Y todo el pueblo dirá: amén

Conferencia General Abril 1974

Y todo el pueblo dirá: Amén

Mark E. Petersen

por el élder Mark E. Petersen
Del Consejo de los Doce


Durante esta conferencia hemos sostenido formalmente a un nuevo Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santo de los Últimos Días. Ha sido una ocasión trascendental.

En los 144 años de nuestra historia esto se ha verificado sólo 1 2 veces. En la Asamblea Solemne que se realizó esta mañana en el Tabernáculo, el presidente Spencer W. Kimball fue aceptado por el voto de la gente como Presidente de la Iglesia, pero también como Profeta, Vidente y Revelador del Señor.

El voto fue unánime. También sentimos la confirmación absoluta del Espíritu Santo. Todos los que estábamos presentes en el Tabernáculo sentimos esa divina influencia; también la experimentaron aquellos que escuchaban la conferencia por radio o la presenciaban por televisión. Y como sucedió en los días de Moisés, «todo el pueblo dijo: Amén.» (Deuteronomio 27.)

¡Qué hombre tan admirable ha sido escogido! Habiendo dirigido el Consejo de los Doce Apóstoles durante varios años, y habiendo servido como Presidente de la Iglesia por veredicto del Consejo de los Doce en el período intermedio desde el fallecimiento del presidente Harold B. Lee hasta esta conferencia, ha sido ahora sostenido por el voto de los miembros como guía espiritual divinamente elegido, como intérprete de la palabra y la voluntad del Señor.

El ha aceptado este elevado cargo con profunda humildad. Mas, aunque modesto y humilde de corazón, es no obstante una torre de fortaleza, un hombre de gran iniciativa y previsión, un hacedor en todo sentido.

A través de más de treinta años de su ministerio apostólico, ha sido conocido en toda la Iglesia por su casi increíble energía, su entusiasmo ilimitado por la obra, su generosidad y su absoluta determinación para entregarse por completo a la edificación del reino de Dios.

Su dedicación no tiene límites. Es un siervo devoto del Señor Jesucristo. Su salud se ha restablecido milagrosamente permitiéndole cumplir este grandioso ministerio, lo cual es una de las evidencias tangibles de la divinidad de su llamamiento. Ese restablecimiento fue obra de Dios.

AL emplear el extraordinario vigor con que el señor lo ha dotado, él jamás olvida la procedencia de esa vitalidad y procura diligente y constantemente conocer la voluntad del Maestro y cumplirla.

A pesar de toda su energía emula al Salvador en su bondad y compasión, en su mansedumbre, en la profundidad con que comprende a los demás y percibe sus problemas, y en su deseo por ayudarlos.

Literalmente y en forma personal ha tomado de la mano a miles de descarriados llevándolos de nuevo al sendero de la salvación, mostrándoles una nueva luz, infundiéndoles una nueva esperanza, haciendo posible su regreso al camino del Señor.

Cuando ha sido necesario corregir, lo ha hecho, pero siempre con amor y bondad, con mano suave y compasiva y no obstante, firme en justicia.

Cuando se le presentan tareas difíciles nunca retrocede ante el deber sino que lo enfrenta con fe y oración, así como con todo el vigor de su noble personalidad. Como resultado, el trabajo siempre se hace, y muy bien.

Pese a estar constantemente consciente de sus propias limitaciones, sabe que ésta es la obra de Dios y que El se vale de individuos humildes para sus propósitos.

El presidente Kimball cree firmemente en las palabras de Nefi, «. . .sé que el Señor nunca da ningún mandamiento a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado» (I Nefi 3:7). Esto constituye la parte fundamental de su fe; es el secreto de su éxito.

El programa del Señor seguirá adelante como siempre, porque el Todopoderoso obrará a través del Presidente dirigiéndolo diariamente. La obra no fracasará nunca, ni será restaurada nuevamente.

Cuando los miembros de la Iglesia sostuvieron hoy por voto unánime a nuestro Presidente, no sólo tomaron sobre sí la gran responsabilidad de comprometerse a seguirlo, sino que también preservaron un principio vital del evangelio del Señor Jesucristo. Su voto fue un convenio hecho con la diestra en alto ante Dios y un número de testigos que se eleva a cientos de miles, entre los que están en el Tabernáculo y los que escuchan por radio y televisión.

Cuando sostenemos a nuestro Presidente, consentimos en seguir su dirección. El es hoy en día el portavoz del Señor, y esto encierra un grande e importante significado. Cuando ese caos se presentó en los días del profeta José Smith, el Señor, hablando de sus líderes; dijo lo siguiente:

. . .Hablarán conforme los inspire el Espíritu Santo.

Y lo que hablaren cuando fuesen inspirados por el Espíritu Santo, será escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación» (D. y C. 68:3-4).

AL sostener con nuestro voto al nuevo Presidente, los miembros de la Iglesia nos colocamos bajo el convenio solemne de prestar diligente atención a las palabras de vida eterna que él nos dé.

La palabra moderna del Señor, dice: . ..viviréis con toda palabra que sale de la boca de Dios» (D. y C. 84:44).

Pero, ¿cómo hemos de recibir esa palabra? ¡A través de su Profeta!

Ese ha sido el modelo divino desde el principio. Mediante Amós vino la revelación que dice: «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7).

Así actuó el Señor a través de todo el Antiguo Testamento. Estuvo en vigencia en los tiempos del Nuevo Testamento y lo está en la actualidad.

Cuando la Iglesia se organizó hace 144 años, el Señor aclaró esto, restaurando el principio de que el Presidente de su Iglesia sobre la tierra sería también su portavoz, y no cualquier individuo que se nombre a sí mismo procurándose un oficio propio.

El 6 de abril de 1 830, el Señor declaró que el Presidente de la Iglesia sería su portavoz y lo designó también como Profeta, Vidente y Revelador. En seguida, dirigiéndose a los miembros de la Iglesia, les mandó lo siguiente:

«Por tanto, vosotros, la Iglesia, andando delante de mí en toda santidad, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según lo reciba;

Porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca» (D. y C. 21: 4-5).

Y a continuación dio esta gran promesa sobre la condición de nuestra obediencia.

Porque si hacéis estas cosas, no prevalecerán contra vosotros las puertas del infierno; sí, y el Señor Dios dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro beneficio y para la gloria de su nombre» (D. y C. 21 :61.

¿Qué más podemos pedir?

Esto señala un gran principio, una lección más que debemos aprender del voto de hoy, y es que sólo puede haber una persona a la cabecera de la Iglesia de Cristo, y que ésta ha de ser escogida y sostenida en su cargo tal como lo fue hoy el presidente Kimball. Ningún hombre puede tomarlo sobre sí, sino que ha de ser llamado por Dios como lo fue Aarón. (Hebreos 5:4).

El Señor tampoco permite ninguna ordenación secreta en su obra; a fin de que sea válida, todo se hace públicamente y con el voto de la gente. Dijo el Señor:

“. . .a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio, o edificar mi Iglesia, si no fuere ordenado por alguien que tuviere autoridad y sepa la Iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia» (D. y C. 42:11).

Y entonces el Señor dijo: «Se harán todas las cosas en la iglesia de común acuerdo. . .» lo cual significa con el conocimiento y el voto público. (D. y C. 26:2.)

Más adelante dijo: «A ninguna persona se deberá conferir oficio alguno en esta iglesia, donde exista una rama de la misma debidamente organizada, sin el voto de dicha rama» (D. y C. 20:65).

Y nuevamente: «Y os doy el mandamiento de llevar a cabo todos estos nombramientos, y aprobar o desaprobar en mi conferencia general los nombres de los que yo he mencionado» (D. y C. 1 24:1 44).

Esto descarta a los directores de cualquier clase de cultos y a los falsos maestros, y advierte al pueblo del Señor que no hay sino una voz que dirige en la Iglesia, y ésta es la voz del Profeta, Vidente y Revelador, debidamente escogido por revelación y aceptado por el voto de la gente en la conferencia general de la Iglesia.

Ahora este hombre es Spencer W. Kimball.

El presidente John Taylor refiriéndose al sistema de votación por el cual sostenemos a nuestro Presidente, y que hoy hemos aplicado, dijo: «Este es el orden que el Señor ha instituido en Sión, tal como fue en tiempos pasados entre Israel. . . Esta es la voz de Dios, y la voz del pueblo» (The Gospel Kingdom, Deseret Book Co., 1943, pág. 1431.

Cuando el presidente Brigham Young, habló sobre este asunto, dijo: «El Señor tiene tan sólo una voz por medio de la cual da a conocer su voluntad a su pueblo. Cuando quiera dar una revelación a su pueblo, cuando desee revelarle nuevos asuntos de doctrina o aplicar castigo, lo hará mediante el hombre que El ha asignado para ese oficio y llamamiento» (Discourses of Brigham Young, Deseret Book Co., 1 925, pág. 212). ¡Ese hombre es el Presidente de la Iglesia!

Más adelante, Brigham Young dijo: «El Señor Todopoderoso dirige esta Iglesia, y El no permitirá jamás que os desviéis del buen camino si cumplís con vuestro deber» (Discourses of Brigham Young, pág. 212).

El presidente Heber J. Grant agregó: «No tenéis necesidad de temer que hombre alguno se coloque a la cabeza de la Iglesia de Jesucristo a menos que nuestro Padre Celestial así lo desee» (Gospel Standards, Improvement Era, 1949, pág. 68).

Ahora bien, ¿qué autoridad tiene el presidente Kimball? Como Presidente de la Iglesia, posee todas las llaves y los poderes que los ángeles dieron a José Smith en la restauración del evangelio en esta última dispensación. Ha recibido estos poderes por la imposición de manos de aquellos que previamente los poseían y que tienen la autoridad para conferirlos al presidente Kimball.

Todos los presidentes de la Iglesia han poseído estas llaves y poderes; ningún presidente de la Iglesia podría ejercer sus funciones sin ellas.

¿Podríamos realizar nuestra obra hoy en día, si el profeta José Smith se hubiera llevado estas llaves de autoridad a la tumba? Esta obra no podría hacerse sin aquéllas llaves, así que se hizo necesario que quedasen perpetuamente en manos de los líderes de la Iglesia.

¿Podríamos realizar nuestra obra del Templo si José se hubiese llevado consigo las llaves de la salvación de los muertos?

¿Podríamos predicar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo sin la autoridad para hacerlo?

¿Podría Israel congregarse si José se hubiese llevado consigo a la eternidad las llaves del recogimiento de Israel?

¿Hubiesen venido nuestros pioneros a las «cabezas de los montes» (Isaías 2:2) dando cumplimiento a la profecía de Isaías, y establecido aquí la cabecera de la Iglesia si no hubiesen poseído el divino derecho de hacerlo?

Y habrá aún una congregación mundial del pueblo del Señor antes de la segunda venida del Salvador. ¿Podría esto realizarse sin las llaves del recogimiento que recibimos del profeta Moisés, y que entregó a José Smith?

¿Podrían establecerse estacas de la Iglesia en lejanas regiones del mundo sin el divino derecho de hacerlo?

Vemos entonces que los poderes dados a José Smith por los ángeles quedaron en la Iglesia, y permanecen aún en ella; siempre están centralizados en un hombre, el Presidente de la Iglesia, el Profeta, Vidente y Revelador.

No puede ser de otro modo. Esta es la manera del Señor. Esta es la forma en que él dirige y administra su obra.

Ciertamente Amós habló con precisión cuando dijo: ‘ . . .no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7).

En las palabras del presidente Wilford Woodruff; «Permitidme exhortar a todos los élderes de Israel y Santos de Dios a que se eleven en la dignidad de sus llamamientos y brinden plenas evidencias de sus ministerios y convenios. Sostened por medio de vuestras obras la autoridad, las llaves y el sacerdocio. Los ojos de Dios, de los ángeles y de los hombres están sobre vosotros, y cuando la obra haya concluido, recibiréis vuestra justa recompensa» (Wilford Woodruff, recopilación de Matthias F. Cowley, Salt Lake City: The Deseret News, 1909, pág. 657).

Yo sé que mi Redentor vive, El me ha hecho saber personalmente que lo que acabo de decir es verdadero. Dios, nuestro Padre Celestial vive. Esta Iglesia en su Iglesia. Jesús nuestro Salvador, dirige la obra, ¡y el presidente Kimball es su Profeta! Esto testifico solemnemente por todo lo que para mí es sagrado y en el santo nombre del Señor Jesucristo.

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