La clave de nuestra Religión

Conferencia General Octubre 1970

La clave de nuestra Religión

por el Élder Marion G. Romney
del Consejo de los Doce


Mis queridos hermanos: He tomado como tema esta tarde: «La clave de nuestra religión.»

El profeta José Smith escribió en su diario el 28 de noviembre de 1841: «Domingo 28. Pasé el día en casa del presidente Young, hablando con los Doce Apóstoles y tratando con ellos varios temas.  Estuvo presente el hermano Joseph Fielding, después de estar ausente cuatro años por motivo de su misión en Inglaterra.  Declaré a los hermanos que el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hombre se acercaría más a Dios por seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 233-34).

La autenticidad del Libro de Mormón y la restauración del evangelio descansan sobre los mismos fundamentos: primero la realidad de la revelación moderna y, segundo, el hecho de que José Smith fue un profeta de Dios.  Estas dos verdades están inseparablemente conectadas con relación al Libro de Mormón y el evangelio restaurado.  Aceptar a uno de ellos equivale a aceptar también al otro.

Cuando José Smith se retiró a dormir la noche del 21 de septiembre de 1823, él no pensó (y nunca tuvo ese pensamiento), acerca del Libro de Mormón.  El asunto que le preocupaba en ese momento era su situación ante el Señor.  Esto, en oración y súplica era lo que él trataba de determinar.  Mientras oraba, fue visitado por Moroni, un personaje enviado de la presencia de Dios, que le dijo: «Hay un libro depositado (en la cercana Cumorah) escrito en planchas de oro, que aporta una relación de los primeros habitantes de este continente, así como las fuentes de donde ellos brotaron.  El también dijo que la plenitud del evangelio eterno estaba en él, tal como fue entregado por el Salvador a los antiguos habitantes; también, que había dos piedras en unos arcos de plata, depositadas con las planchas;  …y que Dios las había preparado para el propósito de traducir el libro.» (José Smith 2:34-35). (DHC Vol. 1, página 12.)

En esta entrevista el Profeta tuvo idea por primera vez del Libro de Mormón.  Desde esa noche, hasta que el libro fuera publicado, José fue constantemente guiado desde el cielo para obtener, cuidar y traducir los sagrados registros.  Una de las cosas más notables relativas al Libro de Mormón, es la frecuencia y la finalidad con la cual el Señor mismo dio testimonio de su veracidad y divinidad.

Confirmando su propia participación en la aparición del Libro de Mormón, el Señor, en agosto de 1830, dijo al Profeta: «Moroni a quien envié para revelaros el Libro de Mormón, que contiene la plenitud de mi evangelio eterno. . .» (D. y C. 27:5).

En el prefacio de Doctrinas y Convenios, el Señor dijo que El llamó a José Smith, hijo, y habló con él desde el cielo y le dio mandamientos, así como «el poder de traducir el Libro de Mormón por la misericordia de Dios y por su poder». (D. y C. 1:1729.) El señor también dijo a los Tres Testigos que el Profeta había «traducido el Libro» y luego agregó: «Como vive vuestro Señor y vuestro Dios es verdadero» (D. y C. 17:6).

A medida que el Profeta avanzaba en la traducción, aprendió muchas grandes y maravillosas verdades.  Aprendió que la idea del Libro de Mormón se originó en la mente del Señor Jesús mismo; que ambas cosas, la fuente del material para ese registro y los grabados que él estaba traduciendo fueron preparados por hombres justos dirigidos por Dios.

El aprendió que bajo la guía del Señor la recopilación del material para tal Libro comenzó 2200 años antes de Cristo, cuando el Señor mandó al hermano de Jared descender del monte, de la presencia del Señor, y escribir las cosas que había visto. (Eter 4:1.) El aprendió que el registro así comenzado, fue continuado por mandamiento del Señor, hasta el final de la era jaredita. Que el registro completo de los jareditas, vino a dar milagrosamente a las manos de Moroni, quien alrededor de 400 años de nuestra era, lo abrevió hasta convertirlo en el breve registro que conocemos como El Libro de Eter.  El aprendió que las cosas que hay en este breve registro fueron escritas por Moroni sobre las planchas que él, José, estaba traduciendo, porque de acuerdo con las palabras de Moroni, el Señor le ordenó escribirlas y, según Moroni: «… he escrito sobre estas planchas las mismas cosas que vio el hermano de Jared» Y el Señor le mandó que las sellara y también que sellara su interpretación, por tanto selló los intérpretes de acuerdo con los mandamientos del Señor. (Eter 4:4-5.)

Similares instrucciones fueron dadas con respecto a los registros nefitas: «Me mandó el Señor (dijo Nefi), e hice unas planchas de metal para poder grabar sobre ellas la historia de mi pueblo…

«Y esto he hecho y he mandado a mi pueblo lo que debe hacer cuando yo ya no esté» (1 Nefi 19:1,4).

Así, siguiendo el divino mandato, el extenso registro de las grandes planchas de Nefi, de las cuales Mormón hizo su versión abreviada, fue guardado por casi mil años.

Jesús mismo editó parte de ese registro.  Durante su ministerio después de su resurrección entre los nefitas, El les instruyó que escribieran las cosas que les había enseñado. También les recordé que no habían registrado las profecías de su siervo Samuel el Lamanita. para efecto de que al tiempo de su resurrección «muchos santos» pudieran levantarse de los muertos. (3 Nefi 23:9,13.) Cuando El les hizo notar esto, los discípulos recordaron las profecías y su cumplimiento. (Jesús mandó que fuera escrito; por tanto fue escrito de acuerdo con su mandato.)

‘De la página del título del Libro de Mormón, el profeta aprendió que uno de los dos propósitos del Libro era: «Convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo.»

Para el cumplimiento de este propósito, el Libro es, de principio a fin, un testigo de Cristo.  Su primer capítulo contiene un relato de una visión en la cual Lehi vio a Jesús» que descendía del cielo y que su resplandor era mayor que el del sol al medio día» (1 Nefi 1:9).  Su último capítulo concluye con una gran exhortación de Moroni (la de venir a Cristo y ser perfeccionados en El, con esta seguridad): «. . . y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con todo vuestro poder, alma y fuerza, entonces su gracia os bastará, y por su gracia… seréis santifica(los. . .» (Moroni 10:32-33).

Numerosos y grandes son los conmovedores testimonios que iluminan las quinientas páginas que hay entre esos dos capítulos.

Yo os doy mi testimonio de que por mí mismo he obtenido un conocimiento personal de que el Libro de Mormón es todo lo que el profeta José dijo que era, que de él irradia el espíritu de profecía y revelación; que él enseña con plena simplicidad las grandes doctrinas de salvación y los principios de conducta justos, calculados para llevar el hombre a Cristo; que la familiaridad con su Espíritu y la obediencia a sus enseñanzas, moverá a toda alma contrita a orar fervientemente con David:

«Crea en mi oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmos 51:10).

Nuestra alma se eleva sobre las cosas sórdidas del mundo y se remonta al reino de lo divino, como si en espíritu estuviera con el hermano de Jared en el Monte Shelem en la presencia del Redentor premortal, y le oyera decir: «He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo.  He aquí, soy Jesucristo… En mí tendrá luz eternamente todo el género humano, sí, cuantos creyeren en mi nombre…

¿Ves cómo has sido creado a mi propia imagen?  Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen.»

«He aquí, este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi Espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi Espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne» (Eter 3:14-16).

Nuestra alma es igualmente elevada cuando en el espíritu se mezcla con la multitud reunida alrededor del templo en el país de Abundancia, quienes, como Mormón dijo, «estaban maravillados y asombrados entre sí, y mostrándose los unos a los otros el grande y maravilloso cambio que se había verificado.

«Y también estaban conversando sobre este Jesucristo, de quien se había dado la señal respecto de su muerte.

«Y acaeció que mientras así conversaban, unos con otros, oyeron una voz como si viniera del cielo… y no era una voz áspera ni fuerte; no obstante, a pesar de ser una voz suave, llegó hasta el centro de los que la oyeron, de tal modo que no hubo parte de su cuerpo que no hiciera estremecer; sí, los penetró hasta el alma, e hizo arder sus corazones.

«. . . y les dijo:

«He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd.

«. . . y he aquí, vieron a un hombre que descendía del cielo; y llevaba puesta una túnica blanca; y descendió y se puso en medio de ellos.  Y los ojos de toda la multitud estaban en él, y nadie se atrevió a abrir la boca, ni siquiera el uno al otro, para preguntar lo que significaba, porque suponían que era un ángel que se les había aparecido.

«Y aconteció que extendió su mano y dirigiéndose al pueblo, dijo: «He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo.

«Y he aquí, soy la luz y la vida del mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado. . .» (3 Nefi 11:1-3, 6-11).

Nadie puede leer el resumen que Alma hace de las experiencias de su padre con , los santos que se unieron a la iglesia en las aguas de Mormón, de la gracia del Señor y de los grandes sufrimientos para librarlos de su cautividad espiritual y temporal; de cómo, por el poder del Santo Espíritu, ellos fueron despertados de su profundo sueño de muerte, a un poderoso cambio operado en su corazón; nadie, repito, puede contemplar esta maravillosa transformación sin anhelar un cambio así para su propio corazón. (Alma 5:13).

Y ninguno puede contestar por sí mismo esas preguntas que Alma hizo a sus hermanos: «(1) ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? (2) ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? (3) ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones? (4) ¿Ejercitáis la fe en la redención de aquel que os creó? (5) ¿Miráis hacia lo futuro con el ojo de la fe y veis este cuerpo mortal levantado en inmortalidad, y esta corrupción en incorrupción para presentaras ante Dios, y ser juzgados según las obras que se hubieron hecho en el estado mortal?

«Os pregunto: ¿Podéis imaginar oír la voz del Señor deciros en aquel día: Venid a mí, benditos, porque, he aquí, vuestras obras han sido de rectitud sobre la faz de la tierra?»

«¿Os habéis conservado inocentes delante (le Dios en vuestro modo de vivir?  Si os tocase morir en este momento, ¿podríais decir dentro de vosotros, que habéis sido suficientemente humildes? ¿Qué vuestros vestidos han sido lavados y blanqueados en la sangre de Cristo, que vendrá para redimir a su pueblo de sus pecados?» (Alma 5:14-16, 27).

Yo digo que nadie con el espíritu del Libro de Mormón sobre sí puede contestarse honradamente estas preguntas que tratan de llegar al alma, sin resolverse a vivir de manera que pueda contestarlas afirmativamente en ese gran día al que todos llegaremos.  Dejo mi humilde testimonio de que el Profeta sabía lo que estaba hablando y pronunciando verdades divinas cuando declaró:

«Declaré a los hermanos que el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión: y que un hombre se acercaría más a Dios por seguir sus preceptos, que los de cualquier otro libro.»

Como sucede con todas las obras de Dios, el Libro de Mormón, contiene la evidencia de su propia autenticidad.

Yo os insto, mis hermanos, hermanas y amigos, y a todos aquellos que escuchen mi voz, a familiarizaras con las enseñanzas del Libro de Mormón y a llenaros de su espíritu, «la clave de nuestra religión».

Sus enseñanzas y su espíritu nos llevarán a Cristo y a la vida eterna.  De todo esto doy mi solemne testimonio en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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