Tres días en la tumba

C. G. Abril 1974logo pdf
Tres días en la tumba
Por el élder Eldred G. Smith
Patriarca de la Iglesia

Eldred G. SmithLa primavera pasada, mi esposa y yo tuvimos el maravilloso privilegio de visitar la Tierra Santa. El último día de nuestra estadía en Jerusalén salimos temprano del hotel y fuimos caminando hasta el Jardín de la Tumba. Para nuestro deleite, éramos los únicos en el lugar. Un gran sentimiento de reverencia inundó nuestro corazón al encontrarnos en sitio tan sagrado. Desde allí observamos el monte Gólgota o de la Calavera, también conocido como el Calvario. En ese momento pudimos imaginarnos las tres cruces que una vez ocuparon ese lugar, con el letrero: «Este es Jesús, el Rey de los Judíos» colgando sobre la agonizante figura del Maestro. (Véase Mateo 27:37.) Entonces, pensamos: «¿Somos acaso dignos de todo lo que él sufrió por nosotros?».

Luego nos volvimos hacia la tumba que era históricamente propiedad de José de Arimatea. En ese lugar, José y Nicodemo le depositaron asistidos por las mujeres. Los discípulos le dejaron, fue corrida la piedra que tapaba la entrada, y todos se alejaron del lugar; todos con la excepción de María Magdalena y la otra María. (Mateo 27: 60-61.) Ellas se sentaron sumidas en la confusión, cerca del sepulcro, comenzando la vigilia de la tumba.

Las Escrituras nos dicen que Jerusalén sufrió una gran destrucción, sin embargo, fue mucho mayor en este continente. Hubo grandes convulsiones de la tierra; en el término de tres horas, ciudades enteras fueron destruidas, algunas de ellas sepultadas por los terremotos, otras completamente consumidas por los incendios. Grandes montañas se levantaron en lugares antes ocupados por ciudades. Hubo grandes tormentas, tempestades, y una profunda oscuridad cubrió toda la tierra. AL finalizar las tres horas de destrucción y durante el estado de oscuridad que perduró tres días, una voz, solamente una voz pudieron oír los habitantes de esta tierra. La voz declaró que era la de Jesucristo diciendo:

«He aquí, soy Jesucristo, el hijo de Dios. Yo crié los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay. Fui con el Padre desde el principio. Yo soy en el Padre y el Padre en mí; y en mí ha glorificado el Padre su nombre.

Vine a los míos, y los míos no me recibieron. Y las Escrituras relativas a mi venida se han cumplido» (3 Nefi 9:151 6).

Le dijo al pueblo que la destrucción se había producido como consecuencia de su iniquidad y que sólo los más justos habían sido perdonados, preparándolos posiblemente para su visita después de su resurrección, les dijo que si se arrepentían les recibiría.

La voz les dijo que la Ley de Moisés se había cumplido con El. «Y vosotros ya no me ofreceréis más derrame de sangre: sí, vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no aceptaré ninguno de vuestros sacrificios u holocaustos.

Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. . .» (3 Nefi 9:19-20).

En dos oportunidades distintas durante su ministerio. El dijo: «. . .Misericordia quiero y no sacrificio. . .» (Mateo 9:1 3).

Otra responsabilidad principal que tuvo Jesucristo mientras su cuerpo yacía en la tumba, fue visitar los espíritus de los que habían muerto. El dijo en una oportunidad: «De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán» (Juan 5:25).

Mientras se encontraba en la cruz, le dijo al ladrón condenado pero creyente:

. . .De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43). Pedro nos dijo: «Porque también

Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en la cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua» (1 Pedro 3:18-20).

Este es un gran principio del evangelio. Esto brinda a la humanidad la oportunidad de oír y recibir su mensaje, y continuar con el progreso eterno después de la muerte.

Pedro también nos dice: «Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivían en espíritu según Dios» (1 Pedro 4:6).

Hubo entonces dos grandes y maravillosos acontecimientos que ocurrieron mientras el cuerpo de Jesús yacía en la tumba. Primero, el pueblo de este continente oyó su voz, predicándoles que los sacrificios ya no eran válidos. Recordemos entonces que El todavía no había resucitado; después de su resurrección Jesús regresó a este continente y se mostró a la gente, y les enseño sus principios. Segundo, Jesucristo les predicó a los espíritus encarcelados.

Después, al tercer día, vino un ángel y removió la piedra que tapaba la entrada de la tumba. Esa mañana, mientras caminábamos por el jardín, tanto mi esposa como yo, pudimos ver la piedra que allí se encuentra. La entrada a la tumba estaba cortada en una caída perpendicular de la colina; era pequeña y enfrente a ésta había un pasaje en e) cual encajaba la piedra al ser colocada en posición para tapar la entrada.

Recordemos entonces cómo María Magdalena y las otras mujeres, habían llegado muy temprano el primer día de la semana, abastecidas con las especias necesarias para preparar el cuerpo. En ese momento encontraron que la piedra que cubría la entrada estaba corrida hacia un costado. AL acercarse y mirar hacia adentro, un ángel que allí se encontraba les dijo que Jesús había resucitado y que fueran adonde estaban los discípulos y les dijeran que se había levantado de los muertos.

María encontró a Pedro y a Juan, quienes fueron corriendo a su encuentro. Juan, el más joven de los dos, llegó primero, miró adentro de la tumba pero no entró hasta que Pedro lo hizo. El cuerpo no se encontraba ahí, pero los lienzos con los que había sido envuelto se encontraban en el lugar, perfectamente doblados. Pedro y Juan volvieron entonces a sus respectivos hogares.

«Porque aún no habían atendido la escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos «(Juan 20:9).

«Pero María estaba afuera llorando junto al sepulcro, y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto, y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.

Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.

Jesús le dijo: Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.

Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).

Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Juan 20:11-17).

A las otras mujeres que habían llegado al sepulcro, el ángel las envió para que fueran y le comunicaran las nuevas a los discípulos. Jesús se encontró con ellas por el camino, «diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies y le adoraron» (Mateo 28:9).

Ellas también fueron instruidas para ir y contárselo a sus hermanos. Jesucristo se les apareció a todos los discípulos, con la excepción de Tomás y Ludas, quien ya se había suicidado. Más adelante se les apareció nuevamente, encontrándose Tomás entre ellos.

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