C. G. Abril 1976
El Hijo de Dios
por el élder David B. Haight
del Consejo de los Doce
Confío en que hayáis percibido el dulce espíritu de este coro de niños de la Primaria que ha bendecido esta reunión. ¿Escuchasteis su mensaje? ¿Escuchasteis lo que dijeron?
«No sé si listo estaré
al regresar Jesús;
si su rostro podré ver,
su amor sentir
y recibir su luz.»
Cuando regrese Jesús,
por Mirla Greenwood Thayne
El profeta Alma dijo que los niños tienen a veces palabras que confunden a los sabios y a los eruditos (Alma 32:23). Estoy seguro de que hoy hemos visto en ejemplo de ello.
Algunas horas después que el presidente Kimball me ordenó y me apartó, viajé para participar en varias reuniones en Norfolk, Virginia; mi alma se encontraba todavía plena de asombro. Pero al entrar en el salón de reuniones de una conferencia regional del grupo de Jóvenes Adultos, estaban cantando «Te quiero sin cesar». Ellos se habían enterado de mi llamamiento, y conocían mi necesidad; sabían cuán profundamente necesitaba la ayuda del Señor. Mi corazón se llenó de emoción cuando traté de unirme a ellos cantando: «Te quiero, sí, te quiero, sin cesar te quiero; bendíceme, oh Cristo, vendré a ti» (Himnos de Sión, N° 158).
El peso de este nuevo llamamiento y la responsabilidad en la que me habéis sostenido, me sobrecogerían si no fuera por el conocimiento que poseo del Salvador.
He orado a diario por un entendimiento profundo del Maestro, al prepararme para esta responsabilidad sagrada de ser uno de sus testigos especiales para todo el mundo. Sus palabras son ahora más claras para mí:
«Aprende de mí y escucha mis palabras, camina en la mansedumbre de mi espíritu, y en mí tendrás paz. . .
. . . declararás el arrepentimiento y la fe en el Salvador, y la remisión de pecados por el bautismo y por fuego; sí, aun el Espíritu Santo.» (D. y C. 19:23, 31.)
«Levantaos y ceñid vuestros lomos, tomad vuestra cruz y seguidme y apacentad mis ovejas.» (D. y C. 112: 14.)
La declaración del Salvador, «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3), tiene ahora un significado más profundo para mí. Ayudar a otros a saber y comprender esto, no es solamente mi deseo, sino mi obligación sagrada. Los tiempos han cambiado desde que la única Iglesia verdadera de Cristo fue restaurada sobre la tierra, mas las necesidades de esta época son las mismas y también son iguales las promesas. Escuchad esto:
«Acercaos a mí, y yo me acercaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedidme y recibiréis; tocad y se os abrirá.» (D. y C. 88:63.)
Nuestros cometidos son los mismos: «Promulgarás la plenitud de mi evangelio que he enviado en estos días, el convenio . . . para restaurar a mi pueblo». (D. y C. 39:11.)
«De nuevo os digo, estad atentos y escuchad y obedeced la ley que os daré». (D. y C. 42:2.)
Las instrucciones que el Maestro nos dio en esta época, son las mismas de entonces:
«Y ahora, he aquí, os doy un mandamiento, que cuando os juntareis, os instruiréis y os edificaréis los unos a los otros, para que sepáis cómo conduciros y cómo dirigir mi Iglesia . . .
«Y vosotros seréis enseñados desde lo alto. Santificaos y seréis investidos con poder. . .» (D. y C. 43:8, 16.)
Hoy sus promesas son claras para nosotros:
«Si preguntares, recibirás revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimien-to, a fin de que llegues a conocer los misterios y las cosas pacíficas aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna.» (D. y C. 42:61.)
Y luego la otra gran promesa:
«Y si sincero fuere vuestro deseo de glorificarme, vuestros cuerpos enteros se llenarán de luz, y no habrá tinieblas en vosotros; y aquel cuerpo que se halla lleno de luz comprende todas las cosas.» (D. y C. 88:67.)
De la misma forma que he sido instruido y aconsejado por el presidente Kimball, también lo han sido otros a través de los años. Hace 146 años, cuando la Iglesia fue restaurada, la Primera Presidencia instruyó a Parley P. Pratt, un miembro de los Doce entonces recientemente llamado:
«Oh, Señor sonríe desde los cielos sobre este siervo, perdona sus pecados, santifica su corazón, y prepárale para recibir la bendición. . . aumenta su inteligencia, trasmítele toda esa sabiduría, esa prudencia y esa comprensión que necesita como ministro de justicia, para magnificar el apostolado para el cual ha sido llamado.»
Y al nuevo apóstol le dijeron:
«Te has comprometido en una causa que requiere toda tu atención. . . sé un instrumento útil en las manos de Dios; deberás perseverar en las adversidades, deberás trabajar, y serás objeto de muchas privaciones para pulirte en forma perfecta. . . Tu trabajo debe ser incesante, y tus esfuerzos enormes; debes ir y trabajar hasta que la obra esté completada. . . el Padre Celestial así lo requiere; el campo es suyo; la obra es suya y El te alentará. . . No te llenes de orgullo. Cuídate del mal, apártate aun de la apariencia del mal. . . Te enfrentarás a miles de personas que, cuando te vean por primera vez, no sabrán nada de la salvación por medio de Jesucristo, sino que sólo verán tu aspecto. . . cultiva gran humildad. . . está alerta a los aduladores del mundo. . . haz que tu ministerio sea lo primero. Recuerda, las almas de los hombres han sido puestas a tu cargo. Es necesario que recibas un testimonio de los cielos. . . para que puedas dar testimonio de la verdad del Libro de Mormón. . . fortalece tu fe. . . eres llamado para predicar el evangelio del Hijo de Dios a las naciones de la tierra; es la voluntad de tu Padre Celestial que proclames su evangelio hasta los confines de la tierra y las islas del mar. . . Está preparado en todo momento para sacrificar tu vida si Dios así lo requiere. . . Ora siempre. Anda siempre con cuidado. . . Este evangelio debe seguir su marcha y así sucederá hasta que llene la totalidad de la tierra. . . Necesitarás una fuente de sabiduría, conocimiento e inteligencia, como nunca la has tenido. . . Dios puede investirte sin las pompas u ostentaciones del mundo. . . Debes proclamar el evangelio en su simplicidad y pureza.» (Autobiografía, por Parley P. Pratt, Deseret Book Co., 1961, págs. 119-126.)
Ahora sé por el poder del Espíritu, que esta guía y consejo dados bajo la inspiración del profeta José Smith, y dirigidos a las Autoridades Generales de aquella época, tiene también vigencia en nuestros días. Estos once siervos escogidos con quienes ahora tengo el honor de trabajar, no solamente han comprometido todo su ser en el trabajo del reino, sino que viven con justicia y dedicación completas. Espero poder seguirlos e imitar su ejemplo. Amo a cada uno de ellos, a la Primera Presidencia y demás Autoridades Generales; tengo una sensación de calidez en mi alma cuando estoy en su compañía.
El presidente Joseph F. Smith dijo, acerca de los Doce: «Estos doce discípulos de Cristo han sido levantados para ser testigos especiales de la divina misión de Jesucristo. Ellos no pueden decir que creen. . . y que lo han aceptado simplemente porque creen. . . El Señor dice que sus apóstoles deben saber, obtener el conocimiento por sí mismos, como si hubieran visto con sus propios ojos y escuchado con sus propios oídos y conocer la verdad. Esa es su misión, testificar de Jesucristo, de su crucifixión, de su resurrección de entre los muertos y de que ahora se encuentra investido con todo poder a la diestra de Dios, y es el Salvador del mundo. . . Esa es la doctrina y la verdad que tienen el deber de predicar al mundo, a todo el mundo. . que José Smith es un Profeta de Dios, y que fue autorizado y acreditado para establecer la fundación del reino de Dios.» (Gospel Doctrine, p. 178.)
Sé sin dudas que el espíritu de revelación es esencial para nosotros hoy, de la misma forma que lo fue para los Doce durante el ministerio terrenal del Salvador. Ocurrió entonces un incidente a que algunos escritores se refieren como el punto culminante de ese ministerio; recordaréis que El formuló a los Doce dos preguntas importantes, la primera de las cuales fue: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» (Mateo 16:13).
Los apóstoles respondieron con palabras sobrias y verídicas, pero admitieron que el Mesías no había sido reconocido por el mundo que El había venido a salvar; además, repitieron una y otra vez las suposiciones de la gente. Algunos decían que era Juan el Bautista; otros que era un nuevo Elías; otros vieron en El la dulzura de Jeremías, y pensaron que era este profeta quien había venido. Y muchos lo reconocían como un profeta. La luz brillaba en la oscuridad, mas la oscuridad no la comprendía (Juan 1:5). Podemos imaginar la decepción del Salvador al hacerles la segunda pregunta a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mateo 16:15).
El Salvador necesitaba convertirlos, y ellos necesitaban convertir al mundo. La respuesta no se hizo esperar; Pedro tuvo el inmortal honor de ser vocero de todos ellos: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16). Esta respuesta llegó del mayor de los apóstoles. Sus discípulos lo reconocieron entonces como Jesús de Nazaret, como el Mesías prometido para su nación y un hijo de David; pero El era aún más, era «el Hijo del Dios viviente».
«Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Y a ti de daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.» (Mateo 16:17-19.)
Esta confirmación de Pedro fue también el testimonio que Jesús daba de sí mismo, y una promesa de que aquellos que tengamos esa seguridad, seremos bendecidos si nos guía el Espíritu de Dios. He aquí la promesa de que su Iglesia, fundada sobre la roca de la revelación inspirada, jamás sería conquistada por los poderes del infierno. Cristo mismo confirió sobre su Iglesia el poder de abrir y cerrar; de encadenar y liberar, y la promesa de que las llaves del sacerdocio, ejercidas con justicia sobre la tierra, serían confirmadas en los cielos.
Que Dios nos bendiga con fe en Cristo, la fe a la que El se refería cuando apareció a los once y les habló. Recordaréis que Tomás quería una prueba, quería ver personalmente lo que le habían descrito; y el Salvador le dijo:
«Porque me has visto, Tomás creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.» (Juan 20:29.)
Yo no he visto, pero sé. He sabido siempre, mas ahora he recibido una seguridad mayor, y ruego que siempre pueda saber que éste es el evangelio del Señor Jesucristo, que ha sido restaurado en nuestra época, que Dios es un Ser real; sé que El vive, que el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza; sé que Jesús de Nazaret nació de María, que es el Cristo, el Hijo de Dios y que no hay ningún otro nombre debajo de los cielos mediante el cual el hombre pueda ser salvo; sé que vive ahora, hoy, y que podemos recibir la salvación solamente por medio de El; que si somos dignos, El nos llevará de regreso a la presencia de Dios, nuestro Padre Eterno.
Que podamos desarrollar un conocimiento y una convicción firmes y que, mediante la revelación personal, sepamos que Jesús es el Hijo del Dios viviente, que el presidente Kimball es el único hombre sobre la tierra que posee y ejercita en justicia las llaves del reino y que es el oráculo de Dios en la tierra. Que seamos bendecidos con inspiración celestial para saber y para estar preparados el día de su venida. Pues vendrá como el Rey de reyes, para reinar por siempre jamás. Así os lo testifico, y lo ruego en su Santo Nombre. Amén.
























