“Si quisiereis y oyereis”
Por el élder Gordon B. Hinckley
Del Consejo de los Doce
Conferencia General Octubre 1971
Recientemente visité la Plaza de Trafalgar en Londres, donde admiré la estatua de Lord Nelson (1). Al pie de la columna se encuentran las palabras que pronunció en la mañana de la Batalla de Trafalgar: «Inglaterra espera que todo hombre cumpla con su deber.» Lord Nelson murió en esa histórica batalla en 1805, así como muchos otros; pero Inglaterra fue salvada como nación, y Bretaña se convirtió en un imperio.
Desde aquel entonces la imagen del deber y la obediencia ha disminuido notablemente. Esto no es exactamente nuevo; es tan antiguo como la historia humana. Isaías le declaró al antiguo Israel:
«Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra;
«Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho» (Isaías 1:19-20).
Recuerdo haberme sentado en este Tabernáculo cuando tenía 14 0 15 años de edad —en el balcón detrás del reloj— y oír al presidente Heber J. Grant cantar su experiencia al leer El Libro de Mormón durante su niñez. Habló acerca de Nefi y de la gran influencia que éste había sido en su vida; luego, con una voz que vibraba llena de convicción, la cual nunca olvidaré, citó estas ilustres palabras de Nefi: «Iré y haré lo que el Señor ha mandado porque sé que él nunca da ningún mandamiento a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado» (1 Nefi 3:7).
En aquella ocasión nació en mi tierno corazón la firme decisión de tratar de hacer lo que el Señor ha mandado. Ruego que a través del Espíritu del Señor pueda tener el poder de impresionar en forma similar el corazón de alguien que se encuentre en esta congregación.
¡Qué cosas tan maravillosas suceden cuando los hombres caminan con fe y obediencia a lo que se requiere de ellos! Recientemente leí la interesante historia del comandante William Robert Anderson, el oficial naval que llevó el submarino Nautilus (2) debajo del hielo polar, desde el Océano Pacífico al Océano Atlántico, una hazaña intrépida y peligrosa. Relató otras hazañas de riesgos similares. Concluyó con una declaración que llevaba en su billetera, escrita sobre una maltratada tarjeta y que tenía estas palabras, las cuales os recomiendo:
«Creo que siempre soy divinamente guiado.
«Creo que siempre tomaré el camino correcto.
«Creo que Dios siempre abre el camino allí donde parece que ya no hay otra alternativa.»
Yo también creo que Dios siempre abre el camino donde parece que ya no existe otra alternativa. Creo que si rendimos obediencia a los mandamientos de Dios, si seguimos el consejo del sacerdocio, El abrirá el camino a pesar de que parezca que es imposible.
Ubicada frente a la Plaza de Trafalgar en Londres está la Galería de Arte Nacional de Gran Bretaña, en donde se encuentra una pintura de Sir Joshua Reynolds (3) del niño Samuel, quien, en su niñez, escuchó una voz y contestó: «Habla, porque tu siervo oye» Samuel 3:10).
Desde ese día, Samuel rindió obediencia a los mandamientos de Dios y llegó a ser el gran Profeta de Israel; él fue quien seleccionó y ordenó al rey Saúl y al rey David. Y fue a Saúl a quien le declaró una amonestación que ha pasado a través de las edades: “obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 Samuel 15:22).
Adquiero fortaleza de una sencilla expresión hecha concerniente al profeta Elías, que amonestó al rey Acab con respecto a la sequía y el hambre que asolaría la tierra. Pero éste se burló; y el Señor le dijo a Elías que se escondiera en el arroyo de Querit, que habría de beber del arroyo y que sería alimentado por los cuervos. Y la Escritura registra una declaración sencilla y maravillosa; «Y él fue e hizo conforme a la palabra de Jehová» (1 Reyes 17:5).
No hubo disputas, no hubo excusas, no hubo equivocaciones. Elías simplemente «fue e hizo conforme a la palabra de Jehová». Y fue salvado de las terribles calamidades que cayeron sobre aquellos que se burlaron, que tuvieron disputas y dudas.
No siempre es fácil ser obediente a la voz del Señor. Quizás nos sintamos insuficientes. Frecuentemente me siento alentado por la conversación que Moisés tuvo con Jehová, quien lo llamó para sacar a Israel de Egipto. Moisés era fugitivo y pastor de ovejas; ¡cuán totalmente insuficiente se ha de haber sentido!
«Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra . . . porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.’ (Y casi puedo escucharlo decir: «Por favor no me lo pidas.»)
«Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? . .
«Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar» (Éxodo 4:10-12).
En 1837, cuando la Iglesia estaba teniendo dificultades en Kirtland, Ohio, el profeta José Smith llamó a Heber C. Kimball a que fuera a Inglaterra a inaugurar la obra en ese lugar. El hermano Kimball exclamó con humildad: «Oh, Señor, soy tartamudo e incapaz de llevar a cabo tal obra; cómo puedo ir a predicar a esta tierra, que es tan famosa por el mundo cristiano por su sabiduría, conocimiento y religiosidad . . . y a un pueblo cuya inteligencia es proverbial.»
Pero luego, meditándolo, agregó: «Sin embargo, todas estas consideraciones no me desviaron del sendero del deber; en el momento que comprendí la voluntad de mi Padre Celestial, sentí la determinación de vencer todos los obstáculos, teniendo la confianza de que El me apoyaría con su poder omnipotente y me investirla con la capacidad necesaria; y a pesar de que apreciaba mucho a mi familia, y que tendría que dejarlos casi desamparados, pensé que la causa de la verdad, el evangelio de Cristo, vencía cualquier otra consideración. (Orson F. Whitney, Life of Heber C. Kimball, página 104).
Cruzó loa mares y comenzó la obra en Preston, Lancashire, interponiéndose entre él y su compañero las fuerzas diabólicas del infierno. Y de esa manera comenzó una obra en aquella parte del mundo que ha bendecido la vida de miles de personas. La gran conferencia efectuada recientemente en Manchester, fue tan sólo la sombra prolongada de ese comienzo temeroso, pero fiel.
Las asignaciones que recibamos quizás no sean de nuestro agrado. Naamán, el leproso, fue con sus caballos y su carro, con sus presentes y su oro, hacia el profeta Eliseo para ser curado. Y éste, sin verlo, envió un mensajero diciendo: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.» .
Pero Naamán, el orgulloso y soberbio capitán del ejército sirio se sintió insultado y se fue. Únicamente cuando sus criados le hablaron se humilló lo suficiente para volver. Y el registro dice: «El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.” (2 Reyes 5:1-14).
En este recinto se encuentra un hombre que muchos de vosotros conocéis. Hace algunos años, recibió un llamamiento misional para la Misión de los Estados del Oeste con sede en Denver, Colorado. En varias ocasiones había visitado esta ciudad como miembro del equipo de debate de la universidad; era una ciudad que se encontraba ubicada al otro lado de la montaña. El y sus padres habían soñado con un campo más exótico en una de esas regiones alejadas de nombres extraños. Sus amigos sonrieron. Algunos de sus seres queridos dudaron de la sabiduría o la inspiración de su llamamiento. ¿Por qué había sido un joven escogido como él, llamado a una misión desde Salt Lake City hasta Denver? Pero fue; llegó a ser un misionero poderoso. Hoy en día hay gente que le agradece al Señor por su llegada; fue nombrado consejero del presidente de misión y experimentó oportunidades maravillosas en el entrenamiento y la dirección. Allí conoció a una bella señorita con quien más tarde contrajo matrimonio. De las oportunidades extraordinarias y peculiares de esa misión, surgieron dentro de él cualidades que lo han hecho prominente en su vocación. Hoy en día forma parte del grupo de Representantes Regionales de los Doce.
Creo que debo agregar que el hombre que está sentado detrás de mi, el presidente Harold B. Lee, fue a la misma misión bajo circunstancias similares y de esa obediencia se originaron algunas de esas cualidades grandes y maravillosas que hemos presenciado en su vida, y por las cuales lo apreciamos sinceramente.
Permitidme compartir con vosotros una porción de un sagrado testimonio personal. Hace casi 40 años me encontraba en una misión en Inglaterra. Había sido llamado a trabajar en la oficina de la Misión Europea, en Londres, bajo la dirección del presidente Joseph F. Merrill (1868-1952) del Consejo de los Doce, y en aquel entonces presidente de la mencionada misión. Un día, tres o cuatro de los periódicos de Londres publicaron algunas criticas de la reimpresión de un libro antiguo, fraudulento y repugnante, indicando que el libro era una historia de los mormones. El presidente Merrill me dijo: «Quiero que vaya a ver al editor y proteste por esto.» Lo miré y estuve por decirle: «Ciertamente no habla en serio.» Pero humildemente contesté: «Sí, señor.»
No vacilo en decir que tenía miedo. Me dirigí a mi habitación y sentí algo como lo que creo que Moisés debe haber sentido cuando el Señor le pidió que fuera a ver al faraón. Ofrecí una oración; mi estómago era un nudo de nervios mientras me dirigía a la estación para tomar el subterráneo que me llevaría a la Calle Fleet. Encontré la oficina del presidente y le presenté mi tarjeta a la recepcionista, quien la miró y entró en la oficina adjunta y volvió para decirme que el señor Skeffington estaba demasiado ocupado para verme. Le respondí que había viajado 5 mil millas y que esperaría. Durante la hora que transcurrió hizo dos o tres viajes a su oficina y por fin me invitó a pasar, Nunca olvidaré el panorama que presencié. El estaba fumando un gran puro, con una mirada que parecía decirme: «No me molestes.»
Tenia yo en las manos las críticas, después de eso no sé lo que dije, ya que otro poder pareció hablar a través de mi. Al principio el editor adoptó una actitud defensiva y aun beligerante. Luego empezó a amansarse y terminó por prometer hacer algo al respecto. En menos de una hora se corrió la voz a todos los vendedores de libros en Inglaterra para que devolvieran loa libros de referencia al editor. A un costo considerable, éste imprimió y añadió enfrente de cada volumen, una declaración como advertencia de que el libro no se debía considerar como historia, sino únicamente como ficción, y que con ello no se intentaba ofender a la respetada gente mormona. Años más tarde le concedió a la Iglesia otro favor de mucho valor, y cada año, hasta el tiempo de su muerte, recibí de él una tarjeta durante la Navidad.
Llegué a saber que cuando tratamos de rendir obediencia a loa requisitos del sacerdocio, el Señor abre el camino, aun cuando parece ser imposible.
Hace diez años fui sostenido en este gran Tabernáculo como miembro del Consejo de los Doce. Estos han sido años maravillosos, llenos de miles de experiencias de fe en muchas partes de la tierra. Pero de todas las experiencias que he tenido, las más compensadoras han sido aquellas en las que he participado en las reuniones semanales de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce, en el Templo que yace al este de nosotros. Allí tenemos una oración, una súplica ferviente por la voluntad del Señor. Y en ese lugar sagrado se pone de manifiesto el espíritu de revelación a medida que se proponen y presentan decisiones y programas que afectan a la Iglesia.
De las experiencias de estos diez años, os testifico que Dios está constantemente revelando, en su propia manera, su voluntad concerniente a su pueblo. Os testifico que los líderes de esta Iglesia nunca nos pedirán hacer nada que no podamos efectuar sin la ayuda del Señor. Quizás nos sintamos incapaces; aquello que se nos pida hacer quizás no sea de nuestro agrado o encaje con nuestras ideas; pero si lo intentamos con fe, oración y resolución, podremos lograrlo.
Os testifico que la felicidad, la paz, el progreso, la prosperidad y la eterna salvación y exaltación de los Santos de los Últimos Días, radica en rendir obediencia a los consejos. «Te damos, Señor, nuestras gracias . . . Profetas con tu evangelio, guiándonos como vivir.» (Himnos de Sión, número 196).
Ayúdanos, oh Dios, para estar dispuestos y obedientes a fin de poder comer de la abundancia de la tierra. Ayúdanos, Padre, a confiar en ti, a salir adelante con corazones dispuestos y sumisos, a fin de que podamos ser dignos de tus bendiciones, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
- Nelson, Horacio (1758-1805), almirante inglés, vencedor de Napoleón
- Nautilus-Submarino norteamericano que realizó un viaje histórico pasando bajo el Polo Norte el 3 de agosto de 1958
- Reynols, Sir Joshua (1723-1792), retratista inglés.
























