Conferencia General Octubre 1975
El destino del Continente Americano
Por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
Mis amados hermanos, os ruego que supliquéis junto conmigo al Señor que mientras os dirija la palabra, tanto vosotros como yo podamos gozar de la influencia del Espíritu Santo. En esta ocasión quisiera poner de relieve una lección que el Señor se ha esforzado en enseñarnos.
Entre las preguntas que frecuentemente surgen entre los habitantes del Continente Americano, se encuentra la siguiente: «¿Podremos mantener nuestras libertades básicas, nuestra paz y prosperidad durante otros doscientos años?»
La respuesta a esta pregunta es sí, siempre que individualmente nos arrepintamos y cumplamos con las leyes del Dios de esta tierra, que es Jesucristo.
El estableció el fundamento de sus leyes en los Diez Mandamientos, el Sermón del Monte y los dos grandes mandamientos:
«Amarás al Señor tu Dios con todo, tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. . y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37-39).
Hace mil años el Señor declaró: «Nadie vendrá a esta tierra si no fuere traído por la mano del Señor… esta tierra está consagrada a los que él conduzca aquí. Y si le sirvieron según los mandamientos que ha dado, será para ellos una tierra de libertad» (2 Nefi 1:6-7).
Otro profeta antiguo dijo: «He aquí, ésta es una tierra escogida, y la nación que la posea se verá libre de la esclavitud, del cautiverio y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo» (Eter 2:12).
Al hacer estas observaciones tengo por objeto indicar que el registro de los antiguos habitantes americanos da testimonio de que los decretos divinos que acabo de mencionar, se han cumplido.
En la parte occidental del estado de Nueva York se destaca un cerro que se conoce como «el cerro de Cumorah» (Mormón 6:6). El veinticinco de julio de este año, subí hasta la cima de este cerro, y una vez allí al contemplar conmovido y admirado el hermoso paisaje que se extendía ante mi vista en todas direcciones, mis pensamientos se remontaron a los sucesos que acaecieron en esos lugares hace alrededor de veinticinco siglos, hechos que pusieron fin a la gran nación jaredita.
Los que habéis leído el Libro de Mormón recordaréis que durante la última campaña de la guerra fratricida entre los ejércitos de Shiz y de Coriántumr, perecieron «por la espada cerca de dos millones» de los del pueblo de este último, «dos millones de hombres valientes, así como sus mujeres y sus hijos» (Eter 15:2).
Al recrudecer el antagonismo entre ambos bandos, los hombres del pueblo de Coriántumr que no habían muerto, «con sus mujeres e hijos» (Eter 15:15) acamparon junto al cerro de Cumora (véase Eter 15:11).
«La gente que estaba con Coriantumr se juntaba al ejército de Coriantumr; y la gente que estaba con Shiz, se unía al ejército de Shiz…
, … habiendo armado a los hombres, así como a las mujeres y niños con armas de guerra… marcharon el uno contra el otro para combatir; y lucharon todo ese día, y nadie triunfó.
«Y aconteció que al llegar la noche se hallaban rendidos de cansancio y se retiraron a sus campos; y… empezaron a aullar y lamentar por los que habían muerto entre su pueblo» (Eter 15:13, 15-16).
Esto se repitió día tras día hasta «que tocios hubieron caído por la espacia con excepción de Coriántumr y Shiz; y he aquí, Shiz se había desmayado por la pérdida de sangre.
Y ocurrió que después de haberse apoyado Coriántumr sobre su espada, y recobrándose un poco, le cortó la cabeza a Shiz.
Y sucedió que Shiz después de ser decapitado por Coriántumr, se alzó sobre las manos y cayó. Y habiendo hecho el esfuerzo por alcanzar resuello, murió.
Y aconteció que Coriantumr cayó a tierra, y se quedó como si no tuviera vida» (Eter 15:29-32).
De este modo pereció a los pies del cerro de Cumora el remanente de la una vez poderosa nación jaredita, de la cual el Señor ha dicho que: «no habrá sobre toda la superficie de la tierra nación mayor» (Eter 1:43).
Al pensar en aquellas trágicas escenas desde el lugar en que me encontraba en la cima del Cumora y contemplar la hermosa tierra de la Restauración que es hoy en día, desde el fondo de alma mi surgió la pregunta: «¿Cómo pudo haber sucedido tal cosa?»
La respuesta no tardó en venirme a la mente, al recordar en seguida que unos quince o veinte siglos antes de la destrucción de este pueblo, cuando el pequeño grupo de sus antepasados fue divinamente guiado a este continente desde la torre de Babel, el Señor «dispuso que viajaran hasta llegar al país de promisión (esta tierra), que era una tierra escogida sobre todas las demás; reservada por el Señor Dios para sin pueblo justo.
«Y había jurado en su ira al hermano de Jared (su profeta y líder) que todos los que poseyeran esta tierra… deberían servirlo a él, el verdadero y único Dios, desde entonces y para siempre, o serían talados cuando cayera sobre ellos la plenitud de su cólera.
«Y así podemos ver los decretos de Dios respecto a este país; que es una tierra de promisión; y las gentes que la poseyeren servirán a Dios, o serán talados cuando la plenitud de su cólera caiga sobre ellas. Y la plenitud de su ira les sobrevendrá cuando hayan madurado en la iniquidad.
«Porque he aquí, esta es una tierra escogida sobre todas las demás; por tanto, aquellos que la posean servirán a Dios o serán talados, porque es el eterno decreto de Dios» (Eter 2:2-10).
Conforme a este decreto de Dios respecto a la tierra de América, los jareditas fueron talados, porque se rebelaron contra las leyes de Jesucristo -el Dios de la tierra- y «maduraron en iniquidad».
Este pueblo no fue el único que en tiempos antiguos fue divinamente guiado hasta esta tierra escogida para crecer en justicia hasta llegar a convertirse en una nación poderosa para luego «madurar en la iniquidad» y derrumbarse, siendo, conforme al decreto de Dios, talados o completamente destruidos.
Subrayo el hecho de que fueron «divinamente guiados» porque, como lo he indicado anteriormente, el Señor les dijo que El los guiaba y «que nadie vendrá a esta tierra si no fuere traído por la mano del Señor.
«Por lo tanto, esta tierra está consagrada a los que él conduzca aquí. Y si le sirvieren según los mandamientos que ha dado, será para ellos una tierra de libertad; por lo que nunca serán llevados cautivos, y si lo fueren, será por causa de la iniquidad; porque si abundare la iniquidad, maldito será el país por causa de ellos; pero para los justos siempre será una tierra bendita» (2 Nefi 1:6-7).
Esta segunda civilización a la cual me refiero, fue la de los nefitas, la cual floreció en el Continente Americano entre el año 600 A. C. y 400 D. C. Dicha civilización se extinguió por la misma razón, llegando a su fin en el mismo lugar y de la misma manera que los jareditas. Y quisiera citar lo siguiente de la lucha a muerte que sostuvieron:
«Y ahora», dice Mormón, el historiador de este pueblo, «concluyo mi relato sobre la destrucción de mi pueblo, los nefitas. Y sucedió que retrocedimos delante de los lamanitas. . .al país de Cumora. . .Y cuando. . .habíamos recogido a todo el resto de nuestro pueblo en el país de Cumora. . .mi pueblo, con sus mujeres e hijos. . .vieron a los ejércitos de los lamanitas que marchaban hacia ellos; y con ese horrible temor de la muerte que llena el pecho de todos los inicuos, esperaron que llegaran.
«Y sucedió que dieron sobre mi pueblo con la espada, el arco, la flecha, el hacha y toda clase de armas de guerra.
«Y ocurrió que talaron a mis hombres, sí, a los diez mil que se hallaban conmigo, y yo caí herido en medio de ellos, y los lamanitas pasaron de donde yo estaba, de modo que no me quitaron la vida.
«Y cuando hubieron pasado por en medio de nosotros, y destruido a todos los de mi pueblo, salvo a veinticuatro de nosotros (entre estos mi hijo Moroni), a la mañana siguiente… nosotros, habiendo sobrevivido al resto de nuestro pueblo, vimos, desde la cima del cerro de Cumora, que fueron destruidos (230.000) de mi pueblo. . .
“…sí, todo mi pueblo había caído —salvo aquellos veinticuatro que estaban conmigo, y unos cuantos que se habían escapado a los países del sur, y unos pocos que se habían pasado a los lamanitas. . .
«Y mi alma se partió de angustia. . . y exclamé:
«¡Oh bello pueblo, cómo pudisteis apartaros de las vías del Señor! …¡Cómo pudisteis rechazar a aquel Jesús que tenía los brazos abiertos para recibiros!
«He aquí, si no hubieseis hecho esto, no habríais caído. . .
«¡Oh bellos hijos e hijas, vosotros, padres y madres, vosotros maridos y esposas… cómo es que pudisteis haber caído!. . .
«¡Oh, si os hubieseis arrepentido antes que cayera sobre vosotros esta gran destrucción!» (Mormón 6:1, 4, 5, 7, 9-11, 15-19,22).
Poco después, Moroni escribió lo siguiente:
«He aquí que yo, Moroni, doy fin a la historia de mi padre Mormón. . .
“. . .tras la grande y tremenda batalla de Cumora. . .los lamanitas acosaron a los nefitas que se habían escapado al país del Sur, hasta destruirlos a todos.
«Y mi padre también murió a manos de los lamanitas y yo quedo solo para rescribir el triste relato de la destrucción de mi pueblo» (Mormón 8:1-3).
La trágica suerte que corrieron las civilizaciones jaredita y nefita nos rinde una prueba concreta de los designios del Señor cuando dijo que ésta «es una tierra de promisión; y las gentes que la poseyeren servirán a Dios, o serán taladas cuando la plenitud de su cólera caiga sobre ellas. Y la plenitud de su ira les sobrevendrá cuando hayan madurado en la iniquidad» (Eter 2:9).
Moroni dirigiéndose a nosotros, los que ocupamos estas tierras de América en la actualidad, escribió: «Y esto se os comunica, oh gentiles» (los profetas del Libro de Mormón utilizaron el término gentiles refiriéndose a los habitantes del Continente Americano de éstos, nuestros días, así como a las gentes del viejo mundo del cual vendrían), para que conozcáis los decretos de Dios, a fin de que os arrepintáis y no continuéis en vuestras iniquidades hasta llegar al colmo para que no hagáis venir sobre vosotros la plenitud de la ira de Dios, como lo han hecho hasta aquí los habitantes del país.
«He aquí, osta es una tierra escogida, y la nación que la posea se verá libre de la esclavitud, del cautiverio y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo» (Eter 2:11-12).
En 1492, en conformidad con las palabras del Señor de «que nadie vendrá a esta tierra si no fuere traído por la mano del Señor» (2 Nefi 1: 6), Cristóbal Colón fue divinamente guiado a América.
Siglos antes, entre los arios 590 A. C. y 600 A. C., Nefi, contemplando en una visión el paso del tiempo, vio «entre los gentiles (es decir, entre las naciones europeas) a un hombre que estaba separado de (esta tierra prometida) por las muchas aguas; y vi que descendió el Espíritu de Dios y operó sobre él; y el hombre viajó sobre las muchas aguas, hasta la tierra de promisión.
«Y aconteció que vi que el Espíritu de Dios obraba sobre otros gentiles, los que. . .atravesaron las muchas aguas.
«Y sucedió que vi muchas multitudes de gentiles sobre la tierra de promisión» (1 Nefi 13-14).
El mismo Colón corroboró el hecho de que fue divinamente guiado a esta tierra. Un historiador escribió de él lo siguiente:
«En presencia de la reina Isabel, expuso sus planes con elocuencia y ardor, pues, según lo declaró él mismo posteriormente, sentía en su pecho un fuego divino y se consideraba el agente escogido para cumplir con el grandioso designio. . .
«Su hijo Fernando, en la biografía de su padre, lo cita como diciendo en una ocasión: ‘Dios me dio la fe y más tarde el valor para que yo estuviera deseoso de emprender la jornada.”
«En el testamento de Colón dice lo siguiente: En el nombre de la Santísima Trinidad, que me inspiró primero la idea de que podía yo llegar a las Indias zarpando de España y atravesando el océano con proa al poniente, y me infundió después la más absoluta certeza de que iba a lograrlo.» (Prophecies of Joseph Smith and Their Fulfillment por Nephi Lowell, Morris. Deseret Book, 1945, págs. 289, 294-95; cursiva agregada).
Y porque Colón fue guiado, nosotros estamos en esta tierra escogida. Nuestro Padre Celestial y su Hijo amado aparecieron al profeta José Smith para dar comienzo aquí en esta tierra a una dispensación del evangelio de Jesucristo. El ha establecido su Iglesia aquí y envía a sus representantes a todos los rincones de la tierra donde es posible, a declarar y enseñar las leyes de Jesucristo, el Dios de esta tierra.
El ha revelado nuevamente y repetido una y otra vez el antiguo decreto: “…esta es una tierra escogida sobre todas las demás; por tanto, aquellos que la posean servirán a Dios o serán talados, porque es el eterno decreto de Dios» respecto a esta tierra. (Eter 2:10.)
Se nos ha revelado este conocimiento «para que conozcáis, los decretos de Dios a fin de que os arrepintáis y no continuéis en vuestras iniquidades hasta llegar al colmo, para que no hagáis venir sobre vosotros la plenitud de la ira de Dios, como lo han hecho hasta aquí los habitantes del país» (Eter 2:11).
Vivimos en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, la que culminará con la segunda venida del Señor Jesucristo. Con respecto a la proximidad de ese acontecimiento y a lo que se ha preparado para los habitantes de la tierra entre ahora y ese entonces, el Señor dijo hace ciento cuarenta y cuatro años;
“ . . .la ira de Dios ha de derramarse sin medida sobre los malvados. . . «Por tanto, la voz del Señor llega hasta los extremos de la tierra, para que oigan todos lo que quieran oír.»
He aquí el mensaje: «Preparaos, preparaos para lo que viene, porque el Señor está cerca;
«Y está encendida la ira del Señor, y su espada se embriaga en el cielo, y caerá sobre los habitantes de la tierra. . .
‘”. . .la hora no es aún, mas está a la mano, cuando se quitará la paz de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio.
«Y también el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos, y bajará en juicio sobre. . .el mundo» (D. y C. 1:9,11-13,35-36).
Ahora, mis amados hermanos de todas partes, tanto los miembros de la Iglesia como los que-no lo son, os doy mi testimonio personal de que yo sé que las cosas que os acabo de presentar son verdaderas, tanto los sucesos del pasado como los que han de venir. Los hechos que enfrentamos son claros y están bien definidos. La elección está en nuestras manos. La pregunta que pende en el aire es: Nosotros, los de esta dispensación, ¿nos arrepentiremos y obedeceremos las leyes del Dios de la tierra, que es Jesucristo, o continuaremos contraviniéndolas hasta llegar a madurar en la iniquidad?
Ruego humildemente que nos arrepintamos y obedezcamos las leyes del Señor, haciéndonos por lo tanto, merecedores de las bendiciones prometidas a los justos en estas tierras, y lo hago humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























