El amor mutuo

C. G. Octubre 1976logo pdf
El amor mutuo
Por el Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballQuerido hermanos, me siento inmensamente complacido con esta reunión a la que hemos venido para recibir instrucciones. Espero que podamos incorporar en nuestra vida las sugerencias de estos hermanos que nos han hecho una maravillosa demostración de cómo se pueden lograr estas cosas, qué debemos hacer, cuál es la dirección que debemos tomar.

Recuerdo que cuando nos mudamos al estado de Arizona este programa no era oficial, pero se practicaba extraoficialmente, y en muchas de las estacas y barrios la obra se encontraba en pleno desarrollo. Cuando llegamos allá el presidente de la estaca se encontraba enfermo y muy pronto falleció. Fue entonces que mi padre fue llamado como presidente de la estaca. Recuerdo que vivíamos en un solo cuarto; éramos unas nueve personas y por algún tiempo vivimos todos juntos en ese cuarto. Poco después nos mudamos a una casa de adobe que se encontraba a unas pocas cuadras de distancia, donde disponíamos de tres cuartos; el techo se llovía y muchas veces tuvimos que dormir en tiendas fuera de la casa.

Al cabo de un tiempo logramos comprar una propiedad de diez acres (menos de cinco hectáreas), que se encontraba totalmente cubierta por arbustos de mezquite y chaparral, así como otras plantas del desierto; entonces nos enfrentamos al dilema de cómo liberarnos de ellas; antes de que pudiéramos darnos cuenta, los hermanos del barrio central habían recorrido los varios kilómetros que nos separaban de ellos, y con sus picos, palas y hachas, comenzaron a ayudarnos a limpiar el terreno: poco después llegaron más hermanos de otros barrios y así, en poco tiempo, mi padre, que era un excelente trabajador, con la ayuda de esa gente y dos de mis hermanos mayores, preparó el lugar para la siembra.

Aquellos eran servicios de bienestar. No tenían el mismo tipo de dirección; no se estimulaban en la misma forma en que lo hacemos en la actualidad; pero era en realidad trabajo de bienestar porque nos ayudábamos mutuamente.

El presidente Romney se refirió al trabajo y a la responsabilidad que tenemos para con nuestros padres. Hace pocos días nos encontrábamos reunidos en consejo y oímos la narración de un caso que provocó la ira de los hermanos de la presidencia; fue por supuesto una ira justa, como consecuencia de lo sucedido. Se trataba de un padre que había sido muy cuidadoso en sus inversiones y muy trabajador, por lo cual había logrado ahorrar cientos de miles de dólares para su vejez y la de su buena esposa, quien le había ayudado denodadamente en el esfuerzo. Desafortunadamente, él murió primero dejando sola a su esposa que desmejoró mucho durante los últimos años, llegando a un avanzado estado de senilidad. Entonces sus hijos la internaron en un hogar para ancianos y el dinero fue a parar a sus cuentas bancarias, sin importarles en absoluto el sufrimiento de   la madre. Tal vez ella no comprendiera completamente todo lo que estaba pasando; o quizás lo comprendiera muy bien. Allí se encuentra todavía, con ropa inadecuada, con tratamiento inadecuado, en un asilo de ancianos que no es el lugar para ella, ni el que ella merece. Por lo que hemos sabido, los hijos muy raramente la visitan.

¿Les será tan difícil visitar a una madre que brindó toda su vida por ellos, que dedicó sus mejores años a criarlos y enseñarles, que pase haciendo sacrificios y ahorrando por ellos? ¿Será tan difícil para esos hijos mostrarle su amor cuando ella se encuentra en una posición en la que deberían ayudarla, reconfortarla en los últimos años de su vida? Sin embargo, la ignoran totalmente.

Esto es muy importante y espero que vosotros, obispos, jamás lo olvidéis. Recordad a los miembros de la Iglesia en vuestros barrios que ellos deben cuidar de sus padres; se encuentren o no en un avanzado estado de senilidad, sean fáciles o difíciles de tratar, deben recibir cuidados y, atención de sus hijos porque esa es una importante parte del programa establecido por el Señor cuando organizó este mundo.

Refiriéndome a otro tema, recuerdo que hace algunos años, un hombre con su esposa y sus hijos pequeños se mudaron a la pequeña comunidad donde yo vivía. Nos hicimos amigos y un día él me contó sobre la rigurosa disciplina que había tenido en su infancia: tenía que levantarse todos los días entre las cinco y las seis de la mañana para repartir periódicos; tenía que trabajar en la granja y hacer muchas cosas que todavía le molestaba recordar. Y terminó su relato con esta afirmación: «Mis hijos nunca tendrán que trabajar como yo». Lamentablemente, sus hijos crecieron en la holgazanería, se inactivaron en la Iglesia y tenían un sentimiento de indiferencia general hacia todo lo que les rodeaba.

«No serás ocioso», ha dicho el Señor (D. y C. 42:42). La ociosidad viene del diablo; no somos bondadosos con nuestros hijos cuando los alejamos del trabajo y de las oportunidades de servir y aprender.

Estamos agradecidos por el extraordinario servicio del Obispado Presidente y de la Sociedad de Socorro. Estamos agradecidos por vuestro servicio en los obispados y las presidencias de estacas, y por vuestra dirección en este maravilloso programa. Rogamos que el Señor os bendiga a medida que lo ponéis en práctica, y lo hacemos en el nombre de Jesucristo. Amén.

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