Las cosas de Dios y el hombre

C. G. octubre 1977logo pdf
Las cosas de Dios y el hombre
por el élder LeGrand Richards
del Consejo de los Doce

LeGrand RichardsHermanos y hermanas, me siento muy feliz de saludamos, y hoy, para los breves momentos que estaré frente a vosotros, he escogido como texto de mi discurso las palabras del apóstol Pablo en el segundo capítulo de su Primera Epístola a los Corintios, en donde dice que las cosas de Dios se entienden mediante el Espíritu de Dios y que las cosas de los hombres se entienden por el espíritu de los hombres. (1 Corintios 2:11.)

«Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura.» (1 Cor. 2:14.)

A mi juicio esta es la razón por la cual existen cerca de mil iglesias en esta tierra, pues los hombres, con su propia sabiduría, no han podido entender los cosas de Dios tal como fueron dadas por medio de los santos profetas de nuestro Padre porque, como dijo Pablo, son locura para ellos.

Recuerdo las palabras del profeta Isaías cuando dijo:

«Porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno.

Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron hombres.» (Isa. 24:5-6.)

No me cabe duda de que él tenía presente a estos miles de iglesias que se guían por los preceptos de los hombres, y de que eso era lo que Isaías tenía en su mente cuando dijo:

«Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado; por tanto he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.» (Isaías 29:13-14.)

Quisiera ahora señalar algunas de las diferencias entre las vías de los hombres y sus enseñanzas y la verdad, según el Señor la ha revelado por medio de sus santos profetas. Primero, quiero referirme al concepto que tienen de la Trinidad.  Cuando el profeta José Smith tuvo su visión, la totalidad del mundo cristiano concebía a Dios como un Ser sin cuerpo, partes ni pasiones, lo cual quiere decir que si no tiene ojos, no podría ver, que si no tiene oídos, no podría oír y que si no tiene boca, por ende no podría hablar.  Moisés sabía que esta idea había de prevalecer, pues cuando guió a los hijos de Israel hacia la tierra de promisión, les dijo que no habrían de permanecer allí por mucho tiempo, sino que serían esparcidos entre las naciones y que adorarían dioses hechos con las manos de los hombres que no podrían oír, ni hablar, ni saborear, ni oler. (Deut. 4:26-28.) Esa es precisamente la clase de dios que todo el mundo cristiano adoraba en la época en que José Smith tuvo su visión.  Pero Moisés no dejó todo allí.  Dijo que si en los últimos días (y nosotros vivimos en los últimos días) los hombres buscaban a Dios, lo encontrarían. (Deut. 4:29.) José Smith lo buscó y lo encontró.

Quisiera ahora analizar algunas de las diferencias en nuestros conceptos.  El mundo ha cambiado muchas de las ordenanzas; por ejemplo, muchos ya no bautizan en el modo en que fue bautizado Jesús por Juan: ellos descendieron a las aguas del Jordán y Juan lo bautizó y salieron del agua.  El apóstol Pablo dijo que hay «un Señor, una fe, un bautismo» (Efe. 4:5); si esto en verdad es así, uno pensaría que todos querrían seguir el ejemplo del Salvador mismo al ser bautizado por inmersión en el río Jordán.

Cuando la gente llevó sus pequeños ante Jesús, y los apóstoles trataron de impedir que se le acercaran, El les rebatió diciendo: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios» (Marcos 10:14).  Y luego tomó a esos niños en sus brazos y les bendijo.

Cuando Jesús, después de su resurrección mandó a sus Apóstoles que fueran por el mundo, les dijo que predicaran el evangelio a toda nación, y «el que creyere  y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado» (Marcos 16:15-16).  Cuando los niños pequeñitos son bautizados, no pueden creer, ni pueden entender.  El Señor también comprendió esa condición.  Esa es la razón por la que marcó el ejemplo tomando a los niños en sus brazos.

En el Libro de Mormón leemos las palabras del profeta Mormón a su hijo Moroni.  Quisiera leeros algunas de ellas:

«Sé que es una solemne burla a los ojos de Dios bautizar a los niños pequeñitos.  Y el que dice que los niños pequeñitos tienen necesidad de bautizarse, niega las misericordias de Cristo y desprecia su expiación y el poder de su redención.» (Moroni 8: 9, 20.)

Creo que el propósito de rociar los pequeños (bautismo por aspersión) era el de lavarles del pecado de Adán y Eva, mas el apóstol Pablo nos dice: «Porque así como en Adán todos mueren también en Cristo todos serán vivificados» (1 Cor. 15:22).  Si eso no fuera verdad, ¿cómo habría El logrado la expiación por los pecados de Adán a menos que hubiera limpiado completamente el pecado original de Adán y Eva?  Y así cambiaron las leyes las ordenanzas.

y En la actualidad creen (interpretación de los hombres) que ya no necesitamos profetas ni apóstoles, que todas esas cosas han terminado, así como las profecías.  Pero Amos dijo:

«Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele sus secretos a sus siervos los profetas.» (Amós 3:7.)

Nunca ha acontecido que teniendo el Señor su Iglesia sobre la tierra, no tuviese un Profeta a la cabeza de ésta, a quien El pudiera comunicar su voluntad y su propósito para guía de su pueblo.

Más adelante el apóstol Pablo nos dice que el Señor ha puesto en su Iglesia apóstoles y profetas, pastores, maestros y evangelistas para trabajar en el ministerio (o sea en el gran programa misional), para la edificación del cuerpo de Cristo (o sea lo que se enseña en nuestras organizaciones auxiliares, orientación familiar, Sacerdocio y demás), para el perfeccionamiento de los santos (mediante el servicio que prestan), «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe» (Efesios 4:11-13).

No hemos llegado a la unidad de la fe y si se deshacen de los instrumentos que el Señor nos ha dado para poder lograrla, ¿cómo podemos aspirar a alcanzarlas.  Luego continúa diciendo:

«. . . para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error.» (Efesios 4:14.)

Y así es como somos al seguir las filosofías de los hombres en vez de la guía de los santos profetas.

Hoy en día escuchamos en la radio y televisión a predicadores que dicen: «Venid a Cristo y reconocedle, y confesaos ante El como vuestro único Salvador, y seréis salvos».  Poco comprenden que ése es tan sólo el primer paso en el camino correcto.  Esa es la razón por la que Cristo dijo:

«No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, Y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

Y entonces les declararé: nunca os conocí, apartaos de mí hacedores de maldad.» (Mateo 7:21-23.)

En otras palabras, se han apartado de los cimientos que El estableció para su Iglesia y de las responsabilidades que tenemos como consecuencia de nuestra condición de miembros en la misma.  Si todo lo que tenemos que hacer es confesar nuestra creencia en el Salvador, ¿dónde pondríamos la parábola de los talentos?  Recordaréis que a uno dio cinco talentos, a otro dos y al otro uno.  Más tarde volvió y les pidió que rindieran cuentas, y el que había recibido cinco había ganado otros cinco; el que había recibido dos había ganado otros dos y a ambos les dijo:

«Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor». (Mateo 25:21.)

«Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;

por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo». (Mateo 25:24-25.)

Y ¿qué fue lo que dijo el Maestro?’ «Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos.

Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.» (Mateo 25: 28-30.)

Tal parábola no nos sugiere para nada que lo único que tenemos que hacer es confesar a Cristo.  Recordaréis que el apóstol Santiago dijo que los diablos saben que El es el Salvador, pero aun así pecan. (Santiago 2:19.) Y también agregó que la «fe sin obras es muerta» (Santiago 2:20).

Recordaréis que Juan vio las escenas del desenlace final, cuando tendremos nuevos cielos y una nueva tierra y cuando los muertos grandes y pequeños se pararán delante de Dios. Y los libros serán abiertos y todo hombre será juzgado conforme a las cosas escritas en los libros, conforme a sus obras y no tan sólo según su fe. (Apocalipsis 20:12) Por lo tanto, las obras son necesarias para nuestra condición de miembros de la Iglesia.

‘También existen otras muchas diferencias, aunque no hay tiempo suficiente como para analizarlas.  No obstante, quisiera, mencionar una más.  Recordaréis cuando todo el mundo creía que el ladrón que fue crucificado junto a Cristo había ido a los cielos con el Salvador por lo que El le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43).  Los hombres de este mundo, con un entendimiento de las cosas según su propia sabiduría, pensaban que el ladrón, en efecto, había ido a los cielos; no obstante de acuerdo con la verdad divina, sabemos que fue al paraíso, donde el Salvador preparó lo necesario para que le fuera predicado el evangelio; en esa forma, lograría la dignidad que necesitaba para comparecer ante El junto con los santificados y los redimidos de entre su pueblo.

Sabemos de muchas otras diferencias, y al estudiar comprenderemos lo que Pablo quiso decir cuando expresó que las cosas de Dios se entienden mediante el Espíritu de Dios y que las cosas de los hombres se entienden mediante el espíritu de los hombres, y que «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura» (1 Cor. 2:11-14).  Que el Señor nos ayude a entender sus verdades y a seguir la guía de nuestro Profeta viviente.  Lo ruego humildemente en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.  Amén.

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