C. G. Octubre 1976
Un plan para el hombre
por el presidente Spencer W. Kimball
Mis hermanos, diré solamente unas pocas palabras para concluir con esta maravillosa conferencia.
Hemos llevado a cabo algunos cambios entre los miembros de las Autoridades Generales, y tenemos la esperanza de que el pueblo de la Iglesia concuerde con nosotros y los apruebe de corazón.
Los sermones de las Autoridades Generales desarrollaron variados temas, y estamos muy agradecidos por la contribución de todos los oradores.
Los hermanos utilizaron hermosas experiencias de la vida real para destacar el buen camino por el que debemos dirigir nuestros pasos, y enseñaron grandes lecciones mediante parábolas, citas y exhortaciones.
Se puso énfasis en las normas de la Iglesia, con advertencias para que vivamos de acuerdo con los mandamientos de Dios. También se ha enseñado a los padres y a los obispos la forma de preparar a los misioneros que habrán de predicar el evangelio en el mundo.
Los numerosos testimonios de los hermanos son positivos y uniformes elevan e inspiran, y es indudable que nos alientan a ser dignos.
Nos preguntamos porqué fracasamos, aun con todas las exhortaciones y explicaciones que nos dan las Autoridades Generales, quienes sólo nos piden que seamos obedientes. Podemos entonces comprender el motivo por el cual el Salvador tiene que haberse sentido desalentado, y porqué dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en;» los cielos» (Mat. 7:21 ). Y después agregó: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, ` y no hacéis lo que yo digo? (Lu 6:46).
Abrigo la esperanza de que recordemos este tema cuando volvamos a nuestro hogar y en el curso de nuestra vida.
Al finalizar esta gran conferencia, nuevamente imploro al oyente de estos mensajes que haga las cosas que el Señor le manda y que tan claramente se delinearon durante esta conferencia.
Hace poco un prominente médico, al enterarse de la operación y los tratamientos para el cáncer a los que me sometí hace un tiempo, se mostró sorprendido de que yo me hiciera cargo de la gran responsabilidad de mi cargo en la Iglesia; él no es miembro de la Iglesia y evidentemente jamás ha conocido el gran empuje y presión que se siente cuando uno tiene el conocimiento de que el Señor no está jugando, sino que todo lo contrario; tiene un programa serio para el hombre y su gloria. El Señor sabe lo que está haciendo, y todos sus movimientos son apropiados y justos.
Me sorprende que cualquier persona pueda tener dudas y poner en tela de juicio la obra del Señor. Quienes tenemos la seguridad absoluta y el testimonio de la divinidad de esta obra, no dudamos de lo que El hace ni de la forma en que lo hace.
Sé sin lugar a dudas que el Señor vive y que siente pesar por las personas del mundo que moran en las tinieblas del escepticismo, por aquellos que no tienen esta seguridad. Sé que el Señor Jesucristo es el Unigénito de nuestro Padre Celestial y que El participó en la creación del hombre, de la tierra y de todo lo que hay en ella. El fue el Redentor de la humanidad y el Salvador de este mundo, el autor del plan de salvación y de exaltación para todos aquellos que vivan su ley. El fue quien organizó este medio de salvación —la Iglesia verdadera— y le puso su nombre: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En ella se encuentran todas las gracias de salvación.
Yo sé que el Señor se comunica con sus profetas y que revela la verdad a sus siervos en la actualidad del mismo modo que lo hizo en los días de antaño. Los mensajes de luz y verdad de Dios, llegan al hombre en la actualidad del mismo modo que le llegaron en otras dispensaciones. Desde el tiempo en que Adán y Eva fueron puestos en el Jardín, el Señor ha estado ansioso de revelar la verdad y la rectitud a su pueblo; ha habido muchas épocas en que el hombre no ha escuchado, y por supuesto, donde no existe el oído, no hay voz.
Sé que las verdades del evangelio salvarán y exaltarán a la humanidad, si acepta la verdad y vive completamente de acuerdo con sus compromisos y convenios. Sé que esto es verdad, os dejo mi testimonio, amados hermanos y amigos de todo el mundo, y exhorto a la humanidad a aceptar seriamente y a adaptar su vida en forma total a los principios del evangelio. Os dejo este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.
























