Conferencia General Abril 1974
Dios preordina a sus profetas y a su pueblo
Por el élder Bruce R. McConkie
Del Consejo de los Doce
Yo creo que Spencer W. Kimball fue preordinado para ser Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, para ser el Profeta, Vidente y Revelador del pueblo del Señor y el portavoz de Dios sobre la tierra durante este tiempo.
Sé que él fue escogido, llamado y ordenado para este ministerio mediante el espíritu de profecía y revelación, y estuve presente cuando el Espíritu del Señor testificó a todos los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles que era la voluntad y la intención de Aquel, cuyos testigos somos y a quien servimos, que el presidente Kimball guiase a su pueblo.
Fue como si el Señor hubiese dicho con su propia voz: «Mi siervo, el presidente Harold B. Lee, fue fiel y cumplido en todas las cosas que le asigné; su ministerio entre vosotros ha terminado, y yo lo he llamado a otras tareas mayores en mi viña eterna. Y yo, el Señor, llamo ahora a mi siervo Spencer W. Kimball, a guiar a mi pueblo y continuar la obra de prepararlo para aquel gran día en que vendré personalmente a reinar sobre la tierra. Y ahora os digo de él como dije de mi siervo José Smith: ‘. . .delante de mí en toda santidad, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba;
Porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.
Porque, así dice el Señor Dios: Yo lo he inspirado para promover la causa de Sión con gran poder de hacer lo bueno, y conozco su diligencia, y he oído sus oraciones» (D. y C. 21:4-5,7).
Parece fácil creer en los profetas que han muerto y creer y seguir el consejo que éstos dieron a otra gente; pero, como ha sucedido en todas las épocas en que el Señor ha tenido un pueblo sobre la tierra, la gran prueba que afrontamos es prestar atención a las palabras de sus oráculos vivientes y seguir el consejo y las instrucciones que ellos dan para nuestros días.
Hijos de Abraham somos, dijeron a Jehová los judíos; a nuestro padre seguiremos, su tesoro heredaremos. Mas de Jesús nuestro Señor, el firme reproche recibimos; Sois hijos de Aquel, a quien obedecer os proponéis; si la simiente de Abraham fueseis, su camino seguirías y de la ira del Padre libraros podríais. A Moisés y a los profetas de antaño tenemos; como oro y plata todas sus palabras atesoraremos.
Mas de Jesús nuestro Señor, la sensata palabra vino:
Si a Moisés os volvéis a su palabra entonces oído prestad: Sólo así valiosos galardones podréis esperar, porque él de mi venida y de mis obras mucho os habló. A Pedro y a Pablo tenemos, sus pasos sigamos, al adorar a su Dios dicen los cristianos
Mas el Señor de vivos y muertos nos habla, diciendo: En manos de estos profetas, videntes y reveladores, que en vuestros días viven, mis llaves he depositado; a ellos os habéis de volver, si queréis al Padre complacer. —Bruce R. McConkie (Traducción libre)
Por consiguiente, deseo exponer el hecho de que estos humildes hombres que presiden la Iglesia y reino de Dios sobre la tierra en nuestros días, son como los profetas y los apóstoles de los tiempos pasados y que Dios los ha escogido para guiar y dirigir su reino terrenal. Aquellos que nos sentamos casi diariamente junto a los presidentes Spencer W. Kimball, N. Eldon Tanner y Marion G. Romney, nos maravillamos ante la sabiduría y el criterio de sus decisiones y los reconocemos como predicadores de la misma estatura de Pedro, Santiago y Juan, quienes integraron la Primera Presidencia de la Iglesia en su tiempo.
Quisiera decir que la elección de estos hermanos para dirigir la obra del Señor sobre la tierra, no es un hecho fortuito. La mano del Señor está en ello; El conoce el fin desde el principio. El ordenó y estableció el plan de salvación, y decretó que su evangelio sempiterno fuese revelado al hombre en una serie de dispensaciones comenzando con Adán y llegando hasta José Smith. Y es el Todopoderoso quien escoge a los profetas y los apóstoles que ofician en su nombre y presentan su mensaje a) mundo en todas las épocas y dispensaciones. El selecciona y preordina a sus ministros; los envía a la tierra en épocas previamente designadas, guía y dirige su preparación terrenal continua y los llama a aquellos cargos para los cuales fueron preordinados desde antes de la fundación de la tierra.
Me gustaría tomar como ejemplo al presidente Spencer W. Kimball como modelo de quien fue preparado, preordinado y llamado a dirigir el pueblo del Señor. Cierto es que él nació en una casa de fe, y como Jacob, que heredó talentos espirituales de Isaac y de Abraham, él está dotado por herencia natural, de aquellos talentos y habilidades que lo preparan para su posición actual en la presidencia apostólica.
Pero en esto hay algo más que el nacimiento en el mundo, algo más que la preparación terrenal. El nació en la casa de fe por una razón, y no fue sólo esta vida lo que lo aprestó para elevarse como ministro de luz, verdad y salvación para sus semejantes; el hecho es que él es un hijo espiritual de Dios escogido, llamado y preordinado antes de que se estableciesen los fundamentos de la tierra, y que cumple ahora con el destino que le fue designado y prometido desde la preexistencia, cuando estuvimos con él en el gran concilio en que Dios mismo estuvo presente.
José Smith dijo: «Todo hombre que recibe el llamamiento de ejercer su ministerio a favor de los habitantes del mundo, fue ordenado precisamente para ese propósito en el gran concilio celestial antes que este mundo fuese.» En seguida, el Profeta dijo refiriéndose a sí mismo: «supongo que me fue conferido este oficio en aquel gran concilio»(Enseñanzas del Profeta losé Smith, Págs. 453-54). Ahora, el presidente Kimball desempeña el oficio que tuvo losé Smith, y al igual que él, participó de la misma ley de preordinación.
Nuestro padre Abraham, que también estuvo presente en este concilio, tuvo el privilegio de contemplar en una visión las huestes de los espíritus preexistentes;
“…Entre todas éstas» —dijo— «había muchas de las nobles y grandes almas», que él describió diciendo que «eran buenas» (Abraham 3:22). Abraham vio que Dios el Eterno Padre «estaba en medio de ellas» y dijo: «A éstos haré mis gobernantes…y él me dijo: Abraham, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer» (Abraham 3:23).
Y así como fue con Abraham, del mismo modo es con todos los profetas, como asimismo, hasta cierto punto, con toda la casa de Israel y con todos los miembros de la Iglesia terrenal del Salvador; todos son partícipes de las bendiciones de la preordinación.
A Jeremías el Señor le dijo: «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jeremías 1:5).
Todos aquellos que reciben el Sacerdocio de Melquisedec en esta vida, como enseña Alma: «De acuerdo con la presciencia de Dios, fueron llamados y preparados desde la fundación del mundo», porque se hallaban entre los nobles y grandes en ese mundo preterrenal (Alma 13:3).
Pablo dice que mediante esta ley de preordinación, que él llama doctrina de la elección, toda la casa de Israel recibió «la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas» (Romanos 9:4). Dice que los miembros fieles de la Iglesia, los «que aman a Dios» y «conforme a su propósito son llamados», son preordinados «para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo», para que fuesen «coherederos con Cristo», y tuviesen vida eterna en el reino de nuestro Padre (Romanos 8:17, 28-29).
También dice que los miembros de la Iglesia que Dios «nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que Fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor. . . «y que fuimos preordinados para llegar a ser los hijos de Jesucristo por adopción, obteniendo de este modo «el perdón de pecados» en esta vida y gloria eterna en la venidera. (Efesios 1:4-5, 7.)
En nuestras revelaciones, tanto antiguas como modernas, abundan las declaraciones en cuanto a la ley de preordinación, tanto en lo que se refiere a determinadas personas llamadas, según la presciencia de Dios, a realizar tareas especiales en la vida terrenal, como a las bendiciones prometidas a las huestes de almas valientes que nacen en el linaje de Israel, que escuchan la voz del Buen Pastor y se unen a su rebaño sobre la tierra.
Cristo mismo es el gran prototipo de todos los profetas preordinados, y fue escogido en los concilios de la eternidad para ser el Salvador y Redentor. De El, Pedro dijo que era «un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo» (1 Pedro 1:19-20), que había de venir en el meridiano de los tiempos para llevar a cabo la expiación infinita y eterna. Durante 4.000 años todos los profetas testificaron de su venida, proclamando su bondad y su gracia.
María, la madre de nuestro Señor, «según la carne» (I Nefi 11:1 8); Moisés el más grande Profeta que ofició en Israel; Juan el Revelador, cuya misión era ver visiones del fin del mundo y José Smith, el Profeta y Vidente de la Restauración, todos fueron designados por su nombre cientos de miles de años antes de sus ministerios terrenales, porque sus obras fueron conocidas y previstas con anticipación.
Las obras que habían de realizar Juan el Bautista, los antiguos Doce Apóstoles y Cristóbal Colón, todas fueron conocidas y dispuestas con anticipación. Y éstos son sólo algunos ejemplos, pues toda la obra del Señor es proyectada y preparada con anticipación, y aquellos que son escogidos y llamados para realizar la obra, reciben su nombramiento y ordenación de El en la preexistencia, y después, si permanecen fieles, lo reciben nuevamente aquí en la vida terrenal.
¿Qué diremos entonces de nuestro Presidente, el hombre al cual el Señor ha escogido para que lo represente y presida en su reino durante este tiempo? Ciertamente él es algo más que un vástago de padres fieles; en realidad, es un hijo de Dios, un hijo espiritual del Todopoderoso que moró con El, vio su rostro, escuchó su voz, y algo más importante aún, que creyó en su palabra y obedeció sus mandamientos.
Por su obediencia, su sumisión, su rectitud personal, porque eligió seguir el camino del Escogido y Amado Hijo, Spencer W. Kimball fue noble y grande en la preexistencia. Por sobre todos sus talentos, desarrolló el de la espiritualidad, el de la fe y aceptación de la verdad, el del deseo por la rectitud.
Conoció y adoró al Señor Jehová que «era semejante a Dios» (Abraham 3:24); fue amigo de Adán y de Enoc, aceptó el consejo de Noé y de Abraham; estuvo en reuniones con Isaías y Nefi; sirvió en el reino de los cielos con José Smith y Brigham Young.
La preexistencia no es un lugar remoto y misterioso. Han pasado sólo unos pocos años desde que todos nosotros salimos de la Presencia Eterna, de Aquel cuyos hijos somos y en cuya habitación una vez moramos. Estamos separados sólo por un ligero velo de los amigos y compañeros de trabajo con quienes servimos al Señor, antes de que nuestros espíritus eternos tomasen su morada en tabernáculos de carne.
Efectivamente, se ha corrido un velo a fin de que no recordemos nada de allí; pero sí sabemos que nuestro Padre Eterno tiene todo poder, todo dominio y toda verdad, y que vive en la unidad familiar; sabemos que somos sus hijos creados a su imagen, dotados de poder y capacidad para llegar a ser como El; sabemos que El nos dio el libre albedrío y ordenó las leyes mediante las cuales podemos obtener la vida eterna si somos obedientes; sabemos que allá teníamos amigos y compañeros, que se nos enseñó y preparó en el sistema educativo más perfecto que se haya ideado, y que mediante la obediencia a las leyes eternas desarrollamos infinita variedad y grados de talentos.
Y de allí viene la doctrina de la preordinación. Cuando llegamos a la vida terrena, traemos los talentos, la capacidad y las habilidades que adquirimos mediante la obediencia a la ley en nuestra existencia anterior. Wolfgang A. Mozart escribió su primera composición musical antes de los cinco años porque nació con talento musical. Melquisedec vino a este mundo con una fe y una capacidad espiritual tales que «cuando era niño temía a Dios, y detenía los colmillos de los leones, y extinguía la violencia del fuego» (Génesis 14:26. Versión Inspirada). Por otra parte, Caín, como Lucifer, fue mentiroso desde el principio, y en esta vida se le dijo: «. . . serás llamado Perdición; porque tú también fuiste antes que el mundo» (Moisés 5:24).
Ahora bien, esta es la doctrina de la preordinación, de la elección. Esta es la razón por la cual el Señor tiene un pueblo favorecido y singular sobre la tierra; y es el motivo por el cual dijo: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen y yo les doy vida eterna;. . .» (Juan 10:27-28).
El conocimiento de estas maravillosas verdades deposita sobre nuestros hombros una responsabilidad mayor que la que tenga cualquier otra gente que siga a Cristo; equivale a tomar su yugo sobre nosotros, guardar sus mandamientos, hacer siempre aquellas cosas que lo complazcan y si lo amamos y lo servimos, pondremos atención a las palabras de los apóstoles y los profetas a quienes El envía para revelar y enseñar su palabra.
La gran necesidad del mundo en la actualidad no es un Profeta enviado por el Señor para revelar su voluntad y su intención, pues ya tenemos un Profeta. Nos guían muchos hombres que tienen espíritus de inspiración. La gran necesidad de hoy en día es que los hombres presten oído atento y atención a las palabras que salen de la boca de los profetas.
¡Alabado sea Dios porque hay un Profeta en Israel!
Imploremos al Señor que podamos prestar atento oído y poner atención a la voz de su Profeta.
Démosle gracias porque ha derramado su Espíritu sobre nosotros para que conozcamos la verdad y divinidad de la grandiosa obra de los últimos días, de cuya eterna veracidad testifico en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























