El valor del amor

C. G. Octubre 1970logo pdf
El valor del amor
Por el élder Delbert L. Stapley
Del Consejo de los Doce

Delbert L. Stapley.Mis hermanos y amigos: Las Escrituras nos enseñan que Dios es un Dios de amor; es la cosa más sublime que El puede brindarnos y la cosa más grande que nosotros podemos darle. La verdadera medida para amar a Dios es amarlo sin límite.  Su amor por nosotros quedó manifestado cuando envió a su Hijo Unigénito al mundo a fin de que mediante El, pudiéramos vivir. (1 Juan 4:9.)

Entre otros padres e hijos ha existido un grado del amor que existe entre el Padre Eterno y Su Hijo Unigénito.  No debemos pensar que un amor como este esté lejos de nuestro alcance o que nunca lo podremos dar.  Quizás no seremos capaces de igualar el amor perfecto que el Salvador nos mostró, porque Cristo es el epítome de esta cualidad dada por Dios, pero es una meta hacia la cual todos debemos tratar de llegar.

La necesidad más imperiosa del mundo actual, a fin de remediar sus errores y problemas, es que el hombre se vuelva a Dios con amor y obediencia a su voluntad.  Sin amor, el mundo continuará en tribulaciones, y las condiciones se empeorarán hasta que lleguen a la cumbre de la perversidad y el pecado, y en ese tiempo, los juicios de Dios caerán sobre los inicuos de la tierra. La cura para todas las enfermedades, errores, preocupaciones, aflicciones y los crímenes de la humanidad yace en una palabra: amor.

El amor si se utiliza en su definición correcta, mantendrá a la humanidad unida en comprensión y paz.  En la actualidad, el ingrediente más esencial para una vida feliz y gozosa es el amor.

Si el amor tierno y profundo que Jesús practicó y recomendó, morara en cada corazón, se realizarían los ideales más gloriosos y sublimes de la sociedad humana, y poco se necesitaría para hacer de este mundo un reino de los cielos.  El amor es en verdad un cielo sobre la tierra, siendo que los cielos no lo serían sin el.

El apóstol Pablo le llama amor al lazo de perfección y paz.  Es el antiguo, el nuevo y el gran mandamiento, porque el amor es el cumplimiento de la ley.

El amor se manifiesta en la caridad del alma; se compone de muchas cosas, y todas ellas conducen a un elevado idealismo de las normas de vida, comportamiento personal y propósito. Se expresa en un ejemplo cristiano, en palabras, acciones, en atenciones y buenas obras.

El amor no es verdadero cuando demanda atenciones y necesidades caprichosas y cuando no las aprecia ni ofrece nada a cambio de los favores recibidos.  Esa actitud es simplemente de egoísmo, y refleja una carencia de gratitud, decencia y respeto.  Tal persona se preocupa sólo de sí misma y no se preocupa por su falta de atención para corresponder a la cortesía o expresar su agradecimiento.

El amor es la purificación del corazón; fortalece el carácter y brinda un propósito más elevado y una mira positiva para cada acción de la vida.  El poder para amar verdadera y devotamente es el don más noble que una persona puede poseer.  El verdadero amor es eterno e infinito; es justo y puro, sin acciones ni demostraciones violentas que tanto están de moda en la actualidad.

El amor empieza en el hogar, con padres que depositan su afecto y cuidado en sus hijos; que viven con amabilidad y comprensión, buscando el cariño y la confianza de sus hijos y mostrando al mismo tiempo, preocupación por su bienestar y felicidad.

El apóstol Pablo impartió este sabio consejo:

«Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8).

Cubrir las necesidades físicas y temporales de los hijos no satisface sus deseos más preciados; las buenas enseñanzas y el buen ejemplo de los padres son tan importantes, y los miembros de la familia deben unirse mediante una estrecha relación, haciendo cosas juntos, queriéndose los unos a los otros y gozando del compañerismo mutuo.

La primera emoción que una criatura aprende y necesita es el amor; la primera que expresa es el amor.  Un niño reacciona al amor o a la carencia del mismo. ¿Qué otra cosa puede ser más hermosa que un hijo nos rodee con su brazo y nos diga: «Te quiero»?  El amor es el verdadero fundamento de la vida.

Si los padres son inmaduros y no pueden reconciliar sus diferencias, sin enojarse, pelear o gritarse, el niño crece inseguro, y a medida que crece, es capaz de hacerse de malas compañías sólo para escapar de un ambiente desagradable en el hogar.

Examinemos algunas de las cosas indeseables que pueden suceder cuando un niño que está creciendo, se siente rechazado y descuidado en el hogar.  Frecuentemente se le encuentra con amigos de conducta dudosa… personas con normas inferiores a las suyas, simplemente para sentirse alguien.  Desafortunadamente, esa persona raramente eleva a otros a sus propias normas de vida, sino que por lo general se rebaja a sí mismo al nivel de sus así llamados amigos.

Las jóvenes, particularmente, que se sienten rechazadas, están más dispuestas a entregarse a un joven astuto, a sacrificar la castidad sólo para recibir amor. ¿En quién recae la culpa por esta tragedia: en la jovencita que tan desesperadamente necesita el amor, o en los padres que fracasaron en su responsabilidad de demostrárselo?

¿Y qué pasa con el muchacho? ¿Qué clase de enseñanza y amor ha recibido en su hogar? ¿En qué manera tratará y protegerá a las señoritas que salgan con él, como resultado de su vida en el hogar?

Cuando se permite que los niños crezcan por sí solos, frecuentemente se destruye el ambiente espiritual y ordenado del hogar, pero si sienten que sus padres realmente se preocupan, responderán a sus deseos.  Cuando en el hogar existen amor y respeto mutuos, también existe un deseo de complacer.  Los jóvenes de ambos sexos probablemente se vestirían de una manera más modesta si se dieran cuenta de que sus padres se preocupan por la manera en que visten.

Recientemente, al estar en Australia, noté que la mayoría de las señoritas llevaban minifaldas sumamente cortas que no dejaban nada librada a la imaginación, su apariencia era de lo más inmodesto y escandalosa, pero ellas parecían no tener vergüenza alguna, sintiéndose perfectamente cómodas.  Obviamente, estas jovencitas no tienen a nadie que esté lo suficientemente interesado en ellas para aconsejarlas cómo vestir.  Quizás sea porque sus madres también andan ataviadas con minifaldas y fracasan al no ofrecerles un ejemplo personal de modestia.  Estas mismas condiciones prevalecen en nuestro país.

Poco después que la minifalda se puso de moda, se le preguntó a una diseñadora en una entrevista radial, si ésta era un factor contribuyente a la delincuencia moral de las señoritas, a lo que dio una respuesta positivamente afirmativa.  Las estadísticas de madres solteras ha probado que esta declaración es cierta. ¿Continuarán las madres e hijas usando ropa inmodesto, o ha llegado el tiempo de sacar la máquina de coser a fin de ataviarse con vestidos de acuerdo con normas respetables?

Una discusión familiar concerniente a las normas del vestir en una noche de hogar, podría cambiar esos estilos inmodestos a los de decencia, y esto se aplica tanto a los jóvenes como a las señoritas.  Muchos de los problemas de la juventud actual, con espíritu de amor y una sabia enseñanza paternal pueden ser corregidos.

El expresidente Joseph F. Smith dio esta amonestación: «. . . Los padres en Sión tendrán que responder por los actos de sus hijos, no sólo hasta que lleguen a los ocho años de edad, sino tal vez durante toda la vida de sus hijos, si es que desatendieron su deber hacia ellos mientras éstos se hallaban bajo su cuidado y orientación, y los padres eran los responsables de ellos (Doctrina del Evangelio, Vol. 11 Pág. 23).

Muy frecuentemente, el deber que los padres descuidan es el no corregir y disciplinar a sus hijos; el consentimiento no es una muestra de amor, ni tampoco compra el de un hijo.  No podéis ignorar sus malas acciones y permitir que pasen desapercibidas.  Cuando un niño actúa erróneamente, debe esperar que se le castigue de acuerdo a sus acciones; no obstante, esto no debe hacerse con ira.  Frecuentemente, un padre se puede comunicar mejor con su hijo después de haberlo castigado.  El brazo amoroso alrededor de la criatura le manifiesta el amor que su padre siente, y muchas veces abre la puerta de la comunicación entre ambos.  Cuando los hijos están dispuestos a hablar, ese es el momento en que los padres deben escuchar, no importa la hora que sea.

Salomón aconsejó: «No menosprecies, hijo mío el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección;

«Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere» (Proverbios 3:11-12).

Cuando los padres piensan únicamente en sus propios placeres y amigos, ¿dónde dejan a sus hijos?  Cuando se dedican a cumplir con su «posición social», los niños se quedan solos mientras los padres participan en otras actividades fuera del hogar.  Le conceden a su hijo permiso de usar la casa a su antojo, con toda clase de refrigerios, pensando que si invita a algunos de sus amigos, eso compensará el que ellos no estén en casa con él.

¿Y entonces qué sucede?  Los hijos están solos durante la noche, muchas veces hasta la madrugada. ¿Qué hacen cuando se aburren?  La respuesta podrá espantar y molestar a muchos de estos padres descuidados.

El fallecido presidente David O. McKay dijo: «Otro elemento que contribuye a la felicidad de un hogar es el servicio mutuo, cada miembro del hogar trabajando el uno para el otro. . .» (Treasure of Life, pág. 330). Es hermoso aquel hogar en el que cada miembro trata de servir a los demás.  Un niño tiene el derecho de sentir que su hogar es un refugio, un lugar de protección contra los peligros y perversidades del mundo exterior.  Y para suplementar esta necesidad, son necesarias la unidad familiar y la integridad.  Necesita padres que sean felices en su adaptación mutua, que estén trabajando felizmente hacia el cumplimiento de un ideal de la vida, que amen a sus hijos con un amor sincero y genuino; en una palabra, individuos equilibrados, dotados con una cierta cantidad de percepción, que sean capaces de proveerle al niño un ambiente emocional sano que contribuya más en su desarrollo cine las comodidades materiales.

Uno de los baluartes más firmes y seguros de la sociedad que está siendo minado, es la familia.  La vida moderna está desintegrando las bases del hogar.  En el hogar bien ordenado, donde moran la confianza y el amor, encontraréis la vida en su mejor forma. No existe un verdadero hogar sin el amor; mediante él, éste continúa sólido.

«El amor, se ha dicho, fluye hacia abajo.  El amor de los padres por sus hijos siempre ha sido mucho más poderoso que el de los hijos por sus padres; ¿y quién, entre los hijos de los hombres, jamás amó a Dios con la milésima parte del amor que El nos ha manifestado a nosotros?» (Haré)

Los padres y la juventud están olvidando lo que realmente significa el verdadero amor.  El significado no ha cambiado; sino que, como muchas otras virtudes que han sido aceptadas como esenciales para las normas adecuadas de comportamiento, está siendo desmenuzado hasta que el verdadero significado está tan corrompido que el odio está sustituyéndolo más y más.

¿Cómo puede un hombre o una mujer decir que se aman mutuamente si se involucran sexualmente con otra persona? ¿Cómo es que mediante nuestras acciones herimos a aquellos a quienes debíamos amar más? ¿Y qué pasa con los padres que destrozan sus hogares? ¿Quién sufre más, los padres o los hijos?  El egoísmo de algunas personas es asombroso.  El rompimiento de votos y convenios matrimoniales no parece tener ya ningún significado.

Es de suma importancia que los padres permanezcan juntos y mantengan a su familias en una relación ideal.  Padres, no dejéis de verificar vuestra noche de hogar para la familia; acercará los hijos a vosotros y vosotros a ellos.  Orad con vuestra familia; estableced las tradiciones de rectitud en vuestro hogar.  Desarrollad el amor, el compañerismo y la unidad.  Recordad, donde termina la familia, ahí empieza la delincuencia.

Cuán bendecida es la familia con la que mora el amor; cuán bendecidos son los hijos cuyos recuerdos más preciados son aquellos de una niñez y juventud felices.  Padres, daos el tiempo para brindarles a vuestros hijos esos años y recuerdos felices.  El mundo se está moviendo rápidamente; la presión sobre nuestro tiempo es consumidora. Muchos padres descuidan a sus familias; las madres que trabajan y dejan a sus hijos en casa hacen la misma cosa.  Daos el tiempo para tener actividades familiares.

Quisiera compartir con vosotros una parte del testimonio de la hermana Davidina Bailey, una madre devota, que contempla el futuro, para el cuidado, bienestar, dirección y felicidad de sus hijos.  Este fue escrito dieciséis años antes de su fallecimiento en julio próximo pasado.  Es uno de los más he>o tributos de una madre que verdaderamente ama a sus hijos.

«He estado despierta esta noche sin poder dormir lo cual es raro en mí ya que generalmente duermo bien.  Quiero dejarles este mensaje, hijos… Si me aman… guarden los mandamientos de Dios, háganlo por mí, si no lo hacen por ustedes mismos, ya que quiero que estén conmigo en la gloria que su padre y yo lograremos.

«Los exhorto… no se alejen de este evangelio si yo no estoy aquí para cuidarlos en esta vida.  No tengan celos el uno del otro, ya que los he querido a todos por igual.  He tratado de ser justa con todos ustedes… No se enojen unos con otros… No busquen placeres mundanos.  Estén alerta a los poderes de Satanás y sus ángeles, porque nunca deben olvidar que su poder es muy grande.

«Recuerden siempre que los quiero mucho.  Ustedes son los hijos espirituales de Dios; y su padre y yo hemos sido comisionados en esta vida para ser sus padres, de modo que vivan de tal manera que podamos ser de nuevo una familia a, través de las eternidades. . . «

Que Dios nos conceda como padres el amor, la sabiduría y el discernimiento para prever eficazmente el cuidado, bienestar y felicidad de nuestros hijos. Que podamos ayudarlos a vivir rectamente, a amar la verdad y ser buenos.

Dios bendiga a la juventud a fin de que dé oído a las sabias enseñanzas de padres amorosos y ejemplares, y vivan todos juntos en comprensión, armonía y paz.

Ruego humildemente, mis hermanos y hermanas que podamos enseñarles a nuestros hijos el evangelio, sus principios, sus normas e ideas, y pongamos la clase de ejemplo a fin de que podamos decirles: «Venid, seguidme, y haced las cosas que me habéis visto hacer.»

Amo a la Iglesia; sé que es verdadera.  Sé que el evangelio es el plan de vida que el Señor nos ha dado para guiarnos y dirigirnos a hacer frente a todas las condiciones que prevalecen en el mundo actual.  Que nos mantenga firmes, fieles y verídicos en el sendero de la justicia, lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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