Vosotros Sois la Luz del Mundo


CAPÍTULO 36

Por toda la eternidad, si no en esta vida

Relief Society Magazine, octubre de 1968


Poco después de regresar de mi misión, hablé en los servicios funerarios de una fiel y devota ex misionera, a quien había conocido como una de las maestras y exponentes más desinteresadas, dedicadas y efectivas de los principios correctos que uno podría conocer. Falleció a causa de una enfermedad infecciosa incurable. Al acercarse su muerte, ella misma había delineado con detalle los servicios conmemorativos que se llevarían a cabo tras su partida. Por lo tanto, todos los que participaron en ese sagrado servicio eran profundamente conscientes de que cada uno había sido elegido porque representaba una etapa distinta de su vida, demasiado breve.

Mi humilde participación fue recordar sus años como misionera para la Iglesia. Justo antes de partir de su hogar —donde había servido como maestra de secundaria tras graduarse de la Universidad Brigham Young—, un patriarca le había dado una bendición patriarcal extraordinaria. Todas las bendiciones específicas prometidas ya se habían cumplido, excepto una; y la ausencia del cumplimiento de esa última me preocupaba, porque, según mi criterio, ningún ser humano en la tierra pudo haber vivido una vida más cercana a la de Cristo que ella. ¿Por qué, entonces, se le había negado esa última bendición prometida? La bendición que el Señor le dio por medio del patriarca fue que llegaría a ser una madre en Israel. Ella nunca se casó; por lo tanto, en su vida mortal no tuvo el privilegio de convertirse en madre. Hablé de esto durante los servicios y planteé mi pregunta sin respuesta: ¿Por qué?

Un padre y una madre angustiados solicitaron una entrevista, con la esperanza de recibir algo de luz y comprensión que pudiera aliviar su dolor y fortalecer su fe. Habían recibido un telegrama ominoso y lacónicamente redactado de parte del ejército, informándoles sobre la trágica muerte de su joven hijo. Recién regresado de su misión para la Iglesia, había sido llamado al servicio militar. Antes de partir, él también recibió una bendición patriarcal en la que se le prometía que tendría una posteridad de hijos e hijas. ¿Habían sido inspiradas las palabras del patriarca? ¿Por qué esta promesa había fallado, si, según el conocimiento certero de sus padres, su hijo había vivido dignamente, conforme a cada bendición prometida a los fieles que “viven para el Señor”?

Después de mis palabras en el funeral de la joven, el patriarca de estaca fue el orador final. Declaró dos principios vitales bien documentados en las Escrituras. Explicó la doctrina de que la vida no comienza con el nacimiento mortal ni termina con la muerte mortal. Cuando un patriarca pronuncia una bendición inspirada, tal bendición abarca la totalidad de la vida, no solo la fase que llamamos mortalidad. “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15:19), escribió el apóstol Pablo. Si no comprendemos esta gran verdad, vivimos en la miseria y a veces nuestra fe se ve sacudida. Con fe que mira más allá de la tumba y con confianza en la Providencia Divina que pondrá todas las cosas en su debida perspectiva en el debido tiempo, tenemos esperanza y nuestros temores se calman. “…la fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas”, declaró el profeta Alma; “por tanto, si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, las cuales son verdaderas.” (Alma 32:21.)

Esta fiel hermana, explicó el patriarca, aunque no tuvo el privilegio de dar a luz en la mortalidad, puede, por medio de ordenanzas sagradas en los santos templos sobre la tierra, ser sellada a un esposo digno en el debido tiempo del Señor; y ese sellamiento por autoridad divina, si es aceptado por ambos, puede permitir en el mundo venidero una unión sagrada en matrimonio eterno, con la promesa de posteridad más allá de la tumba.

Fue con respecto al aumento eterno que el Señor, en una revelación, declaró a aquellos que entran en este convenio de matrimonio y son fieles hasta el fin, que recibirán una “exaltación y gloria en todas las cosas, como ha sido sellado sobre sus cabezas, la cual gloria será una plenitud y una continuación de las simientes para siempre jamás.” (Doctrina y Convenios 132:19.)

Como si deseara aclarar aún más esta revelación, el profeta José Smith explicó:

“Pero aquellos que se casen por el poder y la autoridad del sacerdocio en esta vida, y continúen sin cometer el pecado contra el Espíritu Santo, continuarán aumentando y teniendo hijos en la gloria celestial.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 301.)

Como explicó Pedro, después de la resurrección del Maestro y como resultado de Su visita al mundo de los espíritus, el Señor predicó a los muertos “para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6). Explicado sencillamente, esto significa que para aquellas personas dignas que han fallecido, que aceptan la obra vicaria realizada por la autoridad del sacerdocio en los templos del Señor, tales ordenanzas son tan eficaces como si estuvieran vivas. Si no fuera así, como el Señor explicó a Pedro, a quien se le dieron las llaves del reino en la dispensación meridiana, las “puertas del infierno” (Mateo 16:18) habrían prevalecido contra la Iglesia de Jesucristo. Sin esta obra vicaria instituida en favor de los fieles que “mueren en el Señor” (DyC 42:46), la misión completa del sacrificio expiatorio del Maestro no se habría extendido a personas como las que se mencionaron anteriormente y muchas otras que podrían citarse.

Los seres queridos de aquella fiel misionera pueden mirar con esperanza hacia ese día glorioso en que se cumplirá la promesa de la maternidad, y los padres del fiel joven a quien se le prometió una posteridad no deben desesperar. A su manera y en Su debido tiempo, el Señor pondrá todo en su lugar. ¡Gracias sean dadas a Dios!

Hace algún tiempo, tuve ocasión de escribir unas palabras a las muchas hermanas fieles que aún no han tenido —o tal vez no tengan en la vida mortal— el cumplimiento de las más grandes esperanzas de una mujer. Es apropiado repetir aquí, con algunas modificaciones, parte de lo que dije entonces:

“A ustedes, jóvenes que están avanzando en edad y que aún no han aceptado una propuesta de matrimonio: si se preparan dignamente y están listas para ir a la casa del Señor, y tienen fe en este sagrado principio del matrimonio celestial para la eternidad, aunque el privilegio del matrimonio no llegue en esta vida mortal, el Señor las recompensará en Su debido tiempo, y no se les negará ninguna bendición. No están bajo obligación de aceptar una propuesta de alguien indigno de ustedes por temor a perder sus bendiciones.
Del mismo modo, a ustedes, jóvenes que puedan perder la vida prematuramente por accidente, enfermedad o en el terrible conflicto de la guerra antes de haber tenido la oportunidad de casarse, el Señor conoce la intención de sus corazones, y en Su debido tiempo los recompensará con oportunidades posibles mediante las ordenanzas del templo, que han sido instituidas en la Iglesia para tal fin.”

Hagan todo lo que esté en su poder por cumplir las leyes de Dios en lo que respecta a la exaltación en el reino de Dios. El Señor los juzgará tanto por sus obras como por los deseos de sus corazones, y su recompensa estará asegurada.

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