los planes de Satanás de destruir la obra del Señor. El Señor hace esta promesa a los santos del Dios Altísimo, los justos de corazón a quienes ha denominado como “el pueblo de Sion”:
“Y también el Señor tendrá poder sobre sus santos y reinará en medio de ellos, y descenderá con juicio sobre Idumea, o sea, el mundo.” (D. y C. 1:36.)
Esto hace referencia al mundo en el mismo sentido en que el Maestro habló sobre la mundanalidad de la cual advirtió a Sus discípulos, que si bien estarían inmersos en el mundo, debían guardarse de los pecados que se encuentran en él.
Creo que nunca ha habido un tiempo desde la creación en que el Señor haya dejado el dominio del diablo libre para destruir Su obra, sin que Su poder se manifestara en medio de los justos para preservar las obras de justicia de ser completamente derribadas.
Hoy somos testigos de la manifestación de la mano del Señor en medio de Sus santos, los miembros de la Iglesia. Nunca en esta dispensación, y quizás nunca antes en un solo período, ha habido un sentimiento de urgencia tan fuerte entre los miembros de la Iglesia como el que hallamos hoy. Sus fronteras están siendo ensanchadas; sus estacas están siendo fortalecidas. En los primeros años de la Iglesia se designaron lugares específicos a los que los santos debían reunirse, y el Señor indicó que esos lugares de recogimiento no debían cambiarse, pero luego dio una salvedad:
“Hasta que llegue el día en que no haya más lugar para ellos; y entonces tendré otros lugares que les designaré, y serán llamados estacas, por las cortinas o la fortaleza de Sion.” (D. y C. 101:21.)
En la Conferencia de Área de la Ciudad de México, en agosto de 1972, el élder Bruce R. McConkie, del Quórum de los Doce Apóstoles, en un discurso que invitó a la reflexión, hizo algunos comentarios pertinentes sobre este tema, entre ellos el siguiente:
Sobre este glorioso día de restauración y recogimiento, otro profeta neita dijo:
“El Señor… ha hecho convenio con toda la casa de Israel de que ‘vendrá el tiempo en que serán restaurados a la verdadera iglesia y redil de Dios’; y de que ‘serán recogidos a las tierras de su herencia y serán establecidos en todas sus tierras de promisión.’” (2 Nefi 9:1–2.)
Ahora llamo su atención sobre los hechos presentados en estas escrituras: que el recogimiento de Israel consiste en unirse a la verdadera iglesia; en llegar al conocimiento del Dios verdadero y de Sus verdades salvadoras; y en adorarlo en las congregaciones de los santos en todas las naciones y entre todos los pueblos. Obsérvese que estas palabras reveladas hablan de los rediles del Señor; de Israel siendo recogido a las tierras de su herencia; de Israel siendo establecido en todas sus tierras de promisión; y de la existencia de congregaciones del pueblo del convenio del Señor en toda nación, hablando toda lengua y entre todo pueblo, cuando el Señor venga nuevamente.
El élder McConkie concluyó entonces con esta declaración, que ciertamente enfatiza la gran necesidad de enseñar y capacitar al liderazgo local a fin de edificar la Iglesia dentro de sus propios países de origen:
“El lugar de recogimiento para los santos mexicanos está en México; el lugar de recogimiento para los santos guatemaltecos está en Guatemala; el lugar de recogimiento para los santos brasileños está en Brasil; y así es a lo largo y ancho de toda la tierra. Japón es para los japoneses; Corea es para los coreanos; Australia es para los australianos; cada nación es el lugar de recogimiento para su propio pueblo.”
La pregunta que más frecuentemente hacen los interesados es:
“¿Cómo explican el crecimiento fenomenal de esta Iglesia cuando tantas otras están en declive?”
Entre los principales y muchos otros factores que explican el crecimiento continuo de la Iglesia, mencionaré solo algunos, para que quienes formulan esta pregunta reflexionen al respecto.
Ya no se puede considerar a esta Iglesia como la “Iglesia de Utah” o como una “Iglesia estadounidense”, pues la membresía de la Iglesia se encuentra ahora distribuida por toda la tierra, en setenta y ocho países, enseñando el evangelio actualmente en diecisiete idiomas diferentes.
Esta población de la Iglesia, tan ampliamente expandida, representa hoy nuestro desafío más importante. Y aunque tenemos motivos para regocijarnos por tal expansión, también presenta grandes retos para nuestro liderazgo, a fin de mantenerse al paso con muchas dificultades.
Dos principios fundamentales han guiado siempre a los líderes de la Iglesia en su planificación para enfrentar estas circunstancias. El primero es el principio básico del plan de salvación para la redención de la humanidad, el cual ha sido revelado a los profetas de esta dispensación y no ha cambiado desde antes de la fundación del mundo, porque así como el apóstol Pablo lo declaró en su día, así también lo declaramos nosotros hoy:
“Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.
Pero os hago saber, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según hombre;
pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.” (Gálatas 1:8, 11–12.)
Si tuviéramos que responder a aquellos que nos preguntan sobre el crecimiento constante, diríamos que hemos mantenido nuestro rumbo al enseñar las doctrinas fundamentales de la Iglesia. Declaramos en uno de nuestros Artículos de Fe:
“Creemos [y podríamos añadir: enseñamos] todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchas cosas grandes e importantes concernientes al Reino de Dios.” (Artículo de Fe 9.)
En una de las más recientes revelaciones del Señor en esta dispensación, Él dio la razón de la confusión entre las muchas iglesias que entonces existían. Dijo que era porque:
“se han desviado de mis ordenanzas y han quebrantado mi convenio sempiterno;
no buscan al Señor para establecer su justicia, sino que cada hombre anda por su propio camino y según la imagen de su propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo.” (D. y C. 1:15–16.)
Por tanto, fue necesaria una nueva restauración, como Él lo declaró claramente:
“Por tanto, yo, el Señor, sabiendo del desastre que sobrevendría a los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde el cielo y le di mandamientos; y también di mandamientos a otros, a fin de que proclamaran estas cosas al mundo; y todo esto para que se cumpliese lo que fue escrito por los profetas— para que todo hombre hablara en el nombre de Dios el Señor, sí, el Salvador del mundo; para que la plenitud de mi evangelio fuese proclamada por los débiles y sencillos hasta los extremos del mundo, y delante de reyes y gobernantes. …según su idioma, para que llegaran al entendimiento.” (D. y C. 1:17–18; 20, 23–24.)
Hay quienes hablan de un movimiento ecuménico, en el que, en teoría, se supone que todas las iglesias serían reunidas en una organización universal. En esencia, probablemente implicaría que renunciaran a sus principios básicos para unirse en una organización nebulosa, que no necesariamente estaría fundada sobre los principios que tradicionalmente han sido las doctrinas de la Iglesia de Jesucristo desde el principio.
Cuando se comprenden claramente las revelaciones del Señor, se establece la única base posible para una iglesia unida y universal. No puede lograrse mediante una fórmula creada por el hombre; solo puede lograrse cuando la plenitud de los principios del evangelio de Jesucristo se enseñan y se practican, tal como lo declaró el apóstol Pablo a los efesios, al decir que la Iglesia está:
“edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.” (Efesios 2:20.)
La misión de la Iglesia también ha sido definida:
“Y la voz de amonestación será dirigida a todo pueblo, por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.
Por tanto, la voz del Señor llega hasta los fines de la tierra, para que todos los que quieran oír, oigan.” (D. y C. 1:4, 11.)
Obedientes a esa instrucción, y desde los inicios de la Iglesia, se han enviado misioneros a todas partes del mundo. Hoy día tenemos un número creciente de misioneros, en su mayoría jóvenes, la mayoría de los cuales han sido instruidos desde su niñez para prepararse a recibir un llamamiento para servir como misioneros.
De un pequeño puñado de misioneros en los primeros días de la Iglesia, este número ha aumentado a muchos miles que sirven hoy, cada uno a su propio costo o al de su familia inmediata, por un período generalmente de dos años, y cada uno con una convicción en su corazón de que aquel que ha sido así llamado lleva en su mente la divinidad de su llamamiento, al salir hacia cualquier parte del mundo a la que pueda ser enviado.
Otra razón que podría darse para el incremento de la obra del Señor: tal vez nunca antes ha habido tantas personas en el mundo que busquen respuestas a tantos problemas desconcertantes.
Aunque los principios del evangelio de Jesucristo no han cambiado, los métodos para enfrentar los desafíos y necesidades del mundo actual deben responder a las exigencias de nuestro tiempo. Afortunadamente, el Señor ha dado, en las revelaciones a esta Iglesia, las pautas por las cuales debemos responder a las demandas de nuestra época.
El plan de salvación ha definido la forma en que Él desea que tratemos las necesidades temporales del pueblo. Nuestro programa de bienestar busca a los que están en dificultad. Allí donde se encuentran los nuevos conversos, el plan de salvación temporal tiene como propósito principal enseñar a los individuos cómo valerse por sí mismos. El Señor ha provisto un cerco protector contra el impacto aterrador sobre la santidad del hogar y el matrimonio al fortalecer el hogar y proporcionar pautas a los padres para enseñar a sus hijos los principios básicos de la honradez, la virtud, la integridad, la economía y la laboriosidad.
La Iglesia se preocupa por sus miembros individuales, desde la niñez hasta la juventud, y desde la juventud hasta la adultez.
En respuesta a preguntas sobre si ha habido o no personas que se han apartado o miembros que han caído, nuestra respuesta siempre ha sido recordar la parábola del sembrador del Maestro. Cuando el sembrador salió a sembrar, algunas semillas cayeron en tierra fértil, pero entre esas semillas que cayeron en buena tierra, unas produjeron al treinta, otras al sesenta y otras al ciento por uno. Así también hoy, en proporciones similares, tenemos algunos que están parcialmente activos, otros más activos, y otros completamente activos en la Iglesia; pero siempre estamos extendiendo la mano hacia los que se han alejado, y constantemente procuramos hacerlos volver a la plena actividad.
Pero quizás la razón más importante de todas para el crecimiento de la Iglesia sea el testimonio individual de la divinidad de esta obra, multiplicado en los corazones de los miembros de la Iglesia. Nuestra fortaleza no está en los números ni en la magnitud de capillas y templos, sino en que en los corazones de los miembros fieles se halla la convicción de que esta es, en verdad, la Iglesia y el reino de Dios sobre la tierra. Sin esa convicción, como comentó uno de mis eminentes colegas de negocios, “el programa de bienestar de la Iglesia sería solo un caos”; la obra misional no prosperaría; y los miembros no serían fieles en hacer generosas contribuciones para sostener las muchas operaciones de la Iglesia.
El secreto de la fortaleza de esta Iglesia puede hallarse en las palabras del presidente del cuerpo estudiantil de una de nuestras universidades estatales, cuya identidad, por supuesto, se mantiene confidencial. Esto es una cita de su carta personal dirigida a mí:
“Con el auge de las ideas radicales que están barriendo el país, se ha producido un deterioro de los lazos familiares, el cual es despreciado en muchos círculos intelectuales. El país parece estar saturado de educación sexual, aborto, planificación familiar, pornografía, liberación femenina, vida en comunidades, sexo prematrimonial y permisividad postmatrimonial.”
Y luego este joven líder estudiantil concluye con esta emotiva declaración, que sé provino de lo más profundo de su alma:
“Presidente Lee, quiero que sepa que los estudiantes Santos de los Últimos Días en el campus que guardan los mandamientos están al 100% con usted. Gracias a Dios que tenemos líderes que se mantienen firmes ante la sutil batalla del adversario, que está atacando al hogar, la unidad más vital del mundo. Gracias por ser el tipo de persona que nosotros, como jóvenes que crecemos en este mundo confundido, podemos comprender y seguir.”
En ese mismo sentido, y en el lenguaje de ese brillante estudiante universitario, estoy convencido de que la mayor de todas las razones fundamentales de la fortaleza de la Iglesia es que aquellos que guardan los mandamientos de Dios están al 100% con el liderazgo de la Iglesia. Sin ese apoyo unánime, sería evidente que no podríamos avanzar para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Nuestro llamado es a que la totalidad de los miembros guarden los mandamientos de Dios, pues en ello radica la seguridad del mundo. Al guardar los mandamientos, uno no solo se convence de la rectitud del camino que se sigue bajo la dirección de la Iglesia, sino que también tendrá el Espíritu del Señor para guiarle en sus actividades personales. La razón de esto es que a cada miembro bautizado se le ha otorgado una investidura sagrada cuando fue bautizado: una investidura que se confiere a todo miembro por la autoridad del sacerdocio: el don del Espíritu Santo, el cual—como declaró el Maestro—enseñará todas las cosas, hará recordar todas las cosas y aún mostrará las cosas que han de venir. (Véase Juan 14:26.)
Entonces se comprende claramente que la gran responsabilidad de los líderes y maestros en la Iglesia es persuadir, enseñar y guiar correctamente, para que los mandamientos del Dios Todopoderoso sean vividos de tal manera que eviten que el individuo caiga en las trampas del maligno, quien procura persuadirle de no creer en Dios ni seguir el liderazgo de la Iglesia.
Doy mi sagrado testimonio de que, porque sé de la divinidad de esta obra, sé que prevalecerá; y que, aunque haya enemigos dentro y fuera de la Iglesia que procuren encontrar defectos y socavar su influencia en el mundo, la Iglesia permanecerá y resistirá la prueba del tiempo, mientras que todos los esfuerzos y armas forjadas por el hombre contra la palabra del Señor quedarán inertes en el camino. Sé que nuestro Señor y Maestro Jesucristo es la cabeza de la Iglesia; que Él se comunica diariamente, mediante medios que Él conoce, no solo con los líderes en posiciones altas, sino también con los miembros individuales que guardan los mandamientos de Dios.
























