C. G. Octubre 1976
Un evangelio de conversos
por el élder Hartman Rector, Jr
del Primer Quórum de los Setenta
El evangelio transforma en buenas personas a aquellas de mente malvada, y hace mejores a todas las buenas personas.» Esto manifestaba el profeta David O. McKay. Y para ilustrarlo, desearía compartir con vosotros la historia de una conversión que se relaciona con Louis Novak, un ministro luterano, su esposa Alice y sus dos hijos, Kurf y Kristin. El reverendo Novak y su esposa nacieron, fueron bautizados y criados, confirmados y casados en la Iglesia Luterana. Para orgullo de sus padres y por su propio sentido del deber, él cursó estudios en dos colegios privados, así como en una universidad teológica de la fe luterana para finalmente llegar a ser pastor en una Iglesia Luterana de los Estados Unidos. Durante casi catorce años, tanto él como su esposa sirvieron y se esforzaron por encontrar la verdad y la paz espiritual; durante ese período obtuvieron una buena posición económica y social y prestigio educacional. Con estabilidad familiar y aprobación de parientes, amigos y supervisores, se diría que no podrían desear nada más; y sin embargo, no estaban satisfechos. Experimentaban inseguridad en el sentido de que algo sumamente básico e importante faltaba en su vida.
El reverendo Novak comentó después: «Al mirar atrás en mi vida y experiencia, me doy cuenta de que mi insatisfacción procedía de variados orígenes. Primeramente, experimentaba una reacción profundamente negativa
hacia mis colegas. El marcado e insatisfactorio énfasis en las normas de la Iglesia, los esfuerzos descontrolados por labrarse una posición y obtener gloria personal, la importancia de los logros económicos y de las estadísticas, me hicieron sentir que faltaba la verdadera espiritualidad. En segundo lugar, tenía grandes preocupaciones en el orden teológico. El servicio de adoración me parecía frío, impersonal y carente de imaginación; el gran énfasis que se da a la salvación por medio de la gracia divina, con total indiferencia hacia las obras, se me presentaba como una contradicción doctrinal; al estudiar las Escrituras encontré que los pasajes que hacen referencia a las obras sobrepasan en número a aquellos que hablan de la `gracia’. Me encontré de pronto impresionado por la indiferencia de los líderes de mi iglesia al nacimiento virginal de Jesús y a la Creación, por la aceptación de la traducción libre de las Escrituras y la falta de atención a las morales cristianas básicas. Existían malos sentimientos entre congregaciones de la iglesia. ¿Estaba Dios muerto o simplemente se había retirado y cesada de preocuparse por su creación? ¿Por qué se había sumergido en un extraño y repentino silencio después de la última de las palabras impresas en la Biblia?».
El 1 ° de septiembre de 1968, el reverendo Novak y su familia se mudaron de estado y él fue nombrado pastor de la Iglesia de la Esperanza, una asignación sumamente prestigiosa y deseable. Exteriormente, parecía que no podían pedir más; sin embargo, había algo que no andaba bien, algo que faltaba, un profundo vacío espiritual en su corazón, sentimiento que compartía su esposa. Ella era maestra de música y en la ciudad donde vivían tenía muchos alumnos que eran miembros de nuestra Iglesia, y no pudo menos que advertir algo muy especial en ellos. Un día le dijo a su esposo que había preguntado a una de sus alumnas mormonas si ellos eran cristianos. (El reverendo Novak conocía la idea de los luteranos de que los mormones no son cristianos.) La niña le respondió con gran seguridad que los mormones son cristianos, y Alice se conmovió por la firmeza de su testimonio. Otro día recibieron una invitación de la familia de aquella alumna para asistir a una exposición que habría en uno de los barrios. Al principio, la familia de la niña había pensado que sería poco apropiado invitar a un pastor de la fe luterana; pero la jovencita insistió tanto, que aún con cierta duda consintieron. Cuando llegó el día, su esposa no podía ir y el reverendo Novak debía asistir a una reunión regional de su Iglesia; pero mientras estaba allí, sintió la fuerte necesidad de abandonar su reunión para ir a la otra. Al entrar en la capilla de nuestra Iglesia, lo recibió un señor sumamente amable que se puso a conversar con él, y permaneció a su lado durante las dos horas que duró la actividad, respondiendo a sus preguntas con interés. La presentación era sobre la doctrina de la Iglesia.
«Sentí que lo que estaban diciendo allí era verdad. Después fuimos a un salón donde se nos mostró la película `Cristo en América’. Apenas pude contener mi entusiasmo al ver que muchas de mis preguntas sobre la historia de la Iglesia, eran de pronto contestadas. En esa época estaba estudiando para sacar mi doctorado en religión y, aun casi a punto de graduarme, me enfrenté a la realidad’ de estar recibiendo la verdad en una capilla mormona. Fue quizás en aquel momento, a la culminación del programa tan bien presentado, que quedé prácticamente convertido. Sabía que ésta tenía que ser la Iglesia verdadera. «Mi corazón estaba listo pero, ¿cómo podía llegar a ser parte de todo eso tan maravilloso? ¡Cuán difícil es tener que rechazar de pronto la seguridad material y las cómodas tradiciones! Compré un ejemplar del Libro de Mormón y marché rumbo a mi casa lleno de entusiasmo. Ese día le dije a mi esposa: `Hay algo muy especial en esa religión. Me sentí realmente cómodo’.
En el verano de 1974, tras haber recibido mi doctorado, me encontraba bajo severa tensión espiritual. Aquella exposición mormona permanecía imborrable en mi mente como un recordatorio de que había algo mejor disponible. Una tarde en que llamó a nuestra casa la madre de uno de los alumnos mormones para preguntar algo sobre las clases de música, por primera vez volqué mi inseguridad espiritual en una persona que me escuchó paciente y comprensivamente. Al poco tiempo, nuestra familia fue invitada a una noche de hogar que nos llenó de paz; pero aún así, se nos hacía muy difícil cambiar. Mi empleo seguro, la vida cómoda, la posición social, los lazos familiares, la casa, el salario; todo esto se precipitó a mi mente. Pero, ¿cómo puede una persona predicar en el nombre de Jesucristo y enseñar cosas que no son verdaderas? Sabía que padecía de hambre espiritual y me preocupaba aún más la mala nutrición espiritual de mi familia.
Y así fue que en octubre de 1974, un día particularmente hermoso, al salir de la universidad donde estudiaba, me invadió un profundo y extraño impulso de dirigirme a la Casa de la Misión, cuya dirección tenía desde hacía tiempo. Traté de convencerme de que sólo quería pasar por allí para ver cómo era; recuerdo que detuve el automóvil enfrente con el propósito de observar el lugar solamente, y permanecí allí sin intención alguna de apagar el motor. Mas, por alguna razón extraña, el motor se apagó y mis ojos miraron el reloj: era mediodía, y me dije que era una hora poco apropiada para interrumpir el almuerzo; pero salí del auto y me paré en la acera, pensando: `No tengo nada que hacer aquí. Después de todo, soy un pastor luterano’. Después, subí los escalones y me encaminé hacia la entrada. Debo de haber tocado el timbre, porque alguien abrió la puerta y me enfrenté a un joven misionero de ojos brillantes que me invitó a pasar. Entonces le dije: `Soy pastor luterano y he venido porque me interesan todas las religiones del mundo, y deseo averiguar un poco sobre los mormones’. Una cosa fue llevando a la otra y yo continuaba recordándoles que era pastor luterano y que, por lo tanto, no era una buena posibilidad para ellos; así estuvimos conversando alrededor de dos horas. Al partir me disculpé por haberles robado tanto tiempo, les expresé mis mejores deseos, y volví a recordarles que era pastor luterano y por consiguiente, ellos no tenían posibilidad alguna de convencerme. Al partir, tenía en mi corazón un sentimiento sumamente cálido y también el temor de que los buenos misioneros fueran a creer que realmente no tenían ninguna posibilidad de convencerme. Al día siguiente, el mismo misionero que me había recibido en la Casa de la Misión, me llamó por teléfono a mi oficina en la Iglesia Luterana. ¡Cuán contento me sentí de que me hubiera llamado! Durante la conversación me preguntó si él y su compañero podrían visitarme y conocer mi familia. Al día siguiente fueron a nuestra casa y el proceso de nuestra conversión continuó paso a paso, en forma lógica y sin titubeos. El 25 de enero de 1975, tres meses y cinco horas después de haber tocado el timbre aquel día en la Casa de la Misión, nuestra familia entró en las aguas del bautismo en una capilla mormona. Después de media vida de búsqueda, finalmente nuestro gozo era completo.
Nuestros hijos se deleitaban en sus nuevas actividades y amistades en la Iglesia, progresando y madurando maravillosamente. Era una dicha ve tan felices mientras aprendían sobre la verdadera Iglesia de Cristo, y también mi esposa y yo éramos felices por haber encontrado la verdad; por fin estábamos en paz.
Teníamos un gran deseo y la sensación de que era urgente que entráramos al templo y selláramos a nuestra familia para la eternidad. Después de hablar con nuestro obispo, y apenas estuvimos en condiciones de ir al Templo de Salt Lake, luego de cumplirse nuestro primer año como miembros de la Iglesia, así lo hicimos. Nuestro sellamiento por toda la eternidad fue una de las experiencias más gloriosas de nuestra vida.
Supimos la razón de aquel sentimiento de urgencia por ir al templo y ser sellados como familia, cuando tan sólo dos semanas después un trágico accidente automovilístico le quitó la vida a nuestra hija Kristin. Al llorar la amarga pérdida y lamentar su ausencia, y al examinar y estudiar el desarrollo del accidente, comprendimos que había sido la voluntad de nuestro Padre Celestial llamar el espíritu de nuestra hija a su presencia. Nos hemos sentido fortalecidos y aliviados con el conocimiento de que su gozo es completo ahora, y agradecemos a nuestro Padre Celestial por haber sido tan bondadoso y haber esperado para llevársela después que fuimos sellados.
Ahora sólo podemos formularnos algunas preguntas y asombrarnos al meditar en las respuestas: ¿Qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos demorado nuestra conversión? ¿Cómo nos sentiríamos si no hubiéramos tenido aquella sensación de urgencia por ir al templo? ¿Qué hubiera pasado si no le hubiéramos dado a Kristin el gozo de la Primaria, de la Escuela Dominical, de las noches de hogar?
En un solitario cementerio de Kansas hay una lápida gris. En ella están los cuatro nombres de los miembros de nuestra familia y debajo se encuentran grabadas estas palabras: `Esta familia está sellada por toda la eternidad’. Detrás de las lágrimas de esta pérdida momentánea, nuestros ojos muestran el dichoso y claro conocimiento de que la nuestra fue sin duda la decisión correcta.»
Por cierto que el evangelio hace que los hombres buenos lleguen a ser mejores de lo que jamás lo soñaron. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























