Nuestros cuatro objetivos

C. G. Abril 1976logo pdf
Nuestros cuatro objetivos
por el élder Robert L. Simpson
Ayudante del Consejo de los Doce

Robert L. SimpsonMis queridos hermanos, el evangelio es verdadero, y nos regocijamos por saberlo. Ha habido un espíritu muy dulce en esta conferencia y los mensajes han sido todos maravillosos.

Nosotros nos reunimos como discípulos del Señor Jesucristo, le amamos y deseamos ayudarle en hacer lo que El considera necesario. Nuestro Padre Celestial ama a sus hijos, a los que viven actualmente, a aquellos que todavía no han nacido, y a los que han vivido y ya han muerto.

En el quinto capítulo de Eclesiastés, versículos 4 y 5, dice: «Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque El no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.

Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.» (Eclesiastés 5:4-5.)

Cada miembro de esta Iglesia toma sobre sí un sagrado voto cuando baja a las aguas del bautismo. Cada siete días, en el día de reposo nos reunimos para renovar ese voto y compromiso, al participar del sacramento.

Me gustaría sugerir cuatro objetivos principales que debemos tener en cuenta como miembros de la Iglesia. Los cuatro comprenden a otras personas, porque la Iglesia del Señor está orientada hacia la gente. En la misma forma que la gente era el interés principal del Salvador así debe ocurrirnos a nosotros, si es que deseamos ayudar al Maestro en el logro de su meta final: «Llevar a cabo la inmortalidad y vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).

Para la vida eterna es indispensable el sacerdocio; para ello se requiere la acción del sacerdocio y conformidad a sus principios. Los cuatro objetivos en la vida de aquellos que desean contarse entre los miembros de la Iglesia de Jesucristo, son:

Primero, la obligación de prepararse uno mismo y preparar a su familia inmediata para entrar a la presencia del Señor.

Segundo, la obligación que tenemos de se guardas de nuestros hermanos y ayudar a otros miembros de la Iglesia.

Tercero, la obligación de compartir lo más precioso que poseemos, el evangelio, con aquellos que aún no han captado la visión de su importancia.

Y cuarto, la obligación de proveer a nuestros antepasados y familiares fallecidos una oportunidad de obtener bendiciones eternas.

Quiero aceros notar que el primero de estos objetivos es nuestro propio bienestar, porque las tres últimas obligaciones sólo pueden llevarse a cabo si uno mismo es una fuente de fortaleza y confianza; el mundo ya está lleno de casos del «ciego que conduce al ciego». Nuestra fuente de conocimiento es luz y verdad, es la palabra del Señor en su hermosa estructura de revelación continua, y para que ésta pueda expandirse, deben recibirse primeramente la verdad y la luz. El Señor fue una fuente de aguas vivas para los que carecen de espiritualidad, y nosotros también debemos esforzarnos por llegar a serlo. Nuestro papel no es el del vendedor que fríamente se ocupa de la venta del producto, sino que para transmitir adecuadamente nuestro mensaje debemos dar de nosotros mismos. La verdad viaja en las alas del testimonio personal y en la dignidad individual.

El Señor le dijo a Pedro: «. . . una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Lucas 22:32). Y tan importante como esta declaración es la respuesta que Pedro dio al Señor en esa ocasión cuando prometió: «Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte» (Lucas 22:33).

La obra y gloria del Señor comienza con nuestra preparación. El aconseja que «aprenda cada varón su deber» (D. y C. 107:99). Esto requiere dedicación. «Buscad primeramente el reino de Dios» (Mateo 6:33). Esto demanda un sometimiento individual, el mismo que El exigió cuando dijo: «Ven. . . sígueme» (Mateo 19:21).

Solamente después de una verdadera conversión que se pone de manifiesto en el deseo evidente de mejorar nuestra vida, podemos contarnos entre los que tienen los pies en tierra firme, entre aquellos que están dispuestos a responder al llamamiento del Maestro entre los que están preparados para ayudar a su prójimo.

Nuestra segunda obligación es la de ser guardas de nuestros hermanos, buscar a la oveja perdida, enseñarnos los unos a los otros la doctrina del reino.

Yo os testifico que el programa de maestros orientadores ha sido creado por inspiración divina, y por medio de él podemos llegar de un modo más eficaz a la vida de los miembros de la Iglesia. Conjuntamente con este extraordinario programa del sacerdocio está el de las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro. Pablo tenía el espíritu de maestro visitante cuando le escribió a Timoteo: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2).

Y ahora, oíd esto directamente del Señor: «Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino» (D. y C. 88:77). Esto no es una mera sugerencia. «Y os mando que os enseñéis el uno al otro . . .»

Me gusta la analogía que una vez oí acerca de un maestro orientador. El orador sostenía una manta escocesa, y sugirió que pensáramos que cada color en la manta representaba un programa diferente de la Iglesia. A continuación hizo esta pregunta: «¿Cuál es el color del programa de maestros orientadores?» La conclusión que sacamos fue que el programa de maestros orientadores no estaría representado por un solo color, sino por la tela completa. Si se lleva a cabo en una forma adecuada, este programa puede muy bien incluir cada faceta de la Iglesia, de acuerdo a las distintas necesidades de cada familia. Me gusta esa idea, porque muy a menudo tendemos a pensar en el programa de orientación familiar como «otro programa más de la Iglesia», cuando puede, y debe abarcarlo todo dentro del sistema completo de la misma.

Los cuatro billones de almas que viven actualmente sobre la tierra son verdaderamente muy queridas para nuestro Padre Celestial, y todas ellas necesitan lo mismo que nosotros ya tenemos. Por lo tanto, otra de nuestras importantes responsabilidades es ver que todas esas personas tengan la oportunidad de oír y aceptar nuestro mensaje. En esa forma podemos ayudar a nuestro Padre Celestial a llevar a cabo su obra y su gloria: la tarea de traer a todos sus hijos al reino.

Y así, el tercer gran objetivo que tenemos incluye a esos cuatro billones de almas. Significa que debemos buscar constantemente a aquellos que puedan estar listos y enseñarles. Esta enseñanza se desarrolla mejor en una manera apropiada, ordenada y sincera, que conduzca a la aceptación incondicional de la verdad del evangelio. El Señor dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15), y lo estamos haciendo, pues tenemos 23.000 fuertes y valerosos misioneros trabajando en el campo misional; estamos llevando la verdad del evangelio a 50 naciones; no obstante el Profeta dice que estos esfuerzos no son suficientes. Toda persona soltera en la Iglesia menor de 25 años de edad debe ser considerada como futuro misionero y todos los demás debemos dedicarnos a la tarea de entrenarlos, entusiasmarlos y ayudarlos a ahorrar fondos para que puedan abastecerse económicamente por la mayoría de tiempo posible.

Durante la reciente gira que el presidente Kimball hizo a las conferencias de área del Pacífico del Sur, quedó obviamente impresionado al ver las docenas de hindúes conversos en Fiji; en ellos vio los pioneros de su raza con la posibilidad de que en el futuro puedan influir en sus coterráneos, cuando el tiempo sea apropiado para ello.

La primera hora de nuestra sesión del domingo por la mañana en Sidney, fue transmitida por el canal nacional de televisión a cientos de miles de familias a través de toda Australia; los discursos fueron estupendos y el coro cantó más allá de sus habilidades naturales. Fue realmente un milagro que pudiéramos reunirnos en el Sidney Opera House; lo sucedido es digno de relatarse, porque las presentaciones en ese teatro están normalmente planeadas con dos o tres años de anticipación, y los registros indican que en toda su historia, casi no ha habido cancelaciones; pero dos meses antes de que se llevara a cabo la conferencia, hubo una cancelación que en realidad nadie puede explicarse; es decir, nadie con excepción del Señor. ¡Tuvo que suceder justamente en el fin de semana en que nosotros planeábamos tener nuestra conferencia! El Señor trabaja misteriosamente para que se lleven a cabo sus dictámenes. La conferencia pudo televisarse a toda la nación debido a que se llevó a cabo precisamente en el Opera House. Quisiera leeros algunos comentarios de personas que no eran miembros de la Iglesia, y que nos llegaron de toda Australia después de la transmisión: «La presentación fue simple y con buenos conceptos de lo que deben ser los lazos familiares y el amor de los unos por los otros. Para mí fue una aclaración espiritual.»

«A pesar de que no soy mormón, encuentro en este programa un profundo sentido de sabiduría.»

«Aprendí más acerca de su Iglesia por medio del discurso de su Presidente que a través de cualquier tipo de literatura informativa. Disfruté mucho del coro y los mensajes. Fue un excelente trabajo.»

«Estoy interesado en que me envíen cualquier tipo de literatura informativa, Visitas. . . todavía no. . .

«Mi corazón está lleno de amor hacia Dios y mi prójimo después de haber visto su inspirada telecomunicación.»

«Si alguien pudiera imaginar el cielo, entonces esta gente maravillosa me ha dado una visión del mismo. Ahora me doy cuenta de que estoy desesperado por salvación. En esta Iglesia debe estar la verdad. ¡Ayúdenme!»

El mundo entero clama ayuda. ¿No es emocionante formar parte de esta magnífica Iglesia? Ese mismo regocijo debe haber en los cielos. Todos nosotros tenemos el compromiso de ser misioneros, y si este mensaje no está lo suficientemente claro para vosotros, ¡es porque no habéis estado escuchando!

La parte más grande de la familia de nuestro Padre Celestial que necesita nuestra ayuda, son nuestros antecesores fallecidos. Suponer que nosotros, como miembros bautizados de la Iglesia, podemos desentendernos de nuestros antepasados, es de cierto la mejor manera que conozco de hacernos indignos de las bendiciones que todos buscamos tan celosamente. El profeta José Smith registró lo siguiente en la sección 128 de D. y C., cuando escribió a los miembros de la Iglesia en 1842 bajo el Espíritu y la dirección del Señor:

«Y ahora, mis muy queridos hermanos y hermanas, permítaseme aseguraros que estos son principios relativos a los muertos y a los vivos que no se pueden desatender, en lo que atañe a nuestra salvación. Porque su salvación es necesaria y esencial para la nuestra, como dice Pablo tocante a los padres: -que ellos sin nosotros no pueden ser perfeccionados- ni tampoco podemos nosotros sin nuestros muertos perfeccionarnos.» (D. y C. 128: 15.)

Nosotros anhelamos la exaltación y lograrla significa perfección; por lo tanto, la alternativa es clara: no podemos ser perfectos sin nuestros muertos, debemos investigar y conseguir sus datos y debemos hacer por ellos lo que ellos no pueden hacer por sí mismos.

Muchos de nosotros nos dejamos estar con la falsa ilusión de que ahora la computadora y el microfilme lo harán todo por nosotros; pero si bien estos métodos modernos son esenciales y de mucha ayuda, no hay máquina que pueda proveer la salvación a persona alguna, a menos que ésta haga lo que debe hacer por sí misma. No hay ningún tipo de atajo para llegar a la exaltación.

Hermanas y hermanas, ¿salvaremos a nuestros muertos? Debemos hacerlo, es nuestro deber. ¿Llevaremos el evangelio a cada nación, familia, lengua y gente? Debemos hacerlo, es nuestro deber. ¿Seremos guardas de nuestros hermanos y nos enseñaremos los unos a los otros? Debemos hacerlo, es nuestro deber. ¿Aprenderemos nuestras responsabilidades individuales y enseñaremos a nuestra familia mientras superamos pequeñas debilidades? Debemos hacerlo. Es nuestro deber.

Sí, todo comienza aquí con vosotros, conmigo y con la promesa que le hemos hecho a nuestro Padre Celestial, porque El ha dicho:

«Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque El no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.» (Eclesiastés 5:4.)

Y ésta es mi esperanza y ruego para todos nosotros en el nombre de Jesucristo. Amén.

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