C. G. Octubre 1976
La simplicidad del cristianismo
por el élder LeGrand Richards
del Consejo de los Doce
Hermanos y hermanas, me siento muy honrado por haber sido invitado a compartir mi testimonio y agregarlo al de los que ya han hablado, porque sé de todo corazón que ésta es la obra del Señor, que Jesucristo es el Redentor del mundo, la cabeza de su Iglesia, que José Smith fue su Profeta para establecer su reino aquí sobre la tierra en los últimos días y preparar el camino para su segunda venida.
Durante los meses de verano tuve que quedarme en casa durante unas semanas, aquejado por una leve enfermedad; eso me dio la oportunidad de leer algunos libros y especialmente mi bendición patriarcal, al igual que las bendiciones que recibí de presidentes de la Iglesia al ser apartado en dos oportunidades como presidente de misión, cuando fui apartado como Obispo Presidente de la Iglesia y cuando por último, el presidente David O. McKay ayudado por sus consejeros y los miembros del quórum de los Doce Apóstoles, me pusieron las manos sobre la cabeza hace 24 años y me ordenaron Apóstol del Señor Jesucristo.
En su bendición, el presidente McKay me encomendó la responsabilidad de ser un testigo de Jesucristo y de su divino llamamiento, al igual que de su Profeta, José Smith, y de las verdades restauradas; y grande ha sido mi gozo en los años en que he estado tratando de hacerlo.
He llegado a comprender perfectamente el significado de las palabras del profeta Nefi, cuando dijo: «Mi Dios ha sido mi apoyo . . . Me ha henchido con su amor hasta consumir mi carne» (2 Nefi 4:21). ¿Habéis sentido vosotros eso alguna vez? ¿Os habéis estremecido bajo la influencia y poder del Espíritu? Vienen a mi mente las palabras del apóstol Pablo: «Porque . . . los que una vez fueron iluminados . . . y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero . . . ( Heb. 6:4-5). Del modo que Pablo lo expresa, siento que aun acá en la mortalidad podemos sentir y comprender los poderes del mundo venidero.
Entre mis amigos se cuentan varias personas acaudaladas, a quienes nunca he visto derramar lágrimas de gozo por nada material que hayan adquirido con su dinero. Sin embargo, he visto muchas lágrimas de gozo en los ojos de los humildes de esta tierra en el campo misional y en las reuniones de testimonio, al igual que en los ojos de los siervos del Señor, encontrándose bajo la influencia y el poder del Espíritu de Dios. Sé, por lo tanto, que se trata de algo real.
Recuerdo que nuestro maestro de la Escuela Dominical de los tiempos en que yo era muchacho y vivía en un pequeño pueblo, nos hablaba de las palabras de Juan el Bautista, cuando dijo que él bautizaba con agua para la remisión de los pecados pero que: «. . . viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Lu. 3:16). En mi juventud no podía imaginarme el significado de ese fuego, pero ahora, he vivido lo suficiente como para saber. He sido elevado más allá de mis propios poderes naturales, bajo la influencia y el poder del Espíritu del Señor, al presentar mi testimonio de la veracidad de su evangelio en muchas oportunidades, a tal punto que en este momento es parte integral de mi persona; y quisiera daros este testimonio a vosotros aquí, en este momento.
El apóstol Pablo dijo: «Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad de Cristo» (2 Cor. 11:3). Os digo que la mente de los hombres ha sido corrompida y alejada de la fidelidad y simplicidad que caracteriza a Cristo, y que han sido enseñados mandamientos de hombres en lugar de las verdades simples reveladas en las sagradas palabras del Señor. Recuerdo las palabras de Isaías:
«Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno.
Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres.» (Isaías 24:5-6.)
Recuerdo también la experiencia en la que el emperador Constantino convocó al concilio de Nicea, efectuado en el año 325 después de Cristo, y en la cual 118 obispos dedicaron cuatro semanas a discutir acerca de la divinidad y personalidad de Jesucristo y Dios. ¡Pensad en eso! Sus mentes estaban confusas y corruptas; de lo contrario habrían seguido las simples enseñanzas de las Escrituras y no habría habido necesidad de dedicar cuatro semanas a debates que decidieran el problema. Gracias al Señor, mediante la restauración del evangelio esas simples verdades forman parte de su Iglesia y de nuestra gran obra, y nuestras mentes no se encuentran corrompidas.
Quisiera daros otra pequeña ilustración de lo que quiero decir. Cuando me encontraba efectuando obra misional en el estado de Massachusetts hace algunos años, y encontrándonos con un ministro religioso jubilado, y le pedí que me explicara su concepto de la Trinidad. Me habló entonces de las creencias universales y de las enseñanzas de las iglesias; me dijo que él creía que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Ser, espiritual y no físico; que existe una influencia que penetra toda la tierra, la vida de las flores, de los árboles, etc. Entonces yo le pregunté: «Bueno, ¿para qué celebran la Pascua?» Y él respondió: «Por la resurrección de Cristo.»
A lo cual dije: «Pero, ¿qué significa para ustedes eso? Su espíritu volvió y tomó posesión de su cuerpo cuando se retiró la piedra, y El se levantó; y cuando las mujeres fueron al sepulcro encontraron dos ángeles que les dijeron: `¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado’ (Lucas 24:5-6). Recordará también cuantas veces apareció a los Doce, les hizo que tocaran sus heridas y les dijo: «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lucas 24:39). Más adelante tomó un pescado y miel, y comió con ellos. Después de pasar cuarenta días con sus discípulos Jesús ascendió a los cielos, y a medida que se elevaba, dos hombres vestidos de blanco aparecieron y dijeron: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto subir al cielo» (Hechos 1: 11). ¿Cómo puede creer usted que fue un espíritu en lugar de una persona aquel Cristo que subió a los cielos? ¿Piensa acaso que El murió de nuevo, que debe ser sólo una esencia en el mundo en lugar de poseer ese mismo cuerpo que tomó sobre sí y por- el cual llegó a ser las primicias de la resurrección?»
El ministro religioso pensó por un minuto y luego me dijo: «En realidad, nunca había pensado en ello de esa forma».
El gran profeta Moisés sabía que esta condición habría de prevalecer, puesto que cuando guió a los hijos de Israel hacia la tierra prometida, les dijo que ellos no habrían de permanecer por mucho tiempo allí sino que serían esparcidos entre las naciones del mundo; que habrían de adorar dioses hechos por los hombres. (Deuteronomio 4:28.) ¿No es acaso ése el Dios del mundo cristiano en la actualidad? Pero no fue sólo eso lo que Moisés dijo, sino que aseguró que en los últimos días (y estamos en los últimos días), quienes buscaran a Dios lo encontrarían. Y esto ha sucedido.
Cuán grande es la diferencia entre esta idea corrupta de Cristo, comparado con lo que vio Esteban cuando mirando hacia el cielo en el momento de la muerte, vio a Jesús parado a la diestra de su Padre. ¿Cómo podría encontrarse parado a la diestra de su Padre, si no tuviera cuerpo? ¿Cómo podría encontrarse parado si no tuviera pies? Comparad esto con la maravillosa visión del profeta José en esta dispensación, en la cual vio una luz que descendió desde el cielo y que era más brillante que la luz del sol al mediodía. En el medio de esa gloriosa luz se encontraban dos seres celestiales: el Padre y el Hijo. El Padre, señalando al Hijo, dijo: «¡Este es mi Hijo Amado: escúchalo!» (José Smith 2:17).
Esa es la verdad simple de Cristo, y si el mundo tan sólo viviera de acuerdo con estas cosas simples a las que me he referido brevemente hoy, ¿cómo podría creer en una esencia que se encuentra presente en todos lados al mismo tiempo?
¿Recordáis lo que dijo Jesús en las bienaventuranzas? Entre otras cosas dijo: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mat. 5:8). De acuerdo con las corrompidas ideas del mundo cristiano de la actualidad, ¿cuál es la esperanza que tienen ellos de ver a Cristo, si se trata sólo de un espíritu omnipotente? Y ¿verán acaso las flores, las plantas y los árboles? No sucede lo mismo con los Santos de los Últimos Días. Nosotros esperamos ansiosos que llegue el día en que podamos verle llegar en todo su poder y gloria, y no tiene sentido pensar que él haya descartado o despreciado ese cuerpo para ser así omnipresente o para que de esa forma El y el Padre fueran la misma persona.
Esa es una de las grandes verdades restauradas con el evangelio en estos últimos días. De ello doy testimonio, y sé que El vive. El es la cabeza de la Iglesia. Tal como lo dijo Pablo, la Iglesia es “ . . . el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Efe. 2:20). Yo tengo el testimonio de que El es la cabeza de esta Iglesia, que la guía y dirige, y no puedo comprender como una persona en su sano juicio puede estudiar lo que la Iglesia ha logrado desde los días en que El y el Padre aparecieron en la tierra, y pensar que se trata de la obra de un hombre.
Hablando del profeta José Smith, quisiera daros ahora un pequeño testimonio. Hace algunos años, el élder John A. Widtsoe presentó una serie de disertaciones acerca de Doctrinas y Convenios, en las que contaba con la ayuda de una hermana que leía hermosamente; en muchas oportunidades él le pedía que leyera una sección y más adelante, a medida que avanzaba la disertación, hacía leer versículos de otras secciones. Después, se paraba y decía: «Muy bien, ¿podrían ustedes, estudiantes universitarios y profesores, escribir algo similar?» Entonces agregaba: «¡Cómo quisiera yo poder hacerlo!». Y no debemos olvidar que él había sido presidente de dos universidades y había escrito libros de texto universitarios que fueron utilizados en todo el país. Esta Iglesia ha producido muchos grandes líderes de finanzas, industrias y educación, pero ninguno de ellos hizo siquiera el intento de emular la obra del profeta José, aun cuando éste apenas recibió una educación formal.
En los primeros tiempos de la restauración, él se rodeó de muchos hombres de gran sabiduría, hombres que habían tenido profuso entrenamiento académico; algunos de ellos pensaron que podrían escribir revelaciones mejor de lo que lo hacía el Profeta; por ese motivo, el Señor les dio un examen: Le dijo al Profeta que eligiera al más sabio de entre ellos y le permitiera escribir una revelación que fuera equivalente a la más pequeña de las que el Señor le había dado a él. Pero ninguno de ellos pudo hacerlo. Como digo, inteligentes como nuestros líderes han sido y son, ninguno de ellos podría aproximarse a darnos lo que el profeta José nos dejó.
Mi testimonio es que, aparte del Redentor del mundo, no ha existido sobre la tierra ningún hombre que haya revelado tanta verdad al mundo como el profeta José Smith. ¿Cómo puede alguien leer Doctrinas y Convenios, estudiarlo y pensar que fue escrito por José Smith?
Tomemos a manera de ejemplo la sección 76 de Doctrinas y Convenios. En la Biblia vemos que Pablo (aun cuando él no dice que era él mismo), conoció a un hombre en Cristo Jesús, que fue tomado y arrebatado hasta el tercer cielo —no puede haber un tercero sin haber un primero y un segundo y que fue llevado al paraíso. Pero a Pablo no le fue permitido escribir lo que vio, cómo debemos vivir o cómo juzgará el Señor a aquellos que irán a la gloria que es a semejanza del sol, a la que es a semejanza de la luna, así como aquella que se asemeja a las estrellas. (2 Cor. 12:2-4; 1 Cor. 15:40-42.) Esa revelación fue reservada para ser revelada al Profeta de esta dispensación y se conoce como la sección 76 de Doctrinas y Convenios. Cuando el Profeta recibió esa revelación dijo: «Fue una transcripción de los registros del mundo eterno».
Suplico ahora a Dios que os bendiga a todos. Me maravillo al pensar en lo que el profeta José Smith nos ha dejado en Doctrinas y Convenios, la Perla de Gran Precio y el Libro de Mormón y, más adelante, en los maravillosos testimonios de los tres testigos. ¿Cómo podría una persona en su sano juicio, un amante de la verdad, leer ese testimonio y no sentir el deseo de conocer la verdad acerca del libro? Y más adelante se lee la promesa que se encuentra en la última parte del mismo, de que cualquier persona que lo lea y pregunte a Dios el eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pide con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, El le manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo. (Moroni 10:4-5.)
Os dejo mi testimonio de que se trata de la palabra de Dios. Esta es su Iglesia, y triunfará en la tierra; y al fijar mi atención en estas grandes conferencias de área que las autoridades de la Iglesia llevan a cabo, no me sorprendería que no se encuentre lejano el día en que grandes multitudes, aun grandes congregaciones, se conviertan a la Iglesia, porque éste es el único camino hacia la exaltación eterna.
Ruego que el Señor os bendiga, y os dejo mi bendición y testimonio, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























