Vosotros Sois la Luz del Mundo


CAPÍTULO 25

La investidura del templo

Instructor, julio de 1961.


En los escritos de los filósofos del mundo durante los siglos que siguieron al período apostólico, se encuentran destellos de inspiración que se acercan al concepto verdadero de la relación del hombre con Dios y a la eterna búsqueda del hombre por alcanzar su objetivo supremo: la presencia de Dios.

El filósofo griego Epicteto enseñó que, puesto que todos los hombres son hijos de Dios y tienen una chispa de divinidad en su interior, la humanidad forma una hermandad universal. El poeta italiano Dante, en su composición poética La Divina Comedia, narra un viaje que desciende por el infierno, asciende por la montaña del purgatorio y continúa a través de los cielos giratorios hasta llegar a la presencia de Dios. De esta manera tan singular, resume la literatura, la ciencia, la filosofía y la religión de la Edad Media.

Cualesquiera que hayan sido los fragmentos de verdad sobre la salvación del hombre que se conservaron mediante estos escritores antiguos, correspondió a las revelaciones de Dios, dadas con la restauración del evangelio al comienzo de esta dispensación, brindarnos la plenitud de la verdad respecto a estas cuestiones vitales. En una profunda y reverente declaración con la que el Maestro concluyó Su misión divina, estableció claramente cuál es el conocimiento esencial que salva:

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3)

Fue sobre este tema que habló el profeta José Smith cuando dijo:

“El principio de la salvación se nos da mediante el conocimiento de Jesucristo” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 297), y también que “el conocimiento por medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es la gran llave que abre las glorias y los misterios del reino de los cielos.” (Ibid., pág. 298)

El Profeta también advirtió que un hombre se salva en la medida en que obtiene conocimiento, pues si no lo adquiere, será llevado al cautiverio por algún poder maligno en el mundo venidero, ya que los espíritus malignos tendrán más conocimiento y, en consecuencia, más poder que muchos hombres que están en la tierra. Por lo tanto, es necesaria la revelación para ayudarnos y darnos conocimiento de las cosas de Dios. (Ibid., pág. 217)

Ya en 1841, el Señor reveló a José Smith que no había en la tierra un lugar donde Él pudiera venir y restaurar lo que se había perdido o que Él había quitado, es decir, la plenitud del sacerdocio:

“Porque me dignaré revelar a mi iglesia cosas que han estado escondidas desde antes de la fundación del mundo, cosas que pertenecen a la dispensación de la plenitud de los tiempos.” (DyC 124:28, 41)

Estas revelaciones, reservadas y enseñadas únicamente a los miembros fieles de la Iglesia en templos sagrados, constituyen lo que se denomina “los misterios de la piedad.” El Señor declaró que había dado a José “las llaves de los misterios y de las revelaciones que están selladas.” (DyC 28:7) Como recompensa a los fieles, el Señor prometió:

“Y a ellos revelaré todos los misterios, sí, todos los misterios ocultos de mi reino desde los días de antaño…” (DyC 76:7)

En este sentido, entonces, un misterio puede definirse como una verdad que no puede conocerse sino por medio de la revelación.

En los escritos del profeta José Smith se encuentra una explicación de estos llamados misterios que están comprendidos en lo que el Profeta denominó la santa investidura. Él dijo, en parte:

Pasé el día en la parte superior de la tienda, es decir, en mi oficina privada, en consejo con [entonces menciona a varios de los primeros líderes], instruyéndolos en los principios y el orden del Sacerdocio, atendiendo lavamientos, unciones, investiduras y la comunicación de llaves pertenecientes al Sacerdocio Aarónico, y así sucesivamente hasta la más alta orden del Sacerdocio de Melquisedec, exponiendo el orden relativo al Anciano de Días y todos aquellos planes y principios mediante los cuales cualquiera puede obtener la plenitud de las bendiciones que han sido preparadas para la Iglesia del Primogénito y llegar a morar en la presencia del Eloheim en los mundos eternos. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 237)

El presidente Brigham Young, al colocar la piedra angular del Templo de Salt Lake, añadió una mayor iluminación respecto al significado de la investidura y el propósito de la edificación de templos en relación con ella:

“…Estad seguros, hermanos, de que hay pocos, muy pocos de los élderes de Israel que ahora están sobre la tierra que entienden el significado de la palabra investidura. Para saberlo, deben experimentarlo; y para experimentarlo, debe construirse un templo.”

“… Vuestra investidura es recibir todas aquellas ordenanzas en la casa del Señor que son necesarias para vosotros, después de haber partido de esta vida, para poder regresar a la presencia del Padre, pasando a los ángeles que están como centinelas, … y obtener vuestra exaltación eterna a pesar de la tierra y el infierno.” (Discursos de Brigham Young, págs. 415–416)

Cuando llegaron las primeras revelaciones relativas a la construcción de un templo, el Señor hizo declaraciones significativas para indicar la naturaleza exclusiva y sagrada de los templos, en contraste con otros edificios destinados a reuniones públicas de adoración:

“Mostraré a mi siervo José todas las cosas concernientes a esta casa, y al sacerdocio de ella, y al lugar donde se edificará.” (DyC 124:42)

“… Conforme al modelo que os he dado.”

“… Y en cuanto mi pueblo edifique una casa a mi nombre, y no permitan que ninguna cosa inmunda entre en ella para que no sea profanada, mi gloria reposará sobre ella;

Sí, y mi presencia estará allí, porque entraré en ella, y todos los de puro corazón que entren en ella verán a Dios.

Pero si es profanada, no entraré en ella, y mi gloria no estará allí; porque no habitaré en templos impuros.” (DyC 97:10, 15–17)

Fue el lamento del Maestro en Su tiempo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.” (Mateo 8:20)

El presidente Brigham Young explicó la razón de esta afirmación del Salvador:

“Porque la casa que el Padre había mandado edificar para Su recepción, aunque completada, se había contaminado, y de allí la expresión: ‘Mi casa será llamada casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.’ … Aunque Él expulsó a los cambistas, … eso no purificó la casa, de modo que Él no podía dormir en ella, porque una cosa santa no habita en un templo impuro.” (Discursos de Brigham Young, pág. 414)

El Dr. Hugh Nibley, de la Universidad Brigham Young, escribiendo bajo el título “La envidia cristiana del templo”, comenta sobre este tema:

Un símbolo favorito de la transición del materialismo judío burdo hacia el templo cristiano del Espíritu ha sido siempre el episodio del Nuevo Testamento de la expulsión de los cambistas. Sin embargo, cuán insatisfactoria fue esta “evidente transición” (como la llama San León) se hace evidente por muchos comentarios mordaces que señalaban que la Iglesia misma era tan “cueva de ladrones” como lo había sido el Templo, con la obvia diferencia, ya expresada por Orígenes, de que “hoy Jesús ya no viene a expulsar a los cambistas y salvar a los demás.”

Además, a menudo se ha señalado que la purificación del Templo, lejos de ser su sentencia de muerte, fue más bien “una demostración por parte del Señor de que no toleraría ni el más mínimo irrespeto hacia la Casa de su Padre.”

Hoy los estudiosos están más inclinados que en el pasado a conceder al templo un lugar elevado en la estima de Jesús, de los profetas antes de Él, y de los apóstoles y la Iglesia después de Él… no sólo como un “componente fundamental de la religión de Israel”, sino también del cristianismo primitivo. Pues para ambos, el camino al cielo pasaba por el Templo, y aunque ese fuera solo un paso intermedio en la salvación del género humano, no dejaba de ser indispensable… El cristiano aún necesitaba el Templo y siempre siguió siendo un peregrino a Jerusalén en un sentido muy literal. (Jewish Quarterly Review, octubre de 1959)

Este reconocimiento de la construcción de templos por parte del pueblo del Señor es una de las señales de la divinidad de la Iglesia verdadera y se encuentra hoy en la Iglesia verdadera de Jesucristo, así como se halló en la verdadera Iglesia en dispensaciones pasadas.

Así, parecería que, al igual que en los días del sacrificio animal —prototipo de la expiación vicaria del Salvador—, el animal sacrificado debía ser sin defecto, así también nosotros, que entramos a estos lugares sagrados para realizar ordenanzas por nosotros mismos y vicariamente por los muertos, debemos estar sin mancha, en la medida en que nuestras limitaciones humanas lo permitan.

Dentro de estos templos podemos estar tan cerca del cielo en la tierra como sea posible. Para entrar en ellos, debemos prepararnos para entrar en la presencia sagrada que allí mora, tal como el Señor enseñó al pueblo de Nefi a prepararse para entrar en la presencia de Dios:

“Y ninguna cosa impura puede entrar en su reino; por tanto, nada entra en su reposo sino aquellos que han lavado sus ropas en mi sangre, a causa de su fe, y del arrepentimiento de todos sus pecados, y de su fidelidad hasta el fin.” (3 Nefi 27:19)

En el exterior del Templo de Alberta, en Cardston, se encuentra esta inscripción, que resume la preparación que todos deben hacer para ser dignos de recibir “la mayor bendición de la vida: la santa investidura”:

Los corazones han de ser puros para entrar en estos muros,
donde se extiende un festín que es desconocido en los salones festivos.
Participa libremente, pues libremente Dios lo ha dado,
y prueba los gozos sagrados que hablan del cielo.
Aquí se aprende de Aquel que venció la tumba,
y a los hombres entregó las llaves, el reino:
Unidos aquí por el poder que une pasado y presente,
los vivos y los muertos encuentran la perfección.
—Orson F. Whitney

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