La importancia de la oración

Conferencia General Abril 1974

La importancia de la oración

Por el élder N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia


Hace apenas un año y medio, se me pidió que presentara en la asamblea solemne a un nuevo Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días -Harold B. Lee-como Profeta, Vidente y Revelador, junto con las otras Autoridades Generales y oficiales de la Iglesia, para recibir el voto de sostenimiento de los miembros.

El presidente Lee era un líder dinámico y extraordinario, amado y respetado por todos, y fue mucho lo que se logró en la Iglesia durante el corto tiempo que duró su presidencia. No obstante, comprendemos que el Señor lo ha llamado de regreso al hogar para recibir su recompensa y prestar un servicio diferente. Después de su fallecimiento, nuestro querido presidente Spencer W. Kimball fue llamado, apartado y ordenado como Profeta, Vidente y Revelador, y como presidente de la Iglesia.

Quisiera daros mi testimonio de que el presidente Kimball fue elegido por el Señor y fue preordinado para presidir la Iglesia en esta época. Muchos han sido los milagros que han tenido lugar en su vida, permitiéndole permanecer aquí, gozando de la salud necesaria para recibir este alto honor y asumir esta enorme responsabilidad. En todas las conferencias de estaca y en la asamblea de esta mañana, el hermano Kimball ha sido sostenido en su cargo con verdadero entusiasmo. Para mí es un honor, un privilegio y una bendición haber sido llamado como uno de sus consejeros, y ruego al Señor que me dé la sabiduría, el juicio, la inspiración y la capacidad junto con la determinación de servir bajo su dirección en una forma aceptable para él y ante el Señor, ayudando a edificar el reino de Dios en la tierra.

Exhorto a los miembros de la Iglesia en todas partes a que se unan en aceptarlo y sostenerlo como el hombre que ha sido llamado por Dios para ser un profeta, un Apóstol de Jesucristo y el presidente de su Iglesia y reino, y que asuman su responsabilidad en ayudar a llevar a cabo la obra de justicia y a esforzarse por alcanzar su salvación y exaltación.

Más aún, como dijo el Señor:

«Por tanto, . . .andando delante de mí en toda santidad, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba;

Porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.

Porque si hacéis estas cosas, no prevalecerán contra vosotros las puertas del infierno; sí, y el Señor Dios dispensará los poderes de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro beneficio y para la gloria de su nombre» (D. y C. 21:4-6).

Hace 144 años fue organizada la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días bajo la dirección del Señor, y El llamó a José Smith como el primer presidente de su Iglesia en estos últimos días, recibiendo los miembros las instrucciones que acabo de mencionar. Todos tenemos la responsabilidad de ayudar a edificar el reino de Dios y llevar adelante la causa de verdad y justicia, trayendo almas a Cristo.

Debemos recordar también que pronto celebramos el día en que nuestro Señor y Salvador rompió las cadenas de la muerte con el gran milagro de la resurrección, y salió de la tumba como un ser inmortal. Es natural y lógico que los cristianos del mundo contemplen con enorme gratitud el gran sacrificio hecho por Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, que dio su vida por la humanidad, para que nuestros pecados nos sean perdonados y podamos ser resucitados y gozar de la inmortalidad y (a vida eterna: porque como El dijo: «. . .ésta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo (a inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).

. . .ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado»(Juan 1 7:3).

Y también dijo, como se encuentra registrado en Juan 11:25-26:

. . .Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. . .

Se ha hablado mucho en esta conferencia, y estoy seguro de que se seguirá hablando del sacrificio de Jesucristo y el gran milagro de la resurrección y la vida después de la muerte. Por medio de sus profetas y también con sus propias enseñanzas, El nos dio el plan de vida y salvación, si lo aceptamos y lo vivimos, obtendremos el mayor de los gozos y éxito y felicidad acá en la tierra. Además de la vida eterna en el más allá. Mientras estuvo aquí, el Maestro nos enseñó la importancia de la oración y la forma correcta de hacerla, y es éste el tema sobre el que quisiera hablaros por unos momentos.

El Señor dijo:

«Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres.

Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.» “. . .no uséis vanas repeticiones. . .

«Vosotros, pues, oraréis así (Y bien podría haber dicho, «vosotros, pues, viviréis así»): Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.» (Mateo 6:5-7, 9-13).

A menudo nos referimos a ésta como la oración del Señor; y existe la idea de que sus palabras se deben repetir exactamente. Pero en realidad, El dijo: «Vosotros, pues, oraréis así», sugiriendo que debíamos tener presente aquellas cosas que El mencionó. Sin embargo, la oración establece una relación personal directa, en la cual reconocemos la presencia de nuestro Padre Celestial, y debe ser sincera y expresar en palabras sencillas nuestro sentimiento de gratitud, al mismo tiempo que rogar por la guía y las bendiciones que necesitamos.

Como lo sugiere el Señor, lo primero es aislarnos de las distracciones mundanas, a fin de poder concentrarnos en lo que le decimos a nuestro Padre. Analicemos el significado de las palabras que componen la sencilla oración que El nos dio como ejemplo.

«Padre nuestro que estás en los cielos». Con estas palabras reconocemos que Dios es nuestro Padre, el Padre de toda la humanidad. Y todas las personas, quienes quiera que sean y dondequiera que se encuentren, pueden dirigirle las mismas palabras. Es un conocimiento glorioso el de que podemos presentarnos ante nuestro Padre Celestial sin pedir hora, revelarle lo que está en nuestro corazón con toda sencillez y plena fe y saber que El está allí, y que oirá y contestará nuestras oraciones. Sabemos que El es el Dios viviente que mora en los cielos, que somos sus hijos espirituales, y que su Hijo Jesucristo nos dio instrucciones para que todos, sin excepción, lo invoquemos y lo reconozcamos como Padre.

«Santificado sea tu nombre». ¡Cuán importante es que santifiquemos el nombre de Dios mediante nuestra devoción haciéndolo podemos ayudar a otros a que lo hagan! Santifiquemos su nombre, mostrándole y haciendo todas las cosas que lo han de glorificar.

Al pronunciar las palabras: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra», debemos comprender que sólo existe una forma de lograr que ellas se cumplan, y es aceptarlo a El como nuestro Dios, vivir sus mandamientos y ayudar a edificar su reino sobre la tierra. Su Iglesia y reino han sido ya establecidos aquí, y únicamente podemos progresar si aceptamos sus enseñanzas, las vivimos y las damos a conocer al mundo.

Hablando al profeta José Smith, el Señor dijo:

»Las llaves del reino de Dios han sido entregadas al hombre sobre la tierra, y de allí rodará el evangelio hasta los confines del mundo, como la piedra cortada del monte, no con manos, hasta que haya henchido toda la tierra.»

«Implorad al Señor, a fin de que se extienda su reino sobre la faz de la tierra, para que los habitantes de ella lo reciban y estén preparados para los días que han de venir en los cuales el Hijo del Hombre descenderá del cielo, envuelto en el resplandor de su gloria, para recibir el reino de Dios establecido sobre la tierra.

Por tanto, extiéndase el reino de Dios, para que venga el reino del cielo, a fin de que tú, oh Dios, seas glorificado en los cielos así como en la tierra, para que tus enemigos sean vencidos; por que tuya es la honra, y el poder, y la gloria, para siempre jamás. Amén» (D. y C. 65:2, 5-6).

Si oramos porque se haga su voluntad, debemos estar preparados para cumplir con la parte que nos toca. Siendo yo un niño, mi padre una vez me dijo: «Si quieres ver tus oraciones contestadas, lo mejor es que pongas las manos a la obra.» No vale la pena orar para que venga el reino de Dios y se haga su voluntad, si no estamos preparados para poner las manos a la obra a fin de que esto se lleve a cabo.

AL decir «Danos el pan de cada día», bien podríamos estar diciendo «lo que necesitamos cada día», ya que debemos reconocer que dependemos enteramente del Señor en todo lo que tenemos. El es nuestro Creador y el Dador de todas las cosas; El nos ha dado un intelecto para que podamos pensar, razonar y aprender, y espera que usemos el conocimiento y las habilidades que desarrollamos en forma abundante, a fin de suplir nuestras propias necesidades y compartir el remanente con los demás. Se nos aconseja que oremos por todo lo que nos haga falta para obtener bienestar, y es muy importante que seamos dignos de invocar a nuestro Padre Celestial para pedir su ayuda y agradecerle por la plenitud de que gozamos en la vida con todas sus maravillosas bendiciones. Al orar, debemos tomar la determinación de hacer sabio uso de ellas en beneficio propio y de los demás, para llevar adelante la obra del Señor y glorificar su nombre. Solamente haciendo la voluntad de Dios podemos reconocer su soberanía.

Si analizamos las palabras, ‘ . . .no nos metas en tentación, mas líbranos del mal», debemos comprender que El nos ha dado escrituras y nos ha enviado profetas que nos enseñen, y que al aceptar esas enseñanzas nos alejaremos de la tentación. Si guardamos los mandamientos y seguimos las enseñanzas de Jesucristo, tendremos la fortaleza para resistir el mal y nos libraremos de él, porque automáticamente nos estaremos alejando de la posibilidad de hacer algo incorrecto.

En el evangelio de Marcos leemos las siguientes palabras: «Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Marcos 14:38). Debemos rogar valor y fortaleza, deseo, decisión y habilidad para ser honestos, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos, y para hacer por los demás lo que desearíamos que ellos hicieran por nosotros. A medida que vayamos devotamente en continua procura de la verdad, debemos aspirar a todo lo que sea virtuoso, bello, de buena reputación o digno de alabanza. Viviendo en esa forma ayudaremos al Señor a que responda nuestra súplica «no nos metas en tentación», y seremos librados del mal.

Consideremos ahora la frase «. . .perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». Resulta interesante comparar esta versión de Mateo con las de Lucas y Marcos. Lucas dice: «Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben.» (Lucas 11:4) Y marcos lo expresa en esta manera: «Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también nuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas» (Mar. 11 :2526).

El Señor mismo ha dicho en la revelación moderna: «Yo, el Señor, perdonaré al que quisiere perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres.» (D. y C. 64:10). Más aún, se nos amonesta a que perdonemos setenta veces siete. Debemos detenernos a considerar si estamos preparados para pedirle al Señor que nos perdone nuestras faltas, a condición de que perdonemos nosotros a los que nos ofenden. ¡Qué hermoso sería si todos amáramos y perdonáramos a nuestro prójimo! Entonces nos sería más fácil invocar a nuestro Padre para que nos perdone los errores cometidos, y, a medida que demostramos nuestro arrepentimiento, esperar que El nos extienda su misericordia.

Las escrituras son claras con respecto al perdón. En Mateo 6:14-15 leemos: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.» Y en Doctrinas y Convenios 64:9, dice: «Por lo tanto os digo que debéis perdonaros los unos a los otros; porque el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado.»

Nuestro Señor nos dio un ejemplo del verdadero espíritu del perdón, cuando desde la cruz dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 13:34). Conocemos también la historia de Esteban, aquel fiel discípulo que fue perseguido y apedreado, según lo que está registrado en Hechos 7:60: «Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió»

Es sumamente importante que apliquemos en nuestra vida esos grandes principios de arrepentimiento y perdón. Recordemos siempre que aquel que guarda rencor o malos sentimientos hacia alguien y no lo perdona, siente inquietud e infelicidad que continuamente corroerán su alma, y el mayor pecado permanece con él. Hay infinidad de relatos de personas que han tenido un mal sentimiento hacia otra y, con el tiempo han podido reunir valor y determinación para ir a aclarar la situación con amor, logrando una reconciliación que ha dado como resultado un nuevo y hermoso sentimiento; y alivio y felicidad por ambas partes.

A continuación reflexionemos sobre las palabras «porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.» Con ellas se nos recuerda nuevamente que Dios es nuestro Padre, reconocemos que el reino a que aspiramos le pertenece y que todo lo bueno se alcanza, no por nuestro esfuerzo aislado ni para nuestro beneficio, sino por su poder para su gloria. Debemos agradecerle todo lo que recibimos y comprender la importancia de manifestar esa gratitud por la forma en que vivimos y el servicio que prestamos a El y a nuestros semejantes.

También debemos recordar que Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, vino a dar su vida por nosotros, debemos aceptar sus enseñanzas como una forma de vida y un camino a la salvación, y vivir de tal manera que seamos dignos de su sacrifico a medida que nos preparamos para gozar de inmortalidad y vida eterna. AL hacerlo, alcanzaremos la salvación al mismo tiempo que estaremos glorificando su nombre.

«Amén» es la palabra que se usa al final para expresar una ratificación solemne y una total aprobación de lo que se ha dicho. Que seamos sinceros al usarla, y lo demostremos por nuestras palabras y acciones.

Cuando oremos, recordemos la oración ofrecida por Jesús en el jardín de Getsemaní:

«Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llamaba Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro.

Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.

Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.

Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa pero no sea como yo quiero sino como tú» (Mateo 26:36-39).

Cuán importante es que estemos preparados para decir, «pero no sea como yo quiero, sino como tú».

Escuchemos la palabra del Señor en tiempos más recientes:

«Escuchad, oh pueblo de mi Iglesia, vosotros a quienes el reino ha sido dado; escuchad y dad oído al que puso los fundamentos de la tierra, el que hizo los cielos con todas sus huestes, y por quien fueron hechas todas las cosas que viven, y se mueven, y tienen su ser.

Y además os digo, escuchad mi voz, no sea que la muerte os sobrevenga; en la hora cuando menos lo penséis, el verano se habrá pasado, y la siega terminado, y vuestras almas aún estarán por salvar.

Escuchad al que es vuestro intercesor con el Padre, quien aboga vuestra causa ante él.. .» (D. y C. 45:1-3).

Os doy mi testimonio de que Dios vive, y que está dispuesto siempre a escuchar y responder nuestras oraciones que llegan a El por intermedio de Jesucristo, nuestro Salvador. Sólo podemos glorificar su nombre y ayudar a edificar su reino, ya establecido en la tierra, si vivimos de acuerdo con sus enseñanzas y guardamos sus mandamientos. Que podamos hacerlo, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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