Nuestra responsabilidad: salvar al mundo

Conferencia General Octubre 1971

Nuestra responsabilidad: salvar al mundo

Delbert L. Stapley.

Por el élder Delbert L. Stapley
Del Consejo de los Doce


Después de concluir la Conferencia General de la Iglesia en abril de este año, un sincero y devoto caballero cristiano escribió: «Dios os bendiga, a vosotros y a vuestra obra maravillosa.  Ruego que mantengáis a Satanás fuera de vuestra Iglesia, ya que nosotros hemos fracasado en mantenerlo fuera de la nuestra.»

Desafortunadamente, no hemos mantenido plenamente a Satanás fuera de nuestra, o mejor dicho, de la Iglesia del Señor.  No nos hemos protegido mediante un recto vivir, en contra de los poderes de Satanás y sus ejércitos.

Sinceramente testifico que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días es el último baluarte para todo lo que es decente, espiritual, digno y bueno en la vida.  Depende de todos nosotros, como miembros, que por medio de nuestro ejemplo y buenas obras probemos que estas palabras son verídicas.

El Señor ha amonestado a sus hijos que en los postreros días Satanás tendrá poder sobre su propio dominio. (D. y C. 1:46).  Estas condiciones existen en la actualidad, y quedan en evidencia por el aumento en los asesinatos, la falta de respeto a la ley y las transgresiones morales.  Todas las normas que fueron sagradas en lo pasado, se están desmoronando bajo la presión de grupos agnósticos, ateos, subversivos y radicales. Las personas mal intencionadas aún logran progresos financieros al traficar con drogas, alcohol, pornografía y deshonestidad, no obstante la destrucción de los valores morales, éticos y espirituales de la vida.

La única forma en que Satanás puede ser atado, ha de ser que las personas olviden sus tentaciones e inclinación a hacer lo malo y anden rectamente delante del Señor. (1 Timoteo 6:5-7).

Satanás y sus seguidores están buscando constantemente una debilidad en nuestra armadura de protección espiritual, y al encontrarla, ponen sobre la misma toda presión y estratagema para infiltrar nuestra alma y destruirnos.

Ciertamente, si las transgresiones de los hombres continúan aumentando, y el mundo madura en iniquidad, los juicios de Dios se derramarán en gran manera sobre los inicuos de la tierra.  Nuestra única esperanza de adquirir protección celestial es establecer justicia y humildad en los corazones de todos los hombres.  El Señor ha prometido que El tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos.  Se requiere un verdadero valor y propósito para vivir una vida virtuosa.

Al poseer la palabra de Dios y teniendo una comprensión de la misma, ningún miembro debe ceder a las tentaciones de la maldad. Se nos ha enseñado debidamente, pero no todos estamos viviendo como se nos enseña. ¿Cuántos de nosotros, a causa de que no guardamos los mandamientos de Dios, llevamos a Satanás a nuestra vida, nuestro hogar, los templos de Dios, las reuniones sacramentales y demás reuniones?  Tenemos ante nuestros ojos las Escrituras, y los oráculos vivientes de Dios, que se encuentran entre nosotros para dirigirnos y guiarnos en todas nuestras actividades en la vida.  El Señor espera que seamos diferentes de la gente del mundo; debemos ser un pueblo especial para El; no obstante, debemos probar que lo somos, por medio de nuestra conducta, comportamiento y obediencia a sus mandamientos.

No hace mucho, un prominente líder de Escultismo, que no es miembro de la Iglesia, se reunió con un grupo de directores de Escultismo de la Iglesia, durante su visita a Salt Lake City.  Hizo algunos comentarios sobre la manera tan espléndida en que la Iglesia había hecho uso del programa de Escultismo, para beneficio de sus jóvenes.  En su discurso, hizo las siguientes advertencias: «…creo que la Iglesia salvará al mundo… Esto algo muy significativo… pero es cierto, y espero que siempre recordéis vuestra responsabilidad.»

Le escribí a este amigo para solicitar permiso para usar sus palabras.  En respuesta a mi pedido, declaró: «Me complace decir que no he cambiado de parecer acerca de las palabras que menciona en su carta.  De hecho, me sentiría sumamente orgulloso de que las usara siempre que lo considerara conveniente.  Usted y sus compañeros están haciendo un trabajo magnífico. Sigan adelante.»

¡Qué opinión tan elevada y maravillosa tiene este amigo de la Iglesia y de sus miembros!

Creo que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días puede salvar al mundo si sus miembros viven tal como los santos de Dios deben vivir.  Cada vez que fracasemos en vivir los principios del evangelio, es seguro que alguien observará nuestra conducta y se formará una opinión desfavorable de nosotros y de los valores espirituales de la Iglesia.  Nuestra fidelidad les da significado a las doctrinas que enseñamos. El Salvador recalcó estas palabras diciendo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).

Salvar al mundo es una gran responsabilidad, que recae no solamente sobre los directores de la Iglesia, sino también sobre los miembros de la misma.  El verdadero evangelio de Cristo es la esperanza del mundo; es el único plan que unirá los grupos étnicos y nacionales y quebrantará las barreras que dividen actualmente a la humanidad.  La historia ha probado que el hombre no puede abandonar a Dios ni a su Hijo, nuestro Salvador, y vivir en paz y seguridad.  Ninguna persona o pueblo puede rebelarse en contra de los mandamientos de Dios y estar en armonía con El.  Actualmente, existe mucha rebelión en el mundo en contra del orden establecido de decencia, y desobediencia a las leyes de Dios y el hombre.

Como miembros de la Iglesia, ¿qué estamos haciendo para salvar al mundo?  Primero que nada, debemos vivir los mandamientos, debemos ser honrados con nosotros mismos y los demás, debemos ser moralmente limpios y no vivir una doble norma de moralidad.  No debemos tener dos personalidades, una para el domingo y otra para los otros seis días de la semana.

Un recién converso escribió una carta en la cual afirmaba que la religión mormona le había parecido «un soplo de aire fresco,» y luego procedió a enumerar ocho razones por haberse alejado de su propia iglesia y haberse unido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.  Las enumeraré y haré breves comentarios sobre cada una.

  1. Una sana vida familiar. El hogar determina las actitudes y propósitos de una persona a un grado mayor que los amigos y compañeros, la escuela o colegio, los negocios o la vida social.  Es el primer gran campo de entrenamiento para los jóvenes.  Un hogar ideal de Santos de los Ultimos Días es aquel en donde se encuentran altas normas que se mantienen con confianza, paz, compañerismo y felicidad.
  2. Autoconfianza y responsabilidad. A todos los miembros de la Iglesia se les enseña desde que nacen hasta que mueren la autoconfianza y la responsabilidad. Lograr la vida eterna es una obligación personal.
  3. Disciplina moral y física. El apóstol Pablo aconsejó a los gálatas: «Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia… homicidios, borracheras… Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe» (Gálatas 5:19,21-22).

El presidente David O. McKay siempre enseñó que en el control de los principios morales siempre debe haber autodominio, autodisciplina y autocontrol.

El presidente Joseph F. Smith dijo: «Ningún hombre está a salvo a menos que sea amo de sí mismo, y no hay tirano más cruel o al que más se deba temer que a un apetito 0 pasión descontrolados. (Gospel Doctrine, página 247).

El Salvador amonestó: «Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41).

  1. La obediencia de los hijos a los padres. El apóstol Pablo aconsejó a los jóvenes efesios: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.  Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra» (Efesios 6:1-3).

Así mismo, les dijo a los santos hebreos: «Y aunque era hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia» (Hebreos 5:8).

La obediencia va más allá de los padres terrenales; nos obliga a todos nosotros, como hijos de nuestro Padre Celestial, a ser obedientes a sus leyes y mandamientos.

  1. Luchar por la perfección y la excelencia en todas las cosas. El evangelio es para el perfeccionamiento de los santos.  El Salvador aconsejó: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateos 5:48).

Jesús les preguntó a sus discípulos: «…¿qué clase de hombres debéis de ser?…» Respondió a su propia pregunta: «… En verdad os digo, debéis de ser así como yo soy» (3 Nefi 27:27).  Vivió tan perfectamente que desafió a sus seguidores «seguidme y haced las cosas que me habéis visto hacer» (2 Nefi 31:12).

  1. Castidad y la sagrada observancia del convenio matrimonial, Fue conmovedor leer acerca de la nueva Miss América, Laura Lea Shaefer, que valientemente respondió a las preguntas en su primera conferencia de prensa formal diciendo que estaba en contra de las relaciones sexuales prematrimoniales; también piensa que el uso de la marihuana conduce a drogas más fuertes y que los abortos deben ser ilegales. Agregó: «No soy una estudiante ejemplar, pero creo que mis compañeros y la mayoría de los jóvenes piensan como yo.» ¡Qué gran ejemplo para la juventud son sus normas personales de conducta!

La perfidia es una violación del convenio del matrimonio y frecuentemente resulta en divorcio lo cual perjudica la seguridad de los hijos, llevándolos frecuentemente al uso de las drogas, la inmoralidad, otras prácticas inicuas y el alejamiento de la Iglesia y la actividad.  Si todas las parejas observaran fielmente sus convenios matrimoniales, habría menos problemas y penas en el mundo hoy en día.  Si los padres pusieran el ejemplo de amor, confianza y metas familiares eternas, los hijos esperarían naturalmente que sus matrimonios fuesen sagrados y seguros.

  1. Normas elevadas en la educación. Se nos enseña: «La gloria de Dios es la inteligencia, o, en otras palabras, luz y verdad» (D. y C. 93:36). El Señor aconsejó: «Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe» (D. y C. 88:118).

También se nos enseña: «Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección.  Y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por motivo de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero» (D. y C. 130:1819).

  1. «Por último» dijo este converso, «está el sentido común.» El sentido común sugiere la habilidad sin la sofisticación ni el Conocimiento especial. Es simplemente un sentido bueno, cabal y práctico.  Todos nosotros hemos nacido con cierto grado de sentido común; sencillamente, se debe poner en práctica, y meditar las cosas en lugar de actuar apresuradamente.

Estas ocho razones significativas e importantes son buenos puntos que todos debemos recordar y seguir en nuestra vida.

El evangelio solamente puede inspirar a las personas a vivir sus normas de conducta moral y espiritual.  Nosotros no sacrificamos nada cuando abandonamos los caminos del mundo y fielmente guardamos los mandamientos de Dios.  Tal dignidad en la vida terrenal nos da derecho, después de abandonarla, a las mansiones celestiales de nuestro Padre Celestial. ¿Qué otra recompensa podría ser más gloriosa y satisfactoria?

El profeta Lehi, habiéndosele amonestado acerca de la destrucción de Jerusalén, tomó a su familia y a algunos otros y salió de esa ciudad sagrada.  Después de tres días de andar en el desierto, acamparon en un valle a orillas de un río (1 Nefi 2:6) que desembocaba en el mar Rojo.  En el camino, Lehi experimentó serios problemas con la rebelión de sus dos hijos mayores.  Y mientras miraba las aguas, se sintió inclinado a decirle a su hijo mayor, Lamán: «¡Oh, si fueras semejante a este río, fluyendo incesantemente hacia la fuente de toda justicia!» (1 Nefi 2:9).

Muchos ríos nacen de manantiales del agua pura y cristalina que brotan de una montaña; a medida que el agua sigue su curso hacia el océano, hay otros tributarios que se unen a la corriente principal. Algunos de estos están contaminados y en consecuencia, contaminan la corriente principal, la cual empezó pura al principio.  Para cuando el río llega al mar, toda la corriente se ha contaminado.  ¡Cuán semejante a la vida es esta representación simbólica!  El Señor ha revelado que «todos los espíritus de los hombres fueron inocentes en el principio; y habiendo Dios redimido al hombre de la Caída, el hombre vino a quedar de nuevo en su estado de infancia, inocente delante de Dios» (D. C. 93:38).  Teniendo presente esta declaración, podemos comprender por qué el Salvador dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos»(Mateo 18:3).

Cuando el niño llega a la edad de responsabilidad, el Señor dijo: «Y aquel inicuo viene y les quita la luz y la verdad a los hijos de los hombres, por motivo de la desobediencia…» (D. y C. 93:39).

De esta revelación aprendemos que en el comienzo de la vida terrenal toda la humanidad es inocente ante Dios y, por tanto, es semejante al río naciente, puro e inmaculado. Cuando los tributarios contamínanos se unen a la corriente principal, nuestra vida también se contamina si permitimos que los tributarios de la iniquidad y la maldad entren en ella.  Debemos preocuparnos por estos afluentes de la iniquidad y fortificarnos en contra de ellos. La maldad nunca fue felicidad, sino que por el contrario, es deprimente; destruye la conciencia, y al final la vida espiritual del individuo constantemente errado. El niño que se enseña y entrena en forma inadecuada está inclinado a sucumbir a las tentaciones de la maldad y de este modo contaminar y arruinar su vida, tanto ahora como eternamente.  Debemos recordar que ninguna cosa impura puede entrar en la presencia de Dios. No podemos ganar siguiendo el sendero de la maldad.  Lo más pronto que podamos aprender esta lección, más compensadora y fructífera será nuestra vida.

Es mi sincera oración que todos podamos ser firmes, constantes e inmutables en guardar los mandamientos de nuestro Señor, y de esta manera mantener a Satanás fuera de la Iglesia.

Al dirigir nuestros esfuerzos en esta dirección, seremos dignos ejemplos de las cosas que enseñamos; estaremos diligentemente ocupados en compartir un conocimiento del evangelio con nuestros amigos y asociados, y en testificar de la divinidad de la obra en la que estamos embarcados.  Que Dios nos bendiga, lo ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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