Conferencia General Octubre 1971
Pongamos los cimientos para el milenio

Por el élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce
Estoy muy agradecido a mi Padre Celestial por el privilegio de asistir a otra Conferencia General de la Iglesia, y por estar presentes esta tarde todos vosotros, fieles Santos de los Ultimos Días.
El Salvador dijo: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4). Estoy seguro de que todos aquellos que hemos tenido el privilegio de asistir a las últimas tres sesiones de esta conferencia, nos hemos dado cuenta de que verdaderamente hemos sido alimentados con el pan de vida eterna. De los siervos del Señor hemos recibido maravillosos consejos e inspiración.
El pan mantiene al cuerpo con vida, pero se requiere más que eso para mantener vivo el espíritu. La música ha sido maravillosa, y quisiera felicitar a estos cantantes de Ricks College. Hace algunas semanas estuve ahí para su servicio devocional, y no podemos evitar sino darle gracias al Señor por todas las instituciones de su Iglesia y lo que éstas y las oportunidades educativas están haciendo por nuestros jóvenes.
Hoy me gustaría decir unas cuantas palabras acerca de la clase de cimientos que tenemos como fe, por lo que vivimos, y cuáles son realmente nuestras metas y ambiciones. Pienso en la época en que se construyó este hermoso templo, hace más de cien años. Cuando se estaban poniendo los cimientos —que se nos dice eran de cinco metros de ancho— vino el presidente Brigham Young y vio que los obreros estaban usando granito picado. Les pidió que lo quitaran y pusieran los grandes trozos de granito, de los que está hecho el templo, con esta explicación: «Estamos construyendo este Templo para que permanezca a través del Milenio.» ¿No es ése un buen pensamiento? Cada uno de nosotros debería desear edificar su vida y ayudar a su familia a cimentar la suya, para que podamos permanecer a través del Milenio.
Al escuchar al hermano Romney, en la sesión de esta mañana, señalar las promesas de los profetas y del Salvador mismo, concerniente a su venida, quién de nosotros no querría vivir de tal manera que nos asegurara que, cuando sonara la trompeta de Dios, y los muertos resucitaran, nosotros, con nuestros seres queridos, pudiéramos ser contados entre ellos y estar en su presencia.
Pienso en las palabras del apóstol Juan, que fue arrebatado de la isla de Patmos y le fue mostrado por un ángel todo lo que ocurrió en los cielos, desde la guerra, cuando Satanás fue expulsado, hasta la escena final. Vio a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios, y los libros fueron abiertos y los muertos fueron juzgados por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras, no simplemente su fe, no solamente lo que decían con sus bocas, sino por sus obras. Y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos y fueron juzgados cada uno según sus obras. (Véase Apocalipsis 20:12-14).
«. . . y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años… Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección, la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con El mil años» (Apocalipsis 20:4-6).
¿Qué persona cuyo testimonio haya sido tocado por el espíritu divino, estaría satisfecha de esperar mil años más cuando la trompeta de Dios sonara, pudiendo haberse preparado a sí misma? Y si se requiere un fundamento de cinco metros para sostener a ese templo para el Milenio, entonces se requiere mucha obediencia de nuestra parte para prepararnos para este glorioso acontecimiento.
El Salvador dijo: porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan (Mateo 7:14). De manera que queremos asegurarnos de que estamos en ese camino estrecho y angosto que lleva a la vida. En otra ocasión Jesucristo dijo:
«Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.
«Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
«Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena
«y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina» (Mateo 7:24-27).
La clase de fundamento sobre el cual edifiquemos nuestra vida es tan importante para nuestra felicidad eterna, como lo es la clase de fundamento sobre el cual edificaron este Santo Templo, a fin de que pudiera permanecer de pie durante el Milenio.
Hace algunos años, siendo Presidente de la Misión de los Estados del Sur, pronuncié un discurso una noche en Quitman, Georgia, sobre la duración eterna del convenio del matrimonio y la unidad familiar. Cité del libro del hermano Rulon S. Howells Do Men Believe What Their Church Prescribes? (Deseret Book Co., 1932.) En él se incluye una gráfica donde se enumeran todas las iglesias conocidas y enseguida sus declaraciones y actitud hacia los principios doctrinales de más importancia, inclusive el de la duración eterna del convenio matrimonial, y ninguna de ellas cree en eso.
No puedo comprender cómo pueden leer la Biblia y aún no creer, y cómo los casamientos pueden efectuarse en las iglesias de todo el mundo hasta que la muerte los separe. ¡Qué concepto tan frívolo! ¿Por qué no se remontan al tiempo cuando Dios había terminado la creación de esta tierra, y la miró y encontró que era buena, y puso aquí a Adán, y en ese momento dijo: «No es bueno que el hombre esté solo… (Génesis 2:18)? Le hizo ayuda idónea, diciendo: «… y serán una sola carne» (Génesis 2:24). Ahora, lo que Dios une y hace una sola carne, no se podría separar sin tener dos mitades en lugar de dos enteros. Jesús repitió esa declaración cuando dijo:
«Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.
«. . . por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (Mateo 19:5-6).
Al término de esta reunión me encontraba yo en la puerta para saludar a las personas mientras salían, y un hombre se me acercó y se presentó como un ministro bautista. Le dije:
—¿Estuve equivocado en mi aseveración?
—No, señor Richards —dijo— todo es exactamente como usted dice. No todos creemos todas las cosas que nuestras iglesias enseñan.
—Y usted tampoco las cree. ¿Por qué no va y le enseña a su gente la verdad? Ellos la aceptarán de usted porque no están listos para aceptarla de los élderes mormones todavía.
Me contestó:
—Nos veremos nuevamente— y es todo lo que pude obtener de él esa noche.
La próxima vez que fui a esa rama para efectuar una conferencia, aproximadamente cuatro meses más tarde, se anunció mi llegada en el diario porque yo era el presidente de la misión. Al dirigirme a esa pequeña capilla, se encontraba ahí esperándome, el ministro bautista. Al saludarnos, le dije:
—Ciertamente me gustaría saber lo que pensó de mi último sermón en este lugar.
—Señor Richards —dijo— he estado pensando en ello desde ese entonces. Creo en cada palabra que usted dijo —Luego agregó— pero me gustaría oír el resto de la historia.
¿Cómo podría cualquier hombre que siente un amor verdadero por su esposa e hijos no creer en ese principio?
Hay personas así, que creen que el matrimonio debe ser eterno, pero no hay ninguna otra iglesia en todo el mundo, excepto la nuestra, que crea en la duración eterna del convenio matrimonial.
Pensad el efecto que causa en nuestra vida saber que hemos de vivir para siempre jamás. Preferiría creer que la muerte es una completa aniquilación de tanto el cuerpo como el espíritu, que pensar que cuando la muerte llegara me separaría de mi esposa y de mis hijos y que no nos conoceríamos el uno al otro. Os aseguro, no habría mucho que esperar. ¿Cómo podríais querer vivir para siempre sin una continuación del amor que os mantiene unidos aquí?
Recuerdo que hace años, creo que fue en 1932, cuando secuestraron al hijo de Carlos Lindbergh(1) y dejaron una nota en la que pedían $50.000 dólares. Gustosamente hubiera pagado lo que pedían si hubiera podido recobrar a su hijo. Y sin embargo, aquí estamos con el conocimiento de la vida eterna. Esta mañana, el hermano Marion G. Romney citó la revelación del Señor, donde dijo que en la resurrección, los niños se levantarían y crecerían sin pecado hacia la salvación. (D. y C. 45:58).
Quienes hemos puesto a descansar a nuestros pequeños en la tumba, teníamos esa responsabilidad. Encontrándonos en Holanda, mientras era yo presidente de la misión en ese país, nació una de nuestras hijitas, y estuvo con nosotros hasta que cumplió tres años y medio de edad. Mi esposa dijo en varias oportunidades que ella sabía que los ángeles le habían traído ese espíritu, porque había sentido su presencia, y no obstante tuvimos que ponerla a descansar en la tumba. Si hubiéramos sentido que ese era el fin, habríamos dado cualquier cosa en el mundo para volverla a recobrar. Y luego llegamos a este gran conocimiento que tenemos de la restauración del evangelio, en que ella será nuestra en el mundo eterno y que tendremos el gozo de verla crecer fuera del pecado, hacia la salvación. En algunas ocasiones he pensado que probablemente algunos de estos espíritus escogidos no necesitaron la experiencia de la vida terrenal como otros hijos, y esa es la razón por la que el Señor ha visto prudente llevarla de nuevo al hogar eterno.
Tuvimos cuatro hijas antes de que nos naciera un varón. Fuimos enviados a California a presidir una estaca, y estando nuestro hijo con un miembro del Sumo Consejo y sus hijos, falleció en un accidente. Esa fue la mayor aflicción que jamás experimentamos, pero ahora estamos sobreponiéndonos a ello, y vemos hacia adelante, sabiendo que Dios, nuestro Padre Eterno, desea que nuestros lazos de amor perduren a través de la eternidad. Le aminora dolor a la muerte, saber que vamos a reunirnos con aquellos a quienes tanto queremos y apreciamos. ¡Gracias a Dios por este conocimiento! Deseo ver nuestro fundamento fijo de tal modo que seamos dignos de permanecer con nuestros seres queridos y con los hijos santificados y redimidos de nuestro Padre.
Hermanos y hermanas, somos un pueblo bendecido. Somos bendecidos con el privilegio de vivir sobre la tierra cuando el evangelio ha sido ya restaurado, y por tener un conocimiento de su veracidad. Somos bendecidos al tener un fundamento en el cual podemos edificar nuestra fe, lo cual hace de cada día, un día feliz, al asociarnos con nuestros seres queridos. Con toda razón, el presidente McKay dijo frecuentemente, que ningún otro éxito en la vida puede compensar el fracaso en el hogar. Y cuanto más se apeguen los hombres a vivir los mandamientos de Dios, mayor es el amor en el hogar y mayor el aprecio del conocimiento de que el amor puede continuar a través de las eternidades venideras.
Mientras presidía la Misión de los Estados del Sur, una maestra de escuela le prestó un libro a uno de nuestros niños mormones; y cuando éste lo devolvió, incluyó en ella una tarjeta de Los Artículos de Fe, que ella leyó. Se dirigió a su ministro y le preguntó: ¿Por qué razón nuestra Iglesia no puede tener algo como esto?» El ministro no pudo darle ninguna explicación satisfactoria, de modo que ella escribió una carta al Servicio de Información aquí en Salt L City. Le enviaron literatura, la visitaron los misioneros, y por último se unió a la Iglesia.
Entonces pienso, al leer esos Artículos de Fe escritos por el profeta José Smith (y hay muchas otras doctrinas importantes que no menciono), ¿cómo podría alguien leer esos artículos y no creer que tenemos la verdad? Ninguna otra iglesia en el mundo tiene un fundamento semejante. Para concluir, quisiera recitar algunos de ellos:
«Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.» Dos personajes separados y distintos, como lo enseñó el profeta José, con cuerpos de carne y huesos, y el Espíritu Santo un personaje de espíritu.
«Creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán.» No hay muchas iglesias que creen esto.
«Creemos que por la Expiación de Cristo todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio.» La mayoría de las admoniciones actuales se limitan a que todo lo que tenéis que hacer es aceptarlo como vuestro Salvador, pero nuestra declaración es que tenéis que hacer lo que El dice.
«Creemos que los primeros principios y ordenanzas del evangelio son, primero: Fe en el Señor Jesucristo; segundo: Arrepentimiento; tercero: Bautismo por inmersión para la remisión de pecados; cuarto: Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo.» No creo que haya ninguna iglesia en el mundo que esté edificada sobre tales cimientos, y sin embargo, si acudimos al sexto capítulo de Hebreos, Pablo dice: dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento de¡ arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios,
«de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno» (Hebreos 6:12).
Esto es exactamente lo mismo que tenemos en nuestros Artículos de Fe.
«Creemos que el hombre debe ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad para predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas.» Ninguna otra iglesia cree en eso; piensan que tienen la autoridad solamente por leer sus Biblias.
«Creemos en la misma organización que existió en la iglesia primitiva, esto es, apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas, etc.» Pablo nos dice que su iglesia está edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; y ninguna otra iglesia tiene tal fundamento.
«Creemos en el don de lenguas, profecía, revelación, visiones, sanidades, interpretación de lenguas, etc.
«Creemos que la Biblia es la palabra de Dios hasta donde esté traducida correctamente; también creemos que El Libro de Mormón es la palabra de Dios.» Y ningún hombre puede creer en la Biblia sin saber que existe otro volumen de Escrituras que Dios ha prometido sacar a luz y juntarlo, y hacer de ellos uno en sus manos.
«Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios » En otras palabras, creemos en la revelación continua y que la verdadera iglesia de Cristo es dirigida en la actualidad por medio de la revelación.
Y luego «Creemos en la congregación literal del pueblo de Israel y en la restauración de las Diez tribus; que Sión será edificada sobre este continente (de América); que Cristo reinará personalmente sobre la tierra, y que la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaco.» Nosotros sabemos estas cosas, e Isaías nos dice que cuando ese día venga, habrá un cielo nuevo y una tierra en donde el cordero y el león se acostarán juntos, y edificaremos casas y moraremos en ellas, y plantaremos viñas y cometemos el fruto de ellas. No edificaremos para que otro habite, sino que todo hombre disfrutará de la obra de sus propias manos, y son los bendecidos del Señor y sus descendientes con ellos (Isaías 65:17-23).
No es extraño entonces que deseemos poner un fundamento similar a aquel sobre el cual descansa el santo Templo, a fin de poder asegurarnos que permaneceremos con nuestros seres queridos durante el Milenio. El Señor nos ayude a cada uno de nosotros y nuestras familias, a llevarlo a cabo, lo ruego, y os dejo mi bendición, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
(1) Lindberg, Carlos, Aviador norteamericano, nacido en 1902, quien a bordo del monoplano Spirit of St. Louis realizó en 1927 la primera travesía sin escala Nueva York-París.
























