C. G. Abril 1976
El secreto de nuestro éxito
por el élder Carlos E. Asay
del Primer Quórum de los Setenta
Mis hermanos, tal como podéis imaginar, me he sentido muy humilde al recibir este llamamiento, y al contemplar mis nuevas responsabilidades, parece que se hubieran magnificado en mí todas mis deficiencias y debilidades. Deseo que sepáis que tengo un testimonio del evangelio de Jesucristo. Sé con todo mi corazón que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que José Smith fue un Profeta y que tenemos un Profeta viviente que dirige los asuntos del reino hoy en día.
Deseo expresar mi gratitud a mi esposa, a mi familia, a los miembros del Obispado Presidente, a quienes profeso mi sincero amor, y a todos aquellos que me habéis ayudado a prepararme para esta responsabilidad,
Quizás, si os cuento una experiencia, esto me ayude a expresar mi testimonio. Mientras servía como presidente de misión, tuve en una ocasión la oportunidad de discutir el evangelio y el trabajo misional con un ministro protestante. El tenía problemas, porque había recibido el llamamiento de presidir sobre una misión de su iglesia y como había pasado por un período de pobres experiencias, estaba buscando ayuda. Para ello, fue a mi oficina en Dallas, Texas, y me dijo que realmente no deseaba aceptar el llamamiento misional, pero que sentía que debía hacerlo; agregó que sabía que nosotros tenemos el mejor programa misional en el mundo y deseaba saber la razón de nuestro gran éxito. También quería algunos consejos con respecto a la organización, pero yo sabía que esa no era la solución a su problema.
Después que había puesto en orden mis pensamientos, le dije al hombre que hay cuatro razones básicas por las cuales el programa del Señor tiene éxito: primero, tenemos éxito porque somos guiados por un Profeta viviente, un hombre que es el portavoz de Dios sobre la tierra, un hombre que recibe inspiración y revelación en beneficio de la Iglesia.
Segundo, tenemos éxito porque trabajamos bajo el poder y autoridad del Santo Sacerdocio. No asumimos esa autoridad, ni la tomamos sobre nosotros, sino que la recibimos por medio de la imposición de manos y somos debidamente delegados para ir a predicar el evangelio. Nosotros tenemos el Sacerdocio de Dios:
Tercero, le dije que tenemos éxito porque estamos enseñando la plenitud del evangelio de Jesucristo tal como fue restaurado en estos días. Como lo ha dicho el élder Packer: no jugamos con las teclas para tocar la melodía, sino que’ utilizamos el teclado entero. Sabemos porqué estamos aquí, para qué debemos prepararnos y dónde hemos estado antes de esta vida.
Y cuarto, tenemos éxito porque lo que hacemos, lo hacemos con la fuerza y el poder del testimonio personal. Nuestra gente joven sale a predicar, no porque se les prometa una remuneración, sino porque ellos tienen un testimonio; renuncian a sus estudios, o los posponen, y dejan otras cosas personales de lado para poder ir y compartir su testimonio con el mundo. Después agregué: «Cuando su iglesia pueda llevar a cabo un programa con un Profeta que dirija bajo el poder del sacerdocio, enseñando la plenitud del evangelio y con a fuerza de testimonios personales, ustedes podrán hacer exactamente lo que nosotros estamos haciendo. Pero, no hay necesidad de que usted pase por todo eso. Nosotros ya lo hemos iniciado, ¿por qué no se une a nosotros?» Mas él no aceptó mi invitación.
¡Cuán feliz me siento de que se me haya dado otra vez la oportunidad de tomar parte activa en la obra misional!
Quizás pueda terminar haciendo referencia a algo que dijo Nefi: «Porque mi alma se deleita en las escrituras» (2 Nefi 4:15). Mi alma también se deleita. Además dijo: «Mi alma se deleita en probar a mi pueblo la verdad de la venida de Cristo». Y mi alma también se deleita por esto. «Mi alma también se deleita en las alianzas que el Señor ha hecho con nuestros padres, sí, mi alma se deleita en su gracia, justicia, poder y misericordia, en el grande y tremendo plan para rescatar de la muerte». También mi alma se deleita en ello. Y Nefi continúa: «Mi alma se deleita en probar a mi pueblo que si Cristo no viene todos los hombres perecerán» (2 Nefi 11:4-6). Y yo sé que esto es así.
Ruego que el Señor me bendiga, me capacite y me ponga al nivel de la tarea que me espera; que El sea paciente conmigo y perdone mis pecados y defectos. Yo sostengo al Profeta; sostengo a las Autoridades Generales y me siento emocionado ante la perspectiva de trabajar con ellos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























