Vosotros Sois la Luz del Mundo


CAPÍTULO 26

El reino de Dios: un reino de orden

Liahona, enero de 1971.


El gran historiador Will Durant dijo una vez:

“En mi juventud quería libertad. En mi madurez quiero orden.”

No hay nada tan importante en el reino de Dios como el orden; sin embargo, la tendencia actual es resistirse a la ley y al orden, los cuales deben mantenerse en el reino de Dios si queremos ser agradables ante los ojos del Señor. “Sed uno,” dijo el Señor, “y si no sois uno, no sois míos.” (DyC 38:27)

La única manera de ser uno es seguir la dirección de la Iglesia tal como el Señor lo ha establecido.

Incluso en lo que respecta a las ordenanzas del templo, a veces hay resistencia al orden. Recibimos muchas solicitudes de parejas jóvenes que, por una razón u otra, quieren casarse civilmente primero —tal vez porque alguien en una de las familias no es miembro de la Iglesia— y luego desean casarse en el templo inmediatamente después. Cuando negamos la solicitud y explicamos que un sellamiento posterior a un matrimonio civil no es un matrimonio en el templo, sino un sellamiento después del matrimonio, a menudo preguntan:

“¿Por qué no es igual de válido ese sellamiento posterior que un matrimonio en el templo desde un principio?”
La respuesta sencilla debe ser:
“Porque el matrimonio en el templo es la forma del Señor, por Su mandato.”
Cualquier otra forma carece de algunas de las bendiciones que se podrían haber disfrutado si se hubiera elegido la manera del Señor.

A veces hay solicitudes de selladores de un templo que desean realizar sellamientos en otro templo. Cuando les decimos que su labor debe limitarse al templo para el cual fueron apartados, preguntan por qué, y respondemos que debe haber orden en el reino de Dios. En ocasiones, un expresidente de templo, años después de haber sido relevado, pide permiso para regresar al templo y efectuar otro sellamiento, quizá para un nieto. Su solicitud es denegada porque esa no es la manera de Dios. Cuando un miembro entrega las llaves que antes poseía, esas llaves ya no le pertenecen. Le pertenecen a otra persona, y él ya no tiene la autoridad que tuvo antes, porque hay orden en la Iglesia.

La solicitud de que personas que no son obispos ni presidentes de estaca puedan efectuar matrimonios civiles es frecuente. Algunos preguntan:

“¿Por qué no permitirlo con autorización?”
Y de nuevo respondemos:
“Porque hay orden, y los presidentes de estaca y obispos son ministros ordenados y están certificados como tales ante las autoridades civiles.”

Los requisitos para entrar al templo estipulan que un miembro recién bautizado no debe recibir una recomendación para efectuar ni siquiera sus propias ordenanzas del templo hasta que haya sido miembro de la Iglesia por lo menos durante un año. Cualquier flexibilidad en este requisito sería contraria al orden en la Iglesia del Señor. Esto es análogo a asegurarse de que, antes de que alguien esté listo para comer carne, se le enseñe primero a beber leche; y un año es el tiempo estipulado para ese proceso de aprendizaje.

Hubo un converso a la Iglesia que tenía un doctorado en psicología, y después de ocho meses en la Iglesia, alguien le sugirió que recibiera sus investiduras. Cuando su solicitud no fue concedida, se le explicó que eso iba en contra de la norma. Se insinuó que, por ser profesor universitario, su caso debía tratarse de manera diferente. Yo respondí:

“Sí, puede que tenga un doctorado en ciencia o filosofía, pero en la Iglesia solo tiene ocho meses de edad. Hasta que no haya sido instruido en los fundamentos de la Iglesia, no podrá entender ni disfrutar plenamente las ordenanzas del templo.”

Decimos que, hasta que esté preparado, sería insensato que fuera al templo a recibir instrucciones que estarían fuera de su comprensión.

La respuesta simple a todas estas excepciones mencionadas puede expresarse en una sola frase:

“Confía en la manera del Señor.”

Hace algún tiempo, estuve sentado junto al editor de Reader’s Digest en un almuerzo, y me preguntó si la falta de revelación moderna y la menguante confianza en el Señor eran nuestros mayores problemas hoy en día. Le dije que no eran problemas para nosotros. Sabemos que el Señor da revelación hoy. Estamos esperando que Él revele Su mente y Su voluntad. Las únicas personas que encuentran esto problemático son las que no creen en la revelación.

Allí radica uno de los mayores problemas entre quienes critican, buscan fallas y quieren excepciones: no confían en el Señor. No están dispuestos a escuchar la amonestación del Señor tal como Él la presenta al inicio de Sus revelaciones en esta dispensación. Estas son Sus palabras:

“Y se revelará el brazo del Señor; y vendrá el día en que los que no oigan la voz del Señor, ni la voz de sus siervos, ni presten atención a las palabras de los profetas y apóstoles, serán cortados de entre el pueblo.” (DyC 1:14)

Un día, un hermano que era crítico con la Iglesia hizo una pregunta bastante interesante, e incluso presuntuosa:

“En los primeros días, el profeta José Smith, cuando se enfrentaba a un problema eclesiástico difícil en el establecimiento de la Iglesia, acudía al Señor y buscaba una revelación para la dirección y guía de la Iglesia. ¿Están ustedes, los hermanos de hoy, viviendo de tal manera que puedan recibir una guía similar?”

Mi respuesta fue una cita de las palabras de Moroni, después de haber estado recopilando las enseñanzas de los jareditas. Tras haber leído la gran experiencia del hermano de Jared, supongo, Moroni concluyó con este pensamiento:

“Y ahora bien, yo, Moroni, quisiera hablar algo concerniente a estas cosas; quisiera mostrar al mundo que la fe es las cosas que se esperan y no se ven.”

Y entonces, citando nuevamente a Moroni, le dije a este profesor: “… por tanto, no disputéis porque no veis, porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe.” (Éter 12:6)

Luego le pregunté a este hermano: “¿Alguna vez has pensado que tú eres quien debería estar orando y acercándote lo suficiente al Señor como para saber si lo que dicen los hermanos hoy es o no la mente y la voluntad del Señor?”

Ese es un excelente consejo para cada uno de nosotros. Que todos sostengamos a los hermanos y pidamos al Señor, con fe, la confirmación de Su voluntad.

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