Según mi propia manera

C. G. Octubre 1976logo pdf
Según mi propia manera
por el presidente Marion G. Romney
de la Primera Presidencia

Marion G. RomneyQueridos hermanos, ruego por vuestra fe y oraciones en mi intento de dirigiros en vuestros pensamientos hacia los conceptos funda mentales del programa de bienestar.

La narración del hermano Featherstone relacionada con la pared que hablaba, me recordó un incidente que oí en cierta oportunidad. Hace poco, dos de nuestros agentes de seguridad se encontraban trabajando en la parte superior del Templo de Salt Lake, llevando a cabo una inspección de rutina por la noche, en total obscuridad. Abajo, en la calle junto al templo, se encontraban dos o tres hombres indudablemente en cierto grado de embriaguez, recostados contra el portón de acceso a la puerta principal del templo, mirando hacia arriba. En determinado momento uno de ellos exclamó en voz alta dirigiéndose a la estatua del ángel Moroni, que está sobre la torre: «¡Oh, Moroni, háblame, dime algo!» Fue entonces que uno de nuestros guardas, que estaban en un balcón de la torre y a pocos metros de la estatua de Moroni, exclamó respondiendo al ebrio: «Sí, hijo mío, ¿qué deseas?».

Esta mañana no voy a hablaros sobre nada nuevo, sino sobre las cosas de que he hablado muchas veces; sin repetir lo que he dicho en otras oportunidades, me referiré a la médula de los conceptos fundamentales del programa de bienestar de la Iglesia, que se ha estado llevando a cabo en todas partes de la misma en los últimos 35 años.

Como consecuencia de que nuestras sociedades modernas están siguiendo el mismo camino que condujo a la caída de Roma, al igual que otras civilizaciones que sucumbieron a las decepcionantes tentaciones provocadas por los estados paternalistas, protectores y socialistas, no creo que sea fuera de lugar ni inadecuado, que ponga énfasis una vez más en el plan del Señor para la salvación temporal de sus hijos.

Para brindar mayor significado al contraste existente entre el plan del Señor y algunas de las absurdas prácticas que podemos observar en la actualidad, quisiera leeros unos recortes que saqué de mi archivo.

El primero de ellos se refiere a una pareja de hippies que va caminando por la calle. Ambos tienen el pelo largo y están vestidos a la usanza típica, o sea con collares, sandalias y una banda que les ciñe el pelo. El hombre le dice a la mujer:

«Yo voy a buscar mi cheque a la oficina de trabajo; después voy a pasar por la universidad para ver qué detuvo mi cheque del Fondo Federal de Educación, que todavía no hemos recibido. Luego iré a buscar los cupones para comprar la comida más barata. Mientras tanto, ve tú a la clínica para averiguar el resultado de los exámenes gratuitos que nos hicieron: ve a recoger mis nuevos lentes al Centro de Salud Pública y después ve a la Oficina de Beneficencia a solicitar otro aumento para que nos manden más dinero por mes. Cuando terminemos con todas estas cosas, nos encontraremos a eso de las 5 de la tarde en el Edificio Federal, para participar en la manifestación popular de protesta en contra de esta corrupta sociedad en que vivimos.»

El siguiente recorte lo tomé hace algún tiempo de la revista Reader’s Digest:

«En nuestra simpática ciudad vecina de San Agustín, existen grandes bandadas de gaviotas que están muriendo de hambre, rodeadas por la abundancia. La pesca continúa siendo buena pero las gaviotas no saben pescar. Por generaciones dependieron de la flota pesquera de camarones que les tiraba los restos de las redes. Ahora, la flota pesquera mudó su centro de operaciones. . . Los pescadores de camarones habían creado sin querer, una especie de «sociedad de beneficencia» que proveía de alimentos a las gaviotas; por ese motivo, los grandes y hermosos pájaros jamás se preocuparon de pescar por sí mismos y tampoco les enseñaron a pescar a sus pichones; en lugar de hacerlo, los guiaban hacia las redes de los pescadores donde encontraban siempre abundancia de alimento seguro.

Ahora, estas hermosas aves que simbolizan la libertad están muriéndose de hambre, simplemente porque se abandonaron a la tentación de recibir algo por nada; sacrificaron su independencia al no aprender a ser autónomas, por la seguridad que les brindaba un alimento que siempre se encontraba disponible, y que ni siquiera sospechaban que podría llegar a su fin.

Mucha gente es igual a esas gaviotas; no consideran que ‘exista algo malo en depender de algunos restos provenientes de las leyes de impuestos de «la flota de camarones» del gobierno… Pero, ¿qué sucederá entonces con nuestras generaciones futuras, a quienes estamos malcriando en la holgazanería y la indolencia?

No nos convirtamos en gaviotas golosas. Debemos comprender la obligación que tenemos de preservar nuestros talentos y autonomía, nuestro genio creativo para sobrevivir por el esfuerzo propio, nuestro sentido de la frugalidad y verdadero amor por la independencia.» (Oct. de 1950, pág. 32.)

Ahora, el gran contraste de otro recorte titulado: «Afortunadamente no hubo nadie que ayudara a los peregrinos».

«Los peregrinos desembarcaron en un desierto prohibido. En ese desierto no existían viviendas del gobierno, por lo cual se vieron obligados a trabajar y construir las casas que necesitaban para su alojamiento; tampoco existía el programa gubernamental de cupones para comprar más baratos los alimentos, así que se vieron forzados a cultivar la tierra y proveerse ellos mismos los alimentos necesarios: y cuando no había suficiente, tuvieron que comer menos.

No existía la enseñanza gratuita, por lo que las madres tuvieron que enseñar a sus hijos a leer y escribir. No había ningún tipo de programa de entretenimiento, porque estaban muy ocupados trabajando para proveerse lo necesario para subsistir; no existían las manifestaciones en contra del servicio militar, porque se esperaba que cada uno de los miembros de la comunidad fuera directamente responsable de la protección de su país; no existía ningún sistema de jubilación, excepto el que cada uno se proveyera mediante su propio esfuerzo.

Sin embargo, todo aquel sistema primitivo tenía sus compensaciones. No había manifestantes que demandaran ningún beneficio sin esfuerzos por su parte; no existían estudiantes desaliñados que trataran de explicar a sus padres lo que ellos a su vez debían enseñarles; tampoco había burócratas que se pagaran su propio salario con el dinero arduamente producido por los verdaderos trabajadores.

Los peregrinos no encontraron nada hecho, sino que tuvieron que enfrentarse al trabajo esforzado e intenso, como requisito indispensable para sobrevivir en una tierra de autonomía y libertad.

¿Dio resultado el sistema? Nuestro nivel de vida así lo prueba.» (Christian economics, nov. de 1972, pág. 25.)

Ahora, con referencia al plan del Señor:

«Yo, el Señor, extendí los cielos y fundé la tierra, hechura de mis manos y todas las cosas que contiene, mías son. Y es mi propósito abastecer a mis santos, porque todas las cosas son mías.

Pero tiene que hacerse según mi propia manera; y, he aquí, ésta es la manera que yo, el Señor, he decretado abastecer a mis santos, para que sean exaltados los pobres, por cuanto los ricos serán humildes.

Porque la tierra está llena, hay suficiente y de sobra; sí, yo preparé todas las cosas y he concedido a los hijos de los hombres que sean sus propios agentes.» (D. y C. 104: 14-17.)

Los principios económicos de Dio, para la salvación de sus santos, se encuentran claramente revelados en esta escritura. Proclamándose como Creador de la tierra y de todas las cosas que en ella existen, se refiere a sí mismo como al dueño supremo, y anuncia que es su propósito proveer para sus santos lo necesario para la subsistencia y felicidad` declarando al mismo tiempo que «la tierra está llena, hay suficiente y de sobra». Advierte sin embargo que la provisión para sus santos «tiene que hacerse según mi propia manera».

Y continúa: «ésta es la manera en que yo el Señor he decretado abastecer a mis santos, para que sean exaltados los pobres, por tanto los ricos serán humildes.»

Es indispensable que una sociedad bien ordenada siga la fórmula del Señor.

Nosotros, los Santos de los Últimos Días, sabemos que todos los habitantes de la tierra somos hermanos, «engendrados hijos e hijas para Dios», y que somos responsables por nuestro mutuo bienestar. Estos conceptos son inherentes a toda doctrina del evangelio.

Sabemos también que las enfermedades de este aquejado mundo han tenido lugar porque los hombres han fracasado en hacer lo que el Señor les ha mandado. Esto es aplicable a los problemas económicos, del mismo modo que lo es a cualquier otro tipo de problemas. Además, sabemos que la única cura para esos problemas es hacer todo lo que el Señor nos manda, todo lo que nos ha mandado y todo aquello que nos mandará hacer.

Sabemos que llegará el día en que «todo hombre» ha de compartir en forma equitativa las riquezas de la tierra, «…cada hombre igual, según su familia, conforme a sus circunstancias y sus necesidades . . .». También sabemos que para lograr tal igualdad debemos esperar a que las personas hagan un esfuerzo equitativo por ser autosuficientes y que, motivados por el amor hacia el prójimo, «les impartieren su porción a los pobres y menesterosos, conforme a la ley del evangelio».

Todos los Santos de los Últimos Días tienen la responsabilidad primordial de trabajar compartir de su substancia, sin tener en cuenta las cambiantes normas existentes en el mundo: debemos promover estos principios y oponernos a su derogación; debemos ser cuidadosos en no adoptar la práctica comúnmente aceptada por gran cantidad de gente de esperar que el gobierno o cualquier otra persona o institución ajena a nosotros, nos abastezcan de las necesidades de la vida. La práctica de codiciar y recibir beneficios no ganados, ha llegado a ser tan común en nuestra sociedad, que aun los hombres de gran fortuna que poseen los medios para producir grandes riquezas, esperan que el gobierno les garantice una ganancia. Las elecciones tienen por lo general un resultado directamente proporcional a las promesas de los candidatos de hacer algo por los votantes, a expensas de los fondos del gobierno. Esta práctica universalmente aceptada y llevada a cabo en la mayoría de las sociedades humanas, no tiene otro efecto que el de la conversión de los ciudadanos en verdaderos esclavos. No podemos darnos el lujo de llegar a ser pupilos del gobierno, aun cuando tengamos el derecho legal de hacerlo, pues requiere un extremado sacrificio de nuestro autorrespeto del mismo modo que la dependencia política material y espiritual.

Debemos trabajar a fin de conseguir lo que necesitemos para nuestra subsistencia; si lo hacemos, seremos autónomos e independientes. La salvación no puede obtenerse por ningún otro principio, sino que es un asunto individual que debemos lograr tanto por medio del respeto a las cosas materiales como a las espirituales.

La declaración de Pablo a los Efesios que dice: «. . . por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe», ha sido mal interpretada. Muchos interpretaron esta escritura en el sentido de que no se necesitaban las obras para la salvación. Esta es una conclusión errónea.

La verdad es que seremos salvos por la gracia, sólo después que nosotros mismos hagamos todo lo posible y que sea producto de nuestra propia voluntad.

No habrá limosna gubernamental alguna que pueda hacernos pasar por los portales del cielo; tampoco habrá nadie que puede entrar al Reino Celestial, presentando como pasaporte las obras ajenas, sino que la entrada estará de acuerdo con los méritos que cada cual exhiba. Es sumamente importante que aprendamos esto, aquí y ahora.

El primer principio de acción para nuestra salvación temporal en el plan del Señor es, por lo tanto, cuidarnos y mantenernos. Este principio es de tanta importancia que el Señor le dijo a Adán en el momento en que éste se disponía a salir del Jardín del Edén:

«. . . por haber escuchado la voz de tu mujer, comiendo del fruto del árbol al cual yo te mandé y dije, no comerás de él, maldita será la tierra por tu causa, con angustia comerás de ella todos los días de tu vida.» (Moisés 4:23.)

Como veréis entonces, la maldición no fue puesta sobre Adán, sino sobre la tierra, y como consecuencia de lo que Adán hizo; pero en lugar de ser ésta una maldición, fue sin lugar a dudas una bendición que marcó, tanto para Adán corno para su posteridad, el único derrotero por medio del cual él y su descendencia podrían alcanzar la perfección de la que disfruta el gran Maestro. El hecho de que el Señor maldijera la tierra para que produjera espinas y cardos, requiriendo por lo tanto que el hombre trabajara a fin de   producir lo necesario para vivir, fue tan sólo para el propio bien de la raza humana, o sea para su bienestar y ventaja. ¡Cuán importante es este concepto!

Desde aquel acontecimiento que tuvo lugar en el Edén, el Señor ha vuelto a poner énfasis con frecuencia en el hecho de que el esfuerzo individual es el concepto básico de sus principios económicos, tanto espirituales como materiales. No debemos olvidar jamás que la vía del Señor, o la forma que El utiliza para proveer lo necesario para sus santos es «. . . para que sean exaltados los pobres, por cuanto los ricos serán humildes.»

Pero debemos destacar que los pobres serán exaltados solamente cuando sean incapaces de lograr la independencia y la autonomía mediante su propia industriosidad y frugalidad.

«. . . Los ricos serán humildes», cuando demuestren su obediencia al segundo gran mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», por el hecho de impartir de su substancia «. . . a los pobres y menesterosos conforme a la ley del evangelio».

Además de mantener nuestra independencia y autonomía por medio de la industriosidad, asegurarnos de que  aquellos a quienes se les extienda el auxilio del Plan de Bienestar de la Iglesia hagan lo mismo al máximo de su capacidad, jamás debemos olvidar el deber de honrar a nuestros padres. Considerando el hecho de que esta obligación es tan importante y que la pena por no hacerlo es tan severa, quisiera ahora explicarla, del mismo modo que lo hice en la reunión de los Servicios de Bienestar, en octubre de 1974, utilizando las palabras del presidente J. Reuben Clark:

«Este principio se remonta a los tiempos en que el pueblo de Israel se encontraba en el Monte Sinaí. Ahí fue que Moisés recibió los Diez Mandamientos, uno de los cuales era: `Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.’

Os llamo la atención primero hacia el mandamiento: ‘honra a tu padre y a tu madre’, y luego hacia la promesa: `para que tus días se alarguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da’.

Israel se apartó de este mandamiento, y en el tiempo del Salvador los judíos se habían apartado tanto de él que el Señor se tomó el tiempo necesario para explicarlo y hablarles de su significado. Recordaréis que en una ocasión los judíos —escribas y fariseos, llegaron de Jerusalén tratando, como de costumbre, de engañar al Señor; le preguntaron el motivo por el que sus discípulos comían sin lavarse las manos, que era contrario a las enseñanzas de las tradiciones de los padres. El Salvador hizo entonces con ellos lo que tan frecuentemente hacía cuando trataban de tenderle una trampa, y contestó la pregunta formulando otra:

‘¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?

Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre. . .

Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre y a su madre: es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre ni a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición.’ (Mateo 15:3-6)

Este es el registro de Mateo. El de Marcos es prácticamente el mismo:

“Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.

Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte,  y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.” (Marcos 7:10-12)

Esto significa que en lugar de observar la responsabilidad que el Señor dio a los hijos de cuidar de sus padres, Israel se había extraviado de tal forma que cuando un hijo quería verse libre de esa obligación les decía a los padres: “De ahora en adelante, repudio mi obligación y cualquier cosa que te dé  es un regalo (Corbán), y no te lo doy bajo mandamiento del Señor.’”

En la actualidad existe la gran tentación, que a menudo se convierte en práctica, de entregar a los padres para que los mantenga el Estado; volviendo a lo expresado por el presidente Clarke sobre este tema:

“… después de llamarles la atención sobre esto, el Señor les dijo tal como se encuentra registrado en Mateo:

‘Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón esta lejos de mí.
Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. (Mat. 15:7-9)

Ahora os repito hermanos, que ese mandamiento se aplica sin restricciones de ninguna clase. Se aplica a Israel donde quiera que Israel se encuentre radicado; y tanto la promesa como el mandamiento, le siguen adondequiera que este puebla establezca su residencia.

‘Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.’

Nuestra tierra es una tierra escogida para la Casa de José. Creo que la promesa se aplica en este caso. En el Libro de Mormón se nos dice lo que les sucederá a aquellos que moran en esta tierra sino guardan los mandamientos de Dios, sino adoran a Jesús el Cristo, el Dios de esta tierra. Dice lo que habrá de acontecer cuando estemos llenos de iniquidad, y si desobedecemos ese mandamiento del Señor nos encontraremos bajo la condenación decretada por Dios, y por lo tanto, en el camino que conduce  a la iniquidad total.”

El presidente Clark concluyó este tema con el siguiente recordatorio:

“Os he hecho saber lo que el Señor ha dicho. No podemos utilizar nuestro libre albedrío con respecto a la obediencia o a la desobediencia; y si desobedecemos es indudable que debemos ajustarnos a la pena correspondiente.” (Fundamentals of the Church Welfare Program, oct. de 1944, págs. 4-5.)

Que el Señor nos dispense la sabiduría y el valor de comprender y vivir de acuerdo con este gran principio, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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