Conferencia General Octubre 1972
Advertencias espaciales
por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia
Es un gran privilegio y a la vez una gran responsabilidad discursar ante esta gran audiencia congregada en este histórico Tabernáculo y todos aquellos que me están escuchando. Oro humildemente por que el Espíritu así como las bendiciones del Señor estén con nosotros en esta hermosa mañana de día de Reposo.
Las condiciones generales del mundo actual me han hecho meditar acerca de un editorial que leí hace poco. Dice lo siguiente:
«Un astrónomo alemán cree que la joven civilización de la tierra se está aproximando a su primera gran crisis, como consecuencia de los descubrimientos de nuevos poderes de autodestrucción, y que la mayor esperanza del hombre para evitar el desastre, es la de escuchar concienzudamente los consejos provenientes de remotas regiones del estrellado espacio interestelar.
«En algún lugar del espacio sideral, creen los científicos, existe una vieja y sabia civilización que ha sobrevivido muchas crisis, y está tratando de advertir a la inexperta tierra, en contra de los errores propios de su juventud.
«¡Qué observación tan astuta! Y sin embargo, por miles de años, el Señor y creador de este mundo ha estado tratando de que los pueblos de su tierra escucharan atentamente sus buenos, y sabios consejos. Pero, o no han sabido sintonizar correctamente, o han estado insensibles a la vista y el oído. Muchos son los mensajes que ha habido de otros mundos» (Servicios de información de la Iglesia, septiembre de 1970).
La humanidad cuenta con registros de los mensajes de Dios al hombre que se remontan hasta el comienzo mismo de los tiempos, mensajes comunicados ya sea por apariciones personales, por ángeles, por revelaciones directas, visiones, sueños o por inspiración. La primera comunicación tuvo lugar cuando el Señor Dios se les apareció a Adán y Eva en el jardín del Edén; más tarde luego de ser echados del jardín, ellos invocaron el nombre del Señor y aun cuando no lo vieron, oyeron su voz. El les dio mandamientos, para que lo adoraran y le ofrecieran sacrificios.
«Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor»
«Y pasados muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó. «Entonces el ángel le habló diciendo: Esto es a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. «Por consiguiente, harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo: y te arrepentirás e invocarás a Dios; en el nombre del Hijo para siempre jamás.
«Y ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo que da testimonio de Padre y del Hijo, diciendo: ¡Soy el Unigénito del Padre desde el principio, desde ahora y para siempre, para que así como has caído puedas ser redimido; también todo el género humano, aun cuantos quisieren (Moisés 5:5-9).
Se hace entonces evidente que Adán supo, mediante la revelación, que Cristo sufriría y expiaría los pecados de la humanidad, y que habría una resurrección. Esto es evidencia de que, tal como Amós lo dijera: «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 5:7).
Es difícil comprender los motivos por los cuales mucha gente se encuentra preparada para aceptar los hechos registrados por los historiadores seculares, y rechazan sin embargo la historia eclesiástica, tal como fue registrada en las Escrituras por hombres íntegros y de intachable personalidad, rehusando aun a creer profecías que han venido del Señor, que ya se han cumplido y han sido verificadas por la historia secular. La humanidad ha rehusado en forma especial, aceptar a los profetas de su propio tiempo, habiendo sido muchos de ellos perseguidos, ridiculizados y martirizados.
Las Escrituras se encuentran repletas de incidentes en los cuales se lamenta el hecho de que la mayoría del pueblo siempre se rehusara a aceptar a los profetas que los llamaban al arrepentimiento y les recordaban sus iniquidades. Recordemos lo que dijo el Señor a la multitud cuando denunció a los escribas y a los fariseos:
«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
«He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
«Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mateo 23:37-39).
Debemos escuchar y apoyar a los profetas si es que deseamos ser bien vistos por el Señor. Así se quejó a su pueblo, Nefi, uno de los primeros profetas del Nuevo Mundo.
«He aquí, mis hermanos, ¿no habéis leído que Dios dio poder a un hombre, sí, Moisés, para herir las aguas del Mar Rojo, y que se dividieron a un lado y al otro del tal modo que los israelitas, nuestros padres, pasaron a pie enjuto, y que las aguas se cerraron sobre los ejércitos de los egipcios y se los tragaron?
«Y he aquí, si Dios dio a este hombre tanto poder, ¿por qué, pues, disputáis entre vosotros, y decís que no me ha dado el poder para saber acerca de los juicios que caerán sobre vosotros, si no os arrepentís?
«Más he aquí, no solamente negáis mis palabras, sino también todas las cosas que nuestros padres han declarado, y también las palabras que profirió este hombre Moisés, a quien le fue dado tanto poder, así las palabras que él declaró respecto a la venida del Mesías.
«Y he aquí, no sólo Moisés dio testimonio de estas cosas, sino también todos los santos profetas, desde los días de él hasta los días de Abraham.
«Y quisiera que supiereis que aun desde la época de Abraham ha habido muchos profetas que han testificado de estas cosas; sí, he aquí, el profeta Zenós testificó enérgicamente; y por esta razón lo asesinaron:
. . . y ahora sabemos que Jerusalén fue destruida, según las palabras de Jeremías. ¿Entonces, por qué no ha de venir el Hijo de Dios, según su profecía?
«¿Y negaréis ahora que la ciudad de Jerusalén ha sido destruida?. .
«Lehi, nuestro propio padre, fue echado de Jerusalén porque testificó de estas cosas. . .
«Y ahora, ya que sabéis estas cosas, y no las podéis negar a menos que mintáis, habéis, por tanto, pecado en esto, porque habéis desechado todas estas cosas a pesar de las numerosas evidencias que habéis recibido. .
«Mas he aquí, habéis despreciado la verdad y os habéis rebelado contra vuestro Santo Dios; y aun hoy mismo, en lugar de haceros tesoros en los cielos, donde nada se corrompe, y donde no entra nada impuro, os estáis acumulando ira para el día del juicio.
«St, aun ahora mismo, a causa de vuestros asesinatos, vuestras fornicaciones, y vuestros crímenes, os estáis madurando para eterna destrucción, sí, y os sobrevendrá pronto a menos que os arrepintáis,» (Helamán 8:11-13, 16, 19-22, 2426).
¿Estamos en la actualidad preparados para arrepentirnos y aceptar la palabra de Dios, o al igual que los pueblos antiguos, vamos a continuar amontonando ira, hasta el día del juicio y la destrucción eterna? Estos mensajes han estado llegando a los habitantes de esta tierra a través de las edades de un amoroso Padre, de quién somos hijos espirituales. Son mensajes destinados para nuestro beneficio y bendición. El se interesa por nosotros y desea nuestro triunfo y felicidad en la vida y en la eternidad. El creó el mundo y nos envió al mismo, sabiendo perfectamente que es lo mejor para nosotros, y por medio de sus profetas y su Hijo Jesucristo, nos dio el plan de vida que nos guiará a la Salvación y a la exaltación. Muchas son las formas en que Dios hace evidente su amor por sus hijos, así como su deseo de dirigirlos de la mejor forma posible.
Refirámonos a la experiencia de José, aquel que fue vendido en Egipto. El Faraón se encontraba perturbado por un sueño que había tenido, y habiéndose enterado de que José podría interpretarlo, envió por él diciendo: «Yo he tenido un sueño y no hay quién lo interprete, más he oído decir de ti, que oyes sueños para interpretarlos.»
José respondió: «No está en mi; Dios será el que dé respuesta propicia al
Faraón.» Luego el Faraón le contó el sueño que había tenido acerca de las siete vacas flacas así como de las espigas llenas y las menudas. Luego José le dijo que Dios le había mostrado al Faraón lo que habría de hacer y le advertía que habrían de sobrevenir siete fructíferos años de abundancia, los cuales serían seguidos por siete años de hambre que consumirían la tierra.
Todos sabemos que el Faraón aceptó dicha interpretación y nombró a José como Gobernador, mandándole que se dedicara a preservar todos los excedentes agrícolas provenientes de los años en abundancia. Como consecuencia de la fidelidad de José y su actitud positiva con respecto a la inspiración y revelación, se encontró más adelante en posición de salvar a su familia, cuando su padre Jacob envió a sus otros hijos a comprar grano del hermano a quien ellos habían vendido.
José testificó más tarde: «Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación» (Génesis 45:7). ‘
Existen registros de muchas otras revelaciones que fueron recibidas tanto por los profetas de la antigüedad como por los de los tiempos modernos. Las profecías relacionadas con el nacimiento, misión y crucifixión, así como la resurrección de Jesucristo, se encuentran predichas muchas veces por diferentes profetas, tanto en la Biblia como en el Libro de Mormón, algunas de ellas centenares de años, antes de su nacimiento. Contamos con las palabras de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Lehi, que anticiparon ese gran acontecimiento.
Nefi registró con algún detalle sus visiones de esos acontecimientos, tal como le fueron mostrados por un ángel del Señor. El vio a María, la madre de Jesús, llevando en brazos a un niño, el Cordero de Dios, el Redentor del mundo. Vio al Profeta que lo bautizó, al Espíritu Santo descendiendo sobre El, su trabajo con los Doce, la curación de los enfermos y el castigo de los demonios y espíritus inmundos.
Nefi también predice los últimos acontecimientos de la vida del Señor con las siguientes palabras:
«Pero he aquí, habrá, entre ellos guerras y rumores de guerras; y cuando llegue el día en que el Unigénito del padre, sí, el Padre del cielo y de la tierra, se les manifieste en la carne, he aquí, lo rechazarán por causa de sus iniquidades, e insensibilidad de sus corazones, y dureza de sus cervices.
«He aquí, lo crucificarán; y, después de yacer en un sepulcro por espacio de tres días, se levantará de entre los muertos, con salvación en sus alas, y todos los que crean en su nombre serán salvados en al reino de Dios; por tanto, mi alma se deleita en profetizar acerca de El, porque he visto su día, y mi corazón magnifica su santo nombre» (2 Nefi 25:12-13).
Aun cuando esta profecía fue hecha cerca de 600 años antes del nacimiento de Cristo, cada acontecimiento predicho se llevó a cabo al pie de la letra. Los escritores del Nuevo Testamento presentan un testimonio irrefutable de la validez de estas proclamaciones proféticas. El Nuevo Testamento da así mismo validez a otras profecías registradas en el Antiguo Testamento y en el Libro de Mormón.
El relato de Lucas nos dice que un mensajero del Padre cruzó el espacio para anunciar: «Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor» (Lucas 2:11). «Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios, en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2:13-14).
El propósito que impulsa a Dios para tener profetas sobre la tierra, es para comunicar sus mensajes para el beneficio y la bendición de la humanidad, por cualquier medio de comunicación espacial que El elija utilizar. En su triunfante providencia, El ha preparado la vía por medio de la cual podamos lograr la inmortalidad y la vida eterna, de la cual Jesús dijo que era su obra y su gloria. Antes v a partir del gran sacrificio que Cristo llevara a cabo por nosotros, los profetas revelaron el mensaje de que debíamos ser obedientes a las leyes y ordenanzas del evangelio, y que mediante el arrepentimiento de los pecados del mundo podríamos lograr la exaltación.
¡Qué importante es que escuchemos a los profetas! Las Escrituras contienen numerosas advertencias referentes a estos postreros días, acerca de las calamidades que nos sobrevendrán, que han sucedido y sucederán. Sólo mediante el arrepentimiento del mundo y su aceptación y obediencia de las enseñanzas del evangelio tal como fueron reveladas por Dios por conducto de su hijo Jesucristo y los profetas, podremos llegar a ser salvos de la destrucción.
Grande ha sido el número de los mensajes del más allá, recibidos y fielmente interpretados por profetas tales como Jeremías, Ezequiel, Daniel, Nefi y Moroni, Pedro, Pablo, y en los tiempos modernos, José Smith. Yendo aún más allá de las comunicaciones radiales o televisadas, éstas fueron recibidas a través de mensajeros personales, sin que mediara una cápsula espacial, un avión o un cohete. Mucho es lo que tiene que recorrer el hombre antes de penetrar al reino de los planetas habitados. Aun así la comunicación espacial existe. El hombre ha hablado con Dios y ha recibido respuesta de El. Tales mensajes han sido recibidos para beneficio y bendición de los habitantes de la tierra, por espacio de más de 6,000 años.
Hay en la actualidad sobre la tierra un Profeta a través del cual el Señor hace conocer su voluntad. Nosotros como miembros de la Iglesia creemos: «Todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios» (Artículos de Fe No. 9).
El acontecimiento y la bendición más grande recibidos por la humanidad fueron el sacrificio expiatorio de Jesucristo y el plan de vida y salvación por El enseñado. El próximo en importancia para la humanidad, fue la restauración del evangelio a través del profeta José Smith. Dios lo llamó y él escuchó, y por medio de la revelación sacó a la luz los registros sagrados que contenían el evangelio en su plenitud, el cual junto con la Biblia y las revelaciones modernas, brinda al mundo el mismo plan de vida y salvación que fuera presentado por Jesús, cuando se encontraba sobre la tierra.
A los catorce años de edad, José se encontraba confuso como resultado de las actividades proselitistas de las diferentes iglesias de su comunidad, por lo cual quiso saber a cuál iglesia debía unirse. Mientras leía la Biblia en una oportunidad, encontró las siguientes palabras de Santiago:
«Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
«Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra» (Santiago 1:5-6).
José pensó que si había alguien que necesitaba sabiduría, esa persona era él, y se dirigió entonces a una arboleda donde pudiera estar solo y arrodillarse en oración.
Dice el: «. . . vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
«Al reposar la luz sobre mí, vi a dos Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre y dijo, señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado: escúchalo!» (José Smith 2:16-17).
Por medio de esta visión, José supo, del mismo modo que sabía que vivía, que Dios el Padre y su Hijo Jesucristo son dos personajes vivientes; que conocían su nombre y que oyeron y contestaron su oración y le dieron instrucciones. Al contarles su experiencia a sus amigos y a su ministro religioso, se dio cuenta de que había provocado un gran prejuicio en su contra, comenzando a ser perseguido y ridiculizado; aun así escribió:
. . . yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios? ¿o por qué cree el mundo que me hará negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía y comprendía que Dios lo sabía y no podría negarlo, ni osaría hacerlo; cuando menos, entendfa que haciéndolo ofenderfa a Dios y caería bajo condenación» (José Smith 2:25).
Al dirigirse nuevamente a Dios en oración solicitando más instrucciones, se le apareció a José el ángel Moroni y le dijo todo lo referente a las planchas de oro, mostrándoselas por medio de una visión. Al final de cuatro años él recibió las planchas, las que contenían el registro de las relaciones de Dios con los pueblos antiguos del Continente Americano, conteniendo el evangelio en su plenitud. El tradujo los grabados de esas planchas mediante el don y el poder de Dios y por revelación, para el convencimiento del judío y el gentil, de que Jesús es el Cristo, el eterno Dios, manifestándose a todas las naciones.
Tenemos la siguiente promesa dada por
Moroni con respecto al Libro de Mormón. «Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, sino son verdaderas estas cosas; si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, El os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.
«Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas» (Moroni 10:4-5).
Humildemente os dejo mi testimonio de que estas verdades me han sido reveladas y de que el evangelio fue restaurado en estos últimos días a través del profeta José Smith, a quien se le aparecieron Dios el Padre y su Hijo: que Dios vive; que Jesús es el Cristo, quien vino y dio su vida por vosotros y por mí, para que podamos disfrutar de la inmortalidad y la vida eterna.
Los canales se encuentran en la actualidad abiertos entre nosotros y el Señor, y a través de ellos podemos comunicarnos en oración secreta, en oración familiar y en nuestras reuniones públicas, sabiendo que El existe, que es un Padre amante y que se encuentra listo para contestar nuestras oraciones y dirigirnos, si tan sólo le permitimos hacerlo, tanto en nuestros propios asuntos como en el oficio o llamamiento que desempeñamos.
También deseo presentar mi testimonio de que nuestro Presidente Harold B. Lee, es un Profeta de Dios, que ha sido preparado y elegido por El y que fue ordenado y apartado por personas que tienen la autoridad para hacerlo. El tiene derecho a recibir, y recibe la guía del Señor para la Iglesia y para beneficio de la humanidad.
El Señor les dijo lo siguiente a los miembros de su Iglesia con respecto a su Profeta: …daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba;
«Porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.
«Porque si hacéis estas cosas, no prevalecerán contra vosotros las puertas del infierno; sí, y el Señor Dios dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro beneficio y para la gloria de su nombre. . .
«Porque, así dice el Señor Dios: Yo lo he inspirado para promover la causa de Sión con gran poder de hacer lo bueno, y conozco su diligencia y he oído sus oraciones» (D. y C. 21:4-7).
Que siempre oigamos al Profeta y le sigamos, humildemente ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























