C. G. Abril 1976
La Iglesia y la familia en los Servicios de Bienestar
por el obispo Victor L. Brown
Obispo Presidente de la Iglesia
Mis queridos hermanos, estamos sumamente agradecidos por la oportunidad de que disponemos esta mañana de discutir nuevamente con vosotros algunos de los principios básicos del programa de los Servicios de Bienestar de la Iglesia.
Debemos referirnos constantemente a la siguiente pregunta: ¿En qué consiste la responsabilidad del individuo, la familia y la Iglesia, con respecto a las necesidades de nuestra gente? Existen muchas evidencias de que hay gente en nuestra Iglesia que no comprende, o por lo menos, no toma seriamente el consejo que se le ha estado brindando por muchos años. Aparentemente algunas personas tienen la noción de que la Iglesia cuidará de ellas sin tener en cuenta lo que ellas hagan por sí mismas.
No obstante, debemos reconocer que el fundamento del programa dc los Servicios de Bienestar de la Iglesia, descansa sobre el grado de preparación tanto del individuo como de la familia, para cuidar de sí mismos. Ojalá los miembros de la Iglesia pudieran comprender que recibimos estas enseñanzas porque el Señor nos ama, y en su infinita sabiduría desea que su pueblo sea bendecido particularmente en tiempos peligrosos.
El Señor ha dicho:
«Porque si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial, tenéis que prepararos, haciendo las cosas que os he mandado y requerido.
He aquí, ésta es la preparación con la cual os preparo, y el fundamento y la norma que os doy, mediante lo cual podréis cumplir los mandamientos que os son dados;
A fin de que en mi providencia, no obstante las tribulaciones que os sobrevendrán, la iglesia se sostenga independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial.» (D. y C. 78:7, 13l4.)
Y más aún, el Señor también dijo: . . . mas si estáis preparados, no temeréis» (D. y C. 38:30).
Quisiera referirme ahora directamente a los Servicios de Bienestar de la Iglesia. En los primeros tiempos de esta dispensación, cuando hacía sólo unos pocos meses que el evangelio había sido restaurado, el Señor reveló al profeta José Smith que nosotros, como pueblo, deberíamos atender «a los pobres y necesitados, por quienes velarán en sus necesidades, a fin de que no sufran. . . ‘ (D. y C. 38:35). Y pocos meses más tarde agregó la siguiente recomendación: «Y recordad en todas las cosas a los pobres y necesitados, los enfermos y afligidos, porque el que no hace esas cosas no es mi discípulo» (D. y C. 52:40).
El programa de los Servicios de Bienestar fue organizado para permitirnos que lleváramos a cabo estas responsabilidades como Iglesia, en forma colectiva. Existen algunas diferencias básicas en la forma de cuidar de los pobres que tiene la Iglesia, comparado con la de los gobiernos. Una de las más importantes de esas diferencias fue explicada hace ya algún tiempo por el presidente J. Reuben Clark Jr.:
«En la Iglesia no existe la limosna; ése es un motivo por el cual debemos hacer del cuidado de los necesitados un problema local, y la razón principal por la cual debemos continuar haciéndolo en esa forma. La Iglesia no puede dar limosnas; no puede proporcionar una gran reserva a la cual acudieran los obispos para conseguir todo lo que necesitaran para los pobres. . . y tomaran todo lo que quisieran. Eso no podrá ser.» (Conference Report, octubre de 1944.)
El Señor dijo más aún: «No serás ocioso; porque el ocioso no comerá el pan, ni vestirá el vestido del trabajador» (D. y C. 42:42). La limosna, o sea recibir algo sin dar nada a cambio, incita a la holgazanería y la dependencia, y destruye el autorrespeto.
El sistema del Señor está diseñado de forma tal que se pueda ayudar a cada uno de nosotros en forma separada y de acuerdo con nuestras necesidades, y se pueda preservar o restaurar nuestra independencia, industriosidad y autorrespeto. Condena a aquellos que permanecen caprichosamente indolentes y holgazanes, «. . . cuyos corazones no están satisfechos; cuyas manos no se abstienen de echarse sobre los bienes ajenos; cuyos ojos están llenos de codicia; quienes no queréis trabajar con vuestras propias manos!» (D. y C. 56: 17). Pero El se regocija, sin embargo, en buscar y administrar sus bendiciones a los pobres que «. . . son puros de corazón, cuyos corazones están quebrantados y cuyos espíritus son contritos. . . (D. y C. 56: l8).
A1 esfuerzo combinado de la Iglesia para ayudar a estos justos, pero desafortunados santos a ayudarse a sí mismos, se le llama Plan de prevención de la Iglesia. Con los esfuerzos enfocados a nivel de barrio, los miembros de la Iglesia consagran su tiempo, energías y medios para adquirir proyectos de producción, plantas de procesamiento (tales como envasadoras), almacenes y oficinas de empleo, así como otros medios de Servicios de Bienestar. Ayudan también a otros miembros en sus problemas sociales, emocionales y económicos, viviendo así el segundo gran mandamiento de amar al prójimo como a sí mismos; además de eso, ayudan a la Iglesia a satisfacer las necesidades de los pobres, mediante generosas contribuciones mensuales de ofrendas de ayuno. Estos esfuerzos, no obstante, están dirigidos para cuidar solamente de un número limitado de santos, aquellos que verdaderamente no pueden cuidar de sí mismos como la viuda, el huérfano, el temporariamente desocupado, el perturbado emocional o mental, el enfermo, etc. Pero es necesario que comprendamos que aun estos miembros de la Iglesia reciben ayuda sólo después que su familia haya hecho por ellos tanto como le sea posible, y ya no pueda hacer más.
El presidente Spencer W. Kimball dijo lo siguiente:
«Muchas han sido las calamidades que hemos tenido en los últimos tiempos; parecería que no pasan uno o dos días sin que tenga lugar un terremoto o una inundación, un tornado o cualquier otra clase de desastre que afligen a mucha gente. Me siento agradecido por el hecho de que nuestro pueblo, al igual que nuestros líderes, está comenzando a comprender la importancia de la autosuficiencia. Creo que se acercan tiempos en los que habrá más angustias, donde suframos las consecuencias de más tornados, inundaciones. . . más terremotos. .. creo que todo esto probablemente vaya en aumento a medida que nos acerquemos al fin, motivo por el cual debemos estar preparados.» (Conference Report, abril de 1974, págs. 183-184.)
Quisiera compartir con vosotros el panorama de condiciones que podría presentársenos en forma individual, así como colectiva para toda la Iglesia. Quisiera que pudiéramos apreciar lo que quizás sucediera bajo tres condiciones hipotéticas, pero potencialmente reales.
La situación uno se caracteriza por una economía relativamente estable, un porcentaje modesto de desempleo y sólo un número limitado de desastres naturales; se trata de una condición bastante similar a la que nos encontramos en la actualidad en este país y en muchos otros. En estas circunstancias hay solamente un reducido número de familias o individuos en la Iglesia que necesitan recurrir a sus obispos en busca de ayuda económica o emocional, de carácter temporal. Para aquellas familias o personas que no fueran capaces de cuidar de sí mismos, utilizaríamos nuestros proyectos de producción, almacenes, recursos de empleo y los fondos de las ofrendas de ayuno para ayudarles de acuerdo a los problemas que pudieran tener. Los adecuados servicios de salud y sociales de la Iglesia apoyarían a las organizaciones del sacerdocio en la coordinación de esta asistencia especial. La condición presente de nuestro Plan de prevención, nos permite hacer frente a las demandas de la Iglesia bajo las exigencias que impondría la condición uno.
La condición o situación dos se caracteriza por problemas sanitarios, sociales y económicos más graves. Esto podría incluir una situación económica crítica con una seria condición de desempleo, o tal vez desastres naturales; la sociedad humana sería inestable y desunida. Para que la Iglesia pudiera llenar las necesidades de aquellos que no pudieran cuidarse por sí mismos, deberíamos producir el máximo en nuestros proyectos de producción, reducir la variedad de los artículos producidos y distribuidos, proveer oportunidades de trabajo en gran escala y organizar esfuerzos especiales de socorro en los quórumes. Los servicios sanitarios y sociales serían necesarios en muchos lugares. Es indudable que los recursos materiales de la Iglesia se verían considerablemente drenados para enfrentar con éxito esta situación, especialmente si la condición durara mucho tiempo o abarcara una gran porción geográfica.
Bajo la condición tres las circunstancias serían sumamente serias; la economía se encontraría en una situación verdaderamente crítica, tal vez al borde de la bancarrota, el desempleo sería casi total; habría probablemente una absoluta falta de unidad social. Esta condición podría ser el resultado de problemas económicos, tales como una pérdida total o severa de las cosechas o desastres naturales en gran escala; o posiblemente un conflicto internacional. Bajo tales circunstancias, tomando como base sus recursos actuales, la Iglesia no podría proveer más ayuda que la correspondiente a la condición dos y, por lo tanto, no podría satisfacer las necesidades totales de bienestar de su pueblo.
Quisiera destacar el hecho de que esta preparación incluye más que la simple prevención física o temporal. Especialmente bajo las condiciones dos y tres, nos veremos enfrentados a la desunión social, a preocupaciones, temores, depresiones y todos los problemas emocionales que acompañan tales situaciones sociales y económicas; las condiciones sanitarias serían precarias. Tanto las familias como los individuos deberían estar preparados emocional y físicamente para enfrentarse a ellas. Entonces, los miembros tendrían mayor necesidad que nunca de confiar el uno en el otro y apoyarse mutuamente, para tener el valor de enfrentar la situación.
Estos ejemplos, aun cuando sólo son estudios, ilustran el hecho de que nuestra salvación temporal o material será una consecuencia directa de la obediencia a los consejos de las Autoridades Generales, que nos alientan a prepararnos tanto familiar como individualmente, así como en los barrios y las estacas. A1 aplicar estos consejos haremos de Sión un refugio y una norma de vida justa, tal como lo mandó el Señor en las siguientes palabras:
«De cierto os digo a todos: Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones;
A fin de que el recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea por defensa y por refugio de la tempestad y de la ira, cuando sea derramada sin compasión sobre la tierra.» (D. y C. 115: 5-6. )
Discutamos ahora el cimiento del principio, o sea el papel que desempeñan tanto la familia como el individuo. Este es responsable de cuidar de sí mismo y de su propia familia. El apóstol Pablo escribió: «. . . porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» ( 1 Tim. 5:8).
Quisiera repasar junto con vosotros una vez más los cinco elementos básicos de la preparación familiar, a los que nos hemos referido en reuniones previas de los Servicios de Bienestar:
Desarrollo profesional. En la familia preparada, el que mantiene el hogar se ha preparado para trabajar satisfactoriamente en la ocupación que haya seleccionado. Del mismo modo. sus hijos se están preparando para seguir la carrera más conveniente y adecuada.
Administración financiera. La familia preparada es aquella en la cual los padres conocen y utilizan los fundamentos del presupuesto y la administración financiera. Los hijos aprenden entonces estas habilidades básicas mediante la experiencia práctica.
Producción y almacenamiento en el hogar . . . la familia precavida cuenta con suficiente alimento almacenado como para llenar las necesidades básicas correspondientes a un mínimo de un año. Más aún, siempre que sea posible, deben encontrarse activamente involucrados en el cultivo, envasado y preparación de sus alimentos y en la costura de su ropa. . .
Salud física. La familia precavida practica eficaces principios de prevención sanitaria, nutrición, prevención de accidentes, cuidado de la salud mental y primeros auxilios. Comprende también el uso adecuado de los recursos sanitarios. Debemos prestar especial atención a las promesas hechas por el Señor en Doctrinas y Convenios, sección 89, con respecto a la salud de los santos.
Fortaleza social y emocional. La familia preparada desarrolla una gran fortaleza social y emocional mediante una vida recta, el estudio del evangelio y el amor familiar.
Esta clase de familia puede enfrentarse a las inevitables oposiciones de dolor y gozo, de privaciones y abundancia, de fracasos y éxitos, mediante su fe en el Señor Jesucristo y la conversión a la vida eterna.» (Liahona, junio de 1976, pág. 24.)
La preparación familiar es la clave para resolver las necesidades de los miembros de la familia y es el cimiento sobre el cual se basa el Plan de prevención de la Iglesia.
El Salvador nos enseñó la clave para la eterna ley de la paternidad y la vida familiar cuando dijo:
«De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.
Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que éstas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis.» (Juan 5: l9-20.)
Es mediante el ejemplo que los padres enseñan a sus hijos cómo prepararse para vivir el modo de vida enseñado por el Señor.
La preparación familiar, tal como se utiliza el término en los Servicios de Bienestar, es mucho más que un simple lema o que un programa; es en verdad la clave por la cual las familias logran su salvación temporal o material, lo que les permite a los padres enseñar por medio del ejemplo la lección de la escritura, que dice que el Padre amó tanto al Hijo que le mostró todas las cosas que El había hecho.
Hemos tratado de examinar la importancia y la relación del plan de prevención con el familiar. Necesitamos ambos si hemos de cumplir con nuestras responsabilidades y encontrarnos completamente preparados para los desafíos que nos esperan. A los efectos de aumentar nuestro plan de prevención, cada barrio debe involucrarse en un proyecto de producción, un programa de empleos, y tener acceso a un almacén de provisiones del obispo. Para desarrollar la preparación familiar debemos desarrollar un plan y llevarlo a cabo. De esta forma llegaremos a ser más autosuficientes.
Os urgimos, a todos los líderes que os encontráis aquí esta mañana, a que vuestra luz brille de tal forma que otras familias sigan vuestro ejemplo y puedan así prepararse, cada cual en la medida de su capacidad. Enseñad a vuestros miembros a ser autosuficientes y no esperar que otros los mantengan.
También os desafiamos a que pongáis a disposición de los miembros el programa de los Servicios de Bienestar en vuestros barrios y estacas, de acuerdo con la capacidad local, para bendecir en esa forma la vida de los santos y hacer de vuestras estacas un lugar de refugio.
Con todo lo que hemos dicho con respecto a la preparación individual y familiar, no debemos olvidar el hecho de que esta responsabilidad (a hemos recibido del Señor; El es nuestro Padre, y es mediante su amor que nos enseña estos principios. Todo lo que hemos dicho debe ser guiado por un espíritu que esté en armonía con sus enseñanzas. El es nuestra fuente de inspiración como Iglesia, como familia, y como individuos, y nos ha prometido que si estamos preparados no debemos sentir miedo. Que podamos ser bendecidos como líderes y miembros para seguir su consejo y prepararnos, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























